domingo, 16 de diciembre de 2012

Capítulo XI






Boutique entró en la nave y sacudió a Bôite, que dormía en su vaina. Luego ingresó en el baño para limpiarse y vestirse, se puso las chancletas que le regaló su novia, tomó el cuaderno y golpeó la puerta del camarote. Vitraux le abrió con una sonrisa.
–Buenas tardes, maestro – lo saludó Boutique estrechándole la mano con fuerza.
–Buenas tardes, capitán; pase, póngase cómodo – le dijo el viejo señalándole las chancletas bordadas, en un gesto burlón.
–Me las hizo mi prometida – se defendió Boutique, un poco sonrojado.
–Yo no dije nada…– se atajó Vitraux, continuando con su cara burlona. Boutique escondió sus pies debajo de la silla, cruzándolos, para ocultar las chancletas de la vista del gran maestro.
–Maestro, antes que nada quisiera que me aclare algunas cuestiones puntuales sobre lo que estoy haciendo ahora, ya que el general me está dando órdenes que no consigo comprender del todo, por mi falta de conocimientos – comenzó Boutique, serio. El viejo se sentó y entrelazó las manos en su regazo – Hicimos contacto con un magnífico edificio, aparentemente denominado Correo, y conseguimos salir a la calle – Boutique informaba todo buscando las palabras difíciles entre sus anotaciones y enfatizándolas. Vitraux escuchaba atento – Me dice el general que los humanos tenían veredas y calles y me habla de circulación de vehículos y de humanos por distintas sendas. Se me complica – terminó, mirando al gran maestro como quien espera educación inmediata.
–Exactamente, capitán, era así. Se lo voy a explicar de manera resumida ya que no es tan difícil y usted lo va a asimilar rápidamente – comenzó Vitraux, levantándose y calzándose el quevedo – Los humanos vivían en ciudades perfectamente demarcadas por manzanas. Estas manzanas era predios cuadrados de aproximadamente cien metros de lado. En estos sectores bien demarcados, los humanos construían una casa al lado de la otra hasta llenar el terreno, luego constituían un nuevo cuadrado, paralelo al ya habitado, y comenzaban con la construcción de nuevas casas, separando un predio de otro por una calle. Por estas calles circulaban los vehículos de transporte humano.
–¿Y qué son las veredas?
–La vereda era un camino o sendero bastante angosto por donde el humano caminaba paralelo a la línea de construcción de las casas que comprendían la manzana, imagine un sombrero cuadrado con ala muy corta – Vitraux trató de vislumbrar la figura haciéndola con las manos en el aire –, el sombrero cuadrado eran las casas pegadas una al lado de la otra y, el ala extremadamente corta, la vereda por donde los humanos circulaban de a pie – Boutique lo dibujó en perspectiva en su cuaderno.
–Entiendo.
–Entonces, para que le quede claro y comencemos de una vez con la clase, usted se va a encontrar, cuando comience a descubrir la ciudad, con decenas de manzanas compuestas por una casa al lado de la otra con un sendero de circulación humana que las rodea y separadas entre sí por calles para vehículos – concluyó Vitraux –. Esa era la manera en que los humanos decidieron organizarse.
–Qué triste… Demasiado estructurado…
–Es que de esa manera los tenían mejor controlados…
–Entiendo.
–Muy bien, sigamos entonces.
–Bien, habíamos quedado en el rock y en John Lennon, con su canción Imagine – comenzó Vitraux –. Pero no debería desconcertarse usted por la apatía de los humanos frente a estos cachetazos que alguna vez alguien les dio para que se despertaran. Hay muchas cuestiones comunes en los humanos, cosas que vivían con cotidianeidad, absolutamente disparatadas; por ejemplo, el deporte; sobre todo, el fútbol.
–¿El fútbol? – Boutique anotó esa palabra.
–Sí, capitán, el fútbol. El fútbol era un deporte muy popular entre los humanos, un entretenimiento deportivo que se jugaba con veintidós integrantes, once en cada equipo, y un balón – Vitraux tomó un lapicero y dibujó una cancha de fútbol en la pizarra, Boutique la copió en su cuaderno –. Estos jugadores debían pasarse el balón entre ellos y avanzar sobre sus adversarios e intentar colocar dicho balón dentro del arco de sus contrincantes y anotar un gol – Vitraux dibujó un arco en cada extremo chato del rectángulo demarcado en la pizarra. Boutique dejó su lapicero y miró a Vitraux extrañado.
–No entiendo qué tiene que ver esto con la idiotez humana o a qué quiere hacer referencia. Nosotros también tenemos un deporte parecido y no podría imaginarme que influyera en nuestras vidas más de lo que importa.
–Claro, pero no me deja terminar – lo retó Vitraux –. Cuando todo comenzó con el fútbol, cada ciudad engendraba dos o tres clubes para incentivar la rivalidad entre los barrios, entonces se armaban los equipos y jugaban; por ejemplo, barrio sur contra barrio norte. Y entonces cada equipo tenía su integrante estrella – explicaba Vitraux –; quién sabe, por poner un ejemplo, barrio sur tenía un excelente guardameta y en barrio norte integraba las filas un eximio puntero derecho.
–Entiendo.
–Bueno, con el paso del tiempo, estos clubes de fútbol vieron prudente cobrar cuotas de socios y empezaron a generar mucho dinero, y entonces comenzaron a comprar jugadores – Boutique ya ponía esa cara rara, como midiendo al gran maestro para ver si lo estaba cargando –. Entonces barrio sur compraba a un defensor bueno que tenía barrio norte; este defensor pasaría a jugar en barrio sur, a pesar de ser de barrio norte, y jugaba por plata, entonces los clubes perdían su personalidad, su sangre.
–Bueno – dijo Boutique restando importancia a lo que Vitraux le explicaba –, ¡pero imagino que eso ocurría poco! ¡Sólo en contados casos! – Vitraux se rió a carcajada limpia, tomándose la panza con ambas manos.
–No, capitán, imagina mal. Al final de los días de los humanos había estrellas de fútbol millonarias que jugaban incluso hasta en países distintos, sobre todo los jugadores de esta zona que estamos explorando. Argentina y Brasil eran fábricas de excelentes jugadores de fútbol, pero nunca llegaban a jugar en el club de su barrio – comenzó Vitraux –. Generalmente algún promotor europeo, un caza talentos, veía un prometedor humanito en las ligas infantiles de algún club de barrio, le daba un montón de dinero al padre y se lo llevaba a su club en España o Italia. El niño humano crecía aprendiendo a jugar al fútbol en aquellas tierras y no volvía nunca más a jugar en su país. Sólo lo haría cuando ya fuera adulto y millonario, para hacer disparatadas inversiones de dinero comprando vehículos, casas, campos…, accediendo a invertir en alocadas propuestas de sus familiares y amigos, generalmente perdiendo gran parte del dinero cobrado.
–Pobre niño…– se lamentó Boutique –. Debía abandonar su casa, su barrio, sus amigos, siendo tan pequeño…
–Eso no es lo más grave – sentenció Vitraux. Boutique levantó el ojo, que lo tenía perdido y triste en sus anotaciones –. Los padres de estos niñitos se desesperaban por salvarse económicamente, para no tener que trabajar más gracias a la supuesta destreza fútbolística de sus retoños, y los perturbaban y presionaban para que jugaran al fútbol y para que lo hicieran a la perfección. La situación, sobre el final de los días, se había tornado insostenible.
–¿Cómo los perturbaban?
–Les metían presión, todo el tiempo; los obligaban a practicar ese deporte abandonando casi por completo cualquier otra enseñanza, desoyendo los reclamos de sus hijos, castigándolos duramente si no iban a entrenar o si no jugaban bien.
–¿Qué reclamos les hacían los niños?
–A la mayoría de los humanos les gustaba el fútbol, entonces los padres daban por descontado que sus hijos amarían poder jugar ese deporte, integrar un equipo, entonces los alentaban y presionaban para que jugaran – comenzó Vitraux –, pero había niños a los que les gustaba ver jugar fútbol y no jugarlo. Como también había niños a los que no les interesaba dicho deporte, que se volcaban a otras pasiones, como la pintura o la música, por poner un par de ejemplos – Boutique no entendía nada –. Entonces estos padres, al no ver satisfechas sus egoístas necesidades de prosperidad económica por el simple hecho de no haber engendrado un hijo futbolista, castigaban a sus hijos por no interesarse en el deporte, por no jugar con buena predisposición, por no hacer goles. Los niños sufrían mucho y, a esa corta edad, tener que enfrentar ese tipo de fracasos era devastador para el alma. Terminaban convirtiéndose en personas sin rumbo, sin metas, sin pasión, con una gran culpa que los acompañaría de por vida por no haber podido satisfacer los anhelos de sus padres.
–Qué lamentable situación…– señaló Boutique angustiado.
–Ya lo creo – dijo Vitraux mirando el piso. Boutique se quedó un instante en silencio, repasando en su cabeza todo lo que el gran maestro le estaba contando, y no podía entenderlo.
–Pero disculpe que lo interrumpa, ¿y cuál era el motivo de alegría para alentar a su equipo si los integrantes de este no eran ni siquiera del barrio en donde estaba enclavado el club? – Vitraux se levantó y se sacó el quevedo acercándose a Boutique con una sonrisa.
–¿Se da cuenta? Precisamente de eso le estoy hablando, los humanos alentaban enardecidos al equipo de sus amores, integrado por fútbolistas de otras regiones que a su vez eran fanáticos de otros clubes y jugaban por dinero.
–¿Cómo fanáticos de otros clubes? – preguntó Boutique, indignado.
–Claro, utilicemos nombres verdaderos así usted se hace un organigrama en su cuaderno – Vitraux le señaló el taburete para que su alumno comenzara a anotar –. En Argentina había muchos clubes de fútbol, pongamos como ejemplo cinco, tres de Buenos Aires y dos de Rosario – Boutique hacía columnas en el cuaderno –. En Buenos Aires pongamos a Boca, River y Racing; y en Rosario estaban Ñúbel y Central – Boutique anotó esos nombres –. El jugador A, integrante de Boca, es vendido a los dos años de contrato con el club que lo vio nacer a Ñubel. El jugador B es vendido de Central a River. El jugador C, en cambio, luego de una carrera de cinco años en Racing, es vendido a Boca.
–Comprendo.
–Bueno, imagine con este enroque hecho, un partido entre Boca y Ñúbel…
–Supongo que el jugador pediría licencia en ese partido para no traicionar al equipo de sus amores – Vitraux lo miró perplejo, y estalló otra carcajada.
–¿Licencia? – repitió el gran maestro secándose el ojo inundado de lágrimas –. No, capitán, ¡qué licencia ni ocho cuartos! ¡Jugaban! ¡Jugaban como si nada! Al final de los tiempos, los equipos de fútbol no contenían un solo integrante en sus filas hincha del club en donde jugaba, ¡eran todos comprados! – explicó Vitraux –. Y los humanos, esto es lo más disparatado – le dijo el gran maestro acercándose un poco, como confesándole un oscuro secreto – se volvían locos con ese deporte, se amargaban y alegraban exageradamente viendo a su club jugar contra otro club en donde sólo quedaba del club el nombre; el resto era todo comprado – Boutique se quedó estático, sin poder emitir opinión –. ¿Qué le pasa? ¿En qué está pensando? – preguntó Vitraux, intrigado.
–No lo entiendo.
–Nadie lo entiende. Es muy disparatado todo lo que ocurría en este planeta. La política, los deportes, el hambre, la religión, las clases sociales, la medicina, todo lo que rodeaba a los humanos estaba podrido, mal concebido, mal habido – señaló Vitraux – Y lo más descabellado es que los humanos estaban al tanto de todo, pero no hacían nada para revertirlo.
–Es increíble…
–Ya lo creo.
Vitraux se quedó sentado con la mirada perdida en un punto del piso con cara triste, igual que Boutique. Ambos se habían compenetrado con la historia y por un momento sintieron rabia, no entendían a los humanos, a pesar de haber estado estudiándolos durante siglos. No podían aceptar que hubiesen elegido esa absurda forma de vida. Boutique cerró el cuaderno y miró la hora. Ya faltaba poco para ir a dormir y la panza le rugía feroz. Sentía languidez. Hacía varias horas que no comía. Entre la exploración y las clases se le pasaba el día entero. Invitó a Vitraux a comer con Bôite y los capitanes de la nave 118 y esta vez el viejo aceptó salir del camarote. Él también necesitaba cambiar de aire.
Bandoneón les había preparado para cenar unas espléndidas carótidas de jamiroquais que tenía en el refrigerador de la nave, a Boutique le encantaban; él lo sabía y cada vez que lo invitaba a comer se las hacía sin preguntar. Eran un éxito seguro.
En la cena siguieron hablando de fútbol. Vitraux les contó la otra cara de esa estupidez: los barrabravas. Les contó que existía un grupo de humanos que no sólo no trabajaba sino que aparte vivía de la extorsión de dirigentes, jugadores y público en general, que hacían mucho dinero con eso, que vivían vidas de ricos, que nadie los podía tocar. Los capitanes de ambas naves descreían lo que el viejo les contaba aunque, como todo lo que decía el gran maestro, era lamentable pero cierto. Les habló de las guerras entre bandas, de las muertes en los estadios y en las afueras, de los ciclos de jefes, que duraban alrededor de diez años. Bandoneón le dijo que eso era imposible, que si los humanos contaban con ese extraño poder denominado justicia, deberían haber sido encarcelados. Vitraux sonreía ante cada aporte de los capitanes, dando a entender que nada lógico se llevaba a cabo en este planeta.
Terminaron de cenar las carótidas que habían descongelado y se fueron a dormir. Los esperaba un día agotador.

viernes, 14 de diciembre de 2012

Capítulos VII, VIII, IX y X



Al ingresar en el lugar perforado, Boutique desactivó los propulsores y comenzó a inspeccionar el terreno. Estaba en un gran salón todo recubierto de una extraña piedra veteada, lisa y brillosa, perfecta, más adelante, en una de las tantas clases que tomaría con el viejo descubriría su nombre: mármol. Los humanos lo usaban mucho. Imponía respeto, 
daba seguridad. Boutique se sentía insignificante delante de aquellos soberbios paredones de mármol, daban miedo. En el medio del salón había unos escritorios altos, para escribir de pie, raro. El techo estaba muy alto, al menos diez metros calculó Boutique. Sobre un costado había un gran mostrador, enorme, larguísimo, que cubría toda una cara de la gran habitación, enfrentado a unos pórticos descomunales que señalaban cuál era la salida. En otra pared vio unos casilleros con puertitas diminutas, cientos de puertitas de bronce con su número y su cerradura. Al lado de los pórticos, dos grandes contenedores, también de mármol con pequeñas aberturas de bronce y unas inscripciones, rezaban:

CARTAS
Ciudad – Buenos Aires – Interior – Exterior


IMPRESOS
Ciudad – Buenos Aires – Interior – Exterior

Ambos contenedores estaban separados por una estatua de bronce de un humano de uniforme y gorra que cargaba una valija o bolso mostrando un papel en la mano. El cielorraso era espléndido, con unas lámparas garrafales que colgaban de gruesas cadenas. Boutique estaba enloquecido. Se había enamorado de ese lugar. Miró hacia arriba y con su linterna-vincha iluminó el hoyo que había hecho la perforadora: un gran marco de vidrio aún dejaba caer sus fragmentos rotos como un gotero que ya no tiene demasiado que verter. La perforación no podría haber sido más exacta, parecía que hubieran calculado penetrar esa lucarna justo en el centro. – ¿Qué era este lugar? – pensó, pero no lo entendía.
Beckenbauer y Bandoneón llegaron al edificio y se unieron a Boutique, que los miraba con la ceja bien alta, señalándoles la soberbia del lugar. Ambos relojearon todo asintiendo con cara de “tenés razón” y se pusieron a recorrer la construcción, absortos. Sus pies levantaban una fina nube de cenizas que había logrado colarse dentro del fastuoso edificio. Sólo papeles y más papeles diseminados en el piso y algunos esqueletos, todos reunidos detrás del mostrador, apretados contra un rincón.
–Estos estaban acá cuando pasó todo – sentenció Bandoneón señalando los esqueletos.
–Y, sí…– lo cargó Beckenbauer y Bandoneón lo miró con desaprobación.
–Me refiero a que no vinieron a resguardarse. El fin del mundo los agarró aquí dentro.
–¿Cómo lo podés saber? – Boutique se encogió de hombros, incrédulo.
–Fijáte como están: abrazados, todos vestidos igual…– señaló – Estos humanos trabajaban en el edificio – Boutique y Beckenbauer se miraron extrañados. Bandoneón tenía razón, no lo habían tenido en cuenta.
–Voy a llamar a Apotheke – dijo Boutique.
–Pará, ¿qué le vas a decir si todavía no recolectamos nada?
–Estamos en Rosario, por primera vez. No creo que importe la recolección en esta primera instancia…– dijo, y comenzó a mandar señales desde su comunicador hacia la base.



Capítulo VIII

Chucrut estaba por ingerir un emparedado de kevlar cuando sonó la alarma del comunicador de Boutique en la sala de comunicaciones. A regañadiente, dejó el emparedado sobre la mesa de control y lo atendió.
–¿Capitán Boutique?
–Necesito hablar con Apotheke.
–Lo comunico – acató Chucrut, siempre lo molestaban cuando se decidía a comer.
–Gracias – contestó Boutique, y la línea comenzó a hacer esos ruiditos indecibles que señalaban que del otro lado aparecería el general.
–¿Si? – preguntó Apotheke.
–General, hice contacto.
–Perfecto, amigo – se contentó Apotheke levantándose enérgico de su sillón, como si quisiera colgar e ir a verlo.
–Es muy extraño todo. Estamos en un vistoso edificio, lleno de raros escritorios con unos contenedores de piedra, también muy extraños, como criptas, con unas rendijas de bronce… Hay una estatua en honor a algún héroe, pero no logro identificarlo. Debe ser el Che Guevara.
Apotheke revisó las coordenadas mientras escuchaba la información que le daba su capitán.
–¿No hay un cartel, nada?
–Nada, señor, por ahora es sólo esto.
–Bueno, lo felicito por haber hecho contacto sin imponderables. Las coordenadas de la ciudad están enclavadas en el Correo Central, y por lo que usted me describe, está parado justo ahí.
–¿Señor? – Boutique no entendió.
–El Correo, capitán. Antes de la evolución de las comunicaciones los humanos se contactaban mediante cartas de papel escritas a mano.
–No comprendo.
–Claro, figúrese que usted quisiera comunicarse con su prometida, en lugar de simplemente llamarla, le escribe una nota, la lleva a ese edificio y los empleados de ese lugar, “los carteros”, se encargaban de entregarla en mano. El monumento de bronce que tiene delante no es del Che Guevara, debe ser un monumento al cartero – Boutique escuchaba y miraba la estatua de arriba abajo, desilusionado –. Lo que no concibo es que hayan hecho contacto en ese lugar exactamente, significa que las coordenadas estaban muy bien calculadas y que usted ha hecho la perforación con una perpendicularidad extrema – lo alentó.
–Bôite fue el encargado, señor. Yo estaba en clases.
–Déle mis felicitaciones.
–Serán dadas, señor – le dijo Boutique –. ¿Cuál es la orden ahora?
–Ya están dentro, deben comenzar a abrir un túnel para salir de ese lugar, debería haber una puerta por donde encarar la perforación.
–No se imagina lo grande que es…
–¿Muy grande?
–Debe medir cinco o seis metros de alto, mi general. Y en el medio tiene una rara protuberancia, como un gran e insólito forúnculo – le informó Boutique –. Este lugar es increíblemente bello…
–Registre todo con sus cámaras y comiencen la extracción de ceniza. Voy a estudiar el lugar viendo sus filmaciones y luego les diré qué hacer, mientras tanto envío el equipo de vaciado. Ya es hora de comenzar con la etapa pesada – comenzó a decir Apotheke pero se frenó y suspiró para relajarse. Estaba eufórico –. Hacer contacto en el Correo de la ciudad nos evitó tener que buscarlo. Eso es muy provechoso y nos adelantó el trabajo varias semanas… Qué digo semanas, ¡meses! – terminó con gran algarabía.
–Gracias, señor – le dijo Boutique. Ya comenzaba a sentirse una pieza importante en la misión.
Boutique informó a sus compañeros las órdenes de Apotheke y comenzaron a trabajar. Bandoneón salió en busca de la manga aspiradora y Beckenbauer y Boutique comenzaron a descubrir, con bastante dificultad, esos increíbles pórticos. La ceniza se había metido en cada rendija, por más pequeña que esta fuera. Y aquellos pórticos estaban llenos de rendijas.
Bandoneón volvió con la manga y la colocaron en posición. Beckenbauer se retiró al exterior para controlarla desde afuera mientras Boutique se encargaba de aspirar en la primera tanda y Bandoneón custodiaba su ingreso en el agujero del techo. Estuvieron todo el día extrayendo ceniza volcánica del pórtico, remplazándose cada dos horas mientras en el exterior las grandes naves de corte marcaban el terreno para seccionar la zona y extraer ceniza desde arriba.
La rara protuberancia, el extraño forúnculo que Boutique le había mencionado al general, era una sofisticada puerta de vidrio en cruz que giraba dentro de un inaudito tubo de vidrio partido. Al principio supusieron que era un vidrio fijo y que deberían romperlo para salir pero, al tocarlo, el cristal se movió hacia delante. Luego advirtieron una especie de manija donde los humanos apoyarían sus manos y empujarían esta fantástica puerta. Boutique se afirmó en el manijón y la puerta, con alguna dificultad, se movió. Boutique caminó dentro y volvió a aparecer en el mismo lugar; intentó una vez más, evitando dar toda una vuelta y logró ingresar al nuevo sector, que tenía ceniza pero se podía transitar. Aún no salían del edificio. Comenzó a preparar la succionadora para vaciar el nuevo salón mientras miraba embelesado esa original puerta.
El nuevo sector tenía escaleras a ambos lados que bajaban y se unían para continuar bajando hacia la izq
uierda, o al menos eso supuso ya que un alud inmenso de ceniza entraba por donde las escaleras señalaban la salida. Sobre una pared había una rara obra de arte, también de bronce y en relieve, con un humano sobre un extraño animal de cuatro patas, el humano llevaba consigo una gran lanza que tenía atada en el extremo superior una tela que se enroscaba sobre ella, luego Vitraux le diría que era una “bandera”. Sobre un lado, varios humanos con extraños sombrerotes lo miraban en fila y sobre el otro, un grupo de humanas también lo observaban y saludaban. En la parte baja de la obra se podía leer:

“Y LA AMÉRICA DEL SUD SERÁ EL TEMPLO DE LA INDEPENDENCIA Y LA LIBERTAD”

Boutique anotaba todo en un cuadernito, para consultar en alguna futura clase con el gran maestro mientras la cámara que tenía colocada en la vincha guardaba registro de cada cosa que presenciaba para deleite del general Apotheke que, desde su despacho, seguía el proceso con gran interés.

Capítulo IX

Una semana después, en la superficie “lunar” de la Tierra, había un inmenso rectángulo de quinientos metros terrestres de lado por dos mil quinientos metros de largo y sesenta metros de profundidad. Trescientos exploradores a cargo del vaciamiento y ciento cincuenta inmensas máquinas de corte trabajaban sin descanso, erosionando y seccionando el suelo. La ceniza extraída era llevada por grandes transportadoras a treinta kilómetros terrestres de la zona, para que el viento no la devolviera a su lugar. El vaciado no terminaba nunca y todos los días, a duras penas, profundizaban ocho o nueve metros. La excavación les iba a llevar bastante tiempo.

Capítulo X

Finalmente Boutique y sus compañeros, luego de varios días de extracción de ceniza en el Correo Central, lograron dar con el exterior. Según imágenes que Apotheke les envió, debían toparse con un revestimiento de suelo dividido en cuadrados pequeños, de diez centímetros de lado, colocados a cuarenta y cinco grados de la línea de construcción denominados “baldosas”. Estas baldosas podían ser como en esa descripción o se podría tratar de “bastoncitos” pequeños, también de diez centímetros de largo pero puestos transversales a la línea de edificación. Apotheke había sido muy preciso y les había recalcado que este tipo de baldosa, a pesar de ser de principios del siglo XX, seguía utilizándose de manera antojadiza hasta los últimos días sin conocimiento lógico de la causa de este capricho humano y, como ese material era utilizado sólo fuera de las construcciones, les serviría de “pista” para saber donde se encontraban. Una vez hecho contacto, Boutique se comunicó con Apotheke.
–Señor, hice contacto con ese suelo que me mencionó.
–Muy bien, capitán, ¿logró salir fácilmente?
–Sí, sin problemas. Costó llegar hasta aquí por la cantidad exasperante de ceniza compactada, pero la manga de extracción funciona a la perfección.
–Perfecto, ahora siga avanzando perpendicular a la línea de edificación del Correo. Debe traspasar unos metros y se va a encontrar inmediatamente con una depresión en el suelo, recta, bien marcada, de unos veinte centímetros de profundidad y un cambio de revestimiento. Será porque se encuentra en la calle.
–¿Señor?
–La calle, el lugar por donde circulaban los vehículos de transporte humano. Usted ahora se encuentra en la vereda. Esas baldositas ridículas las ponían en las veredas, luego las apretaban y separaban de las calles con unos adoquines largos y entonces los humanos de a pie caminaban sobreelevados veinte centímetros por las veredas que rodeaban las edificaciones, y los vehículos circulaban por las calles.
–Entiendo.
–Bien, debe cruzar la calle, caminar esos diez o doce metros y volver a subir a la vereda de la siguiente manzana.
–¿Señor?
–Uy, qué difícil que me la hace…
–Disculpe, pero no lo entiendo.
–Usted no se preocupe y anote todo lo que le digo. Cualquier duda que tenga se la pregunta a Vitraux.
–Cómo no.
–Le decía, sube nuevamente a la vereda y se encontrará con una plaza – Apotheke se dio cuenta que debía explicarle a pesar de todo, de lo contrario Boutique no entendería nada – Las plazas eran lugares de esparcimiento. Los humanos se sentaban en unos bancos al aire libre, en contacto con arboledas plantadas en esos predios que eran los pulmones de la ciudad; al emplear esos combustibles que utilizaban debían tener cada tanto una plaza que absorba y renueve el aire contaminado.
–Entiendo.
–Anote lo que le digo así conseguimos llegar donde le pido.
–Sí, señor.
–En esa plaza se encontrará con senderos diagonales que lo conducen al centro exacto del lugar, donde hay un monolito o algo así. Una vez hecho contacto con el monolito en cuestión, comenzará a perforar de abajo hacia arriba, hasta salir a la superficie. Ya demarcamos la zona, no se preocupe que ninguna excavadora estará en esa sección hasta que ustedes emerjan.
–¿Pero por qué debemos hacer otro agujero, general?
–Porque excavar con grandes vaciadoras sobre una plaza nos evitará chocar con las edificaciones. No tenemos registros de las alturas de las mismas.
–Entiendo – dijo Boutique asintiendo con gesto adusto.
Boutique acató las órdenes del general y, una vez encontrado el centro de la plaza y el monolito, que estaba partido y caído en el piso, comenzaron a perforar hacia arriba, aunque ya terminaba su turno; le dio las nuevas disposiciones a sus compañeros y partió por la lucarna del Correo rumbo a la superficie. Se sentía un poco abombado de tanto estar bajo ceniza. Necesitaba sacarse ese uniforme y ya era hora de ver a Vitraux. Salió a la superficie y miró el inmenso piletón que habían creado las vaciadoras. Era imponente. Su nave parecía un juguete estacionado muy cerca de la descomunal pared que se había generado con el vaciamiento. Voló hacia su nave con sus propulsores individuales y antes de ingresar se regaló un nuevo vistazo. Desde ahí arriba era mucho más impresionante, hipnotizaba quedarse mirando aquel piletón inmenso.

Capítulo VI



A las 7:30 horas la nave despertó a sus ocupantes con esa voz seductora de marciana en celo que los invitaba sugestivamente a levantarse: “Bip-bip - Las 7:30 Bip-bip - Hora de comenzar el día – Bip, bip - Las 7:30 - Bip, bip - Hora de comenzar el día”. Bôite saltó de su vaina con una imponente erección matutina y se dispuso a vestirse para comenzar
 las perforaciones; aunque con semejante rigidez peneana no se podría poner el morlaco. Debería ir a mear antes de vestirse. Todas las mañanas le pasaba lo mismo. Boutique ya estaba fuera esperando a su compañero para ayudarlo a colocar la perforadora e irse al camarote. Bôite no entendía por qué razón su amigo estaba tan ansioso por tomar las clases. A él no le habían interesado ni un poquito. Ubicaron la perforadora y Boutique partió rumbo a la clase sin saludarlo. Ya tenía la cabeza metida en “historia terrestre”. Golpeó la puerta del camarote y Vitraux le abrió, con el ojo lleno de espesas lagañas. Boutique se sentó en su sillón, abrió el cuaderno y comenzó a hacer preguntas como un poseso.
–Gran maestro, me quedé con muchas dudas de la primera clase, casi no pude pegar el ojo – comenzó, advirtiendo tarde las lagañas que sí pegaban el ojo del maestro. Debería haber elegido otra metáfora menos hiriente –. Usted ayer me dijo que estos humanos debían pagar para conseguir todo lo que utilizarían en sus vidas; que para estudiar una carrera, primero debían nacer en una nación pujante, o países; que los humanos vivían en casas muy distintas unas de otras, que no todos tenían la posibilidad de vivir cómodamente, por culpa de la plata, que todo comenzó con el trueque, que después vino el oro y después de este apareció el papel moneda… Y lo último que anoté fue lo de los reyes, esta extraña clase social que decía tener sangre azul y que por tal motivo eran muy superiores al resto de los humanos – Vitraux lo miraba extasiado, se notaba que ese chico se había prendido con la historia –. No entiendo nada. No puedo concebir que esto haya ocurrido desde siempre, desde el comienzo de los días – culminó. Y miró a su maestro con avidez de información. Vitraux se puso el quevedo y lo observó con ternura.
–Muchacho, se nota que le gustó la historia…– dijo el maestro, exultante, mientras intentaba despegar sin suerte el último cascote de lagaña que aún se aferraba a su ojo.
–Más que gustarme, me preocupa, y me tiene atemorizado – Vitraux se sorprendió con esto último.
–¿Atemorizado?
–Sí, gran maestro. Es tan absurdo todo lo que me cuenta que no lo puedo concebir. Temo que sea una enfermedad, una enfermedad en el aire o en el agua que los humanos ingerían y los volvía locos, entonces actuaban de esa manera extraña.
–¿Y en el caso de que fuera así?
–Imagine que nos contagiemos y dispersemos ese virus por nuestro planeta…– sentenció asustado. Vitraux se sonrió.
–Capitán, hemos venido varias veces al planeta Tierra, incluso en la época en que había vida. Nunca jamás recibimos un explorador infectado, quédese tranquilo – lo serenó Vitraux –. Debe entender que los humanos no conocieron otra forma de vida, que desde siempre vivieron así, y a pesar de que hubo grandes humanos que se pusieron en contra y trataron de frenar ese flagelo que los torturó, generalmente fueron asesinados, o tuvieron un terrible accidente, o a los que no pudieron matar, los enriquecieron de manera feroz, obnubilando sus pensamientos, tapándoselos con lujos – Boutique lo miraba maravillado.
–¿Cómo con lujos?
–Claro, querido amigo, pongamos como ejemplo el rock.
–¿El rock? – Boutique anotó esa palabra.
–Sí, el rock. El rock fue la música que se escuchó en los últimos doscientos años de vida humana. Comenzó a mitad del siglo XX de la mano de los Beatles y los Rolling Stones. Antes de esto la gente escuchaba música bastante tranquila, sin contenidos fuertes. El rock sacudió la cabeza de la gente. Los músicos de aquella época expresaban su disconformidad con el sistema en sus letras y la gente iba despertando del letargo en el que venía durmiendo desde hacía siglos. El rock despertó a los humanos.
–¿Y qué pasó?
–Pasó que los artistas, las estrellas de rock que tanto hablaban de la miseria, de la desigualdad y del amor libre, se hicieron millonarios.
–¿Millonarios?
–Ricos. Las corporaciones capitalistas que dominaban el mundo los reprimieron poniéndolos en el lugar de los reyes, entregándoles sumas de dinero inauditas, y con esto conseguían bloquearles el pensamiento. Y los artistas, al no poder enfrentarse al dinero, se sumergían en las drogas.
–¿Las drogas?
–Las drogas eran pociones que los humanos tomaban para olvidarse de su realidad. Quedaban semidormidos, en un estado muy confortable. Pero algunas drogas eran peligrosas y, utilizadas en demasía, provocaban la muerte – Boutique escuchaba atento –. Entonces la gran mayoría de las estrellas de rock terminaron separándose de sus compañeros de banda por codicia, por dinero; otros murieron por sobredosis de drogas, y otros fueron asesinados por fanáticos. Y el rock se transformó. En lugar de ser lo que fue en su nacimiento: una manera muy original de expresar disconformidad, se convirtió en un medio bastante seguro y rápido de volverse millonario. Y perdió su esencia, y no fue más lo que había sido – aseveró el maestro –. Duró alrededor de treinta años sin contaminarse, entre 1960 y 1990. Luego de esto ya no fue lo mismo.
–¿Y qué tipo de música era? ¿Parecida a la nuestra?
–No, nada que ver.
–¿Usted escuchó algo?
–Por supuesto, en casa tengo algunos ejemplares y su compañero Brunette me consiguió algunos libros y algunos cedés en su última visita.
–¿Cedés?
–Sí, son unos platos plateados que contienen la información dentro, la música. Pero para escucharla se necesita un reproductor de este producto. En mi camarote, en la base, tengo uno. Si quiere, cuando volvamos la semana que viene por service y recarga de energía le hago unas copias en nuestro formato – Boutique lo miraba emocionado y Vitraux se dio cuenta – Tengo acá si quiere, ¿quiere escuchar? Me traje una recopilación de algunas cosas, pero es música muy diversa la que consiguió Brunette. Seguramente ahora que ingresaremos en una ciudad grande podremos recopilar mejores muestras.
–¿Y qué tiene en su reproductor ahora?
–No se qué es, es de Brasil – señaló – “Os Paralamas do Suceso” se llaman. Es un trío, no me gusta mucho – y le extendió los auriculares. Boutique se los acomodó y se quedó un instante escuchando esa música extraña, atónito –. Estaban en ese auto que Brunette descubrió en Brasil, antes que ustedes ingresaran en Santa Rosa de La Pampa – Boutique le devolvió los auriculares y continuó anotando cosas en su cuaderno, y el viejo aprovechó para continuar dándole la clase, ya que nuevamente se habían ido por las ramas –. Hubo un músico de rock muy importante, que había sido integrante de esa banda que le mencioné al principio… ¿Los Beatles? – le recordó Vitraux, esperando la aprobación de su alumno. Boutique asintió –. Bien, este músico, una vez separado de la banda, por las cuestiones antes mencionadas: egoísmos, codicias, etcétera; grabó algunos trabajos solistas y en esa época escribió una canción muy molesta para las corporaciones. “Imagine” se llamaba la canción. Luego de esto fue asesinado por un supuesto fan.
–¿Y qué decía la letra?
–Precisamente eso, que el oyente de la canción se imaginara lo que sería vivir en un mundo sin fronteras, sin dinero, sin religión. Lo mataron – Boutique se quedó helado, quería escuchar esa canción urgente.
–Es muy interesante todo lo que me cuenta, maestro. Debo reconocer que no estaba muy tentado de perder tiempo en estas clases cuando el general Apotheke me ordenó tomarlas, pero es apasionante la historia de este mundo. Realmente dan ganas de escucharlo todo el día…– se confesó Boutique, cruzándose de piernas y apoyando el mentón en la palma de su mano.
–No piensa igual su compañero. A Bôite le aburre la clase. Lo noto en su semblante. Está con la cabeza en otro lado.
–Es que Bôite nunca fue muy amante de historia o de esas cosas. A él le va más la exploración – lo disculpó Boutique.
–¿Seguimos?
–Por favor.
–Bien, entonces, le hablaba sobre el rock. Durante esos años, entre 1960 y 1990, hubo grandes grupos de rock, luego de los Beatles y los Rolling Stones aparecieron Jimmy Hendrix, Led Zeppellin, Pink Floyd… El rock fue evolucionando y llegó a su paroxismo en los ’70, donde explotó violentamente. Luego hubo un bache, la tecnología lo frenó un poco y en los ’90 reapareció, con muy pocas opciones, que no se podían comparar con la época dorada de los ’70. Y posteriormente se transformó en lo que fue sobre el final: un cúmulo de bandas flacas de ideas, sin letras contestatarias, con buenas melodías, pero que no calaban hondo a nadie, y a la gente no le importó.
–Eso es lo que no entiendo, ¿cómo puede ser posible que estos humanos hayan dejado pasar tamaña oportunidad?
–No lo sabemos – se sinceró Vitraux – pero claramente la tuvieron. Fue muy importante el golpe emocional que dio el rock en los ’60. Debería haber funcionado pero no fue así, fue sólo un espejismo.
Vitraux continuó dando clase a su alumno hasta la hora de descanso. Boutique seguía atrapado por la historia, anotando todo, pero ya le picaba la tentación de explorar, sobre todo para recolectar libros y música. Ahora tenía más atractivo la búsqueda. Estaba muy ansioso. Al finalizar salió del camarote y se dio un baño. Necesitaba relajarse. Se calzó el traje de explorador y saltó de la nave. Bôite tuvo que hacer solo el agujero a diferencia de las otras veces, por culpa de la maldita clase de historia. Boutique se acercó y miró el contador de la perforadora: 274 metros.
–Ya lo tenés…– le dijo, burlándose.
–No me jodas, estoy reventado. Tengo el ojo a la miseria. Todo el día al lado de este aparato con el suelo blanco irradiándome luz solar… No doy más.
–Bueno, pensá que ahora en un ratito te metes en el camarote con el viejo y se terminó esto de hacer agujeros – Boutique seguía cargándolo.
–Andá a cagar, boludo – lo retó –. Lo único que no necesito ahora es justamente eso.
–No entiendo por qué no te gusta – le señaló Boutique encogiéndose de hombros.
–¿Por qué no me gusta? Ya te dije que no me interesa lo que hicieron estos humanos con sus vidas ¿Qué ventaja obtengo de esas clases de historia?
–Qué se yo, a mí me tiene atrapado. Es muy interesante.
–A mí no – lo cortó Bôite, levantándose y yendo a su clase. Boutique lo miró irse y lo saludó con una mano haciéndole una sonrisa, pero Bôite ni se dio cuenta, ya estaba de espaldas a su amigo.
Boutique no había tenido tiempo de ponerse a repasar en su mente la clase del día. Ni bien se quedó solo la alarma de la perforadora comenzó a sonar. Habían hecho contacto, a 283 metros.
Retiró la manga perforadora e hizo señas a Beckenbauer que ya podían ingresar. Su amigo le hizo un gesto con la mano de “ya vamos”, presionando el aire hacia adelante con la palma de su mano abierta y Boutique se tiró por el agujero haciendo que se tapaba la nariz y se protegía los huevos. Beckenbauer se rió, tirando su cabeza exageradamente hacia atrás y comenzó a prepararse para acompañarlo.

Capítulo V



Boutique entró en el camping “Don Tomás” y quedó demudado por la sorpresa. Habían limpiado ese lugar de una manera exagerada. No quedaba nada, hasta habían barrido. Parecía que no hubiera habido una explosión volcánica. Se dirigió hacia el túnel y comenzó a recorrerlo cuando le sonó el comunicador. Era el general Apotheke.
–¿Qué tal, capitán? – lo saludó.
–Bien, mi general, gracias.
–¿Cómo le fue en su primera clase de historia?
–Muy bien, realmente sorprendido… Jamás hubiera imaginado que estos seres eran tan ¿primitivos? – comenzó Boutique pero de inmediato se retractó –. Bah, no sé si primitivos es la palabra adecuada. No sé cómo calificarlos – concluyó.
–Sí, es verdad, pero todavía le falta mucho por aprender. ¿Por donde arrancó el viejo? ¿Por el dinero o por la religión?
–Por el dinero.
–Ah, pero entonces le falta lo mejor todavía, ya va a ver cuando llegue a la religión… ¡No lo va a poder creer!
–Discrepo, mi general, lo que escuché hoy no creo que sea superado – aseguró Boutique y Apotheke lanzó una exagerada carcajada burlona, haciéndolo alejar el comunicador de su oreja con una mueca de desagrado.
–Le hago una pregunta, ya que estoy un poco desconcertado – lo inquietó el general entre sollozos, mientras se reponía del ataque de risa.
–Dígame, mi general.
–¿Están por organizar alguna fiesta?
–¿Señor?
–Digo, porque están vaciando ese camping como desquiciados. Me llenaron el depósito 1 de la base con tablas de madera, ropa humana, decenas de bolsas de carbón, cubiertos…– le señaló.
–¿Quiere que abortemos la recolección de objetos?
–¿Y a usted qué le parece? – lo consultó, intentando que su capitán colaborara y diera su punto de vista, pero Boutique se mantenía en silencio, sin saber qué responder – ¡Claro! ¡Dejen ese lugar en paz! No hace falta traer a la base treinta y nueve bolsas de carbón, con una es suficiente. Una bolsa de carbón, una tabla de madera, unos cubiertos. Listo. Si no encuentran nada diferente significa que el lugar está inspeccionado y hay que comenzar a buscar en otro sector – ordenó –. Por otra parte, ya sabemos que estamos en el país buscado, ya sabemos incluso la localidad en que hicimos contacto, y ya nos trajimos algunas piezas autóctonas.
–¿Usted opina que deberíamos comenzar nuevas perforaciones en otro sector?
–No opino, se lo ordeno.
–Cómo no, mi general, cuando guste.
–Ya. Ahora mismo.
–¿Dónde?
–Deben correrse 620 kilómetros terrestres hacia el noreste. Cuando estén en vuelo les doy las coordenadas correctas.
–Sí, señor, ya doy el aviso.
Boutique recorrió el túnel hasta dar con Bretón y Barbarie y les ordenó la retirada. Ambos hicieron sentidos reclamos, indignados por haber hecho semejante túnel sin justificación. Boutique los miró esperando que se dieran cuenta de que nadie les había dado esa orden, que lo habían hecho por motus propio. Y Bretón y Barbarie abandonaron la perforación con enojo saliendo por el túnel pasándose facturas delante de Boutique que, desde atrás, contenía la risa a duras penas.
Cada uno se subió a su nave y comenzaron a elevarse. Boutique con rumbo noreste y Bretón y Barbarie hacia la base. Al fondo de la nave 037, en el camarote, Vitraux abrió la puerta sorprendido; Boutique le aclaró que debían moverse hacia otro sector por orden de Apotheke y el viejo cerró la puerta con fastidio, continuando con la clase. 
Tres horas terrestres demoraron en aproximarse a la zona requerida. Apotheke les envió las nuevas coordenadas: 32 56’ 42” latitud sur y 60 38’ 26” longitud este. Estaban muy cerca. Boutique las ingresó en el ordenador, pulsó “piloto automático” y se recostó a descansar. Al llegar se puso la máscara protectora y descendió a contemplar la zona. Ya anochecía y el horizonte se veía de un color naranja fuerte, no tan espectacular como en su Marte natal pero bastante atractivo. Una brisa leve y cálida acariciaba su cuerpo y sintió deseos de sacarse esa molesta máscara, pero todavía no habían quitado la prohibición. En el laboratorio seguían haciendo tests sobre tests del polvo, la ceniza y el suelo. Eran muy meticulosos. A veces demasiado.
Debía esperar la llegada de nuevos exploradores que venían directamente de la base ya que Bretón y Barbarie se retiraron con la nave atiborrada de bolsas de carbón, heladeritas portátiles y todo tipo de utensilios de cocina. El sol se ocultaba gigante e imponente sobre el oeste. Boutique se apoyó en un costado de su nave para verlo desaparecer. Había sido un gran día.
Un zumbido lejano se hacía cada vez más presente haciendo que Boutique girara su cabeza hacia la dirección del ruido. Ya llegaba el refuerzo. Imploró que no fuera Brunette. No quería que le cagara la jornada. Pero no, había olvidado que ese mal nacido no volvería a molestar nunca más. La nave que se acercaba era la 118, comandada por Beckenbauer y Bandoneón; junto con Bôite, sus grandes amigos de la infancia.
La 118 posó sus patas en el árido suelo rosarino y Beckenbauer bajó de un salto mientras Bandoneón saludaba a Boutique por la ventanita haciéndole morisquetas obscenas. Boutique le devolvió el saludo y contuvo estoico el abrazo exagerado de Beckenbauer, que saltó como para derribarlo. Se abrazaron largo y fuerte. Hacía rato que no se veían. Beckenbauer lo invitó a pasar a su nave y se quedaron los tres charlando sobre sus experiencias personales en el viaje. En la nave 037 Bôite salía de su primera clase perturbado. Boutique le hizo señas desde la ventana de la cabina y Bôite corrió desesperado a encontrarlos. No quería estar un minuto más encerrado ahí dentro con el gran maestro. Estaba re podrido. Caminó a oscuras hacia ellos y entró con la cara visiblemente derrumbada.
–¡Eh! ¿Qué pasa? – lo saludó Boutique –. ¡No es para tanto!
–Es una cagada…
–¿No te gustó lo que te contó? ¡Yo quedé alucinado!
–¿Qué carajo me importa a mí lo que hicieron estos humanos? ¡No entendí nada de lo que me dijo!
–¿En serio no te atrae la historia? – Boutique no lo entendía.
–Ni en pedo – concluyó acercándose a sus amigos para saludarlos.
Boutique les contó a sus compañeros que ellos no habían hecho el curso de historia y que, al estar al mando de la exploración, debieron hacer un curso exhaustivo y que lo tenían al gran maestro encerrado en el camarote. Beckenbauer y Bandoneón estallaron en carcajadas. Estuvieron hablando al pedo tres horas.
Luego se fueron a dormir; al día siguiente comenzarían las perforaciones más importantes. Estaban ansiosos y contentos que fueran ellos cuatro los encargados de ingresar en Rosario. No podía ser mejor. Boutique se acercó a la puerta del camarote y apoyó su oreja. Vitraux roncaba dentro. Se sacó la ropa y se acostó. No veía la hora de que fuera mañana. Quería seguir aprendiendo. Se quedó acostado en la vaina de descanso con la mirada perdida en la espalda de Bôite que ya dormía encima suyo. Le costó conciliar el sueño. La ansiedad lo había sobrepasado.

Capítulo IV



A la mañana siguiente, Boutique y Bôite se levantaron y fueron rápido a la sala de despegue. Debían continuar con su trabajo y estaban llegando tarde. Era mucho más reconfortante dormir en una cama que en esas vainas incómodas. Cuando llegaron a la plataforma de despegue y avistaron su nave vieron a Vitraux, que esperaba con cara de culo bajo un ala con su equipaje a un costado. Frenaron el paso, se miraron con desgano y se acercaron a saludarlo.
–Usted debe ser el gran maestro – se adelantó Boutique y le extendió su mano. Vitraux lo miró distante y lo saludó con respeto.
–Y ustedes dos deben ser los tarados que no vinieron a las clases de historia y me hacen ir al planeta a darles clases exhaustivas…– les recriminó. Bôite miró para abajo con vergüenza.
–Señor, lamentamos mucho el malentendido, nunca nos enteramos de dichas clases, hubiésemos asistido de saberlo…– le mintió Boutique. Bôite seguía con su mirada clavada en el suelo.
–Bueno, como sea, ¿vamos partiendo así me acomodo? Me imagino que tendrán un sector para mí en la nave. Detestaría tener que dormir en esas vainas de descanso, ya estoy viejo para esas aventuras – requirió Vitraux.
–Sí, gran maestro, por supuesto – lo tranquilizó Boutique con una mano en el hombro, intentando romper el hielo. El maestro lo miró aún enojado, pero luego aflojó.
Subieron a la nave y ayudaron al viejo a acomodarse en el fondo, donde había un pequeño camarote. Vitraux lo recorrió con una mirada de desprecio y le pidió a Bôite que le pusiera el equipaje en la cama y que se retirara. Bôite acató esa orden como un ridículo, le hizo una reverencia y se fue rapidito a la sala de mandos. Boutique le informó por los parlantes que en diez minutos zarpaban, por lo que debería acomodar sus pertenencias una vez llegados a destino. Vitraux hizo una mueca de disconformidad, se sentó en un sillón y se puso el cinturón de seguridad, sacó un libro de adentro de su bata y comenzó a leer, enajenado.
La nave partió rumbo al planeta y viajaron suavemente con el piloto automático clavado en las coordenadas de su última visita. Una vez en curso, se levantaron de sus comandos y se reunieron con Vitraux. Tenían por delante seis horas de vuelo pero el viejo les indicó que descansaran, que no iban a empezar las clases hasta el aterrizaje y que iban a estudiar de a uno, mientras uno explorara el otro estudiaría. Y sólo dormirían por la noche. Bôite y Boutique se encogieron de hombros y se retiraron a descansar. Estaban condenados a tomar esas clases y no podrían hacer nada al respecto. Vitraux se quedó escuchando música y leyendo un libro que Brunette había encontrado tiempo atrás y se lo había obsequiado.
Entraron en la atmósfera terrestre en el tiempo estipulado mientras la alarma comenzaba a sonar para que los pilotos retomasen el control. Boutique saltó de la vaina de descanso como un autómata y le dio una palmada en la frente a Bôite, haciéndolo sobresaltar indignado. Odiaba que le hiciera eso. Se pusieron sus trajes de explorador y tomaron el mando para aterrizar. La nave posó sus patas gentilmente en ceniza terrestre y Bôite partió rumbo al hoyo para continuar con la exploración. Cuando ingresó en el camping vio lo adelantos y se sorprendió. Un solo día habían estado fuera. Bretón y Barbarie habían vaciado prácticamente el lugar y se encontraban haciendo perforaciones subterráneas. Habían hecho un túnel de quinientos metros. A Bôite le costó un tiempo importante alcanzarlos por ese túnel y cuando los encontró continuaron perforando los tres.
Mientras tanto, en la superficie, Boutique comenzaba su primera clase de historia terrestre. Se quitó los cables de mando y se puso cómodo, con unas chancletas bárbaras que le había regalado su novia antes de partir, bordándole su nombre en el empeine: “Canapé”, para que la recordase cuando se relajara para descansar. Golpeó la puerta del camarote y Vitraux lo hizo pasar. Boutique lo saludó con una reverencia y el viejo lo relojeó, negando con la cabeza, haciendo incomodar a su alumno. Luego le hizo una seña para que se sentara y comenzó la clase. A pesar de la tarea que se venía, Boutique había cambiado su actitud y estaba entusiasmado. Quería saber qué carajos estaban haciendo en ese planeta desesperante.
–Vamos a empezar con unas preguntas – comenzó Vitraux sin mirarlo –. ¿Qué hacemos aquí? – le preguntó.
Boutique lo miró asombrado.
–Eso es precisamente lo que supuse que usted me diría…– le retrucó, perplejo. 
–Exacto, es lo que le voy a decir yo. Pero tire, arriesgue. Sorpréndame – lo incitó Vitraux. Boutique se asustó un poco, encongiéndose en su silla.
–¿La verdad? No tengo idea; ¿por el agua? – aventuró. 
–No.
–¿La tierra?
–No.
–¿Algún mineral faltante en nuestro planeta?
–No.
–Verdaderamente no lo sé…– culminó Boutique, dando a entender que no tendría otra ocurrencia.
–Muy bien. Comencemos entonces – dijo el maestro, poniéndose el quevedo y abriendo un libro.
–¿Qué tiene en su casa? – le preguntó.
Boutique lo miró extrañado.
–¿Qué tengo?
–Sí, qué tiene, cómo está compuesta su casa en nuestra tierra – continuó Vitraux – ¿Tiene vehículo? ¿Televisor? ¿Tostadora eléctrica? ¿Qué tiene? – Vitraux dio algunos ejemplos para acercar a Boutique a la pregunta.
–Sí, gran maestro, todo eso…– contestó Boutique, atónito.
–Descríbame su casa, su vida antes de ser capitán de exploración en esta expedición.
–Bueno, tengo una casa, grande, la elegimos con mi novia, Canapé – Vitraux le relojeó las chancletas –. Tenemos un vehículo, televisión, tostadora, cortadora de pasto… Qué sé yo, ¡todo lo que se necesita en una casa!... Heladera, microondas…– Boutique continuaba enumerando electrodomésticos como un autómata – Comunicador, muebles. No sé a qué se refiere…
–¿Cuánto le costó? – preguntó Vitraux. Boutique lo miró anonadado.
–¿Cómo cuánto me costó? ¿Qué cosa me costó? No entiendo.
–Sí, cuánto le costó, cuánto dinero tuvo que poner para obtener estos objetos. 
–¡No sé a qué se refiere!
–¡Cómo conseguió esas cosas! ¡No es tan difícil la pregunta! – lo increpó el viejo. Boutique lo miraba incrédulo; no entendía qué le tenía que responder.
–¿Cómo las conseguí? ¿Cómo cómo las conseguí? Las fui a retirar de los centros de repartición, y la casa la elegimos con Canapé…
–¿Y cuánto pagó?
–¡No sé qué es eso! ¡¿Cómo cuánto pagué?! – Boutique seguía sin entender lo que Vitraux le preguntaba.
–Capitán, cuánta plata le costaron sus bienes, no entiendo por qué insiste en no revelarme esa información…– lo increpó Vitraux.
–¿Plata? ¿Qué es eso? – preguntó Boutique desconcertado, y Vitraux hizo una sonrisa. Y se sacó el quevedo.
–Exacto, ¿qué es eso? ¿Qué es “la plata”? Esa es la pregunta que le va a hacer entender un poquito este planeta…– comenzó Vitraux, levantándose de su cómodo sillón; cuando estaba inspirado le gustaba explicar de parado, y Boutique había conseguido encenderlo – La plata, el dinero, la economía, como quiera llamarlo, fue lo que movió a este mundo por miles de años. La humanidad toda debía, para conseguir las herramientas necesarias para vivir, pagar por ellas.
–No entiendo.
–Claro, o sea, imaginemos que usted es un humano, su labor de explorador… cambiémosla por alguna labor más común a ambos planetas, por ejemplo, ingeniero – se figuró Vitraux, mirando pensativo un punto perdido en el camarote –. Es ingeniero, y para llegar a ingeniero en la Tierra, primero debería haber nacido en una nación pujante en donde brinden el servicio de estudios terciarios.
–¿Nación pujante?
–Nación pujante, en un país con solvencia económica.
–¿Qué es un país?
–Argentina es un país, Perú es un país, Brasil, China – describió Vitraux.
–Yo pensé que eran regiones…
–No, países, países con límites fronterizos. Si usted era argentino no podía viajar a China alegremente, debía presentar un pasaporte.
–¿Pasaporte?
–Sí, un documento que le expendían con una foto y con sellos de sus viajes por el mundo. Usted no podía entrar en China sin eso y, si lo dejaban entrar, era solo por tres meses. No podía quedarse el tiempo que se le ocurriera. Estaba prohibido. Cada humano debía asentarse en donde había nacido. Si pretendía vivir en otro país, primero debía pedir permiso.
–¿Y por qué el planeta estaba dividido en países?
–Por la plata, y por la religión.
–¿La religión? – Boutique parecía un pelotudo repitiendo como un poseído cada palabra rara que Vitraux decía.
–Sí, pero de eso hablaremos en otra ocasión. Por estas primeras clases nos enfocaremos en “la plata” – lo informó –. “La plata” es la que movió a este mundo, como le decía, por miles de años; todo se manejaba con plata de por medio; si usted quería una casa, debía pagar por ella; si quería un vehículo, debía pagarlo. Una tostadora lo mismo.
–¿Y de dónde sacaban “la plata”?
–Muy buena pregunta, muchacho. “La plata” era entregada en pago de servicios. Cada humano, según el rango que tenía en la sociedad, cobraba una suma distinta de dinero, de plata. Distinta. Si era ingeniero cobraba una cosa; si era maestranza cobraba otra, si era médico, albañil, piloto, capitán, etcétera; otra. Cada ser humano cobraba una determinada suma de dinero dependiendo de su importancia en la cadena social en que vivía. Un ingeniero cobraba mucho más que un maestranza, por poner un ejemplo.
–¿Y cómo hacía el maestranza para comprar una casa igual a la del ingeniero? ¿Las casas eran todas iguales? ¿Qué hacía el ingeniero con la plata que le sobraba? – Boutique ya navegaba por las turbulentas aguas del saber terrestre. Y Vitraux se sentía en su tinta, y sonreía constantemente ante cada acotación de su alumno.
–No, por supuesto que las casas no eran todas iguales. Había casas de todo tipo, desde pocilgas inhabitables hasta lujosas mansiones con cuarenta dormitorios. Cada cuál tenía la casa que le correspondía según el rango que tuviera en la escala social.
–¿Pocilgas?
–Pocilgas. Había gente que vivía en condiciones deplorables, con sus necesidades básicas incompletas, sin la posibilidad de acceder a alimentos, debiendo hurgar en la basura por las noches y alimentándose con las sobras que los de clase social más alta dejaban en los contenedores de desechos.
–No lo entiendo – Boutique estaba descreído de lo que escuchaba.
–Sí, capitán, era así. Aunque usted no lo crea – Vitraux lo miró serio –. Todo comenzó hace miles de años, con el trueque.
–¿El trueque?
–¿Usted va a repetir como un salame cada palabra que no entienda? – lo retó y Boutique se sonrojó –. Hágame el favor de tomar el lapicero y anotar cada cosa que le digo, mire que después le voy a tomar prueba, ¿eh? – amenazó Vitraux.
–Perdón, gran maestro, tiene usted razón – dijo Boutique abriendo el cuaderno y anotando todas esas palabras raras que había escuchado. Luego levantó la vista y el maestro lo miró con cara de “¿puedo-continuar?”, y su alumno asintió con la cabeza.
–Bien, decía, todo empezó hace miles de años con el trueque. Los ciudadanos intercambiaban cosas: yo te doy esto, y a cambio vos me das esto otro.
–¿Pero por qué motivo hacían eso? ¿Siempre debían pedir algo a cambio? 
–Siempre. Y no se sabe por qué lo hacían, esa es la gran incógnita que tenemos – Boutique tenía la ceja por la nuca del asombro –. Le decía entonces, todo comenzó con el trueque: un humano le daba carne a otro humano para su ingesta a cambio de telas para vestirse, otro humano le construía una casa a otro a cambio de un terreno que el primero tendría de sobra – Vitraux trataba de encontrar las palabras justas pero no siempre lo conseguía, no era fácil explicar tamaña situación –. Entonces como esto no funcionaba, ya que había trabajos mucho más sacrificados que otros, había labores impagables con la modalidad del trueque.
–¿Cómo es eso?
–Claro, por ejemplo, supongamos que usted es un humano carnicero, se dedica a la venta de alimentos y quiere comprar una casa. La relación de costo entre una casa y un pedazo de carne era incompatible. El carnicero debía entregarle al ingeniero que le construyera la vivienda alimento para cinco años, entonces para el carnicero era inviable suponer tener una casa propia porque el ingeniero no podía aceptar en parte de pago carne para cinco años ya que a los pocos días se le pudriría y debería tirarla. Es así que comenzó a circular el dinero, la plata, primero en monedas de oro.
–¿Oro?
–Oro, un metal precioso, de color amarillo, muy difícil de recolectar, que se encontraba en los ríos de deshielo de las montañas. Se utilizó este metal por su hermosura y por su ardua recolección. El que encontraba oro, se hacía rico.
–¿Rico?
–Rico, era afortunado. Con el oro que encontraba podía comprar lo que se le antojara, porque todo el mundo quería tenerlo. Y entonces se empezó a utilizar como elemento de poder y status. Luego de esto, los países comenzaron a acaparar este metal y a distribuirlo en pago a sus ciudadanos por los servicios brindados al gobierno. Aparecieron los empleos gubernamentales, y estos se encargaban, con su consumo, de regar la ciudad de oro, y entonces toda la población pagaba sus objetos con oro. Un pedazo de carne tendría el valor de una pepita de oro; un caballo costaría dos monedas de oro grandes; una casa podría llegar a costar cincuenta o cien monedas de oro, ¿entiende?
–Entiendo.
–Bien, con el tiempo, el oro se transformó en un problema – Boutique escuchaba atento, como un niño al que le están contando un cuento maravilloso –, porque al ser un metal, era incómodo andar con la bolsa de monedas o de pepitas. Era muy molesto, muy pesado de transportar – continuó Vitraux –; entonces los gobiernos decidieron juntar todo el oro que había en el país, guardarlo en una gran bóveda y emitir papel moneda como respaldo de ese oro – Boutique ya no entendía un carajo, se le notaba en la cara y el gran maestro se dio cuenta –. ¿Qué es lo que no entiende?
–No entiendo cómo hicieron para transformar el oro en papel. Si todos eran tan desconfiados, deberían haber sospechado de esos papeles con valor – dijo Boutique – ¿Cómo sabían que verdaderamente había esa cantidad de oro en aquellas bóvedas y no era un cuento?
–Exactamente, capitán, no lo sabían, pero confiaban, confiaban que era cierto, y como era más práctico ir con papeles en los bolsillos en lugar de pesadas piedras preciosas dieron por descontado que era verdad – señaló Vitraux.
–¿Y era verdad? – preguntó Boutique y Vitraux lo miró con ternura, y se sacó el quevedo.
–Al principio sí, era cierto, cuando la moneda la manejaban los gobiernos que velaban por el bienestar del pueblo y debían responder por aquellos depósitos de oro, pero luego, con el tiempo, comenzaron a surgir los bancos…
–¿Los bancos?
–Empresas dedicadas a la emisión de moneda, de dinero en efectivo.
–¿Y qué pasó?
–Los bancos, al ser empresas privadas, de una manera muy inteligente fueron dominando el sistema económico mundial y, varias tramoyas mediante, lograron quedarse con el oro y comenzaron a emitir moneda sin tener que rendirle cuentas a nadie, sin que su labor sea inspeccionada – Vitraux relataba la historia con un dejo de indignación.
–¿Cómo puede ser posible? – preguntó Boutique –. ¿Y emitieron mucho papel sin tener respaldo? – El gran maestro lo miró y se calzó nuevamente el quevedo en el ojo.
–Todo – sentenció –. Todo el papel que a usted se le ocurra. Y más también – dijo Vitraux, iracundo –. Al final de los días el mundo estaba gobernado por esos bancos, que eran empresas privadas, empresas pertenecientes a cuatro o cinco humanos que hacían papel moneda y manejaban la economía como les placía.
–Pero, maestro, ¿los humanos no se daban cuenta de eso?
–No, tenían sus días muy ocupados con sus preocupaciones personales. Las explicaciones que daban los economistas en los programas de radio o TV eran tan rebuscadas, con una terminología tan incomprensible para el humano común que nadie entendía nada – se resignó Vitraux –. Fueron muy hábiles…
–No puedo creerlo – dijo Boutique desconsolado.
–Créalo, capitán, los bancos fueron muy astutos. Y una vez dueños de la emisión del dinero fue muy fácil dominar el mundo – le explicó Vitraux –. Con sólo inventar una trifulca entre dos países cada diez años y enviarlos a la guerra, los países necesitaban dinero para comprar armas y pelear, y se endeudaban con estos bancos y debían, luego de entrar en guerra, devolver el dinero que los bancos les prestaron… Al final de los días casi todos los países les debían dinero a los bancos, entonces los pueblos del mundo trabajaban para pagar deudas. Cuando se acercaban a cancelar dicha deuda, misteriosamente surgía un conflicto en algún lugar remoto del planeta, que no era comprobable, y volvían las guerras, y volvían las deudas. Era un círculo vicioso con un solo ganador – Vitraux miró a Boutique.
–El banco – dijo Boutique.
–El banco – repitió Vitraux.
–Pero, maestro, ¿qué cosas podían hacer que dos países se enfrentaran tan iracundos en una guerra?
–El poder y el acaparamiento de recursos naturales – comenzó Vitraux –. Vea, capitán, para que lo entienda mejor, si un país poderoso tenía en falta algún recurso natural que necesitaba para su buen funcionamiento, inventaba alguna excusa para invadir al país que tenía de sobra ese recurso pero no se lo vendía o no quería aceptar el precio que el país poderoso le imponía, entonces, al no poder “por las buenas” conseguir lo que buscaban, inventaban alguna situación comprometida. Se utilizó mucho la modalidad del atentado. 
–¿El atentado?
–Sí, elegían algún edificio en donde trabajaran muchos humanos y les ponían una bomba. El edificio explotaba por el aire, matando a cientos o miles de humanos, le echaban la culpa a algún loquito religioso y el pueblo, herido e indignado, aceptaba ir a la guerra – dijo Vitraux –. No sólo aceptaban entrar en guerra, los humanos machos se alistaban orgullosos para pelear por su país y morían muchos más que en el atentado que causaba la trifulca.
–Qué barbaridad…– dijo Boutique asombrado.
–Ya lo creo, capitán – acordó Vitraux –; pero lo más indignante de todo es que, sobre el fin de los días, los humanos tenían pruebas fehacientes de que esto había ocurrido por cientos de años – sentenció –, pero continuaban con sus vidas como si nada – señaló el viejo ante la mirada exacerbada del capitán, que no quería creer lo que estaba escuchando.
–¿Pero cómo podían dormir por las noches sabiendo eso? – preguntó Boutique, ya desesperado.
–No se sabe cómo lo hacían – dijo Vitraux advirtiendo que se estaba explayando demasiado y debía re-enfocar la clase –. Bien, entonces, para volver al tema que nos compete, el del dinero, los gobiernos de los diversos países comenzaron a emitir papel moneda, que era más práctico, y los humanos circulaban con billetes de papel que decían, por ejemplo “Cinco coronas” con la cara de la reina o el rey.
–¿La reina? ¿El rey?
–Qué difícil que va a ser esto si usted me interrumpe con cada nimiedad que digo…– Boutique anotó esas palabras y lo dejó continuar – Entonces le decía, con la cara de la reina o el rey, y a un costado del papel moneda decía, en chiquito: “equivalente a cinco monedas de oro depositadas en la bóveda del país”, y la gente se movía con eso – El gran maestro lo observó un instante. La cara de Boutique señalaba el desconcierto descomunal que tenía y tuvo que explicarle más, a su pesar –. Había reyes. Reyes y reinas, no en todos los países, pero en la gran mayoría de los países europeos había reinados.
–¿Y eso qué es?
–Los reinados eran formas de gobierno que, a diferencia de las democráticas en donde el pueblo elegía a su gobernante, estaban en el poder por tener sangre azul.
–¿Y cómo conseguían esa sangre? ¿Qué diferencia tenía la azul de la roja?
–No tenían sangre azul. ¿Cómo van a tener sangre azul? Era un verso. Y los ciudadanos acataban cada orden que emanaba de ese reinado por más ridícula que fuera. Pero eso no era lo más absurdo. Los reyes gozaban de un estilo de vida único, se podían dar todos los gustos que se les ocurrieran, cuantas veces quisieran, sin importar lo que padeciera el pueblo que reinaban – Boutique ya no tenía cara de desconcierto; estaba realmente alelado. 
Vitraux le contó a grandes rasgos cómo se manejaban los humanos. Le contó sobre el continente europeo, el asiático, el africano. Le contó sobre las disparatadas ocurrencias sobre el tamaño y la forma que suponían tenía la Tierra, de la importancia que tenía para ellos su planeta en el sistema solar, de Colón y el descubrimiento de nuevas tierras habitadas por poblaciones no contaminadas con la enfermedad del dinero y de cómo los europeos les robaron durante setecientos años todas su riquezas, en confabulación con un hermano del norte del continente, que logró sobre el final de los días convertirse en un cruel imperio. Le contó cómo los europeos aniquilaron poblaciones enteras del nuevo continente, de cómo los obligaban a extraer ellos mismos el oro de adentro de las montañas para que se los entregasen sin lugar a reclamo, de cómo los hombres morían jóvenes por esas labores brutales y dejaban a sus mujeres viudas e indefensas, ávidas de dinero para poder subsistir con la nueva modalidad de vida impuesta por los europeos, de cómo estas mujeres jóvenes debían enviar a sus hijos mayores al muere, entregándolos a las minas de oro a sabiendas que los estaban matando de a poco. Vitraux le contó cómo se robaron todo lo que esas tierras vírgenes tenían para ofrecer, que era mucho; de cómo esos pueblos miraron durante siglos lo que les ocurría y sólo en muy pocas oportunidades se enfrentaron en combate, en donde siempre perdían. Le contó sobre Cuba, el único país que soportó el bloqueo que le hizo el mundo entero por defender su tierra y no permitir que le robaran lo que le pertenecía. De cómo Estados Unidos se transformó en un gran imperio, manejado por cuatro o cinco humanos dueños de bancos que, desde atrás del telón y poniendo como líder a alguna marioneta que los obedecía, emitían aquel papel moneda en cantidades descomunales y eran los dueños del mundo. Le contó sobre Ernesto Guevara de la Serna, ese líder tan influyente para la humanidad que había nacido en la ciudad de Rosario que luchó fuertemente por desbancar esa modalidad capitalista de vida desde distintos lugares y que terminó asesinado en Bolivia luego de muchos años de lucha. 
Boutique era una esponja de información y anotaba todo como un poseído, estaba tan desconcertado por la extraña manera que habían tenido los humanos de vivir que sólo quería continuar con las clases, no quería que terminase su turno.
Vitraux, un poco exhausto, le solicitó un vaso de agua y miró su reloj. Faltaba una hora para que Bôite regresara de su turno de explorador y se sentara en esa silla para comenzar de cero nuevamente con la historia. Le dijo a Boutique que por ese día ya era demasiado, que se retirara, ya que necesitaba descansar. Boutique le estrechó la mano, tenía el ojo descomunalmente abierto y estaba muy ansioso por seguir escuchando esas disparatadas historias humanas. Se fue a las vainas de descanso y se quedó contemplando el techo de la nave, absorto. Al final eran interesantes esas clases, se lamentó no haberlas tomado antes, pero estaba muy cansado y se durmió un rato. Una hora más tarde, Bôite lo despertaba sacudiéndole el hombro.
–Che – le dijo Bôite tratando de despertarlo.
–¿Qué pasa? – Boutique se estiró y lanzó una bocanada de pésimo aliento a su amigo. Bôite corrió la cara de inmediato.
–Andá a cepillarte el diente que tenés un aliento a culo de doberman que no se puede creer…– le ordenó. Boutique, avergonzado, se tapó la boca y corrió al baño mientras Bôite aprovechaba y se sacaba el traje para tirarse a descansar; estaba muerto de sueño y todavía debía ir a esa maldita clase. Boutique salió del baño tirándose aliento en la mano, para inspeccionar su olor.
–¿Y? – preguntó Bôite asustado.
–Perfecto, ahora sí puedo hablarte a la cara sin miedo… ¡Siento la boca fresca!
–No, bobo, por la clase te pregunto…
–¡Ah! ¡Muy buena! – lo tranquilizó Boutique –, después de tu primera sesión no vas a querer continuar con las exploraciones, creéme – aseveró.
–¿Tan bueno está?
–Buenísimo, no sabés el pedo tísico que tenían estos humanos, estaban muy mal del bocho – Bôite no entendía nada –. Ya vas a ver, esperá que el viejo te empiece a contar…
Boutique se calzó la máscara, activó el circuito de aire en su traje y salió de la cabina mirando por el rabillo de su ojo como Vitraux abría la puerta del camarote y hacía pasar a su alumno. – ¿Cómo tomaría Bôite todo lo que le contaría el gran maestro? – pensó. Bajó por la perforación con la cabeza viajando por el mundo humano, imaginándose esa vida absurda. No lo podía creer. Sencillamente no lo podía concebir.