Apotheke le dijo a Bôite que luego, cuando terminase la jornada, quería verlos en su despacho a los dos, y se acercó a Brunette, que ya bajaba listo para comenzar la expedición. A lo lejos se veían las demás naves acercándose deformes por el viento, el sol y el reflejo del suelo en el horizonte. El general le dijo algo a Brunette de manera enérgica. Brunette se alejó indignado con los brazos abiertos y el dedo índice que le salía del pecho autoinculpándose, ofendido. Apotheke le hizo un ademán con la mano de “y se terminó” y Brunette, sin levantar la cabeza, miró con fuerza a Bôite y Boutique, haciendo una sonrisa macabra. Se veía claramente que el general lo había retado y, por la forma en que Brunette se indignó, todo hacía suponer que incluso lo había degradado. Pero, ¿cómo saberlo? Y sobre todo, ¿qué mierda importaba? Lo que los desconcertó fue esa sonrisa estúpida que les brindó, como diciendo “ya van a ver” o “esto no quedará así”. ¿Qué cosa no va a quedar así, infeliz?
El día continuó muy provechoso. Hubo varios hallazgos más: más tablas de asado, un recipiente hermético cuadrado, de plástico rojo y con una tapa amarilla, decenas de paquetes de papel marrón con piedras negras dentro, piedras negras muy sucias, por cierto. Sobre la derecha había un gran mostrador con botellas dentro y un esqueleto desahuciado los miraba sentado en una silla frente a una máquina muy extraña con botoncitos cuadrados y redondos y un cajón abierto que contenía unos extraños y pequeños discos metálicos y papeles rectangulares de diversos colores con figuras humanas dibujadas. – Este debe ser don Tomás…– pensó Bôite mientras lo miraba esquivo. Detrás de don Tomás había un aparato enorme, de madera, con seis puertas cuadradas que portaban absurdos manijones metálicos. Boutique abrió una pero la cerró inmediatamente: sólo olor nauseabundo y oscuridad tenebrosa salían de ahí dentro.
Siguieron recolectando objetos de todo tipo en grupos. Eran seis exploradores: Bôite y Boutique, Bretón y Barbarie; y a ellos más tarde se les sumaron Baguette y Buongiorno, que venían retrasados por la distancia. Brunette nunca entró por orden de Apotheke, que lo confinó a cuidar el ingreso dejándolo horas al rayo del sol sentado al lado del agujero.
Resulta que Bristol y Brando, sin querer y al pasar, le habían preguntado algo a Apotheke referido al descubrimiento que habían hecho en Brasil y Brunette había quedado expuesto con su “aparente” descubrimiento; el general advirtió el engaño y lo penitenció dejándolo ese día a que se tostara al sol para luego enviarlo a la nave base a cumplir otras tareas. Brunette no exploraría más nada y nunca había sentido tanta ira en su vida. La crisis de nervios lo hizo mudar de piel y el sol produjo feas ampollas en su nueva dermis de bebé marciano. Todo mal para Brunette.
Boutique dio la orden de evacuar el lugar, ya que era hora de partir para continuar al día siguiente, y todos se fueron con sus diversas recolecciones. Al salir de la perforación encontraron a Brunette tirado a un costado con el cuerpo todo ampollado y lo asistieron acompañándolo a la nave. Bitte nunca se enteró de lo que había padecido su compañero ya que había decidido recostarse en las vainas de descanso mientras pasaba el turno de Brunette. No sabía qué hacer, ni qué decirle. Abrió la boca para disculparse pero Brunette se la cerró de una trompada, tirándolo debajo de la mesa de control de la nave. A pesar de que merecía esa trompada y varias más, daba lástima verlo humillado. Bitte era un pobre pelotudo, un gordo infeliz e inseguro que necesitaba adular a Brunette sólo por protección. En cualquier otro puesto o con cualquier otro compañero hubiera sido un desastre.
Boutique y Bôite llegaron a su nave y depositaron los objetos recolectados sobre la mesa de exposición. Mientras Bôite se bañaba, Boutique puso el piloto automático rumbo a la base para su service semanal, pero sobre todo para reunirse con el general como había sido pactado. Ambos estaban muy nerviosos con la reunión. Iba a ser la primera vez que en lugar de pasar el día pelotudeando mientras esperaban volver a Tierra tendrían algo que hacer en la base. Y encima ese algo era reunirse con el general. Solos.
Nueve horas más tarde la nave los despertó informándoles que habían llegado y que tenían unos minutos para prepararse. Bôite y Boutique, con movimientos rutinarios, se bajaron de las vainas de descanso, se cepillaron el diente, se lavaron el ojo y se pusieron el uniforme de capitán que había que tener puesto obligatoriamente mientras deambularan por la base para no ser confundidos de rango. Caminaron los inmensos pasillos en busca de la oficina de Apotheke cruzándose con todo el mundo. Ya todos sabían que Boutique había encontrado Argentina y lo saludaban con una reverencia respetuosa todo el tiempo. Boutique ya estaba hinchado las pelotas de bajar la cabeza amablemente ante tanto saludo cordial. Bôite se reía por dentro; no podía creer que su amigo fuera tan popular y caminaba a su lado haciéndose el guardaespaldas, llevándolo por la espalda con una mano como había visto en las películas de humanos que les proyectaron durante el viaje de ida.
Llegaron a la oficina de Apotheke y los recibió su secretaria, que les sonrió y los hizo pasar con gentileza.
–Pasen, chicos, por acá. Yo soy Crayón – se presentó, apretándose las tetas con una mano. Lindas tetas.
–Gracias, permiso – dijo Boutique.
–Tenemos una entrevista – comenzó Bôite.
–Sí, lo sé; con el general, estoy al tanto – lo interrumpió Crayón tomando un verificador de identidades que tenía en el cajón –. Pongan su dedo aquí para dejar sentada la visita – les ordenó amable.
–Por supuesto – dijo Boutique abriéndose la cremallera del morlaco y dejando al descubierto el dedo índice que salía de su pecho.
Bôite también bajó su cremallera y apoyó el dedo en la pantalla, sin dejar de mirar con hambre a aquella voluptuosa marciana mientras la computadora mostraba dos imágenes de Bôite y Boutique mucho más jóvenes e inexpertos.
–Son más atractivos ahora – les dijo Crayón con una mirada pícara.
–Muchas gracias, vos no te quedás atrás tampoco…– se excitó Bôite. Boutique le dio un codazo en las costillas. Crayón les regaló una risita histérica y caminó hasta la puerta del despacho de Apotheke haciéndoles un ademán con la mano para que esperaran un momento. Dijo algunas cosas en voz baja, indescifrables, con la cara y las tetas metidas en la oficina de su jefe, pero dejando la parte más interesante del lado de Boutique y Bôite que, como dos presidiarios que cumplen una larga condena, no podían dejar de mirarle el culo, poseídos.
–Pueden pasar – dijo Crayón viendo las caras de excitación que había generado en ambos pero haciéndose bien la pelotuda.
–Gracias, con permiso – dijo Boutique agarrando a Bôite del brazo que, como un idiota, seguía mirando a Crayón como si nunca jamás hubiera visto una marciana. Crayón estaba buena pero no era para tanto tampoco; Boutique odiaba que Bôite fuera tan desesperado.
Apotheke los vio entrar y se levantó de su escritorio acercándose a ambos con los brazos abiertos como si quisiera abrazarlos a los dos a la vez. Y casi lo hizo; tomó con sus regordetas manos los antebrazos de sus capitanes y, con una sonrisa descomunal, los acompañó hasta los sillones indicándoles que se sentaran. Boutique y Bôite se sacaron sus gorras y se sentaron mirando para arriba como si fueran dos alumnos que serían amonestados por su superior. Apotheke caminó hacia una pizarra de espaldas a ellos llena de confusas anotaciones, se dio vuelta como en un pase de baile y, enérgico, palmeó sus manos sobresaltándolos un poco.
–Queridos amigos – comenzó.
–Señor – dijeron ambos al unísono, asintiendo con la cabeza.
–No tienen idea la felicidad que me dieron, ¡no puedo describir la sensación de victoria que emana de mis poros! – continuó Apotheke.
–Bueno, muchas gracias, mi general, pero estamos un poco sorprendidos por tanta importancia que se le da a esta exploración – Boutique trató de no pasarse de la raya; Apotheke lo miró sorprendido, como un gordo que acaba de ver un alfajor.
–Caramba, amigo, por las inquietudes que me manifiesta está claro que no sabe por qué estamos aquí…– sentenció el general. Boutique y Bôite se miraron y se encogieron de hombros.
–No, mi general, no tenemos idea de qué estamos buscando…– dijo Bôite, inquieto. Apotheke seguía sorprendiéndose; no lo podía creer.
–Muchachos… ¡No me van a decir que no pasaron la ineludible sesión de historia terrestre! – los increpó Apotheke. Boutique y Bôite apoyaron sus espaldas en los asientos, temerosos, con sus gorras aferradas en sus regazos.
–No, mi general, no teníamos idea de tales sesiones…– aseguró Bôite. Boutique negó con la cabeza, apoyando a su amigo con el ojo muy abierto.
Apotheke se levantó de su sillón y caminó hacia sus entrevistados, acomodando su gordo culo en el escritorio.
–No lo puedo creer, lisa y llanamente, no lo puedo creer…– comenzó cruzándose de brazos mientras se rascaba la muñeca, pensativo, con el dedo índice que le salía del pecho –. Mañana mismo, sin falta, van a tomar clases resumidas de historia terrestre con el gran maestro Vitraux – continuó, mirando para arriba como quien piensa o divaga algo, acariciándose la barbilla con los dedos de su mano derecha.
–Mi general, disculpe la intromisión, pero ¿no debemos continuar con la exploración? – preguntó Boutique, desconcertado.
–¡Por supuesto! – exclamó alarmado Apotheke –. Ustedes liderarán la nueva exploración – les dijo señalándolos con autoridad.
–Pero entonces no veo cómo podremos tomar esos cursos aquí en la base y a la vez explorar el planeta, va a ser muy difícil, estando una semana en tierra y un solo día aquí…– opinó Boutique. Bôite no entendía nada y miraba a uno y a otro espantado.
–Nada de aquí. Ustedes continuarán con las exploraciones pertinentes y el gran maestro los acompañará, de esta manera en sus ratos libres estudiarán historia terrestre sin tener que ausentarse de sus importantes labores – concluyó Apotheke. Bôite y Boutique hicieron grandes esfuerzos por no demostrar el rompedero de pelotas que les ocasionaba lo que les estaba ofreciendo pero no lo lograron –. ¡Qué! ¡No me vengan con paparruchadas! Ustedes son los líderes de la expedición y no pueden siquiera suponer que continuarán al mando sin esas clases, y yo no me puedo permitir que asuman esa responsabilidad en estas condiciones – Apotheke se levantó del escritorio como invitando a sus subordinados a ponerse de pie y ambos se levantaron enérgicos.
–Mi general, lo que usted proponga estará bien para nosotros – dijo Boutique. Bôite asintió con la cabeza.
–Ahora vayan a descansar, mañana tendrán un día bravo – los despidió Apotheke estrechando sus manos. Bôite y Boutique le hicieron una reverencia respetuosa y se marcharon del despacho caminando hacia atrás con la mirada enjuta en el suelo.
Apotheke los miró fijo mientras se iban con una sonrisa alentadora. Estaba muy eufórico con sus capitanes estrella, aunque seguía sin entender cómo habían llegado al puesto de explorador sin haber hecho el curso obligatorio. Dio media vuelta, agarró su chaqueta y se fue a ver a Vitraux para darle la buena nueva y, sobre todo, para pedirle explicaciones.
El gran maestro dormía una siesta en su sillón preferido cuando golpearon la puerta de su camarote enérgicamente, haciéndolo saltar atemorizado.
–¿Qué pasa? – preguntó, con el ojo rojo de sueño.
–Nada, te vengo a visitar, ¿no puedo? – se quejó Apotheke abriendo un poco la puerta y metiendo media cara dentro del camarote.
–Sí, gordo, pasá, ¿cómo no vas a poder? Estaba durmiendo una siesta, pasá, ¿qué tomás? – lo invitó Vitraux. Apotheke era como un sobrino para él.
–Nada, te vine a ver porque tengo un trabajito para vos… Un trabajito y una pregunta...– Apotheke enfatizó esa última palabra y Vitraux se dio cuenta de que había algún problema, pero se hizo el pelotudo.
–Preguntá nomás, soy todo oídos – le dijo acomodándose la bata y sentándose nuevamente en su confortable sillón.
–Descubrimos Argentina – comenzó Apotheke y Vitraux se quiso poner de pie, asombrado, pero el gordo le hizo un ademán para que no se levantara y lo dejara continuar –, descubrimos Argentina, un explorador encontró una tabla de asado, ya la vi, te doy la confirmación. Estamos en Santa Rosa de La Pampa, en un camping que había cerca de una laguna, Santo Tomás se llamaba la laguna, creo – continuó Apotheke. Vitraux volvió a acomodarse en su sillón y escuchaba atento.
–Pero, ¿están seguros? – preguntó el viejo, sabía que había preguntado una idiotez, y Apotheke lo miró como quien se aguanta.
–Seguros – dijo –. Pero tenemos un problema: los exploradores que encontraron la pieza son los capitanes Boutique y Bôite, que aparentemente nunca hicieron el curso de historia terrestre. ¿Me podés explicar cómo pasó semejante cosa? – lo interrogó Apotheke y Vitraux empezó a evadirle la mirada, como restándole importancia al asunto; pero el general se la mantuvo en una mueca fija, exigiendo una explicación.
–No sé, gordo… ¿Te pensás que yo me acuerdo de todos los chicos que pasan por mi clase? No me jodas. Deciles que vengan mañana a verme. No hay problema.Yo les hago un lugarcito por la tarde, ¿tipo siete te parece bien? – le dijo consultando un reloj que había en la pared. Apotheke lo miró y le regaló una sonrisa enternecedora, se acercó a su viejo amigo y le puso una mano en la rodilla.
–Mañana vas a darles clases exhaustivas en la nave exploradora. Te vas con ellos tempranito y volvés sólo una vez por semana para retornar a la siguiente – Vitraux se enojó – Ya sabés como son las cosas, no me hagas explicarte todo de vuelta – le imploró. Vitraux miró para un costado como una vieja ofendida. Apotheke se levantó y enfiló para la puerta, se dio vuelta y le dijo – Cuento con vos – señalándolo, pero Vitraux no lo miró. El general, con un gesto sobrador, le guiñó el ojo y se perdió por los pasillos de la nave. El viejo se quedó mirando el reloj en la pared de su camarote, refunfuñando; lo que menos quería era viajar al planeta. Ya no estaba para esos trotes.