Eran las tres de la tarde cuando Boutique encontró la pieza. Iba a ser otro día más de tediosa búsqueda al pedo. Pensó en cómo se había desvanecido la ilusión que le generó su nuevo trabajo ni bien lo aceptaron como capitán. Hacía un año que estaba en el cargo y nunca había logrado encontrar un carajo. Quiso renunciar, varias veces, o dedicarse a ot
ra cosa, pero sus superiores siempre le rechazaban sus pedidos de traslado. Él no se quejaba, ¿por qué hacerlo?, ¿por qué faltarles el respeto?; al fin y al cabo no cualquiera accedía a ese cargo; por algún motivo lo habrían seleccionado entre tantos otros, y aunque la falta de resultados lo hacía sentir que traicionaba a su pueblo, notaba el apoyo de sus superiores.
Se acuclilló y tomó el objeto con ambas manos, lo miró, lo dio vuelta, lo hundió en la bolsa recolectora y rumbeó hacia la perforación, subiendo por el agujero los 237 metros que lo separaban de su nave y de su compañero. A Bôite no lo iba a contentar lo que había encontrado, e iba a empezar como siempre con su pesimismo; pero él ya estaba acostumbrado a su mal carácter, y no le iba a dar pelota. Al salir, la luz del sol le lastimó la pupila. Siempre lo mismo, el cristal de la máscara se oscurecía al contacto con el sol pero demoraba un instante casi imperceptible en hacerlo; el instante casi imperceptible necesario para encandilarlo.
Entró en la nave, se sacó la mochila y la dejó tirada en la mesa de trabajo. Se metió en el baño y se sopleteó bien para sacarse el polvo de encima. El aspirador helicoidal se encargó de succionar cada partícula de ceniza tóxica que volaba de su cuerpo. Sus superiores le habían hecho hincapié en que luego de cada jornada de trabajo se sopletease bien hasta que los bioquímicos terminaran de estudiar la ceniza y dieran el ok de “libre de contaminación”. A él le molestaba bastante todo ese ritual pero debía hacerlo, no le quedaba otra. Se dio una ducha y se cambió, pero el baño no logró relajarlo. Estaba enojado. Hacía ya una hora terrestre que había encontrado la pieza y no se había emocionado siquiera un poquito. Todos estos meses explorando el planeta para encontrar esa pavada. No lo podía creer. Se acercó a las vainas de descanso y despertó a Bôite, zamarreándolo por el hombro.
–Encontré algo.
–¿Eh? – dijo Bôite, todavía dormido y con el ojo entrecerrado.
–Encontré algo – repitió Boutique, desganado.
–¿Dónde? – preguntó Bôite sin interesarse demasiado. Ya despertaba.
–Allá abajo. No sé qué es – le contestó y se dio vuelta enfilando para la sala de control dando por sentado que su compañero lo seguiría.
Bôite se estiró, desperezándose con una larga y absurda mueca de sufrimiento. Hubiera preferido seguir durmiendo un par de horitas más, pero hizo cara de “qué le vamos a hacer” y saltó de la vaina, se metió en el baño para cepillarse el diente y se reunió con su compañero en la cabina. Boutique lo vio acercarse y le señaló el objeto con la cabeza.
–¿Qué carajo es eso? – dijo con cara de desconcierto; esperaba que su amigo hubiese encontrado otra cosa.
–No lo sé, pero claramente es un objeto extraño.
–Pero no es lindo…– dijo Bôite, decepcionado con el hallazgo.
–Viste…– Boutique compartió su sentimiento de escepticismo con cara triste; los dos estaban hartos de su trabajo.
–¿Hablaste? – consultó Bôite.
–No – dijo Boutique con la mirada perdida en el objeto.
–¿Qué hago? ¿Los llamo? ¿No nos mandarán a la mierda? ¡Es un cacho de madera! – Bôite estaba desconcertado.
–Tenemos que llamarlos…– recalcó Boutique mientras se apoyaba con los codos en la mesa para sostener su cabeza con las manos, como un chico que no quiere ir a la escuela y está haciendo berrinche.
Bôite enfiló inseguro para la sala de comunicaciones. No quería dar la noticia. Le daba bronca. A veces sentía envidia de sus compañeros, sobre todo de Brunette. Ese hijo de puta tenía un culo a toda prueba, vivía encontrando cosas. Crispaba verlo pasar con el pecho en alto, sobrando a sus compañeros con el dedo índice que le salía del pecho haciendo circulitos imaginarios en el aire… un gran sorete. Y siempre encontraba cosas copadas, todas las semanas. Bôite se calzó los auriculares y, luego de meditar un instante, llamó a la central.
–¿Me comunicás con Apotheke? – pidió, incómodo.
–¿Qué pasó?
–Nada, ¿qué te importa?, dale que tengo prisa – apuró Bôite. Tenía vergüenza de contar qué había encontrado. Con que se enterase su jefe para él era suficiente.
–¡Uy! ¡Cuidado! ¡Bôite tiene prisa! – se burló Croissant –. Che, tengo que comunicar a Bôite con Apotheke rápido porque…– Croissant hizo un silencio tensionante – ¡Tiene prisa! – continuó, mientras las carcajadas de sus compañeros de turno se escuchaban estentóreas por los parlantes.
–Dale, paspado, cómo te gusta romper las pelotas, ¿eh? – lo retó Bôite – Dale que no tengo todo el día.
–Te comunico, pero después contame para qué querías hablar con él – insistió Croissant.
–Bueno, te prometo – trató de cortarlo Bôite. No le gustaba relacionarse con marcianos más jóvenes, sentía que eran unos imberbes. Sabía que alguna vez él también había tenido treinta y seguramente habría sido igual de pelotudo, o más, pero esa etapa ya la había superado hacía más de veinte años, y no tenía ganas de recordarla. Se sintieron unos ruiditos insignificantes, esos que hacía la línea cuando se conectaba con Apotheke.
–¿Qué pasa? – preguntó el general, escueto y apurado como siempre.
–Encontramos algo, señor – lo informó Bôite, con respeto.
–¿Y? – preguntó Apotheke.
–¿Señor? – Bôite no entendió la pregunta.
–¿¡Qué es!? – se impacientó Apotheke.
–Perdón, señor. No sabemos con exactitud, pero se trata de un objeto de madera, redondo y plano, con un diámetro de unos treinta centímetros terrestres – Bôite se explayó mejor. Apotheke hizo un silencio muy largo. Bôite no sabía si era para tomar carrera y mandarlo a la mierda o si estaba pensando en serio en la pieza que le había descripto.
–¿Tiene marcas? ¿Tajos transversales, como si alguien hubiera estado cortando algo sobre el objeto con un estilete? – se interesó Apotheke. Bôite no tenía idea, no lo había visto tan en detalle; le había parecido tan absurdo el descubrimiento que no supuso que su general le fuera a pedir más datos.
–No lo sé, francamente, señor; recién lo trajimos a la nave…– se disculpó.
–No sea paparulo, querido, ¡pregúntele a su compañero! Espero en línea – lo retó el general.
–¡Sí, señor! – se disculpó Bôite, haciéndole una estúpida e innecesaria reverencia al comunicador ya que su superior no podía verlo, y fue corriendo a ver a Boutique, que seguía mirando el cacho de madera como quien no tiene nada mejor que hacer. Lo inspeccionó rápido y volvió corriendo al comunicador de la nave.
–En efecto, señor, tiene varias marcas rectas, trazadas indistintas sobre uno de sus lados – definió. Apotheke se quedó mudo un instante, conteniendo su euforia.
–Sigan buscando en el mismo lugar – le ordenó – Están muy bien posicionados, pronto tendrán refuerzos.
–Señor, ¿tan importante es? – se asombró Bôite.
–No se imagina, amigo, no se imagina…– lo inquietó Apotheke. Y le cortó.
Bôite volvió a la mesa de exposición con la cara demudada, la ceja bien alta y el ojo exaltado, moviéndose como un fantasma. Se sentó al lado de su compañero y se quedaron mirando la pieza juntos. Boutique lo miró con cara de sueño un instante y le preguntó:
–¿Y?
–Qué se yo… El gordo se interesó en la cosa esta – recalcó Bôite. Boutique lo miró perplejo.
–¿En serio?
–Sí, dice que sigamos buscando en el mismo sector donde lo encontraste, que ya vienen refuerzos.
Boutique se echó para atrás como midiéndolo, buscando encontrar la broma.
–No me jodas que todavía no dormí y en una hora es mi turno.
–En serio, gil, dice que manda refuerzos, que no me imagino lo importante que es este pedazo de madera ridículo – lo informó Bôite.
Boutique fue a regañadiente hasta la cabina de mando y comenzó a ponerse el traje de explorador para continuar la búsqueda. Bôite lo siguió e hizo lo mismo copiando como en una coreografía cada movimiento de su compañero. Salieron de la nave con desgano y caminaron arrastrando las patas hacia el agujero. Boutique tenía excusas para estar desganado, ya había terminado su turno y ahora tendría que continuar. Pero Bôite había descansado bien, no tenía pretextos para mostrarse tan disconforme. Cuando estaban por entrar en la perforación sintieron la característica vibración en el suelo que señalaba la llegada de la caballería. A los dos les molestaba que interfirieran en su trabajo o en el sector que les había sido trazado. Pero más les molestaba si el refuerzo era ese pedante de Brunette y el chupaculos de Bitte. Eran muy forritos los dos. Brunette porque te miraba sobrador, y tenía con qué; pero el otro estúpido era insufrible, siguiendo a Brunette hasta el baño, riéndose de sus chistes, fueran graciosos o no. Un gran pelotudo. Y eran ellos los que guiaban la cuadrilla de refuerzos; ya no había duda alguna.
Muy canchero, Brunette aparcó su nave a una distancia imperceptible de la de ellos, para demostrar que podía manejar ese aparato como nadie y les guiñó el ojo por la ventanita de la cabina. Bôite y Boutique se miraron agotados y se tiraron parados por la perforación. Tenían un rato largo para disfrutar solos hasta que esos dos idiotas se pusieran los trajes y descendieran a romper las pelotas.
Encontraron más objetos, todos de aparente dudosa calidad: un vaso metálico, un estilete enorme con el mango de madera tallado con la forma de un animal y un tridente con el mismo animal tallado en la empuñadura. No lo podían creer. Nunca habían encontrado nada y ese día ya habían descubierto cuatro objetos. Se sentían eufóricos y emocionados: finalmente les había caído la ficha y comenzaban a sentir orgullo por estar colaborando con la causa. Cuando llegó Brunette y se dispuso a acercarse a preguntar algo, Bôite y Boutique salieron rápido con sus descubrimientos en bolsa para la nave, dejándolo solo.
Afuera, en la superficie, el suelo comenzó a vibrar otra vez y los dos miraron hacia donde estaban aparcadas las naves suponiendo otra maniobra pelotuda de Bitte, que siempre aprovechaba para reacomodarla cuando Brunette lo dejaba solo. Pero no, la que se acercaba esta vez era la nave del general Apotheke. Ambos se miraron asombrados, seguían sin entender nada. Debía tratarse de algo importante si el general se había molestado en viajar hasta allí en persona.
Apotheke bajó a tierra y se acercó a ambos. Saludó a Bôite con respeto y un poco de admiración pero Bôite enseguida le señaló con el mentón a Boutique. El general levantó su ceja y también lo señaló, descreído, y Bôite asintió con la cabeza. Se arrimó a Boutique y le extendió su mano. Boutique se la estrechó, escéptico; seguía sin entender nada.
–Ha hecho un descubrimiento muy importante, capitán – dijo Apotheke –. Lo felicito.
–Gracias, mi general, realmente estoy sorprendido, no entiendo por qué puede ser tan importante un pedazo de madera…– se disculpó Boutique mientras Bitte hacía movimientos nerviosos con la nave desde su ubicación para tratar de pispear por la ventanita de la cabina qué pasaba ahí abajo.
–Encontró una tabla de asado – le descerrajó Apotheke, sin anestesia. Boutique entendía menos aún.
–¿Una qué?
–Una tabla de asado, amigo – Apotheke no concebía que su capitán no entendiera –. Un recipiente plano en donde se servían las comidas…– hizo un paréntesis para ver si Boutique lograba adivinar –…comidas autóctonas de un lugar…– hizo otro paréntesis tratando de que su subordinado metiera un bocadillo pero Boutique lo miraba como un idiota – Vamos, no sea gil, ¿todavía no entiende lo que encontró? – Apotheke ya se impacientaba.
–Disculpe, mi general, pero sigo sin entender.
–Una tabla para comer asado, hijo; estamos en Argentina – Apotheke le palmeó el hombro y se retiró junto a Bôite para dar las nuevas instrucciones. Boutique se quedó perplejo, acariciándose el hombro que el general le había cacheteado con admiración. No cabía dentro suyo; el general lo había palmeado dedicándole una mirada de respeto, a él, por haber encontrado un cacho de madera que se parecía mucho a un plato. Se quedó un rato largo tocándose ese hombro, pensativo. Nunca imaginó que sería el descubridor del país buscado.
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