domingo, 28 de abril de 2013

Capítulo XLVIII





Vitraux estaba sentado de espaldas a la entrada de la tienda con los auriculares puestos escuchando música cuando Boutique regresó, y prefirió no molestarlo. Dejó el bolso con cuidado en la mesa y se metió en el baño para darse una ducha. Al salir encontró al maestro en la misma posición, pero con la cabeza colgando en su pecho y un hilo de baba le goteaba desde el mentón hacia abajo como el lento deshielo de una estalactita. Se había dormido. Boutique lo dejó con la música y comenzó a cocinar unos teresos embrochetados, haciendo ruido de más para que el maestro se fuera despertando por sus propios medios; pero el viejo tenía engrampados los auriculares a la cabeza. No iba a escuchar nada. Boutique tomó la bandeja de teresos con las manos mojadas y se le patinó golpeando fuertemente en la mesada, haciendo que Vitraux despertara de un salto, sacándose los auriculares y limpiándose el mentón humedecido de baba.
–Perdón – se disculpó Boutique mientras recogía los teresos caídos en la bacha.
–No hay problema…– el maestro se restregaba el ojo.
–Se quedó dormido – adivinó Boutique mientras continuaba con las tareas culinarias.
–Sí, esta música es somnífera…– reconoció Vitraux levantando la cajita del disco de Pink Floyd, Meddle.
–¿Qué es?
–Es el disco anterior a The dark side of the moon. En esta época comenzaban a entender cuál sería el camino que tomarían. Hay una canción fabulosa, que se llama Echoes, quizás las más bella canción de Pink Floyd. Pero caramba que duerme…– reconoció avergonzado –, casi diría que hipnotiza.
–Le traje los perfumes – Boutique cambió de tema mientras terminaba de enjuagar los teresos caídos.
–Mire usted…– se interesó el maestro buscando la bolsa recolectora con la vista.
–Están en el bolso – le dijo, señalándoselo con el mentón con las manos llenas de teresos. Vitraux siguió la línea imaginaria demarcada por la pera del coronel y lo encontró sobre la mesa. Comenzó a extraer cajitas de perfumes, todas cerradas al vacío con un film protector.
–Muy bien, coronel – le reconoció –. Si seguimos a este ritmo, deberemos pegar la vuelta pronto.
–Es lo que más ansío…– dijo Boutique, ensimismado en sus teresos. Vitraux enarcó su ceja, atónito.
–¿Qué pasa, coronel? ¿No está a gusto?
–Sí, maestro, no me malinterprete…– le aclaró –. Extraño mucho a mi familia, es muy duro este viaje. Muy largo.
–Ya falta poco – lo consoló –. A lo sumo un mes – Boutique se dio vuelta con una cara indescifrable, mezcla de alegría y terror. No sabía qué experimentar primero.
–Quizás deba explicarme mejor – dijo Boutique dándose vuelta, con un tereso en la mano mirando el techo de la carpa, pensativo. Vitraux vio cómo goteaba el tereso en el piso mientras esperaba la explicación del coronel, pero no le dijo nada.
–Lo escucho.
–Amo este planeta, me apasiona su historia… Si pudiera estudiarlos en mi casa, con mi novia cerca y el ambiente inundado de música terrestre…– señaló –, me hago viejo disfrutándolos.
–Bueno, ya falta poco para eso – lo serenó –. Piense que a los sumo en unos meses podrá hacerlo – Boutique volvió a la preparación de la comida y negó con la cabeza, ansioso.
–¿Quiere que charlemos sobre Pink Floyd mientras termino de preparar la comida? – lo instó Boutique –. Hay algo que no me quedó claro.
–Dígame – aceptó sorprendido mientras se sentaba cómodo a escuchar lo que el coronel tenía para decirle.
–No entiendo cómo puede ser que hayan escrito esas letras tan directas, tan profundas, tan encadenadas entre sí. Parecían humanos muy superiores, seres que contemplaban las miserias humanas desde algún pedestal inalcanzable para el resto de los mortales – Vitraux ya sabía a donde iba con todo eso –. No entiendo…
–…si eran tan superiores cómo cayeron en la trampa de las competencias y de las peleas por el poder… – lo interrumpió el viejo, y Boutique lo miró agradecido.
–Exacto.
–Vea, coronel, para la raza humana fue imposible juntar cuatro seres que construyeran algo que quedase para la posteridad sin que estos, al encontrar el éxito, el poder o la gloria, no comenzaran a luchar por él, siempre por culpa del dinero.
–Pero es que es tan raro…
–Fíjese que, en general, los músicos de rock provienen de familias de bajos recursos: humanos que pasaron hambre o frío, o que sufrieron siendo testigos de la tortura que padecieron sus padres luchando por progresar sin conseguirlo.
–Bueno pero, ¿por qué razón siendo distintos al común de los seres humanos no lograron ver que el egoísmo personal los contaminaba?
–El dinero los fue alejando. Cada cuál decidió, con el dinero que cobraban, hacer cosas que no le agradaba al resto – trató de explicarse Vitraux, pero Boutique mostraba cara de incomprensión –. Imagínese que usted tiene una sociedad conmigo, con el general y con su amigo Bôite; vivimos en la Tierra y por algo que hacemos en conjunto nos hacemos multimillonarios.
–Sí – dijo Boutique esperando la explicación.
–Bien, entonces viene un señor y nos da millones de dineros y nosotros nos lo repartimos en partes iguales, porque somos amigos, porque nos conocemos desde la infancia misma y porque estamos orgullosos de lo que logramos “juntos”.
–Sí.
–Entonces nos tomamos unas merecidas vacaciones, después de tanto trabajo – señaló Vitraux con gesto serio, como si estuviera cansado de esa tan ardua e hipotética labor –. Cada uno se va a lugares distintos del planeta: usted es amante de los aviones a chorro, yo me desvelo por jugar al golf durante un año entero sin conexión con el resto de la humanidad, al general le encantan los Ferraris y a su amigo lo desvela comprarse una isla.
–Espere un poco maestro, porque me agobia con tanta información…– lo frenó Boutique.
–El golf es un deporte que se jugaba en este planeta, muy aburrido, en donde el humano le tenía que pegar con un palo a una pelotita diminuta y mandarla bien lejos por el campo, que tenía unos agujeritos estratégicos en donde la pelotita debía introducirse.
–¿Y la embocaban?
–Sí, pero casi nunca de un solo golpe, la iban acercando a palazos hasta el agujerito. El que menos palazos le daba, ganaba el juego.
–Bien – afirmó Boutique entendiendo un ítem.
–Los aviones a chorro eran aviones a chorro – se explicó de manera torpe el maestro, dándose cuenta que no servía lo que había dicho, y no encontrando mejor manera de explicarse –. Eran naves voladoras con alas, para uno o dos tripulantes – definió mirando al coronel, esperando que no le preguntase más.
–Bien…– dudó Boutique, asintiendo lentamente con la cabeza.
–Los Ferraris eran unos vehículos italianos muy ligeros, muy bien diseñados y muy costosos. Sólo unos pocos afortunados podían acceder a tener un vehículo de esos.
–¿Como los Torino? – preguntó Boutique, tratando de imaginárselos.
–Como los Torino…, más o menos – dudó Vitraux, sabía que el Torino era un vehículo mucho más accesible que un Ferrari en cuanto a su costo.
–¿Y la isla? – preguntó.
–Las islas eran lugares paradisíacos que había en el planeta, espacios de tierra enormes en donde cabía una ciudad pequeña enclavados en el medio del océano; había miles de ellas – reconoció Vitraux –. Y los humanos con poder o con mucho dinero podían comprarse una.
–¿Una isla?
–Una isla – confirmó Vitraux.
–Ya no les alcanzaba con comprarse una casa…– advirtió, desesperanzado.
–Exacto.
–Bien – dijo Boutique tratando de volver al tema principal, para no seguir yéndose por las ramas – Entonces se fueron de vacaciones.
–Claro, vacaciones diversas, con gustos diversos, con aspiraciones diversas.
–Sí.
–Al regresar, no se encontraron a gusto con lo que los otros tres habían hecho con su parte del dinero. Hubiesen preferido que hiciesen otra cosa, y comenzaron a distanciarse, como le pasaba a todas las bandas de rock – arrancó el maestro –. Entonces, mientras uno coleccionaba Ferraris y el otro se la pasaba perdido en su isla sin dar señales de vida, el tercero volaba en sus avioncitos y Roger Waters escribía más discos sobre sus experiencias personales mientras jugaba al golf, después los llamaba y se juntaban a grabar para luego volver a sus estupideces terrenales.
–Qué hipocresía…– sentenció Boutique.
–No es hipocresía. No los enjuicie prematuramente. Eran muy jóvenes y vivían en este mundo – el viejo intentó elogiarlos.
–Una cagada.
–Entonces el dinero y la cada vez más importante presencia de Waters como único compositor en la banda hizo que ésta se terminara.
–Y se pelearon – adelantó Boutique.
–Y se pelearon – confirmó el maestro.
–¿Y no se amigaron más?
–Los que se creían más importantes en la banda eran Waters y el guitarrista y vocalista, Gilmour, creo que se llamaba…– atinó el maestro mientras buscaba los apellidos en una de las cajitas de los discos –. Gilmour – corroboró, mostrándole al coronel una foto del guitarrista –. Ellos dos fueron los que tuvieron la pelea más violenta, ya que Waters insistía con echar de la banda al tecladista y Gilmour no se lo permitía, mientras el baterista continuaba coleccionando Ferraris, sin importarle un pito de la discusión.
–¿Y no se amigaron más? – repitió Boutique, ansioso.
–Sí, al final se amigaron. Fue la pelea más longeva de la historia del rock – señaló Vitraux –. Estuvieron más de veinte años sin hablarse, hasta que en la madurez de sus vidas dieron un concierto para recaudar dinero para los humanos que se morían de hambre en África. Y fue tremendo.
–¿Cómo tremendo?
–Fue increíble. Recaudaron muchísimo dinero. El mundo explotó con la reunión de Pink Floyd. Los discos, que ya eran viejos, se volvieron a vender como pan caliente. Las nuevas generaciones de humanos, ávidas de rock en serio, descubrieron una banda incomparable.
–Y volvieron a hacerse millonarios.
–No, regalaron todo ese nuevo dinero a los pobres. No lo necesitaban.
–He ahí un gran gesto…– reconoció Boutique –. ¿Y qué pasó?
–Nada, el tecladista ya estaba muy enfermo de cáncer por culpa del tabaquismo y se murió. Y se terminó Pink Floyd. Limaron todas sus viejas asperezas e hicieron algunas apariciones, todas benéficas, pero ya faltaba uno, y no fue más lo mismo…
–¡Qué lástima! – se indignó Boutique.
–Sí…– reconoció Vitraux.
–¡Veinte años tirados a la basura! – exclamó Boutique, enojado –. ¡Los mejores veinte años!
–Puede ser, pero no me imagino que este material que dejaron hubiese podido ser superado, coronel, sea optimista y agradezca que dejaron esto.
Boutique se quedó mirando la caja de “Pink Floyd The Wall”, enajenado, no podía creer lo que el viejo le había contado. Cuatro amigos de toda la vida, cuatro humanos que consiguieran esa irrepetible conexión musical, esa manera irreemplazable e insuperable de sonar y decir, y todo tirado a la basura por los egos, las competencias y el dinero… Vitraux le sacó la tapa del álbum de las manos, puso el disco en el aparato reproductor y comieron los teresos con The Wall de fondo mientras le explicaba en detalle a qué apuntaba cada canción y Boutique escuchaba atenta y tristemente lo que el maestro le decía.
Esa noche se acostó temprano, se puso los auriculares y eligió seguir con “The Wall”; al menos ya había aprendido que el aparato reproductor tenía un botón que decía “Repeat all”, que si lo apretaba, el disco comenzaba nuevamente sin parar. Pero seguía sin poder concebir lo que había ocurrido con aquella banda de rock.

miércoles, 24 de abril de 2013

Capítulos XLV y XLVI




Capítulo XLV


Boutique quería darse un baño y acostarse. Al día siguiente debía retomar la exploración y ya era tarde. Vitraux se recostó en su catre, de lado, con la bata puesta. – ¿Nunca se cambia la ropa? – se preguntó desconcertado. Preparó unas pichicatas como tentempié y se tiró con los auriculares para disfrutar de “Wish you were here”, que lo hizo dormir de inmediato mientras las pichicatas se volcaban del bol y caían sobre su pecho, sobre el camastro y en el suelo.
Esta vez, al sonar el despertador, Boutique tuvo cuidado de no saltar por el aire. No quería romper ese reproductor de música terrestre por nada del mundo. Se quitó los auriculares despacio, juntó las pichicatas que se habían volcado, las puso sobre la mesa y salió hacia el piletón.
Cuando estaba por remontar vuelo con sus propulsores, avistó la nave de Bôite que se acercaba a la zona de aparque. Apagó todo y esperó para darle la bienvenida a su amigo, que ya lo saludaba por la ventana con gesto avergonzado. Boutique se acercó y levantó su brazo para agarrar la manija de apertura antes que la nave culminara el aterrizaje, abrió la compuerta y se corrió para atrás dando espacio y haciendo ademanes de “cuidado” con las manos y el cuerpo ante la mirada de Bôite, que ya advertía la broma.
–Qué estúpido que sos…– se enojó, bajando de la nave en perfecto estado físico.
–No, pará. Despacio…– lo alertó Boutique, como quien ayuda a descender de la nave a un ancianito – ¿Te ayudo? – continuó. Bôite lo apartó con un empujón ante las risotadas de sus amigos – ¿No estabas jodido vos? – le preguntó Boutique haciendo una exagerada cara de preocupación –. ¿No estaba jodido? – le preguntó preocupadísimo a Bandoneón, quien asintió serio, con dureza, apoyado en el marco de la compuerta de la nave, conteniendo la risa con gran esfuerzo.
–¿Por qué no se van a cagar los dos? – se ofuscó Bôite fulminando a ambos con la mirada.
–No, en serio, bajá con precaución. Mirá si te pega un tirón en la ingle…– se unió Beckenbauer.
–Son todos unos pelotudos – dijo Bôite, muy ofendido. Boutique lo abrazó fuerte y Bôite intentó zafarse, pero el coronel lo apretó aún más, y Beckenbauer y Bandoneón se unieron al abrazo y comenzaron los cuatro a saltar como tarados en el medio del desierto cenizoso, a unos metros del borde del piletón.
–¿Vienen conmigo? ¿Vamos a explorar juntos? – les ofreció Boutique – ¿Y Bufete?
–Está durmiendo adentro – señaló Bandoneón con la cabeza hacia la nave.
–Déjenlo dormir – ordenó Boutique tomando del brazo a su amigo e invitando a los otros dos a caminar por calle Córdoba, de atrás parecían cuatro marcianas adolescentes que fueran a salir por primera vez sin la custodia de sus padres.
Bajaron en la cuadra de las mujeres enchocladas. Bôite no había visto nada de aquello, se lo había perdido y no entendía cómo habían avanzado tanto. Boutique los llevó de paseo por la peatonal y les entregó el listado, uno a cada uno, mientras les contaba de los avances y de su experiencia con los Beatles y Pink Floyd. Los tres lo escuchaban atentos y ponían cara de escépticos mientras observaban los frentes de las casas de ropa, de celulares y de electrodomésticos.
–Y acá encontré los discos – señaló Boutique la oscura cueva de la tienda de música.
–Mirá vos…– dijo Bôite, atónito.
–Ahora tenemos que encontrar libros del Che Guevara – dijo Boutique. Estaba un poco eufórico.
–¿Y eso dónde lo buscamos?
–Fíjense en alguna tienda de libros – recomendó el coronel, disperso, con la cabeza en otro lado. Beckenbauer y Bandoneón se miraron absortos.
–Sí, sería lo más adecuado, ¿no? – lo cargó Beckenbauer.
–Sí, es ahí donde se encuentran – Boutique continuaba sin entender el chiste, perdido en sus pensamientos. Beckenbauer negó con la cabeza mientras Bandoneón, cargándolo, le hacía morisquetas en la nuca al coronel, que iba delante un poco acelerado. Bôite miraba vidrieras.
A pocos metros, sobre la derecha, encontraron una tienda. Tenía un enorme cartel que salía perpendicular a la edificación que anunciaba: “Ross – Librero” delante de una inmensa pluma marrón. Se miraron encogiéndose de hombros y se hicieron mutuos ademanes respetuosos de “pase usted primero”. Boutique sacó del bolsillo de su morlaco el martillo y se encaminó a romper el cristal de la puerta pero Bôite lo tomó del brazo y lo apartó. Él quería romperlo. Parecía un chico.
La librería estaba intacta. Boutique no lo creía. No había libros tirados en el suelo, ni señas de desmanes o de saqueos. Parecía que no hubiera habido apocalipsis. Las tiendas de ropa deportiva eran un verdadero desastre, se les estaba tornando imposible conseguir calzados para todos; las casas de electrodomésticos estaban arrasadas, parecía que hubiera habido un terremoto dentro de ellas, al igual que las tiendas de celulares. Pero Ross-Librero se mantenía en el estado original; sólo polvo del paso del tiempo sobre los ejemplares acomodados en los estantes.
El lugar estaba forrado de libros, del piso al techo, y tenía varias góndolas centrales llenas de ellos. Y también estaban ordenados, como los cedés de la disquería, sólo que en este caso por género. Les fue muy fácil encontrar la biblioteca dedicada a “Biografías”. Boutique se acercó y la contempló un instante. – Si hay todos estos libros sobre vida y obra de seres humanos importantes debería llevarme varios, no sólo del Che Guevara…– pensó, y de repente lo vio, a la altura de la frente; escrito en el lomo, hacia arriba, decía: “Che Guevara presente”. Estiró el brazo y, haciendo palanca con el dedo índice en la parte superior, lo tironeó hacia fuera. El libro estaba en buen estado aunque bastante amarillento. Había pasado muchas décadas metido en ese estante sin que nadie lo tocara. En la tapa había una foto del Che, sentado sonriente con un cigarro en la mano y repetía: “Che Guevara – Presente, una antología mínima”. Boutique lo dio vuelta, lo volvió a poner de frente y lo abrió. El ejemplar hizo un ruido feo resquebrajándose en su interior. La goma que mantenía las hojas unidas estaba reseca y éstas se salieron fácilmente, cayéndose al suelo y mezclándose. Boutique dio un paso hacia atrás, alarmado, como si se le hubiera volcado un líquido hirviendo encima. Dejó el libro en un costado y se agachó a juntar las hojas. Beckenbauer lo cargó por su actitud, haciéndole ver que no había necesidad de limpiar un lugar que no sería vuelto a visitar pero a Boutique no le importó, le daba lástima dejar constancia de su paso por esa tienda que mágicamente había soportado el embate de los saqueos. Se paró y buscó otro ejemplar que había justo al lado del que había sacado. Sin abrirlo y con mucho cuidado, lo envolvió en un film protector y lo metió en el bolso ubicándolo bien al fondo. Luego buscó otras biografías: “Mussolini” era un libraco importante que mostraba a un humano vestido de militar, igual que el Che, pero que portaba una terrible cara de culo; parecía que hubiera estado cagándose justo cuando le tomaron la fotografía. Boutique lo empaquetó y lo metió en el bolso. Siguió buscando más. Otro libro gordo enunciaba: “Albert Speer – el arquitecto de Hitler” mostraba en la tapa a dos humanos debatiendo sobre unos planos en un taburete. Boutique lo envolvió y lo guardó en el bolso.
–¿Esto es lo que estuviste escuchando? – le dijo Bôite extendiéndole un libro que decía “Pink Floyd – the inside story”. Boutique lo agarró con cuidado y lo miró con el ojo abierto a más no poder.
–¿De dónde sacaste esto? – le preguntó, desorbitado.
–De ahí – Bôite señaló un sector en una pared que decía: “Rock – Biografías”.
Boutique lo apartó con delicadeza y se acercó a la estantería con la mirada dominada por aquella hipnótica pared. Había biografías de varios grupos de rock. – Tiene que haber una de los Beatles…– pensó. Pero no encontraba. Nada de los Beatles. De golpe, un libro negro lo hizo despertar de su enfoque puntual: “Paul McCartney – Hace muchos años”. – ¿Este no era de los Beatles? – se preguntó. Tomó el libro con cuidado de no desarmarlo; estaba muy alto y temía romperlo. Y sí, el que estaba en la tapa del libro era uno de los Beatles, con las manos aferradas bajo el mentón; lo reconoció de inmediato. Lo abrió con gran cautela y trató de espiar su contenido. Y leyó la palabra “Beatles” en cada hoja que repasó con la mirada. Sin duda, era una biografía de ellos. La envolvió en el film protector y la metió en el bolso. 
Salió por el pasillo central y se fue sin saludar a sus compañeros. Debía llevar esos hallazgos cuanto antes a la tienda. Ya imaginaba la cara del maestro al ver lo que llevaba, iba a tener para entretenerse. Voló rumbo a la carpa y entró contento. El viejo dormía recostado de lado en su catre tal cual como lo había dejado antes de irse. Se sentó en los pies de la cama y le movió la pierna con afecto. Vitraux entreabrió el ojo con desgano.
–Le traje algunas cosas que quizás le interesen…– le dijo, poniendo cara de complicidad. Vitraux se sentó en la cama, refregándose el ojo. Tenía un olor fétido.
–¿Qué me trajo? – preguntó. Boutique se echó hacia atrás tratando de evitar respirar su sudor, que era como una trompada certera en el medio de la cara, y le extendió el bolso.
–Fíjese usted mismo…– le dijo y se levantó dando un respingo y alejándose un poco. Vitraux abrió el bolso y comenzó a extraer de a uno los libros.
–¡Paul McCartney! – exclamó victorioso –. ¡El bajista de los Beatles!
–El mismo…– aseveró Boutique. Vitraux lo dejó a un lado y continuó hurgando con el ánimo de un niño que acaba de encontrar lo más preciado de su vida.
–¡Pink Floyd! – clamó exaltado.
–Pink Floyd…– repitió Boutique, como una madre que ya sabe de antemano que es lo que su hijo deseaba para el cumpleaños.
–¿Mussolini? ¿Quién era este? – se preguntó mirando el techo, como buscando la respuesta escrita en la lona de la carpa.
–Estaba en la góndola de biografías políticas – le respondió Boutique, a modo de pista.
–¡Ah, sí! Fue un dictador italiano, de la época de Hitler – recordó Vitraux apretándose el labio inferior con un dedo, pensativo –. Lo felicito, coronel – le dijo asombrado, mientras dejaba con cuidado el libro arriba de la cama.
–Debe ser. Está vestido con atuendos militares, pero fíjese que cara de culo que porta – le señaló Boutique. Vitraux asintió con la cara como quien no lo había notado. Y sacó otro libro.
–¿Albert Speer? – le preguntó extrañado –. Este sí que no sé quién es…– se confesó e inmediatamente leyó la palabra “Hitler” junto al titulo – Ah, debe ser un lacayo de Hitler, otro gran dictador de mediados del siglo veinte. El peor.
–Se los traje porque sé de su predilección por estas biografías – le confesó Boutique.
–Gracias, coronel, realmente no sé qué decirle…– dijo el maestro mientras hurgaba en el fondo del bolso y extraía el último libro – ¡El Che Guevara! – bramó embelesado. Boutique asentía con la cabeza. Parecía haber imaginado cada expresión salida de la boca del maestro.
–Yo me voy a seguir con la exploración, quería traerle estas cosas ya que son muy frágiles y temía arruinarlas si las mantenía conmigo durante toda la jornada. Tiene que tener mucho cuidado al abrirlos. Las hojas se desprenden con facilidad – le explicó Boutique – ¿No se quiere dar una ducha? – le preguntó, cambiándole de tema – Tiene feo olor – le espetó. Vitraux lo miró ofendido pero ¿a quién quería engañar? Hacía una semana que no se bañaba.
–Tiene razón, coronel…– admitió – Pasa que con todo esto de la música y los hallazgos que están haciendo… ¡Se me pasó! – disimuló avergonzado y ni él se lo creía. Era un roñoso. 



Capítulo XLVI

Boutique voló rumbo a Ross – Librero para reencontrarse con sus compañeros y desde lo alto los avistó sentados alrededor de una mesita de las que había dispersas delante de la tienda en el paseo. Se los veía muy animados, riendo como tontos con un libro que tenía Beckenbauer en su mano mientras los otros dos intentaban chusmear el contenido. Se acercó en silencio y se puso detrás de ellos sin que lo adviertan para observar lo que leían desde arriba de sus cabezas. Era una obra con dibujos, una historia con caricaturas. No lograba leer lo que tanta gracia les causaba pero igual se sonreía como un estúpido, tentado por la violencia de las risotadas de sus compañeros.
–¿Qué es tan gracioso? – preguntó desesperado, quería ser parte y no sabía cómo hacerlo. Bôite se dio vuelta asustado, no se habían dado cuenta de que el coronel estaba detrás de ellos. Y eso los hizo reír más aún.
–Este libro…– Bôite intentaba hilvanar las palabras mientras continuaba riendo como un poseído, pero Boutique sólo entendió “…te” y “libr…”.
–¿Qué pasa con este libro? – preguntó ansioso.
–Es muy gracioso…– dijo Beckenbauer recomponiendo la postura.
–¿De dónde lo sacaron? – preguntó y todos estallaron en risotadas como verdaderos pelotudos.
–¡De la casa esa de ropa! – señaló Bandoneón una tienda de enfrente y explotó en carcajadas; los otros dos lo siguieron.
–¡De ahí! ¡De la farmacia! – bramó Bôite avivando la risotada general. Boutique comenzaba a incomodarse.
–¡De allá! ¡De Mr Otto – Collection! – colaboró Beckenbauer y las carcajadas ya eran peligrosas.
–Bueno, está bien, ya entendí el chiste…– se atajó Boutique – ¡Qué pelotudo que soy! – se confesó, sarcástico –. ¡Si los dejé en la librería! ¡Seguro que lo sacaron de ahí mismo! – ironizó y le arrancó el libro de las manos a Beckenbauer, enojado: “20 años con Inodoro Pereyra - Fontanarrosa” decía la tapa y mostraba un extraño ser con una nariz imposible de sostener en la cara y una sonrisa grotesca llena de dientes, en compañía de una guitarra y un extraño animalito que, sentado a su lado, miraba al que tuviera el ejemplar en sus manos sorprendido, como si nunca lo hubiera visto – Y sí, nunca me había visto… Qué me va a ver…– pensó Boutique; parecía realmente que aquel animalito estuviera sorprendido de avistar un marciano.
Boutique hojeó el libro un rato parado detrás de sus amigos mientras éstos, todos doblados y mirando hacia arriba, intentaban ser testigos de la primera risotada del jefe. El coronel rodeó la mesa sin apartar la vista del libro y sus amigos no le sacaban el ojo de encima, siguiendo su paso como hipnotizados. Luego de un instante, una risa contenida que sonó como un largo: “Pfffffffffffff” escupiéndolo todo a su alrededor, estalló en la boca de Boutique, que se sentó en la silla vacía a leer más cómodo aquel cuento.
Se quedaron toda la mañana releyendo ese libro con dibujitos. Aunque había palabras que no entendían de ninguna manera como “Ahijuna”, “Ansina”, “Áhura” o “El Renegáu”, se podía leer, se entendía el mensaje: un humano del campo con un extraño animalito que debía ser un perro (los confundía un poco el hecho de que el cánido hablase) al que el narigón dientudo llamaba “Mendieta”, y que por lejos se lo notaba mucho más inteligente que el humano; debía ser otro animal seguramente, aunque era el gran compañero del narigón… y ellos habían leído que el perro era el mejor amigo del hombre… Estaban desconcertados.
Cerca de la hora del almuerzo, Bôite se levantó a estirar las patas y se quedó contemplando el escaparate de la tienda mientras sus compañeros continuaban despanzándose de risa con Inodoro que, por algún delirante motivo, tenía nombre de sanitario. Sobre el costado izquierdo de la puerta de ingreso a la tienda de libros había una pequeña vidriera que ofrecía todo tipo de utensilios con la cara de estos dos inquietantes personajes: tazas, platos, tarjetas, lapiceros. Bôite vació los estantes dentro de su bolso recolector y enfiló hacia dentro para conseguir más ejemplares de aquella historia y más títulos del autor. Al fin había encontrado algo que lo atraía en ese planeta desesperante.

lunes, 15 de abril de 2013

Capítulo XLIV






–¿Por qué dice que este disco hizo historia durante décadas? – preguntó Boutique una vez que terminó el disco.
–Porque fue un disco que estuvo entre los más vendidos durante más de catorce años – comenzó Vitraux –. Pero el mayor logro, y esto usted no lo va a creer – le adelantó –, fue que la calidad de grabación nunca fue superada, hasta el día final – sentenció –. Fue la mejor de la historia – aseveró el viejo mientras se levantaba para poner nuevamente el disco a un volumen más acorde para poder dialogar.
–Pero, maestro…– dijo Boutique mientras buscaba en el dorso de la caja el año de grabación –, acá dice que fue grabado en 1972 – señaló –. Eso fue hace muchos, muchos años… ¿Me va a decir que nunca pero nunca, con la evolución que tuvo la tecnología sobre el final de los días, nadie logró grabar un disco con mejor calidad? – se ofuscó Boutique.
–Eso mismo le estoy diciendo.
–Discúlpeme, maestro, pero me cuesta creerlo.
–No se preocupe, ya va a tener tiempo de escuchar todo eso que se quiere llevar a su casa – lo desafió Vitraux –. El tiempo dirá si estoy equivocado…
–¿Y por qué usted dice que este grupo se diferenciaba tanto del resto?
–Porque con este disco que estamos escuchando, Roger Waters, miembro de la banda, inició una cruzada por plasmar en sus canciones un grito para despertar a la humanidad. Pero nunca nadie le dio pelota.
–¿Cómo una cruzada?
–Vea, coronel, en este disco las canciones se encadenan entre sí y sus letras hablan todo el tiempo de la enajenación y la apatía del ser humano – se explayó Vitraux –. En el disco siguiente, al haberse hechos millonarios y famosos, Waters y compañía cantan sobre la tristeza que les da estar en esa nueva escala social por ser millonarios para no poder volver nunca más a ser los de antes, y le cantan a un ex miembro de la banda que se volvió loco por las drogas, advirtiéndole que no se pierde nada, que la vida es la misma mierda que era, sólo que más solitaria – Vitraux le explicaba extendiéndole el disco “Wish you were here”. Boutique escuchaba atento.
–¿Se volvió loco?
–Sí, nunca más pudo hacer nada, ni componer, ni trabajar en algo serio. Lo más triste es que vivió muchos años en esas condiciones. Se murió de viejo.
–Qué terrible…
–Sí, muy terrible – reconoció Vitraux –. Luego de este disco vino “Animals”, en donde las letras hablan del capitalismo salvaje, de cómo el hombre cazaba al hombre, figurando las distintas clases sociales como animales de granja – Boutique tomó el disco que le ofrecía el maestro. En la tapa había una foto tenebrosa de una gran fábrica con un porcino sobrevolándola.
–¿Esto es un porcino? – le preguntó confundido, señalándole la tapa del disco.
–Veo que ha aprendido los nombres de los animales terrestres…– se alegró Vitraux –. En efecto, es un porcino – le confirmó –. En este disco hay sólo cinco canciones, tres de las cuales duran más de quince minutos cada una – continuó –. Y las canciones, también encadenadas entre sí, cuentan una historia muy irónica en donde los porcinos eran los dueños de todo y encomendaban a los perros para que acorralaran a las ovejas, para resumírselo un poco.
–La vida real… Los cerdos eran los ricos que gobernaban el mundo, los perros la ley, y las ovejas el resto de los mortales– musitó Boutique, pasmado.
–La vida real – repitió Vitraux.
–¿Y nadie despertaba con tan explícita manera de decir las cosas?
–No…– se lamentó Vitraux – No sólo no se despertaban sino que, por el contrario, lo que veían en el grupo era una mega banda de rock súper poderosa, y la iban a ver o compraban sus discos por lo bien que sonaban, o por lo fuerte que lo hacían. Nadie le daba importancia a las letras.
–Me deja sin palabras – dijo Boutique mientras terminaba de leer un fragmento de “Sheep”.
–Y luego vino “The Wall” que fue el pico más alto de creatividad de Roger Waters, en donde insiste con que la gente despierte, desnudando cuestiones privadas de su vida, mezclándolas con el triste accidente de su amigo en el pasado y refregándole en la cara a su público la vida de mierda que tenía una estrella de rock en su momento de gloria.
–¿Qué acontecimientos de su vida privada?
–El padre de Waters había muerto en la guerra, siendo él muy pequeño, así que se avocó en este último disco a gritarle en la cara a la humanidad que estaba todo mal – resumió Vitraux –. Incluso hicieron una película con la música del disco, que fue muy vista, por varias generaciones de humanos.
–Y ahí sí…
–¿Ahí sí qué?
–Ahí despertaron…
–No, coronel, no despertaron.
–¿Pero cómo es posible? – se indignó Boutique.
–No lo sé – reconoció Vitraux. Boutique se quedó en silencio, fastidiado con la raza humana, sujetando la cajita de Animals con ambas manos, como si estuviera obligándola a qué le diera una respuesta –. “Us, us, us, and them, them, them, and after all, we’re only ordinary man, man, man, man” – insistía Pink Floyd, mientras tanto, en las cajas sonoras.
–¿Y qué hizo la banda? – preguntó Boutique –. ¿Bajaron los brazos? ¿Siguieron intentando despertar a la humanidad?
–No, terminaron peleándose por competencias, por egos. La banda no veía lo importante que era Roger Waters y Roger Waters no advertía lo importante que era la banda – le explicó Vitraux –. Y se separaron. Pink Floyd continuó sin Waters, que es como comer una pizza con caja, sin sacarla de adentro – Boutique hizo cara de asco, al imaginarse masticando el feo cartón - y Waters continuó una carrera solista con otros músicos, pero los temas no sonaban ni remotamente como antes. Se puede decir que también era como comer la misma pizza…– ejemplificó el maestro. Boutique se quedó con el ojo impávido, mirando la nada, como si su mente estuviera a miles de kilómetros de ahí – “And if your head explodes with dark forbodings too, I’ll see you on the dark side of the moon” – sonaba en el equipo.
–Qué triste…– dijo, finalmente.
–Sí, una pena – reconoció el maestro –. Otra cosa que debería recolectar es la carrera solista de Roger Waters. Como le dije antes, no suena como esto que estamos escuchando – enfatizó –, pero la temática de las obras es la misma de siempre, y eso sí que no lo escuché. Me gustaría tener la oportunidad – Vitraux lo miró con verdadera alegría –. Mientras usted continúe con la exploración, yo me quedaré disfrutando de la discografía completa…
–No es justo – se enojó Boutique.
–Consígase un reproductor personal y se lo lleva con usted. Hay unos aparatitos pequeños que se los puede calzar en el bolsillo del morlaco y se pone los auriculares – le recomendó el maestro, y al coronel le brilló el ojo.

martes, 9 de abril de 2013

Capítulos XLI, XLII y XLIII



Capítulo XLI

Al anochecer comenzaron a llegar los exploradores con los objetos encontrados. Bacán y Babieca traían orgullosos un ejemplar de “El libro de Doña Petrona” y se lo extendían al coronel con gran alegría. Boutique lo hojeó muy por arriba, asintiendo con la cabeza sorprendido y dejándolo sobre la mesa, al lado de las cajas de los Beatles mientras tachaba de la lista el segundo ítem encontrado.
Bidet y Biscuit habían recolectado varios ejemplares de paraguas encontrados en una galería interna muy cercana a La Favorita mientras, detrás, Budín y Borbón traían las famosas botas de lluvia, aparentemente impermeables al agua. Boutique se sentó en su catre y trató de meter el pie dentro, pero eran muy pequeñas. Iba a necesitar un número más grande. – Quizás estas le sirvan al general…– pensó, aunque tenían florcitas estampadas. Las dio vuelta y en la suela leyó el talle: 34. Felicitó a las parejas que lograron encontrar objetos, alentó al resto para continuar al día siguiente y se fue a dormir. 
El aparato reproductor de música estaba bastante lejos de los catres y Vitraux ya dormía. Quería seguir escuchando a los Beatles pero el cansancio lo presionaba. Con mucho cuidado arrastró el camastro lo más que pudo acercándolo al aparato de música mientras las patas chirriaban en el suelo haciendo imposible su traslado en silencio, pero el viejo no escuchaba nada, se había puesto unos tapones en los oídos. Se recostó, muy incómodo, con la mesa pegada a un costado de la cama en su nueva posición y el aparato reproductor un poco más lejos detrás. El cable de los auriculares alcanzaba justo. Puso “Abbey Road”, se calzó los auriculares y “Come together” inició su despegue mental hacia una noche en donde dormir iba a ser distinto.



Capítulo XLII

A las siete sonó el despertador y Boutique dio un respingo, tirando al suelo el reproductor de música terrestre, rompiéndolo. Se había olvidado por completo que aún estaba atado a los auriculares que le tomaban la cabeza. Vitraux también despertó y al ver el estado desmembrado del aparato reproductor desparramado en el suelo retó al coronel que, desesperado, juntaba las piezas para un posterior rearme del objeto, aunque sabía dentro suyo que no iba a poder enmendar el error cometido.
–Déjelo, coronel. No lo va a poder reconstruir – le dijo Vitraux tratando de parecer despreocupado viendo que el coronel estaba muy compungido por el accidente.
–Creo que podré arreglarlo…– lo consoló Boutique mientras trataba de unir dos piezas plásticas partidas que nada tenían que ver una con la otra.
–Déjelo, coronel – insistió –. No vale la pena; es un reproductor de mala calidad, seguramente usted encontrará algo mejor en estos días. 
–No se preocupe, maestro, hasta que no encuentre un reproductor no vuelvo – amenazó Boutique.
–No es tan necesario. Puedo esperar unos días si no aparece nada.
–Quiero seguir escuchando música – reconoció –. Es increíble lo que hacían estos Beatles – dijo Boutique, alelado. Vitraux lo miró como un padre que disfruta de los primitivos hallazgos de su hijo.
–Y todavía no escuchó Pink Floyd…– le advirtió el maestro dándose aires de gran conocedor, cuando en realidad, había escuchado poco y nada.
–¿Es para tanto?
–Vea, coronel, como ya le explique ayer, los Beatles fueron los pioneros, y como todo lo que es pionero, queda rezagado por la evolución – señaló Vitraux –. Los Beatles se separaron, y no estuvieron allí como grupo cuando el rock evolucionó.
Boutique se quedó desorientado, intentando imaginar cómo sería una banda de rock mejor que esa. No podía medirlo, no tenía parámetros; y volvió a sentirse inferior a los humanos.
Salió rumbo a la nave de Beckenbauer para invitarlo a que hicieran la exploración juntos. Pero no estaba, aún no habían regresado de la base. Se preguntó si Bôite seguiría convaleciente luego de la sesión exasperante de sexo que había tenido, pero no podía perder más tiempo. Debía ir a buscar más música y, sobre todo, debía encontrar un nuevo reproductor.
Llegó a la peatonal, descendió en la galería y entró con valentía. A pesar de que no veía nada y que su linterna-vincha no alumbraba demasiado, ya había estado ahí y sabía dónde pisar. Ingresó en la tienda de música y comenzó a revisar las góndolas en busca de Pink Floyd. Pasó por la N, con Nat King Cole, Neil Young, Nirvana; la O con Oasis, Ozzy Osbourne y finalmente la P. El corazón comenzó a palpitarle un poco más fuerte. Vitraux le había dado tanta importancia a ese nombre que temía desilusionarse, o tener altas esperanzas sobre aquella banda. Otra vez paseó con los dedos sobre los lomos de las cajas contenedoras: Pat Benatar, Pat Metheny, Pet Shop Boys, Pez, Pibes Chorros. – Ya lo tengo… ¡Estoy en la I! – pensó, y con la emoción sus dedos trastabillaron y tuvo que volver a empezar la letra P. Temía perderse alguno. Otra vez los Pibes Chorros, Piero, Pimpinella…– ¡Estoy muy cerca! – apartó con el dedo índice el cedé de Pimpinella “Marido y Mujer”, en donde un barbeta y una colorada estaban sentados en un piso blanco, vestidos de negro pero en patas, cuando se encontró con una tapa de disco muy colorida, con cuatro jovencitos todos borrosos, o dobles, como si el que estuviera viendo ese disco tuviera una irremediable borrachera, aunque el título estaba bien nítido, y decía: “Pink Floyd – The Piper at the Gates of Dawn”. Boutique intentó sacar el disco de la góndola pero era imposible. La ranura en el vidrio dejaba solamente pasar las cajitas con los dedos, no extraerlos. Rompió la traba, levantó la tapa vidriada y se quedó contemplando el cajón abierto, que contenía alrededor de cuatrocientos discos. Y era sólo una bandeja, todavía le faltaba abrir las otras siete… ¡tenía más de tres mil opciones para escuchar! De a poco iba a llevarse todos esos discos.
The Piper at th Gates of Dawn era el primer disco que había de Pink Floyd en el casillero. Detrás había otro igual, y otro, después apareció “A Saucerful of Secrets”, “Ummagumma”, “Meddle”, “The Dark Side of the Moon”, “Wish you were here”, “Animals”, “The Wall” y “The Final Cut”.
Boutique abrió el bolso recolector, metió los discos de Pink Floyd y volcó dentro todos los discos de otros intérpretes que pudo. Se sentó en una silla alta que había tras el mostrador a descansar mientras observaba unos colgantes que había en un exhibidor sobre el taburete. Ya no se sentía intimidado por la oscuridad opresiva de la tienda. Giró su cuerpo en la silla y miró detrás: toda una pared llena de discos le cuidaba la espalda. Sobre un lado de la pared, había estibados unos aparatos negros. Boutique saltó del sillín, se acuclilló frente a ellos y su linterna-vincha los alumbró: “Techincs” decían todos en dorado. No podía creer la suerte que tenía. Sin esfuerzo alguno había conseguido la discografía completa de los Beatles y suponía que la totalidad de los discos de Pink Floyd; y ahora esto, el aparato reproductor y dos grandes cajas sonoras. – Con este Technics podremos escuchar la música mucho más fuerte…– pensó. Se asomó detrás del equipo y alumbró una absurda madeja de cables que salían de su lado posterior y resopló con agotamiento. No sólo debería desenchufar todo ese cablerío sino que, aparte, por precaución, convendría anotar todas esas conexiones. Salió a la peatonal a buscar ayuda con el bolso infestado de discos, muy pesado, al punto en que le inclinaba el paso. Lo dejó con cuidado en el suelo y dio un pitido de alarma. Cuatro exploradores salieron raudos de Sport-algo cargando montones de cajas de calzado deportivo. Boutique les ordenó que lo asistieran en la desconexión del aparato, que tomaran nota de las conexiones, y que buscaran un recipiente más adecuado para llevarlo.



Capítulo XLIII

Al final del día Boutique llegó a su tienda con el semblante relajado. Se había ido muy preocupado a la mañana por la rotura del equipo que Brunette le había regalado al gran maestro. El viejo se levantó presuroso de la cama y fue a su encuentro con un abrazo mientras aprovechaba que el coronel estaba de espaldas al nuevo equipo, que ya había sido instalado sin complicaciones por los capitanes encomendados mientras Boutique terminaba de recorrer la zona explorada. Apretó un botón del comando a distancia y “The long and Winding Road” comenzó a sonar en el nuevo reproductor. Boutique se separó del maestro, estupefacto, y se dio vuelta enérgico. Ni se imaginaba que ya lo hubieran conectado. Al fin y al cabo había resultado una porquería el aparato anterior. Este era mucho mejor. La calidad de sonido era sublime. 
Aún impactado por la potencia y fidelidad del Technics que inundaba toda la tienda, apoyó el bolso en la mesa y lo abrió con dificultad por la gran cantidad de material recolectado que había dentro. Vitraux metió la mano y sacó algunos discos.
–¿Miranda!? – preguntó el viejo, vacilante.
–Miranda, sí, no sé qué es. Traje varios intérpretes para poder escucharlos.
–Pero no vamos a tener todo ese tiempo que usted solicita…
–Son para llevármelos a casa, maestro, no para escucharlos acá…– se disculpó Boutique. Vitraux, despectivo, lo tiró sobre la mesa y continuó sacando discos del bolso con una sola mano como si la otra no la tuviera, oculta en el bolsillo de su bata.
–¡Acá está! – dijo el maestro con gran alegría levantando un sobre más arriba de su propia cabeza, como si quisiera taparse el sol.
–¿Qué es?
–Un disco que hizo historia durante décadas – le dijo extendiéndole la caja. Boutique se acercó para verla y la tomó con sus manos. Era un disco negro, con un prisma en el centro atravesado por un as de luz que entraba blanco por un lado y salía de diversos colores del otro: “Pink Floyd - The Dark Side of the Moon” decía en el lomo.
–¿Es el primer disco?
–No – contestó Vitraux –, pero ahí comenzó la cruzada de Roger Waters por hacerle ver al mundo que estaba todo mal.
–¿Lo pongo? – preguntó Boutique con gran ansiedad.
–Por favor – le indicó el maestro, invitándolo a acercarse al Technics con la palma de la mano apoyada en la espalda del coronel.
Boutique se acuclilló y pulsó “Eject”. Sacó Let it be de los Beatles e introdujo el disco de Pink Floyd. Luego pulsó “Play” y el cronómetro del reproductor comenzó a contar los segundos. Nada. Sólo silencio. Boutique subió el volumen y nada, se notaba que estaba fuerte porque por las cajas de sonido salía un grueso “FFFFFF” y el display seguía contando segundos: nueve, diez, once… De repente, casi inaudible, el latido de un corazón comenzaba a sonar, primero muy bajo y luego se hacía cada vez más fuerte; a esto se interpuso el sonido mecánico de una especie de reloj, también incrementando su volumen de a poco. El latido de corazón ya era imponente: Púm-pum, púm-pum, púm-pum, daba miedo. Boutique se dio vuelta y miró a Vitraux, desconcertado. El maestro le hizo señas para que tuviera paciencia mientras se colocaba unos tapones en los oídos. El corazón inundaba la tienda haciendo vibrar los platitos y cubiertos que había sobre la mesa. Otro reloj, más fuerte y –“…I’ve been mad for fucking years, absolutely years…”– dijo una voz intimidante desde una de las cajas sonoras, la izquierda. Ahora el corazón ya oprimía el pecho. Boutique miraba las cajas sonoras como un estúpido, turbado. Los sonidos iban y venían de una caja hacia la otra; una máquina de escribir entraba en escena y alguien rasgaba un papel –“…I’ve allways been mad, I know I’ve been mad…”– decía otra voz desde la caja derecha. Risas perturbadoras e insanas comenzaban a regar el lugar. El corazón bombeaba como una gigantesca máquina demente. Más risas enloquecedoras, un extraño sonido entrecortado, más papel rasgado, timbres, alarmas, risas. Corazón. Boutique estaba a punto de reventar del miedo. Nunca había escuchado semejante cosa. No terminaba más. Ahora todo sonaba a la vez y al mismo volumen: corazón, risas, relojes, papel rasgado. Ese aparato reproductor iba a explotar por el aire matando a varios marcianos. Boutique volvió a mirar a Vitraux con pánico pero el viejo le ordenó con un reto gestual que siguiera con la cabeza entre las dos cajas de sonido y Boutique acató la orden de inmediato. El corazón se le iba a salir del pecho e iba a quedar flotando en el aire salpicando sangre y latiendo al compás del corazón del disco, pero confiaba en el maestro. Más risas, más latidos ensordecedores, más relojes, más máquinas extrañas, más voces lejanas. Iba a explotar, definitivamente aquello iba a explotar. De repente y a lo lejos, abriéndose paso entre el caos que producían todos esos sonidos juntos emergió un grito desgarrador. Y otro más fuerte. Y otro aún más fuerte. Y otro ensordecedor. Boutique se tiró para atrás, tapándose la cara y tirando al suelo varios discos que había sobre la mesa, atajándose de la violenta explosión que produciría el equipo. Pero no hubo explosión alguna, aquella tensión exasperante sólo dio paso a una bella y envolvente canción, una canción que hipnotizaba.
Confundido y perturbado, se levantó del piso mientras “Breathe” daba los primeros compases. Buscó la caja del disco y la abrió. –“…Breathe, breathe in the air…”– cantaba un humano con una voz increíblemente somnífera. Sacó un librito interno que tenía la caja y lo abrió. La foto en azul de esas extrañas pirámides que había visto en el banco de imágenes del maestro, letras de las canciones que comprendían el disco, fotos de sus cuatro integrantes, más letras y, sobre el final y en la contratapa, el prisma boca abajo. “…And all you touch, and all you see, is all your life will ever be…” seguía cantando aquella poderosa voz.
Escucharon el disco entero sentados a la mesa con un volumen ensordecedor mientras Vitraux revisaba los demás discos que el coronel había recolectado. Boutique estaba completamente desorbitado. No podía creer el sonido de esa banda. Era insuperable.

miércoles, 3 de abril de 2013

Capítulos XXXIX y XL

Capítulo XXXIX


Mientras negaba con la cabeza entre sollozos apoyado al vidrio, la linterna alumbraba hacia abajo dándole un paneo del escaparate de la tienda que había servido de “Llegada” en su “Tour por la oscuridad más severa” y vio lo que anhelaba encontrar: remeras de rock, música en platitos plateados y accesorios. Todo para el humano rockero. De golpe se sintió eufórico, sacó del bolsillo de una pierna de su morlaco un martillo y rompió el cristal de la puerta de ingreso.
El lugar no era tan grande como suponía, más bien era un salón modesto con estanterías a ambos lados dispuestas a la altura de la cintura. Se acercó a una, tenía un vidrio protector con una apertura longitudinal que permitía tocar los cedés que había dentro pero no sacarlos. Los pasó con los dedos como haciendo un muñequito que caminaba sobre los lomos de las cajitas plásticas. Estaban ordenados por abecedario y revisaba la letra “K”. – ¿Cómo estarían estibados? ¿Cómo The Beatles o como Beatles? – se preguntó y siguió leyendo los nombres: Kapanga, King Crimson. Luego la letra “L” presentaba: Lady Gagá, León Gieco, Linkin Park. La letra “M” ofrecía: Marilyn Manson, Metallica, Miles Davis, Miranda! Boutique no podía creer la cantidad de opciones que tenía, se quería llevar toda esa música. Pero no se sentía cómodo ahí dentro, le daba miedo esa disquería hundida en el fondo de la galería más oscura del mundo. Las tiendas que se encontraban a la vera de la peatonal también eran oscuras, pero la luz del día se filtraba dando cierta luminosidad; ahí dentro se sentía sofocado. Salió a investigar el otro escaparate para revisarlo con conciencia, apenas hizo contacto con el cristal había visto muy por arriba una sola de las vidrieras, la de la izquierda; y aún le faltaba la otra, así que salió a tantearla y no lo pudo creer: dentro de la vidriera, dos grandes cajas, una negra y la otra blanca, le gritaban en la cara: “The Beatles”, con un extraño fruto verde pintado debajo del nombre de la banda. Boutique no lo pensó y rompió el cristal. Metió medio cuerpo dentro, agarró ambas cajas y salió triunfal de la galería con ellas en brazos, como un médico que trae de la sala de partos a mellizos recién nacidos. Buscó un lugar para sentarse, se limpió las manos y las abrió. Era la discografía completa de los Beatles. Todas sus grabaciones estaban en su regazo con increíbles fotos de su trayectoria musical y veinticuatro platitos plateados; diez en la caja blanca y catorce en la negra, que se daban aires de contener una parte fundamental de la historia del rock. Se quedó sentado revisando cada cedé con una rara sensación mezcla de victoria e inusitada relajación mental. Había valido la pena el sacrificio. Sólo le faltaba encontrar la discografía de Pink Floyd.


Capítulo XL

Vitraux estaba sentado en su banqueta desayunando unos mamporros con dulce cuando Boutique entró aparatoso en la tienda, con mucha alegría.
–Mire lo que le traje – le dijo poniendo ambas cajas con cuidado sobre la mesa. Vitraux se zampó un mamporro y se tiró para atrás como enfocando su vista, escéptico.
–¿Esto es lo que yo pienso? – preguntó, agarrando la caja negra con cuidado.
–Sí – contestó Boutique, escueto.
Vitraux la apoyó en la mesa apartando el plato de mamporros y la abrió. Una cartulina bastante amarillenta por el paso del tiempo mostraba un collage de fotos de los miembros de la banda y catorce sobres ocultaban catorce cedés que contenían la obra completa de los Beatles.
–Es increíble…– dijo Vitraux, pasmado.
–Sí – coincidió Boutique –. Supuse que iba a costar más trabajo conseguir todos los platitos, pero me topé con esto – concluyó, descreyendo su suerte.
–¿Y dónde lo encontró? – preguntó Vitraux sin mirarlo, mientras continuaba abriendo sobres y observando fotos.
–En una galería muy intimidante que hay a una cuadra de las mujeres enchocladas – explicó –. En todo el paseo no encontré una sola tienda de música, entonces pensé en comenzar a investigar las galerías internas. Un humano me advirtió que estaba cerca.
–¿Un humano? – el que hacía las preguntas tontas ahora era Vitraux.
–Sí. No se veía nada y un cadáver con el que me topé me dio la pista. Por su vestimenta y por una cartulina que portaba en un bolsillo, que hacía referencia a algún evento de rock que habría y que había comprado en la disquería oculta en la galería.
–Qué puntería…– le señaló Vitraux.
–Sí, mucha suerte – Boutique evadió la posibilidad de que aquel hallazgo hubiera sido por su pericia más que por suerte.
–Bueno, coronel, me deja sin palabras…– dijo Vitraux levantándose para poner el primer cedé en el aparato reproductor que le había obsequiado Brunette y que habían llevado a la tienda para entretenerse. Ya no tendrían que escuchar más “Os Paralamas”, ni “Os Mutantes” y sobre todo podían prescindir para siempre del cedé de “Xuxa”.
Apretó un botón que decía “Eject” y el aparato expulsó un pequeño cajón plástico con una forma redonda en su interior donde claramente iría depositado el disco. Agarró el primer sobre: “Please, please me” decía en la parte de adelante, con los cuatro integrantes de la banda asomándose por un balcón en el hueco interno de un edificio vidriado, todos con la misma vestimenta y sonriendo como verdaderos idiotas. Abrió el sobre y otra vez los cuatro, agarrándose el traje con ambas manos como si fuera a escapárseles del cuerpo, con esas estúpidas sonrisas perennes. El disco estaba pintado de negro sobre uno de sus lados con letras en dorado que decían: “PARLOPHONE – Stereo”. Lo recostó con cuidado en la bandeja, apretó “Eject” y el cajón se lo tragó sin masticarlo; y “I saw her standing there” comenzó a sonar en las cajas sonoras del reproductor de música terrícola. Boutique hizo un gesto de aceptación, comenzando a mover la cabeza con ánimo.
–¿Ve lo que ocurre? – lo señaló Vitraux con aires de sabiondo.
–¿Qué ocurre? – preguntó Boutique desconcentrado de lo que le decía el maestro, prestando atención a la música que salía de aquella caja de madera, sacudiendo su cabeza de izquierda a derecha, acompañando el ritmo.
–Se puso a mover la cabeza, coronel, eso les pasaba a los humanos jóvenes que escucharon esta música por primera vez. Y a pesar que era una verdadera porquería, fue la esencia de lo que vendría más adelante.
–Es muy pegadiza…– dijo Boutique mientras ponía diversas caras de sufrimiento o de seriedad haciendo trompita con sus labios y bailando al compás de la canción.
–Bueno, es una tontería a comparación de los últimos cinco o seis discos de los Beatles, en donde resurgieron y se separaron de la imagen de los principios de su carrera – comenzó Vitraux mientras bajaba un poco el volumen y lo instaba a sentarse para dialogar.
–¿Cuáles son los discos que debemos escuchar? – preguntó agarrando varios, mirándolos confuso.
–Todos – sentenció Vitraux. Boutique levantó el ojo, sorprendido. Y Vitraux se explicó mejor –. Debemos escucharlos todos con atención para contemplar cómo iban superándose. Vea, coronel, la carrera musical de ellos comenzó en 1962, como le había contado en aquel momento. Antes de ellos no había rock and roll, que fue el gran despertador de la última etapa de vida humana – comenzó Vitraux –. Y fue inmediato el éxito de estos cuatro humanos. Esta música que estamos escuchando hizo cambiar la forma de ver las cosas. Fueron épocas muy desequilibrantes – Boutique asentía con la cabeza mientras abría el segundo sobre. En la tapa se podían ver las cuatro caras, pero ensombrecidas de un lado, impidiendo verlas por completo, y dentro, otra vez el fruto verde de un lado y los cuatro jovencitos mirando con gesto serio la cámara.
–Al menos en este segundo disco ya no se ríen como pavotes…– señaló Boutique. Vitraux le dio vuelta el sobre para que observara la contratapa, desalentándolo, en donde los Beatles continuaban con esa sonrisa imbécil, sentados todos en una sola silla que ya había escogido uno de ellos y se había puesto de espaldas a la cámara para luego mirar hacia ella, todo torcido, mientras otro se le sentaba en el regazo, otro agachado se aferraba al respaldo y el cuarto quedaba parado detrás –. ¿Por qué motivo hacían estas fotos tan tontas?
–Estaban en un momento muy desconcertante, en donde les llovía el dinero. Se habían hecho ricos de la noche a la mañana y eso les causaba la desidia mental que tenían – le explicó Vitraux –. En esa época bien podrían haberles ofrecido salir en la tapa de un disco con caca de perro en las mejillas y hubieran aceptado la propuesta – señaló –. Ni ellos ni el mundo ni las compañías discográficas entendían lo que pasaba…– Boutique se levantó y sacó el disco para poner el segundo. “It won’t be long” comenzó a sonar y Boutique miró al coronel con desagrado.
–Esta es bien fea…– sentenció pasando rápido a la próxima. “All I've got to do” era la siguiente y tampoco los convenció mucho que digamos. Intentó con la tercera y ahí sí, con “All my loving” comenzó a mover la cabeza como un idiota otra vez.
–Con el advenimiento de los Beatles surgieron los productores de bandas. Los Beatles eran una mina de oro que daba millones de dineros a las fábricas de discos, entonces los presionaban para que graben y graben música nueva sin importar si las canciones eran aceptables o verdaderas cagadas, y los Beatles estaban en la gloria: muy jóvenes, llenos de dinero, sin necesidad de trabajar y con un estudio de grabación todo el tiempo a su disposición para grabar lo que se les ocurra – le explicó el maestro. Boutique asentía con la cabeza mientras comenzaba “Don´t bother me” –. Entonces grababan cualquier cosa, algunas, como siempre en toda su carrera, memorables e irreemplazables; y otras, aunque esto es sólo en los primeros discos, verdaderas basuras…– sentenció –. Y le cantaban al amor, al cartero que no les trajo una carta de alguna novia, a alguna novia cargosa que no podían sacarse de encima…
–Una cagada…– dijo Boutique, visiblemente enojado con la primera etapa de los Beatles.
–Una cagada necesaria – replicó Vitraux –. No se olvide que antes de ellos no había nada y que sin ellos no hubiera surgido lo realmente importante del rock – Boutique sacó el disco y buscó el tercero: “Beatles for sale”. Este era más tentador, se los veía más serios, más grandes, ¡y no se reían! En el aparato reproductor comenzó a sonar “No reply” y ya se notaba un gran avance, al menos en lo musical. Las letras seguían siendo paupérrimas.
–Acá ya estaban mucho mejor – señaló Vitraux abriendo el sobre –. Fíjese, coronel, que en sus rostros puede verse que ya pasó el aluvión de idiotez que les produjo el dinero. Se los ve más centrados, más maduros, aplomados.
–Sí, es verdad – afirmó Boutique con una mano en el mentón mientras hojeaba el pequeño libro que había en el interior del sobre, plagado de fotos de la grabación de aquel disco. Las sonrisas eran más naturales. Se los notaba más tranquilos.
–Y este es “A hard day’s night” – le alcanzó Vitraux y Boutique se derrumbó, otra vez se los veía obligados a hacer monerías frente a la cámara. Parecía que habían competido en aquella tapa para ver quién hacía la más sublime cara de idiota.
–Pensé que todo había terminado…– dijo Boutique desconcertado, comparando la tapa del disco anterior con esta.
–Es que los productores y presidentes de las corporaciones que tenían los derechos de los Beatles se montaron en una cruzada pensando cómo generar aún más dinero con ellos – comenzó Vitreux.
–¿Más dinero? ¿Usted no me dijo que estaban haciendo verdaderas fortunas con esto?
–Es que el dinero pide más dinero. ¿Por qué ganar cien si se puede ganar mil? – le preguntó Vitraux –. ¿Por qué ganar mil si se pueden ganar diez mil? ¿Por qué no cien mil? ¿Por qué no un millón? ¿O diez millones? O mejor cien millones…– Boutique bajó la vista y se quedó mirando la tapa con las caras de idiotas de los Beatles y de repente sintió pena por ellos.
–Los usaban como muñequitos…– vaticinó con tristeza.
–Absolutamente.
–¿Y ellos no se daban cuenta?
–Eran muy jóvenes y estaban obnubilados por la cantidad exasperante de dinero que tenían en sus cuentas.
–Entiendo…– dijo Boutique, desconsolado.
–Entonces a las corporaciones se les ocurrió que era una excelente idea hacerlos actuar en películas y los Beatles se convirtieron en actores de un día para el otro e hicieron un par de películas, malísimas por cierto, muy malas – aseveró Vitraux –. Pero las humanas jóvenes estaban completamente enamoradas de estos cuatro muchachos y pagaban con dinero lo que fuera por verlos, ya sea en películas, o en revistas, o pósters para pegar en la habitación sobre la cama… hasta sábanas había de los Beatles, tazas de café con las caras de los cuatro. La humanidad reclamaba a gritos material nuevo de los Beatles todo el tiempo – continuó –. Fue la banda que más discos grabó en menos tiempo. Grababan a razón de dos discos por año, mientras que, por ejemplo, Pink Floyd, se tomaba tres o cuatro años entre un disco y el siguiente. Los Beatles fueron exprimidos por completo. Les sacaron todo el jugo posible hasta que, finalmente, sus integrantes despertaron del sueño, más que nada por aburrimiento, que es lo que produce el dinero…
–¿Aburrimiento?
–Claro, coronel. Imagine que estos muchachos, cuando despertaron, hacía más de cinco años que estaban juntos, que habían grabado todas las canciones flacas de contenido que a usted se le ocurra, que compraban mansiones con más de veinte habitaciones como si fueran caramelos – detalló Vitraux –. Llegó un momento en que no hubo más nada que comprar. Las falencias económicas que habrían tenido en sus pasados como humanos comunes habían sido vastamente colmadas de objetos innecesarios en su etapa de millonarios, como señalaba Roger Waters en una canción de uno de los últimos discos de Pink Floyd “Empty Spaces”.
–¿Qué decía esa canción?
–¿Qué más te vas a comprar para rellenar tus espacios vacíos? Qué auto, qué guitarra… ¿Qué extravagancia nueva harás para llenar tus espacios vacíos? Un gran veedor de la realidad fue Roger Waters…
–Y entonces los Beatles llegaron a ese estadío – señaló Boutique.
–Claro, ya se habían comprado todo lo que anhelaban en el pasado y no podían comprarse más nada, entonces cuando les vino el golpe de efecto que producía la falta de objetos a comprar, o la desidia que les producía la realidad de que nada de lo que tenían era necesario para encontrar la felicidad plena, se sentaron a contemplar qué habían hecho con sus vidas y tomaron las riendas de la marca “The Beatles” comenzando a hacer verdaderamente lo que sentían, que es la etapa que inicia el disco “Rubber soul” – señaló Vitraux. Boutique agarró el sobre señalado por el maestro y lo abrió para observar las fotos –. Ahí arrancaron la etapa seria de su legado. Luego vino “Revolver” en donde terminaron de plantarse como banda con pensamiento independiente y los discos venideros sólo se superarían entre sí hasta el final de su carrera, cuando ya no tuvieron más que decir y simplemente se separaron, dejando al mundo absorto.
–¿Y qué hicieron? – se alarmó Boutique.
–Nada. Vivieron felices, disfrutaron de la cantidad inconcebible de dinero que recolectaron y continuaron carreras solistas, grabando discos personales. Lennon y McCartney fueron los que más grabaron, seguidos por Harrison. El que peor la llevó fue Starr que, al ser baterista, no tenía un futuro asegurado como compositor, pero créame coronel que no necesitó trabajar más de nada en toda su vida.
–Entiendo.
–Y luego las corporaciones capitalistas mandaron a matar a Lennon por su canción “Imagine” en donde el músico alentaba a la humanidad a vivir sin fronteras, sin religión y sin dinero. Varios años después, Harrison muere por culpa del tabaquismo y McCartney y Starr mueren de viejos dejando una inmensa fortuna a sus descendencias, sobre todo McCartney…– detalló Vitraux.
Boutique se quedó mirando los sobres de los discos mientras escuchaba “In my life” de Rubber soul. El viejo se levantó y se arqueó hacia atrás tomándose de la cintura, la charla lo había contracturado. Miró al coronel y le hizo señas para que bajara un poco la música ya que quería recostarse un rato. Boutique se levantó mirando el sobre “Revolver” y sacó el disco para escucharlo. Vitraux sabía que ese marciano no dejaría de escuchar los discos, y él no podía impedírselo. A Boutique se le notaba en la cara la ansiedad por seguir descubriendo a los cuatro de Liverpool. Abrió su baúl, sacó unos auriculares y se los extendió al coronel. Boutique los tomó con alegría, acercando una banqueta al aparato reproductor, los conectó y colocó Revolver. La primera canción no lo atrapó. Le dio otra oportunidad pero no consiguió engancharlo, y pasó a la segunda. Y sí que le gustó. Le gustó mucho a decir verdad. Nunca jamás había sentido esa sensación. “Eleanor Rigby” se llamaba; no tenía el color de las anteriores, faltaba la batería y no se escuchaban guitarras, pero tenía un poder increíble. – Qué buena canción…– pensó emocionado. Los Beatles le habían dado una trompada en la cara y por un instante se sintió muy inferior a la raza humana.
Se quedó varias horas escuchándolos con los auriculares, revisando los libritos de de cada disco, comparando las fotos y descubriendo nuevas canciones mientras el gran maestro dormía una siesta. Se le pasó el día entero sin darse cuenta.

Capítulos XXXVI al XXXVIII



Capítulo XXXVI

Por el corredor traían en camilla a un marciano. Lo traían del lado del gimnasio. Boutique se acercó para ver quien era y no lo pudo creer. Era Bôite.
–¿Qué te pasó? – le preguntó preocupado, tomándolo de la mano mientras seguía el paso de la camilla. Bôite abría la boca como para decir algo pero no le salían las palabras. Boutique lo tomó del hombro con preocupación mientras los enfermeros apuraban el paso y Bôite seguía intentando pronunciar una palabra, aunque esta vez, a duras penas, lo consiguió.
–…cogí mucho…– exhaló, finalmente, con la voz débil y entrecortada, parecía que había hecho un gran esfuerzo en pronunciar aquellas palabras. Boutique se quedó parado en el pasillo viendo como se lo llevaban.
–¡Descansá que te necesito allá abajo! – le gritó. Y Bôite le hizo un gesto con la mano, como saludándolo mientras se perdía en las profundidades del corredor.
Vitraux lo tomó del brazo para obligarlo a caminar y Boutique lo miró sorprendido, se había olvidado que estaba con el maestro. Miró una vez más hacia el gimnasio y el cuerpo se le movió para ese lado, como si hubiera un raro magnetizmo que lo chupaba hacia allí, pero se contuvo; tomó la maleta del viejo y comenzaron a caminar rumbo a la zona de despegue.




Capítulo XXXVII

La nave estaba lista, como siempre. A veces Boutique desconfiaba de la manera expeditiva con que sus mecánicos la preparaban y se acercó a uno de ellos para pedir el parte de reparación.
–¿Todo bien? – preguntó mientras leía el informe.
–Todo bien, coronel.
–¿Cómo hacen tan rápido el service? – preguntó Boutique, intrigado.
–Estamos acostumbrados…– respondió el mecánico, dándose aires de experto.
–No me quedaré sin energía, ¿no? – se preocupó Boutique.
–Coronel, es una nave nueva. Tiene energía para tres años. Despreocúpese – lo tranquilizó el mecánico, poniéndole una mano en el hombro.
–Es que temo que ocurra eso en pleno vuelo y… no lo tome a mal, pero yo de esto no entiendo nada y…
–Eso no le ocurrirá porque en cada service controlamos el nivel de energía y cambiamos las pastillas cuando resta menos del quince por ciento de autonomía – le explicó el mecánico, interrumpiéndolo –. Con ese quince por ciento usted puede ir y venir del planeta ocho veces más. Su nave tiene un nivel de energía del noventa y cuatro por ciento – le dijo señalándole el renglón donde figuraba ese dato en la planilla. Boutique asintió, avergonzado –. Precisamente a su anterior compañero tuvimos que cambiarle la pastilla de energía, por eso lo demoramos y no se incorporó a la exploración en el plazo que usted solicitó – le informó el mecánico –. Estaba muy molesto por no poder regresar a tiempo, pero luego se metió en el gimnasio y no lo vimos más…– Boutique se sonrió, sintiendo culpa por haber dudado de Bôite. Suspiró y leyó el pecho del morlaco del mecánico para saber su nombre: “Butragueño”.
–Discúlpeme, oficial – le extendió la mano –. Ha sido un placer dialogar con usted. Me ha sacado algunas dudas que tenía respecto de la funcionalidad de la nave. Me voy tranquilo.
–El placer es mío, coronel – le retrucó el mecánico estrechándole la mano con fuerza.
Boutique miró a ambos lados de la nave y subió. Vitraux ya estaba dentro acomodado en su butaca revisando anotaciones en su ordenador. Se sentó en el lugar que quedaba vacío, se calzó los comandos y prendió el motor. La nave hizo una leve vibración y comenzó a girar para ponerse de cara al espacio exterior. Butragueño lo saludó con una mano desde afuera acercándose a la siguiente nave que debía inspeccionar. Boutique le devolvió el saludo mientras se perdía en la zona de despresurización. Iba a ser un largo viaje con la lista en la mano mirando a cada rato la hora. Quería llegar de una vez para poder salir a recolectar cosas. Y no se iba a dormir fácilmente. Pero se entretuvo bastante, haciendo copias de “La lista” para todos sus capitanes. Luego, finalmente, se durmió.



Capítulo XXXVIII

Una vez aterrizados Boutique bajó la maleta del maestro, lo ayudó a salir de la nave y mandó la señal de reunión grupal. Los exploradores saltaron de sus naves con caras de sueño, acercándose al predio delante de la carpa del coronel. Una vez todos sentados, Boutique les extendió a cada pareja una copia de la lista. Los capitanes a su cargo leían con gran interés, aunque sin entender mucho lo que se solicitaba y haciendo las mismas caras que había hecho su coronel cuando leyó la lista por primera vez. Boutique definió cada ítem como el maestro le había explicado, les dio unos minutos para que se prepararan, puso como punto de reunión el edificio de “La Favorita”, y partió hacia allí a esperarlos.
Veinte minutos después, con todos los exploradores dispuestos, comenzaron a recorrer la peatonal con la lista en mano para ir recolectando lo que pudieran encontrar. El plan de trabajo consistía en recolectar por la mañana y continuar el vaciado de cenizas hacia fuera de la peatonal por la tarde, para ir ganando terreno. Boutique salió con rumbo oeste buscando una tienda de música, que era el primer pedido del listado. Pero caminó toda la peatonal sin encontrarla. Sólo faltaba recorrer la cuadra del Palacio Minetti y sabía que ahí no había nada de eso. Recordó que frente a “Sport-algo” se bifurcaba una oscura galería que metía miedo así que volvió sobre sus pasos unos metros y se paró delante de la entrada, se agachó un poco poniéndose una mano en la frente haciendo las veces de visera, pero no se veía nada. Se acercó un poco más. Nada. La oscuridad de esa galería era absoluta. Buscó la colaboración de algún explorador pero no había ninguno a la vista. Empezaba a sudar. No quería estar solo ahí dentro después de su mala experiencia en el monumento, aunque por lo visto no le quedaría otra que hacerlo. Miró para ambos lados, tomó una gran bocanada de aire como si fuera a sumergirse en una pileta, y se mandó.
Boutique prendió su linterna-vincha. La oscuridad comenzaba a abrazarlo con fuerza. Siguió hundiéndose dentro del tenebroso túnel hasta que sus pies se toparon y engancharon con un obstáculo indescifrable que, tozudo, se había fascinado con su pie derecho y no lo soltaba haciéndolo trastabillar y casi caer. Se tomó de la pared para mantener el equilibrio y alumbró el piso. Con mucha mala suerte su pie derecho se había metido, inoportuno, entre dos huesos largos de debajo de la rodilla de un cadáver que dormía para siempre dentro de la inquietante galería. Boutique pegó un grito de espanto y se le erizó la espalda. Sacudió la pata con fuerza pero no sólo no conseguía liberarse sino que, para peor, hacía bailar aquel cadáver en el suelo una macabra danza burlona, poniéndolo aún más nervioso. Tuvo que agacharse y ayudarse con la mano a retirar el pie de ahí dentro. – ¿Cómo mierda se le había metido ahí el pie con tanto ímpetu si ahora costaba tanto sacarlo? – se preguntó. No le gustaba para nada tocar ese cuerpo, pero no había manera de soltarse, parecía que esos huesos se habían empeñado en retenerle el empeine, insobornables. Boutique se acuclilló, tomó el cuerpo por la cadera y trató de girarlo y ponerlo de espaldas, quizás de esa manera pudiera escapar de la trampa. El cuerpo giró con facilidad; pesaba muy poco. Y el pie se liberó de inmediato, haciendo imposible entender por qué había costado tanto liberarse antes. Se levantó y limpió sus manos en el morlaco con repugnancia. Alumbró el cadáver para ver en detalle cómo era aquel desconsiderado y caprichoso ser que lo había tomado del pie. El humano portaba un pantalón de jean enorme, que le caía debajo del culo mostrando un protector íntimo que decía en el elástico que rodeaba su cintura: “…YELIT”. Se tomó un instante para contemplar la escena. Había algo que no estaba bien. El protector íntimo del cadáver era pequeño y mantenía, a pesar del paso del tiempo, su tamaño real; pero aquel pantalón era digno de un obeso perdido. – ¿Por qué aquel humano tendría puestos esos pantalones tan pero tan grandes si no era obeso? – O mejor: – ¿Por qué aquel humano obeso hasta límites desesperantes tendría puesto aquel protector íntimo tan pequeño? – se preguntó. No lo entendía. 
Prendió su cámara para filmar el cadáver en detalle. Luego de aquella anomalía extraña de pantalones enormes y protectores íntimos pequeños continuaba un cinturón como los que le había descripto Vitraux, de cuero negro con infinidad de cuadraditos plateados pegados a la lonja. Más arriba, una destruida prenda negra se le pegaba a las costillas y sobre esta, otra prenda más, a cuadros, abierta por delante, y un bolso negro que llevaba pegado a la espalda. – ¿Por qué se pondrían tantas cosas? – se preguntó. Boutique se acuclilló para leer el bolso, que pedía a gritos un cambio. Debajo de un cierre que lo abría como si fueran las fauces de un inadmisible quelonio proclamaba, casi ilegible: “LA 25”. Boutique volvió a girar el cadáver hasta ponerlo de frente. El cráneo todavía mantenía un pelo negro con flequillo, como las fotos que había visto de los Beatles, sólo que un poco más largo detrás. Volvió a girarlo de espaldas y abrió el raído bolso, metió su mano dentro y comenzó a vaciarlo: un cuaderno grande con anotaciones mantenía las hojas unidas sobre uno de los lados con un práctico alambre enroscado, como un resorte que cosía las hojas impidiendo que se separaran, otro protector íntimo, un par de medias, otra prenda a cuadros muy parecida a la que tenía puesta y otra negra que, al estar dentro del bolso, se mantuvo un poco más en forma. Boutique se paró y la extendió para alumbrarla con la linterna. Tenía un círculo dibujado en blanco con la imagen de lo que parecía la cara deforme de un humano muy peludo con modernos lentes y una lengua descomunal que salía de su boca. Y de nuevo aquel nombre, esta vez escrito en letras, pero perpendicular a la lógica: “LA VEINTICINCO – Rock and roll”. Boutique dejó caer la remera y volvió a acuclillarse para sacar más cosas del bolso pero no había más nada, sólo quedaba hurgar en los bolsillos del enorme pantalón y le daba un poco de repulsión. Juntó coraje y metió su mano dentro de uno de ellos topándose con un papel duro que extrajo con cuidado de no romperlo y salió a la vereda para verlo a la luz. Otra vez aquella cara con lentes y un terrible problema en la lengua que impedía que esta se mantuviera dentro de la boca estaba pintada sobre un costado del cartón, y sobre el otro lado de la imagen decía: 

LA 25
Presenta:
Mundo Perfecto
Viernes 14 
Setiembre – 20:30 Hs
GALPON 11
Anticipadas en disquería AMADEUS
(Córdoba 1359 – LOCAL 09)

Boutique releyó la dirección entre los paréntesis: “Córdoba 1359”. Córdoba era el nombre de la peatonal… Miró a los costados del ingreso a la oscura galería: el local de relojes que custodiaba el lado izquierdo de la entrada a la galería tenía un número pintado en el vidrio: “1349”, la casa de bolsos de cuero de la derecha decía: “1363”. Si su pericia no lo traicionaba esa disquería se encontraba dentro de la cueva. Tiró el anuncio al suelo e ingresó con determinación a la oscuridad de la galería, prendió la linterna caminando con cuidado de no pisar otro cadáver; aunque no habría más, sólo aquel infeliz que se interpuso en su camino con muy mal tino.
Siguió hundiéndose en la oscuridad, que continuaba cerrándose, poseída. – ¿Podría oscurecerse más? – se preguntó. Nunca había presenciado tanta negrura cerrada y, cuando ya comenzaba a dudar si seguir metiéndose o no, un vidrio al fondo de la galería le reflejó su silueta con la vincha luminosa, mostrándole el camino a seguir. Boutique se sobresaltó, crispado, pero una vez recuperado del susto, utilizó el vidrio como guía para medir la distancia que le quedaba hasta tocarlo. Estaba bastante cerca, a menos de diez pasos. Juntó fuerzas de donde ya no tenía y continuó sepultándose en la maléfica galería. Un paso más, y otro, ya casi lo tocaba. Sus pies se arrastraban temblorosos por el piso. El sudor le goteaba por la frente metiéndosele en el ojo, haciendo aún más difícil poder ver lo que hacía. No daba más. El cristal parecía estar tan cerca y a la vez tan lejos… pero no lograba tocarlo. Estiró sus brazos al punto de casi desmembrárseles de los hombros mientras sus pies competían entre sí para ver cuál de los dos se movía menos. Finalmente, y con el orgullo herido, el dedo mayor de su mano derecha hizo contacto con el frío vidrio del escaparate. Boutique se retrajo con un movimiento involuntario y de inmediato apoyó sus dos palmas en el vidrio, como un inválido que logra sus primeros pasos luego de un devastador accidente y llega por primera vez del otro lado de la habitación donde está internado. Con una sensación ambigua de felicidad y vergüenza, apoyó su cara en la vidriera y se largó a llorar.