lunes, 18 de marzo de 2013

Capítulo XXXV




Los dos días de recreo se transformaron en una semana entera. Bôite y compañía no volvían de sus masajes, los exploradores no mostraban interés en continuar con el trabajo, Boutique se probaba todos los calzados que podía sin decidirse por ninguno pero enamorándose de todos y Vitraux y Apotheke no volvían de la base. Y los días pasaban sin ningún avance.
Decidió ir a buscar él mismo la lista, e incluso recuperar al maestro, que no daba señales de vida. Dejó a sus exploradores continuar en recreo y subió a su nave, aprovechando su regreso para recostarse en la vaina mientras contemplaba sus espléndidos calzados nuevos, de color blanco brillante con un tilde rojo en sus costados y una burbuja muy atinada en la suela, justo en el lugar donde el talón soportaba el peso del cuerpo. Boutique no podía creer lo cómodos que eran esos zapatos, le daba bronca estar acostado.
La nave 02 – CB= posó sus patas en la base y Boutique bajó saludando a los mecánicos que se acercaban con diversas mangueras para el service. Se acomodó la gorra y enfiló hacia el corredor en busca de su camarote. Los compañeros que lo veían pasar señalaban sorprendidos su calzado, aprobándolos con gestos de asentimiento. Boutique parecía caminar en el aire, incluso se sentía mucho más alto. Entró en su camarote y se dio un baño, debía aprovechar esos momentos en la base ya que el baño de la tienda en tierra firme no tenía la presión de agua adecuada. Se secó, se puso un morlaco nuevo que tenía en el perchero y se volvió a poner ese calzado terrícola. Seguía sorprendiéndose. Sentía los pies protegidos dentro de sus nuevos aparatos para caminar, se paró y se miró al espejo. Sin dudas estaba más alto. Agarró su gorra y partió rumbo a la oficina del general.
Crayón lo recibió muy simpática, como siempre, haciéndolo pasar con una reverencia educada. Boutique entró, regalándole una sonrisa, observándola. Ahora que sabía que el general le entraba debía verla con más detalle. Y Crayón se daba cuenta que la estaba relojeándo así que movía el culo con frenesí, caminando delante de él.
–¿Cómo le va, coronel? – lo saludó Apotheke, levantándose para recibirlo.
–Bien – dijo Boutique, extendiéndole la mano –. Sorprendido.
–¿Y cuál es el motivo de su sorpresa? – le preguntó el general manteniéndole el saludo, con cara de incógnita.
–Hace una semana que se fueron. No me dijeron más nada…– dijo Boutique, escéptico.
–Tranquilo, coronel, ¿cuál es el apuro? – lo calmó Apotheke –. ¿Por qué no disfruta el momento? ¿Qué hizo esta semana? ¿Recorrió la zona? ¿Anduvo investigando? – le preguntó Apotheke, animado.
–Sí, a decir verdad, en nuestro primer paseo quedé sorprendido con los calzados deportivos de los humanos – comenzó Boutique –. Ni bien se vinieron el maestro y usted a la base aproveché para ingresar en alguna tienda grande de deportes. Fue difícil encontrar lo que buscaba, ya que en el salón de venta no quedaba nada; había sido saqueado. Pero luego descubrí una puerta que decía “Depósito”, y dentro me encontré con decenas de estanterías en donde estaban estibadas cajas y cajas de estos magníficos calzados – dijo levantando una pata para que el general pueda observar su elección. Apotheke se estiró desde atrás del escritorio y, asintiendo con la cabeza impresionado, los aprobó.
–Se los ve cómodos…– supuso.
–Muy cómodos, general, usted no se imagina – le confió Boutique –. Iba a traerle un par para que los pruebe, pero no sabía su talle – se disculpó.
–Treinta y cuatro – enunció, escueto. Boutique levantó su ceja, descreído –. Es que tengo pie chico – se atajó, advirtiendo la cara del coronel.
–Bueno, puedo traerle un par en la próxima visita – le ofreció.
–No, amigo, no se moleste, iremos juntos y me los probaré yo mismo – desestimó –. Ahora que ya sabemos dónde está el depósito será más fácil encontrar un par de mi talle. ¿Usted me acompañará?
–Por supuesto – dijo Boutique, halagado –. Será un placer.
–Bien, bien…– dijo el general, pensativo.
Boutique se levantó, estrechó la mano del general y partió rumbo al camarote de Vitraux. En el camino se topó con el bar y entró a tomar algo, aún no había desayunado. Preguntó por Bôite y Beckenbauer pero nadie los había visto. Desayunó rápido y salió a buscar al maestro, no tenía tanto tiempo. En el corredor vio a Brunette que pasaba un lampazo con desgano por el piso de color amarillo fuerte. Brunette lo miró con odio pero Boutique le advirtió señalándolo con el dedo para que se calle y siga trabajando. Siguió caminando por el corredor y dobló a la derecha, la puerta del camarote de Vitraux estaba justo detrás de la curva. Sobre el final se veía a lo lejos el cartel del gimnasio. Boutique lo miró con nostalgia y golpeó la puerta de Vitraux.
–¿Quién es? – preguntó el maestro desde adentro.
–Soy yo – dijo Boutique, acercándose a la puerta. Vitraux le abrió y sin saludarlo se volvió hacia dentro, dándole la espalda. Boutique entró y cerró la puerta.
–¿Qué viene a buscar? – le preguntó mientras revolvía algo en una taza sobre la pequeña mesada de su cocina.
–A usted, debemos partir – dijo Boutique mirando su reloj –, en dos horas aproximadamente – Vitraux se dio vuelta, exaltado.
–¿Dos horas? – exclamó. Boutique asintió con la cabeza – Pero, ¿por qué no avisan? – bramó, volviendo a revolver aquello, pero con más énfasis.
–Hace una semana que se vino, maestro – dijo Boutique haciendo un gesto con las manos como quien acaba de ver una injusticia –. Debemos terminar la exploración. Yo me quiero ir a casa. ¿Usted no? – le preguntó como quien trata de convencer a un chico. Vitraux volvió a mirarlo con recelo.
–Bueno, está bien. Tiene razón – aceptó el maestro –. Alcánceme la valija y póngala sobre la cama, por favor, mientras me tomo un té. ¿Usted me prepararía el equipaje? – Boutique lo miró con cansancio, pero el maestro no lo advirtió. Ya se había dado vuelta para seguir revolviendo ese estúpido té.
–Sí, maestro. Cómo no…– dijo acatando su orden con desgano.
Boutique revoleó la valija en la cama, abrió el placard y sacó las tres pavadas que Vitraux usaba en la tienda: tres batas, tres pares de sandalias, el quevedo, un par de morlacos bastante raídos y el ordenador. Vitraux lo miró desde la cocina y le señaló arriba del escritorio. Boutique vio una carpetita fina, de color verde, con un elástico que la mantenía cerrada.
–¿Y eso qué es? – preguntó señalándolo.
–La lista – dijo Vitraux, apoyándose contra la mesada mientras sorbía el té de milonga con una mano encajada en la axila para mantener el brazo que sostenía la taza un poco separado del cuerpo.
–¿La lista? – preguntó Boutique acercándose con cuidado a tomarla como quien tiene que agarrar por la cola a un peligroso animal salvaje que está durmiendo una siesta.
–La lista – confirmó Vitraux –. ¡Pero no vaya a abrir esa carpeta! – le advirtió, asustándolo. Boutique retrocedió, como si aquel animal salvaje se hubiera despertado y estuviera acechándolo con ira. Y Vitraux se tiró para atrás, con una estruendosa carcajada – ¡Ábrala, ábrala! ¿Por qué no iba a poder abrirla? ¡Lo estaba cachando!
–¡Qué sé yo! – exclamó Boutique, un poco ofendido. Vitraux se tomó el resto de la taza de un sorbo y se acercó al coronel, invitándolo a sentarse para verla juntos.
Boutique imaginaba que sería un listado enorme de cosas, comprendido por varias hojas aunque, de por sí y antes de abrirla, la carpeta era muy fina; no debía tener muchas hojas dentro. Cuando finalmente la abrió no lo podía creer: era una sola carilla. Tomó la hoja de un vértice y la acercó a su cara con ambas manos, la dio vuelta y miró incrédulo al maestro.
–¿Esto es todo? – preguntó, desesperanzado.
–Eso es todo – le confirmó Vitraux.
–¿Tan poco? – insistió Boutique, descreído.
–Es el listado hecho en casa, coronel – se disculpó Vitraux –. Seguramente en la experiencia de la exploración encontraremos más cosas para llevarnos. Como calzado deportivo, por ejemplo, que no figura en la lista – dijo el maestro, señalándole los pies con aprobación a su alumno.
Boutique leía la lista con lentitud y cada renglón hacía que su cara tomara expresiones completamente distintas unas de otras. De sorpresa, de enojo, de pasmo, de incomprensión, de desinformación; al fin y al cabo luego de tanto esperar, de tanto misterio, tenía el listado en la mano. Había esperado mucho este momento y había imaginado cuáles serían las cosas que debía llevarse a Marte, pero muy pocas cosas de las que imaginó estaban incluidas en el papel. Es más, la gran mayoría de los objetos ni siquiera los conocía.
La lista, muy limitada, decía:

MÚSICA

- Discografía completa de “The Beatles”
- Discografía completa de “Pink Floyd”
- Atahualpa Yupanqui / Música argentina variada.

LITERATURA

- Libros sobre la vida de Che Guevara.
- “El libro de Doña Petrona” de Petrona C. de Gandulfo.

FILMS – ENTRETENIMIENTO VISUAL
- “El padrino I, II y III” de Francis Ford Cóppola. “Apocalypse now” del mismo autor.
- Quentin Tarantino, filmografía completa.
- Stanley Kubrik, filmografía completa.
- Martin Scorsesse, filmografía completa.

ACCESORIOS PARA LA VIDA COTIDIANA

- Paraguas, según foto.
- Botas de lluvia, según foto.
- Alicate Victorinox (el más completo), según foto.
- Minipool – entretenimiento, según foto.
- Lápiz – Goma de borrar, según foto.
- Colador de alimentos hervidos, según foto.
- Vaqueros – Jeans, según foto.
- Perfumes, según foto.
- Champú anti caspa, según foto.
- Crema de enjuague, según foto.

TECNOLOGÍA DE EXPLOSIÓN

- Automóvil “Torino 380 W”, según foto.
- Automóvil “Dodge Polara GTX”, según foto.
- Un bidón de nafta súper de 20 litros (combustible para automóviles).

INSTRUMENTOS MUSICALES

- Compactera “Technics SL-PG340” para reproducir música humana, según foto.
- Guitarra Fender “Stratocaster”, según foto.
- Guitarra Gibson “Les Paul”, según foto.

ALIMENTOS

- Café en bolsa hermética, cerrado al vacío.
- “Amarettis”, pequeñas masitas circulares, en bolsa hermética.
- Alfajores, cualquier marca.
- Dulce de leche, en frasco de vidrio, varias marcas, para su posterior degustación.
- Caramelos “Media hora”, según foto.

Boutique miró a Vitraux que leía junto a él con el cuerpo apoyado en su costado y volvió a mirar la lista.
–¿Para qué sirve esto? – preguntó señalando el dibujo al lado del ítem que anunciaba “paraguas”.
–Es para no mojarse cuando llueve – le explicó Vitraux, animado –. Vea, coronel, aparentemente, este inteligente aparato venía todo plegado, se hacía chiquito, chiquito y se metía en una bolsa con forma de tubo – comenzó Vitraux, haciendo ademanes con las manos ejemplificando la pieza de manera imaginaria, como si la tuviera en la mano –. Entonces usted, antes de salir de su casa, se fijaba por la ventana cómo estaba el clima, si iba a llover o no – continuó el maestro con gran emoción –. Si veía que iba a llover, agarraba el aparatito este y lo llevaba colgando de la muñeca por si acaso… ¿Ve que tiene un pequeño lazo en el mango? – Boutique asintió con la cabeza mientras observaba con atención la foto en el listado –. Bien, entonces lo llevaba colgando de la muñeca y, si se largaba a llover, en el mango había un botón plateado, cuadriforme, que usted lo apretaba y se desplegaba esta protección de tela impermeable para que el agua no lo moje. ¡Era fantástico! – dijo eufórico. Boutique se quedó asintiendo con la cabeza como quien acaba de entender una complicada ecuación matemática.
–¿Y este calzado tan alto? – señaló Boutique.
–Botas de lluvia – dijo Vitraux con aires de experto –. Al igual que el paraguas estas botas, de un material blando e impermeable, impedían que los humanos se mojen los pies – remarcó –. ¡Incluso con el agua hasta las pantorrillas no se mojaban! – exclamó Vitraux entusiasmado.
–Increíble…– dijo Boutique desconfiado. Debía ver aquello para creerlo. Luego continuó leyendo más abajo –. ¿Y esta pinza colorada? – preguntó señalando el dibujo siguiente, embelesado.
–La Victorinox – señaló el viejo –, la mejor herramienta fabricada por el humano – apostó –. Hay varios modelos. Deben tratar de conseguir el más completo. Tiene estilete, destornillador, saca-corchos, regla, pinzas, lima, sierra… ¡hasta una lupa trae! – se alegró el gran maestro. Boutique lo miró descreído –. ¡En serio! – recalcó –. ¡Trae todo eso!
–Perdóneme, maestro, pero yo no buscaría sólo la más completa, traería todos los modelos, así los copiamos – aportó Boutique. Vitraux asintió con la cabeza como quien está de acuerdo con algo no previsto.
–Puede ser, puede ser. Anótelo si quiere.
–¿Y esto otro? ¿Qué es?
–Ah, eso es para mí – dijo Vitraux, un poco ruborizado –. Es un mini-pool, un juego de escritorio. Tiene unas pelotitas pequeñas y dos palitos; entonces usted debe tratar de introducir las pelotitas con la punta del palito en las esquinas de esta bandeja verde. Parece muy entretenido…
–¿Pero qué ventaja obtenemos de esta recolección? – preguntó Boutique sin entender qué avances tecnológicos aportaría ese mini-pool a su planeta.
–Nada, ya le dije que es para mí. Si quiere no lo traiga – se ofendió Vitraux.
–No se preocupe, maestro, yo personalmente se lo voy a ubicar – lo calmó y siguió leyendo la lista –. ¿Y esto? – le preguntó señalando el lápiz –. Nosotros tenemos lapicero – advirtió.
–Es un lápiz, no un lapicero – lo corrigió –. No funciona con tinta. Es un palito de madera que tiene dentro otro palito mucho más fino de un material parecido al carbón que ustedes recolectaron de aquel camping en Santa Rosa – le recordó Vitraux. Boutique miró un instante hacia una pared del camarote, buscando en su memoria, y lo recordó –. Bueno, este palito tiene dentro eso negro, ¿ve? – Vitraux le señalaba en la foto el núcleo del lápiz. Boutique entrecerró el ojo como quien trata de enfocar una pequeñez.
–Lo veo…
–No entendemos cómo hacían para meter ese cilindro tan fino y delicado de carbón dentro del palo de madera – explicó Vitraux.
–¿Y para qué querríamos tener lápiz teniendo lapicero? – le preguntó Boutique, confundido.
–Por la goma – advirtió Vitraux, señalando el dibujo que había al lado del lápiz –. Parece que con este artilugio usted podía cometer errores de escritura y después le pasaba el cosito este y se borraba fácilmente lo que había escrito.
–Esto es muy inteligente, maestro – dijo Boutique señalando el colador de alimentos, pasando al siguiente ítem.
–Sí, parece incluso que no se cayeran por las rendijas los alimentos ¿Cómo habrán hecho rendijas tan diminutas? – se preguntó.
–¿Y los vaqueros para qué los quieren?
–Por la tela, que se llama jean. Parece irrompible. Quizás podamos fabricarla y hacer morlacos más resistentes – apuntó Vitraux.
–¿Y los perfumes? – preguntó Boutique – ¿Para qué los llevamos?
–Para nuestras marcianas, para llevarles algo de regalo – dijo Vitraux. Boutique asintió con la cabeza.
–¿Champú anti caspa? ¿Crema de enjuague?
–Eso es perfecto – exclamó el viejo, absorto –. ¡Noventa y cuatro años hace que tengo caspa! ¡Desde que tengo pelo en la cabeza que sufro ese flagelo! – reconoció Vitraux, avergonzado y un poco colérico –. ¿Sabe lo que debe ser rascarse el bocho y que no caiga ese polvo desagradable en los hombros? – le preguntó el maestro, ilusionado. Boutique se encogió de hombros, escéptico; nunca había tenido caspa.
–¿Y el Torino? ¿El Dodge? ¿De dónde los saco? – preguntó ofuscado Boutique.
–Son automóviles terrestres, difíciles de encontrar ya que son antiguos – le aclaró –. Y no debe olvidar el bidón de veinte litros de nafta, de lo contrario no los podremos hacer funcionar – lo alertó Vitraux sobre la importancia de esto último.
–¿Y usted realmente cree que estos automóviles se pondrán en marcha luego de cien años de abandono? – descreyó Boutique juntando los dedos de su mano derecha, con las yemas hacia arriba y apuntadas hacia su gesto arrugado.
–Por eso le pedimos esos modelos puntuales. Sabemos que son los únicos con la capacidad de haber soportado el paso del tiempo – reconoció Vitraux –. Si no le pediríamos cualquier basura brasileña de las que están pobladas las ciudades argentinas, pero esos seguro que no funcionan. Aparte los queremos llevar para investigación, queremos diseñar un automóvil personal distinto, con onda humana – reveló el maestro – ¡Qué mejor que un Torino o un Polara! – exclamó alegre.
–Bien, de acuerdo. Sigamos – dijo Boutique volviendo el ojo a la lista y cruzándose de piernas.
–¿Una compactera? ¿Qué es eso?
–Es para pasar cedés, que son esos platitos plateados que le mostré, los cedés con melodías adentro. Sin ese reproductor no conseguiremos estudiar la música humana – advirtió Vitraux – y ese modelo es el mejor. Los demás saltan o no leen bien los platitos. Debe intentar conseguir esa marca.
–¿Y las guitarras? No vi ninguna tienda de instrumentos musicales en el paseo…
–Quédese tranquilo, coronel, que todavía falta descubrir varias cuadras. El paseo peatonal contiene tiendas en las calles que lo atraviesan. El centro es más grande que la calle Córdoba – lo informó Vitraux –. Ya va a encontrar alguna tienda de ésas – Boutique volvió la vista al listado y siguió repasándolo.
–Nosotros tenemos café – le dijo señalando un ítem para él innecesario.
–Queremos compararlo.
–¿Amarettis?
–Son para mí – reconoció Vitraux, ruborizado, con el ojo hacia abajo. Boutique lo miró un instante pero esta vez no le dijo nada, y continuó leyendo.
–Y me quedan tres: alfajores, dulce de leche y caramelos “media hora” – dijo cerrando la carpeta en su regazo y mirando a Vitraux en busca de explicación en detalle.
–Los alfajores y el dulce de leche los pidió Apotheke. Aparentemente los conoce o le llegó el rumor que son deliciosos.
–¿No comió bastante ya? Me parece que se descompone con la ingesta desesperada de alimento perecido hace al menos un siglo – alertó Boutique – no entiendo cómo se anima a engullir esas cosas como si fueran frescas.
–No es para eso. Es para su estudio, para fabricarlos en casa…– se atajó Vitraux – Y los caramelos “media hora” son para el gran sabio – reconoció Vitraux, inclinando su cabeza hacia abajo con respeto, como si el gran sabio estuviera ahí con ellos. Boutique enarcó su ceja bien alto.
–¿Para Fangote? – preguntó alelado. Vitraux asintió con la cabeza sin mirarlo.
El viejo se levantó ayudándose apoyado con su mano en la rodilla del coronel, tomó su valija y se acercó a la puerta como quien quiere irse. Boutique se quedó un rato vencido en el sofá. Estaba desilusionado. Suponía que el listado iba a requerir otras cosas, aunque no sabía cuáles. Pero confiaba en la pericia del maestro, y si Fangote sólo había agregado una cosa significaba que el resto estaba aprobado. No lo entendía. Y ahora estaba más ansioso que nunca.

viernes, 15 de marzo de 2013

Capítulo XXXIV




Al llegar a la tienda, Apotheke se desplomó en el catre del coronel, cayendo derribado como si le hubieran dado un mazazo en la nuca. Boutique se acercó y quiso asistirlo, pero el viejo lo tomó del brazo dándole a entender que el general se recuperaría solo. Y se sentaron a dialogar.
–¡Qué cómodos parecían algunos calzados! – dijo Boutique mientras buscaba unos berretines con queso para acompañar la charla a modo de picada.
–Los que estaban en aquella tienda…– dijo el viejo, pensativo –. Sport algo – afirmó sin recordar bien el nombre.
–Sí, muy tentadores; incluso me pareció ver que algunos modelos tenían como una burbuja de aire en la suela, y otros tenían como unos resortes de goma…– dijo mirando el horizonte, completamente enamorado de aquellos calzados “Sport-algo”. Vitraux asintió con la cabeza mientras se zampaba un berretín en la boca.
–Era la vestimenta que utilizaban para hacer deportes.
–¿Sólo para deportes? ¿Y para trabajar que usaban? – se ilusionó Boutique –. Debían ser prendas muy superiores.
–Depende de la labor, pero no usaban esa ropa para trabajar.
–¿Y hacían mucho deporte?
–No, casi nada – desestimó el maestro.
–Entonces usarían muy poco esas prendas…
–Sí… Los domingos – calculó Vitraux –. La mayor parte del día utilizaban esos calzados de cuero apretado y duro que vimos en algunos escaparates – Boutique hizo cara de dolor y se tomó el tobillo. Y Vitraux asintió con la cabeza.
–¿Usted me dice que durante la semana andaban todo el día con esos zapatos de cuero puntiagudos?
–Exacto, coronel, con esos zapatos puntiagudos y con esas prendas que vimos con corbata – describió Vitraux haciendo morisquetas en su pecho con ambas manos, dibujando una corbata imaginaria.
–¿Ese trapito que ahorcaba a los modelos de yeso de los escaparates se llama corbata?
–Corbata. 
–¿Y para qué servía?
–Nadie lo sabe, pero los humanos se ponían estas corbatas anudadas al cuello para darse importancia. Los humanos jerárquicos debían andar en corbata – dijo Vitraux mostrándole algunas fotos de humanos con corbata en su banco de imágenes. Boutique cazó un berretín y se acercó a observar.
–¿Sólo los humanos importantes podían vestirla? – dijo pasando las fotos con el dedo.
–No, todo aquel que quisiera, pero había humanos que no querían vestirla aunque debían hacerlo, ya que se lo imponían en su lugar de trabajo.
–¿Debían usar corbata? – preguntó indignado.
–Claro.
–¿Por obligación?
–Por obligación – afirmó Vitraux –. Corbata, saco, camisa abotonada hasta el cuello, cinturón.
–¿Cinturón?
–Sí, una lonja de cuero que debían pasar por unos ojales que tenían los pantalones y luego anudarla ceñida para que el pantalón no se caiga.
–Qué manera más incómoda de trabajar…– sentenció Boutique, anonadado.
–Muy incómoda, por cierto – confirmó Vitraux –. Pero esos eran los trabajadores de oficina, de bancos. Los demás no usaban corbata, se vestían como querían. Aunque para trabajar utilizaban ropa de mala calidad, que era más barata que la ropa cómoda, así que tampoco estaban a gusto.
–Y para colmo había para elegir tantos modelos…– dijo Boutique, perplejo. Nunca había contemplado tanta cantidad de opciones para vestirse.
–Sí, pero esa cantidad de modelos y tipos de ropa existía por culpa del capitalismo y de la oferta y la demanda – le aclaró –. No se olvide, coronel, que estos humanos estaban entrenados para consumir cuanta cosa salga al mercado, entonces con las modas los mantenían consumiendo sin cesar.
–¿Las modas?
–Claro, había unos humanos que se autoproclamaban diseñadores – comenzó a explicarle Vitraux mientras se cruzaba de patas y se manducaba otro berretín –. Estos diseñadores vivían en Francia o en Italia y, desde allá, cada año dibujaban los nuevos modelos y así determinaban cuál sería la nueva prenda a vestir, que siempre debía ser muy distinta a la que se había estado utilizando el año anterior – continuó –. Enviaban los modelos al taller de costura, organizaban unos espectáculos con un camino sobreelevado al medio, partiendo al público a la mitad.
–¿Los mataban? – interrumpió Boutique con una mano en el pecho, horrorizado.
–No, partían el predio a la mitad y ponían asientos a cada lado ¡Cómo van a matarlos! ¡No sea salame, coronel! – lo retó –. Entonces las humanas iban a presenciar estos desfiles, que así se llamaban; y los diseñadores les ponían sus vestidos a las humanas más bellas del mundo para que mostraran sus creaciones. Las humanas comunes y corrientes, estafadas y engañadas por la belleza de las que presentaban las nuevas prendas, salían del desfile rumbo a sus hogares para al día siguiente ir de inmediato a comprar los nuevos diseños, desechando los anteriores.
–¿Pero por qué usted las señala como estafadas?
–Porque eran vilmente engañadas, porque aquellas creaciones, como les gustaba decir a los diseñadores, quedaban bien sólo en los cuerpos de las humanas que los presentaban en los desfiles – le explicó –. Como en nuestro caso, coronel, los humanos no eran todos iguales: había altos, petisos, gordos, flacos, retacones, de patas gordas, de patas flacas, con panza, jorobados, chuecos, en fin…– detalló el viejo –. Y los diseñadores, al dibujar las nuevas prendas, sólo las imaginaban en los cuerpos de las humanas que trabajaban para ellos, que eran muy bellas y debían medir una altura determinada y pesar una cierta cantidad de kilos como requisito fundamental para trabajar en la moda, porque era ahí donde el diseño se mostraba espléndido, para luego ser utilizado por humanas no tan bellas, o no tan altas, o medio gordas… Ahora eso sí, humanas con plata, que era lo único que importaba.
–¿Pesar una determinada cantidad de kilos?
–Exacto. Si una humana quería dedicar su vida al modelaje, debía previamente entrenarse para tal labor, haciendo todo tipo de desgastantes dietas para no permitir que su cuerpo supere los cuarenta y ocho kilos de peso. Debían ser muy flacas – le dijo Vitraux mientras buscaba fotos de modelos –. Muy flacas y muy altas – Boutique las observó con una mezcla de asco y asombro.
–Pero esas humanas escuálidas no eran ejemplo de las verdaderas. He visto varias fotos, maestro, y las mujeres no eran así.
–Precisamente.
–¿Y cómo pretendían que les quedaran bien esas prendas si estaban diseñadas para estas mujeres tan distintas? – se indignó Boutique.
–No se daban cuenta, coronel, iban y compraban. Todo el tiempo – le aseguró Vitraux –. Y con el pasar de los días notaban que no estaban tan a gusto como esperaban con la compra y salían a buscar otra prenda, también diseñada para mujeres irreales, y seguían comprando. Como en un círculo vicioso.
–Hubiera sido mucho más fácil vestir como nosotros…– se lamentó Boutique.
–Y verse todos como mecánicos – señaló Vitraux. Boutique no lo entendió.
–¿Por qué como mecánicos? – le preguntó. El viejo buscó en su banco de imágenes y se lo extendió al coronel para que lo viera con su propio ojo. Boutique tomó el ordenador y se quedó alelado: la foto mostraba a un humano vestido exactamente igual que ellos; el coronel miró al maestro, boquiabierto, no lo podía creer – ¡Usaban morlacos! – exclamó.
–Mamelucos le decían ellos – lo corrigió Vitraux.
–¡Pero son iguales a nuestros morlacos! – se alegró Boutique.
–Exacto. Nosotros utilizamos esta prenda. Tengamos la labor que sea, sólo cambia el color – dijo Vitraux –. Los humanos no, vestían de cientos de maneras distintas. Y las marcas de ropa los guiaban por el sendero del consumismo como se les ocurría, manejándolos como títeres, sobre todo por esas marcas de ropa deportiva que tanto le atrajeron – continuó el maestro –. El humano pagaba fortunas por una prenda que dijera bien grande la marca del producto en el pecho, y así le hacía propaganda gratis, mientras que la misma prenda, sin la marca enorme en el pecho costaba mucho menos dinero.
–No entiendo.
–Vea, coronel, sigamos con la ropa deportiva, que es el mejor ejemplo – comenzó Vitraux cambiando la pierna cruzada y mirando el plato de berretines vacíos. Boutique se levantó por más –. Supongamos que hay una marca de ropa deportiva de muy buena calidad y muy pero muy costosa, pongámosle de nombre Mike – Boutique volvió con los berretines, los apoyó en la mesa cerca del maestro y se sentó a escucharlo, atento –. Mike fabrica a nivel mundial cientos de miles de calzados, pantalones, medias, remeras y abrigos. Es una empresa multinacional muy poderosa.
–¿Qué significa multinacional? – preguntó Boutique.
–Que tiene sedes en todo el mundo, fábricas por todos lados – explicó –. Mike debe automatizar la fabricación de sus sus productos para poder elaborar la cantidad que la humanidad demanda. Imagínese que todos quieran un modelo de calzado porque es muy bueno y muy cómodo – ilustró el maestro –. Mike debía tener miles de humanos trabajando en sus fábricas para poder vender todos los productos que el mercado reclamaba – Boutique se cruzó de piernas y apoyó su codo en la rodilla mirando al maestro con gran interés –. Entonces, como era imposible fabricar tan rápido tanta cantidad de calzados, debían tener fábricas en todas partes del mundo.
–Deberían trabajar muchos humanos en esas multinacionales…
–Muchísimos, usted no se imagina, y entonces no era negocio.
–¿Perdían dinero?
–No… ¡Qué van a perder! – se ofuscó Vitraux –. No ganaban lo que pretendían, ganar ganaban siempre, sólo que querían ganar mucho más. Entonces a cambio de instalarse en países pobres en donde los humanos no tenían de qué trabajar, estas multinacionales ponían como condición que no se les cobren impuestos, que les permitan pagar lo que ellos dispongan a sus empleados, y que puedan manejar a estos como ellos quisieran.
–¿En serio?
–Claro. Entonces se instalaban en algún país muy pobre, pongamos como ejemplo India, solicitaban trabajadores con oficio de costureros y los hacían trabajar veinte horas por día dándoles sólo cinco minutos para ir al baño y treinta minutos para comer. Y los hacían dormir en lo que ellos denominaban “camas calientes”.
–¿Cómo es eso?
– “Camas calientes” se les decía a los pequeños hogares en donde los hacinaban. Metían a dos humanos a vivir juntos con una sola cama. Al trabajar en turnos distintos, siempre encontraban la cama vacía y caliente porque cuando uno llegaba para descansar, el otro recién se iba.
–Como nosotros – dijo Boutique con la mirada perdida, haciendo indignar bastante al viejo.
–¡No sea pavote, coronel! – lo retó Vitraux –. ¡Nosotros tenemos una meta que cumplir por amor a nuestro planeta! ¡Todos los exploradores tienen vainas de descanso individuales y, en el caso de que se necesite, pueden dormir juntos, y en el caso que necesiten, pueden irse a la base, y si por algún motivo algún explorador se cansa del trabajo, pide cambio y se vuelve a la base a hacer otras tareas! – Vitraux levantó el tono de voz, iracundo –. Los humanos no se podían quejar de nada. Debían trabajar de manera expeditiva, como máquinas, con un compañero al lado al que no podían dirigirle la palabra en toda la jornada de trabajo si no querían sufrir una reprimenda. Ganaban muy poco dinero, que no les servía para nada porque no tenían tiempo de utilizarlo al vivir esclavizados por el trabajo. Entonces mandaban el sueldo a sus familiares, a los que no veían nunca… ¡Sólo quince días por año les permitían volver a sus hogares!
–Pero, maestro, los humanos que consumían estos productos, ¿sabían de las condiciones laborales desastrosas de esos pobres obreros?
–Por supuesto, y no sólo no les importaba sino que consumían el producto sin culpa, pagando por un calzado entre veinte y treinta veces lo que les costaba a las multinacionales fabricarlo.
–¿Tanto?
–Tanto. Fíjese mañana cuando vaya a aquella tienda, los precios que figuran en los cartelitos de las cajas. Va a ver que los importes de esos calzados rondan los quinientos dineros, cuando fabricarlos le costaba a la multinacional, entre materia prima y sueldo de los operarios, alrededor de veinticinco a treinta dineros.
–Qué barbaridad…
–Y los humanos sabían esto. Sabían el verdadero valor de lo que se estaban comprando, pero lo consumían igual.
–Pero, ¿¡cómo puede ser!?
–Qué sé yo…– dijo Vitraux.
Ambos se quedaron mirando el plato vacío de berretines con una mueca de indignación en la cara. Apotheke se despertó y se sentó en el catre tomándose la frente con una mano, mostrando que seguía descompuesto. Boutique le preguntó si se sentía bien y el general hizo un ademán tranquilizador con su mano sin mirarlo, como con vergüenza, se levantó tambaleante, dando manotazos en el aire intentando pescar algún objeto para agarrarse y enfiló para el baño.
Vitraux se levantó y comenzó a prepararse para volver a la base en busca de la lista. Boutique hizo sonar la alarma para reunir a sus exploradores y salió de la tienda a tomar un poco de aire mientras los esperaba. Luego de su visita al baño, Apotheke salió con el semblante recuperado y saludó en silencio al coronel antes de partir, estrechándole la mano. Boutique ayudó al maestro a subir la maleta a la nave y se quedó a un costado esperando que se fueran, contemplando cómo se remontaban del piso haciendo volar ceniza por doquier. Mientras sus superiores se alejaban, iban llegando los exploradores con el gesto cansado. Boutique sabía que no daban más. El recreo les vendría bien.

jueves, 7 de marzo de 2013

Capítulos XXXII y XXXIII




Capítulo XXXII


A las siete sonó el despertador, pero Boutique ya estaba despierto mirando el techo de tela de la carpa, pensando en Canapé. Se sentó en la cama y se estiró para apagar la alarma. Vitraux dormía a su lado, de costado, dándole la espalda. Puso los pies en el piso y se refregó la cara con ambas manos. Había dormido poco pero tenía muchas ganas de comenzar el día. Miró al gran maestro, que seguía roncando. Le apoyó una mano en la cadera con ternura y lo sacudió un poco. Vitraux agarró la cobija que lo cubría y la estiró hasta taparse la cara, volcándose aún más en el catre. Boutique se levantó negando con la cabeza y se metió en el baño para acicalarse. Mientras se cepillaba el diente escuchó el zumbido de la nave del general y aceleró el trámite.
Salió de la carpa a recibirlo. Estaba nervioso. El sol salía gigante por el este y la nave de Apotheke apoyaba sus patas en la superficie a unos metros de la del coronel. Boutique se tapó el ojo arrugando la cara para evitar que la ceniza se le colara dentro y se acercó, un poco agachado, a darle la bienvenida al general, que bajóla escalerita extendiéndole la mano sin mirarlo, caminando apurado hacia el piletón con el ojo desorbitado. A Boutique no le quedó otra que acompañarlo guiándolo del brazo como quien marca el camino a un ciego.
Llegaron al borde y el coronel, con una sonrisa de oreja a oreja, hizo un barrido con su mano de izquierda a derecha, como presentando una obra maestra. Apotheke no podía creer lo que veía y, otra vez sin mirarlo, le palmeó la espalda asintiendo en cámara lenta con la boca torcida hacia abajo. Boutique se sonrió satisfecho y fue a preparar el desayuno, y a despertar de una vez al viejo. El general se quedó embobado mirando la ciudad desenterrada sin poder lograr cambiar el rictus de su cara.
Boutique entró en la tienda y le pegó un grito al maestro, que seguía durmiendo debiendo despertarse de una vez por todas. Se les iba a ir la mañana. Vitraux se levantó refunfuñando y se metió en el baño. Boutique abrió la alacena y sacó un tarro de nescuik, una botella de naranjada para el general y preparó unas tarantelas con dulce. Al gran maestro le preparó un té de milonga, que era lo único que tomaba.
El maestro despejó de la mesa sus papeles y anotaciones y el general se sentó en un banquito pequeño que parecía ser engullido por su gordo culo mientras Boutique se acercaba con la bandeja desayunadora. El coronel se sentó en el único lugar que quedaba disponible y repartió las tazas, poniendo el plato de tarantelas como centro de mesa. A las nueve salieron hacia la peatonal.





Capítulo XXXIII

Al principio Boutique quiso arrancar por el Monumento pero luego cambió de idea, prefirió dejarlo para el final ya que era la mejor parte. Encararon por la superficie en dirección oeste hasta pasar las mujeres enchocladas. Apotheke las observó sorprendido, era muy distinto verlas en persona, intimidaban. Hicieron cien metros más y descendieron en una plaza un poco más pequeña que la de la catedral, con dos estatuas sin cabeza enclavadas en línea sobre uno de sus lados. La plaza ya estaba descubierta casi por completo. Se acercaron a la vereda y el general dio un vistazo barriendo la zona. En frente de la plaza se erigía una imponente casona blanca con tres grandes arcadas, en una de ellas, un ventanal roto decía, a duras penas: “WANAM…”; a su lado izquierdo cuatro escaparates con prendas de vestir, extraños zapatos y absurdos aparatitos con botones se repartían por igual una edificación que proclamaba en su dintel: “PASEO PRINGLES”.
Se encaminaron con rumbo este y subieron el escalón que los depositaba en el inicio de la peatonal. A la izquierda, otra tienda enorme de esos extraños zapatos custodiaba el ingreso al paseo. Los tres caminaban mirando a ambos lados con gran interés relojes, ropa, lentes, zapatos, más ropa. Un local se presentaba en sociedad con un raro nombre: “FARMACIA”, mostrando extrañas cajitas de cartón en su vidriera. Enfrente, tapado por una avalancha de mesas, sillas y gigantescos techos de lona redondos, el vidrio roto de otro local anunciaba: “…illy Lomito”. Más ropa, libros, un local con un triángulo pintado en su frente decía: “COLOR”. Apotheke se detuvo a contemplar el espectacular Palacio Minetti recorriéndolo con el ojo. Parecía no terminar nunca. Boutique lo tomó del brazo, obligándolo a continuar el paseo. Enfrente del Minetti, otro fastuoso edificio con una escalinata de mármol negro y una enorme e impactante puerta de bronce proclamaba, dándose merecidos aires: “ROSENTAL”.
En la esquina pudieron ver desde el nivel del suelo la enorme cúpula que se veía desde arriba, a un costado de las mujeres enchocladas, un extraordinario edificio rodeado de deshilachadas banderas argentinas gritaba: “BOLSA DE COMERCIO DE ROSARIO”. Parecían edificaciones con algún raro complejo, como si necesitaran mostrar superioridad entre sí de manera injustificada.
Bajaron a la calle que cruzaba la peatonal. Un cartel azul enchufado a un palo finito del mismo color decía: “Corrientes” y detrás de él, un gran bar con un ilegíble nombre advertía: “AVGVSTVS – desde 1964”. Boutique lo leyó azorado. – ¿Avgvstvs? ¿qué carajos es eso? – se preguntó. Trató de pronunciarlo y el labio inferior se le trababa en el diente, era imposible decir eso sin escupir grandes cantidades de saliva. Se miraron sorprendidos y siguieron caminando. Tiendas de telas, de libros, un gran lugar de venta de zapatos más acordes a la realidad decía en su ajado escaparate: “SPORT…”, y los zapatos que ofrecía en su interior eran más coherentes. En el medio del camino había enclavado un pequeño habitáculo de metal infestado de libros pequeños a color, con fotos de humanas desnudas por doquier y enormes escritos en blanco y negro que se volaban ensuciando todo lo que los exploradores habían limpiado con tanto ahínco. Algunos papelotes vaticinaban: “Se viene el fin del mundo”; otros pregonaban: “Se acerca la ceniza”; o: “Estamos condenados”; u: “Ola de saqueos”. Otro tranquilizaba, más optimista: “Posible cambio del viento”. Vitraux se agachó, tomó varios ejemplares y se los dio a Boutique para que los cargara en el bolso recolector. Boutique leyó el cartel que presentaba aquella curiosa tienda: “Diarios”.
Continuaron su periplo observando más vidrieras. “Mr Otto – Collection” ofrecía ropa bastante incómoda para intentar moverse con soltura. A su lado un pasillo mostraba el reflejo de un local al fondo, pero no ingresaron; era muy oscuro. Más adelante, una tienda de libros decía en un gran cartel que salía del edificio: “ROSS Librero – Galería de arte” y a su lado “LRA – RADIO NACIONAL”. Luego más zapatos incómodos y más ropa.
Otro palito azul con un cartel en la punta anunciaba: “Entre Ríos”. Un cubo pequeño de acero espejado con un humano momificado recostado sobre una mesa llena de bolsitas tubulares con extrañas pelotitas marrones en su interior ofrecía “Praliné”.
–¿Ese no es el nombre del odontólogo que trató a Beckenbauer la semana pasada? – preguntó Boutique, incrédulo. Apotheke asintió con la cabeza, confundido, tomando una de las bolsitas para verlas con más detalle.
Más diarios, más zapatos, “Camisones JORGE ALBERTO” prometía unas túnicas transparentes y unos incómodos armazones, el coronel supuso que eran para alojar los pechos de las humanas. – ¿Para qué usarían eso? – se preguntó, irritado. Apotheke los seguía un poco retrasado, mientras se mandaba de a una las pelotitas marrones de la bolsa de praliné a la boca. “…IKE Rosario” impactaba con unos tentadores zapatos, Boutique ya quería probarse alguno de esos para compararlos con los suyos. “PASEO PEATONAL ANGEL GARCÍA” invitaba a recorrer un pasillo descubierto que se hundía sobre el lado derecho del camino demarcado. Boutique se topó con el fastuoso cartel que había visto el día anterior desde arriba: “Al elegante”, que ofrecía esa ropa incómoda, con esa tela fina de punta triangular que ahorcaba el pescuezo del muñeco que la mostraba en las vidrieras. Luego más lentes, más ropa, tres grandes tiendas de electrodomésticos ofertaban pantallas de visión enormes, y parecían pelear por quedarse con los clientes, ofreciendo desquiciadas promociones de sus productos en los escaparates. Más diarios. Una importante edificación decía escueta: “Standard Bank”. Más adelante, en la otra esquina, el palito azul decía: “Mitre”, e invitaba a ingresar a la nueva manzana, con otro inmenso local de los que ya habían visto al menos cinco en las pocas cuadras que caminaron, que ajado y partido decía, en azul y blanco: “…ERSONAL”.
–¿Por qué hay tantos de estos? – preguntó Boutique al gran maestro señalando el lugar.
–Son celulares – dijo Vitraux sin mirar la tienda, con el gesto adusto.
–¿Celulares? – preguntó – ¿Y eso qué es?
–Eran unos aparatitos para que los humanos se comuniquen entre sí. Había millones de modelos – le explicó Vitraux, irritado.
–¿Tantos?
–Sí, tantos. Sobre el final de los días los humanos se desesperaban por tener el último modelo de ese desgraciado aparato y los compraban para usarlo por seis meses, que era lo que generalmente duraban – le explicó Vitraux mientras tomaba del brazo al coronel y lo acercaba al escaparate. Apotheke se fue enfrente, metiendo hasta el fondo su dedo índice en la bolsita tubular, intentando pescar la última bolita de praliné mientras observaba con gran interés la vidriera de una tienda de ropa femenina denominada: “MAURO SERGIO”.
–¿Cómo por seis meses? ¿Tan poco duraban? – se escandalizó Boutique.
–Eran muy frágiles, se rompían de nada, o se volvían inmediatamente obsoletos – dijo Vitraux mientras le señalaba el escaparate roto y saqueado –. Entonces el humano pagaba por el aparato y en menos de un año debía cambiarlo por otro – le contó señalándole unas fotos gigantes de los celulares que habían dentro de la tienda, a modo de promoción publicitaria.
–¿Y nadie se quejaba de esta estafa?
–No, qué se iban a quejar… No sólo no se quejaban sino que, por el contrario, esperaban ansiosos que se les rompiese el aparato para poder ir a comprar el siguiente modelo – sentenció Vitraux. Boutique volvió a hacer esa cara mientras se alejaba del local para reanudar el paseo.
Siguieron leyendo los nombres de las tiendas: “…PORIO DE LA ZAPATILL…” decía un cartel seccionado, “…NCENZO COLLEZIONE” proclamaba otro, a duras penas. Sobre el final de la cuadra, Boutique aceleró el paso advirtiendo que llegaban a la majestuosa edificación denominada “LA FAVORITA”. Vitraux lo seguía detrás. Apotheke se detuvo en un absurdo cubículo color naranja que había en la entrada de una galería. El stand tenía un cartel que proponía: “CHIPACITOS”, junto al esqueleto con delantal de un humano sentado en un banquito y recostado contra una columna detrás del pequeño mostrador, donde dormían su eterno sueño unas bolitas desparramadas. Apotheke tomó una y la olió. Todavía se sentía el aroma lejano a lo que alguna vez había sido queso. Miró hacia atrás y corroboró que sus compañeros de caminata estuvieran lejos. Y se la mandó.
Entraron a LA FAVORITA por una gran boca de ingreso que tenía la ochava, dentro del hall había una muy llamativa pero pequeña lámpara compuesta por cientos de diminutos vidrios de colores aferrada al techo como si se tratara de un extraño animal de caparazón durmiendo una siesta. Había alrededor de una docena de humanos tirados en el piso, todos en posición de mirar la hora en su muñeca, pero Boutique no lo creyó y optó por suponer que era cuestión de pura casualidad. LA FAVORITA, por dentro, era un lugar enorme, enorme y devastado por los saqueos, con una grandiosa escalera que incitaba a subir y dos grandes jaulas de bronce iguales a las del Palacio Minetti sobre uno de los lados. Boutique le señaló esas curiosas jaulas a Vitraux explicándole que eran como las del Minetti y el maestro le dijo que debían ser los huecos de los ascensores que transportaban humanos de un nivel a otro para no utilizar las escaleras, y Boutique comprendió de inmediato los cables, los malacates en los techos y la oscuridad vertiginosa de aquellos orificios rectangulares. Salieron del lugar en busca de Apotheke, que volvía con los bolsillos llenos, masticando con dolor esos petrificados chipacitos y se detenía a contemplar el escaparate de otra sucursal de “Camisones JORGE ALBERTO”.
El siguiente palo azul estaba derrumbado en el suelo, golpeado y doblado, pero se podía leer que decía “Sarmiento”. Continuaron caminando flanqueados por más zapatos, más anteojos, otra vez el dibujo del triángulo acompañado de la palabra “COLOR”, más ropa, una galería interna invitaba a visitar la tienda “BRUNO PIATTI”, otra decía: “THOMPSON & WILLIAMS”, “LA CUBAN…” decía un cartel roto. Más adelante, dos imponentes bancos se enfrentaban iracundos: de un lado, uno en color azul le mostraba toda su grandeza a otro metálico sobre la esquina, que decía: “BANCO NACIÓN”.
–Fíjese, coronel – Vitraux lo invitó a acercarse a dicho banco. Apotheke venía retrasado, se había metido en “BOMBONERÍA ROYAL” por el escaparate. – Este es un claro ejemplo de la decadencia evolutiva de la construcción, advierta esta edificación metálica, destrozada y derrumbada por el paso de la ceniza y el fin de la vida en el planeta, y note en cambio cómo este extraño portal aguantó estoico el embate del apocalipsis – le señaló. Boutique se distraía mirando a una humana momificada por la ceniza volcánica, tendida a los pies del portal de mármol abrazada a un curioso instrumento musical de gran tamaño.
–¿Qué es esto? – preguntó Boutique señalando el instrumento.
–Un arpa – contestó Vitraux.
La humana tendida sobre el instrumento estaba ataviada con un trajecito negro, su pelo de color amarillo se mantenía intacto y la mueca de su cara mostraba tristeza, abrazando el arpa con pavor. Boutique se acuclilló y acaricio las tres cuerdas que se mantenían acordonadas al instrumento con fiereza “Tín-tón-tún” se escuchó cuando las hizo sonar. Luego advirtió que el arpa tenía docenas de esas cuerdas, todas cortadas, colgando muertas de las clavijas. – Debe haber sido hermoso escucharte…– pensó mirando con ternura los ojos vacíos de la muchacha. Debajo de ella se insinuaba la punta de un papel. Boutique la tomó y la sacó con cuidado de no romperlo, pero le faltaba un pedazo: “Gracias por su colaboración” “Por clases o contrataciones: 156 – 91…”. Viendo que el coronel no iba a prestar atención a lo que decía, Vitraux se acercó y observó de parado lo que Boutique leía.
–Debe haber sido algún humano sin trabajo – atinó el maestro. Boutique se dio vuelta para mirarlo y volvió a poner el ojo en el papel.
–¿Cómo lo sabe?
–Era muy común que los humanos músicos sin trabajo se instalen en alguna esquina transitada a tocar melodías esperando que los ayuden con alguna moneda – dijo Vitraux. Boutique revisó alrededor de la muchacha pero no había ninguna moneda en el piso. Luego descubrió sobre un costado un inmenso cofre con la forma exacta del arpa y se acercó a investigarlo. El baúl se dejó abrir sin poner demasiada resistencia, con un interior revestido en pelo color púrpura y una docena de monedas tiradas dentro, abandonadas a su suerte.
–Tiene razón…– dijo Boutique desconcertado.
–Siempre tengo razón – le espetó Vitraux mientras lo tomaba del brazo para que se concentrara en lo que venía explicándole –. Entonces fíjese lo que le decía – lo interiorizó, señalándole el portal de mármol.
Boutique se alejó un poco para poder observarlo en su totalidad. Un distinguido portal de mármol marrón rojizo con sendas columnas dobles a sus costados sostenía a lo alto un pesado dintel triangular con un reloj y dos humanitos alados de bronce los miraban desde arriba con gesto burlón. En una de las bases podía leerse en una placa de mármol negro: “100 AÑOS DE LA CALLE SAN MARTÍN”. Boutique levantó la vista y buscó el palo azul, que decía por supuesto: “San Martín”, y volvió a leer la placa:

“EN 1889 LA CALLE DEL PUERTO PASÓ A LLAMARSE SAN MARTÍN”
“A UN SIGLO DE ESTE ACONTECIMIENTO NUESTRO HOMENAJE” “ASOCIACIÓN CALLE SAN MARTÍN”.

En la base de la otra columna, otra placa de mármol negro proclamaba:

“En este solar, que ocupara desde 1873 el antiguo Banco Nacional, se inauguró en 1911 el edificio de la sucursal Rosario del BANCO DE LA NACION ARGENTINA, demolido en 1980 para levantar la actual construcción.
El viejo frontispicio (todo un símbolo de la sensibilidad artística y arquitectónica de comienzos del siglo) fue reinstalado, en el mismo lugar, en octubre de 1988 por la Municipalidad de Rosario, como testigo perdurable de una ciudad que crece, pero no olvida ni su pasado ni su historia.
MUNICIPALIDAD DE ROSARIO
Octubre de 1988”

–¿Ve lo que le digo? – señaló Vitraux con un aire picaresco –. Fíjese la majestuosidad de este frontispicio y compárela con la falta de respeto que es aquel cubo metalizado, destruido y opacado, que fue el moderno Banco Nación... Una real cagada – sentenció Vitraux con sus manos aferradas en la parte baja de su espalda. Boutique asentía descreído con la cabeza.
Apotheke volvió de la bombonería eructando con dificultad y tomándose la barriga. Se detuvo en otro cubículo metalizado que ofrecía más Praliné a unos pasos de la muchacha del arpa, se aseguró de que sus compañeros no lo vieran y se metió varias bolsitas tubulares en los bolsillos con gran agilidad. Boutique escuchó el ruido de una bolsita que el general intentaba abrir con recelo y lo miró sin prestarle atención. Apotheke supuso que lo había agarrado in fraganti y se quedó estático un instante esperando que el coronel dejara de observarlo, pero Boutique tenía cosas más importantes en las que pensar. Y sólo lo había visto sin mirar.
En la esquina opuesta al banco se erigía, soberbia, la fábrica de pararrayos: la Eiffel. Boutique se acercó a ver los modelos de pararrayos en las vidrieras y la sorpresa lo invadió, no sólo no había modelos de pararrayos en los escaparates sino que, por el contrario, había telas y vestidos de humanas. Se quedó un rato perplejo, acariciándose el mentón con incredulidad. Luego apoyó sus manos en el vidrio, como haciendo un alero, y metió debajo su cara pegada al cristal buscando encontrar los modelos de pararrayos dentro, pero sólo vio más telas y más vestidos.
–¿Qué busca? – le preguntó Vitraux, acercándose. Boutique se corrió un paso hacia atrás, desilusionado.
–Nada – dijo estupefacto –. No comprendo esta tienda.
–¿Qué le pasa a la tienda?
–Desde arriba vi el letrero con el nombre del lugar atravesando ese pararrayos de mentira y supuse que era la famosa fábrica de esas peligrosas agujas gigantescas, pero sólo hay telas – Boutique le señaló el enorme letrero que había en la ochava, sobre el portal de ingreso. Vitraux se apartó unos metros para contemplarlo y sonrió.
–Esa es una torre que hay en Francia, coronel, una torre muy grande de acero, que se llama Eiffel – le explicó –. Quizás este lugar eligió ese nombre porque al vender telas y ropa de humanas y Francia era el lugar de la moda, decidieron ponerle este nombre de fantasía – culminó. Boutique se quedó decepcionado mirando el letrero mientras Vitraux le palmeaba la espalda. Apotheke se acercaba acariciándose la panza. Ya le empezaba a doler un poco.
–Qué lástima – dijo –. Me hubiera gustado mucho conocer la fábrica de esos pararrayos – se confesó.
–Eso fue hace mucho tiempo, coronel, seguramente sobre el final de los días hacía más de cien años que no se utilizaban más…– lo consoló Vitraux, persuadiéndolo para que continuara con el paseo.
Siguieron caminando y mirando vidrieras. Apotheke se metió por la ventana de un local que decía “HAVANNA” y se perdió en la oscuridad haciendo ruido a vidrios rotos. Boutique y el maestro iban más adelante, tomados del bracete. Más ropa, más zapatos, era increíble la cantidad de casas de ropa y zapatos que había. Una tienda de libros decía “LIBRERÍA TÉCNICA” y en frente se imponía el “BANCO DE SANTA FE”. Otro local con cajitas extrañas y pequeñas en el escaparate anunciaba: “FARMACIA”. Vitraux le contó que esos eran los lugares donde los humanos compraban los remedios para enfrentar las dolencias que les producía la vida desesperante que llevaban. Ropa para bebés, “GALERÍA DEL PASAJE” era un añejo corredor que invitaba a ingresar, con un aire majestuoso y arcaico, como a Boutique le gustaba. Y la galería del Paseo, metalizada e intrigante, con sus temibles recovecos. Ya tendrían tiempo de revisarla.
Continuaron su periplo hacia el Monumento y llegaron a una nueva esquina, en donde el palo azul sentenciaba: “Maipú”. Sobre la izquierda, un bar con predilección por el color negro invitaba a tomar café y, sobre la derecha, otra obra maestra se elevaba haciendo imposible decidir cuál era la mejor edificación del paseo. Con banderas argentinas colgando de cada ventana y columnas y balcones, y un cartel de hormigón infestado de firuletes, como si se tratara de una gran torta de cumpleaños custodiada por dos humanas desnudas a sus costados, proclamaba: “JOCKEY CLUB – 1915”. En frente, un enorme lugar con un raro palo amarillo, engordado y cabezón, decía: “BOWLING 10”. Vitraux se detuvo esperando que Apotheke los alcanzara, el general venía limpiándose la boca con el paso ligero y la tez un poco amarillenta. – ¿Estará descompuesto? – pensó el viejo mientras al fin prestaba atención al caminar vacilante del general y, sobre todo, al preocupante color que había tomado su cara. Una vez reagrupados, siguieron el camino que los llevaba al Monumento. Ya estaban a pocos metros de la catedral. Otra tienda de libros, una casa de comidas con el cartel ajado decía: “…NCHO BOY & BAGUET…”. Apotheke enfiló hacia aquel lugar pero Vitraux logró prenderlo del brazo, negándole la escapada; el general refunfuñó y continuó caminando a su lado, mirando con desesperación como se le escapaba de las manos aquel local que no le permitieron investigar.
En la siguiente cuadra el palo azul decía: “Laprida”. Boutique le señaló el edificio “Bola de nieve” con entusiasmo, pero Vitraux mostraba un poco de agotamiento en su mirada y Apotheke estaba visiblemente descompuesto. El coronel les aseguró que habían llegado, que no deberían caminar mucho más y los invitó a cruzar la calle señalándoles la plaza con la catedral y el edificio púrpura de fondo. Al maestro le volvió el alma al cuerpo, estaba reventado. A lo lejos vio unos bancos de madera y pidió sentarse a descansar. Se quedaron sentados un rato, contemplando el lugar, recuperando fuerzas, viendo cómo los exploradores continuaban ganando terreno. Boutique miraba al general con preocupación. – Ese marciano no está nada bien – pensó, codeando al gran maestro que lo miró haciendo un gesto de impotencia, dándole a entender que el general ya era grande.
–¿Qué hacemos ahora? – preguntó Boutique, intrigado.
–¿Cómo qué hacemos? – no entendió Vitraux.
–Qué hacemos ahora, cuál es la meta, qué orden imparto a los exploradores mañana – se explayó mejor Boutique viendo que el cansancio tenía al maestro un poco desorientado.
–Ah, sí, por supuesto – dijo Vitraux –. Hay un listado de cosas que deben recolectar, pero no lo traje – se disculpó –. Es más, ni siquiera lo tengo en la tienda – recordó advirtiendo con el dedo índice y con cara de preocupación.
–¿Y entonces? – preguntó Boutique –. ¿Qué hacemos mañana? – Vitraux se encogió de hombros y miró al general suponiendo que aportaría algo, pero Apotheke estaba de eructo en eructo, poniendo gran empeño en no sobresalir demasiado. Vitraux volvió la mirada al coronel y se encogió de hombros.
–No hagan nada. Déles un par de días de recreo. Que paseen por la peatonal como nosotros lo hicimos hoy. Mientras tanto yo me vuelvo a la base con el general y busco la lista. La debo tener en mi camarote. Al final, fue todo tan rápido…– dijo Vitraux –. No me imaginé que ya la necesitaríamos…
Boutique se quedó mirando al maestro con satisfacción, él tampoco imaginaba que cumplirían con esa segunda etapa tan rápido. Y ahora quería entrar en cada tienda, en cada una de esas fantásticas construcciones. Estaba exaltado. Esperó unos minutos para darles descanso a sus compañeros de paseo y luego se levantó y los invitó a regresar. Vitraux se erigió con alguna dificultad. El general lo hizo enérgico, y se tambaleó un poco, tomándose del respaldo del banco de madera. Ya tenía mejor semblante.