lunes, 12 de noviembre de 2012

Capítulo III




Apotheke le dijo a Bôite que luego, cuando terminase la jornada, quería verlos en su despacho a los dos, y se acercó a Brunette, que ya bajaba listo para comenzar la expedición. A lo lejos se veían las demás naves acercándose deformes por el viento, el sol y el reflejo del suelo en el horizonte. El general le dijo algo a Brunette de manera enérgica. Brunette se alejó indignado con los brazos abiertos y el dedo índice que le salía del pecho autoinculpándose, ofendido. Apotheke le hizo un ademán con la mano de “y se terminó” y Brunette, sin levantar la cabeza, miró con fuerza a Bôite y Boutique, haciendo una sonrisa macabra. Se veía claramente que el general lo había retado y, por la forma en que Brunette se indignó, todo hacía suponer que incluso lo había degradado. Pero, ¿cómo saberlo? Y sobre todo, ¿qué mierda importaba? Lo que los desconcertó fue esa sonrisa estúpida que les brindó, como diciendo “ya van a ver” o “esto no quedará así”. ¿Qué cosa no va a quedar así, infeliz?
El día continuó muy provechoso. Hubo varios hallazgos más: más tablas de asado, un recipiente hermético cuadrado, de plástico rojo y con una tapa amarilla, decenas de paquetes de papel marrón con piedras negras dentro, piedras negras muy sucias, por cierto. Sobre la derecha había un gran mostrador con botellas dentro y un esqueleto desahuciado los miraba sentado en una silla frente a una máquina muy extraña con botoncitos cuadrados y redondos y un cajón abierto que contenía unos extraños y pequeños discos metálicos y papeles rectangulares de diversos colores con figuras humanas dibujadas. – Este debe ser don Tomás…– pensó Bôite mientras lo miraba esquivo. Detrás de don Tomás había un aparato enorme, de madera, con seis puertas cuadradas que portaban absurdos manijones metálicos. Boutique abrió una pero la cerró inmediatamente: sólo olor nauseabundo y oscuridad tenebrosa salían de ahí dentro.
Siguieron recolectando objetos de todo tipo en grupos. Eran seis exploradores: Bôite y Boutique, Bretón y Barbarie; y a ellos más tarde se les sumaron Baguette y Buongiorno, que venían retrasados por la distancia. Brunette nunca entró por orden de Apotheke, que lo confinó a cuidar el ingreso dejándolo horas al rayo del sol sentado al lado del agujero. 
Resulta que Bristol y Brando, sin querer y al pasar, le habían preguntado algo a Apotheke referido al descubrimiento que habían hecho en Brasil y Brunette había quedado expuesto con su “aparente” descubrimiento; el general advirtió el engaño y lo penitenció dejándolo ese día a que se tostara al sol para luego enviarlo a la nave base a cumplir otras tareas. Brunette no exploraría más nada y nunca había sentido tanta ira en su vida. La crisis de nervios lo hizo mudar de piel y el sol produjo feas ampollas en su nueva dermis de bebé marciano. Todo mal para Brunette.
Boutique dio la orden de evacuar el lugar, ya que era hora de partir para continuar al día siguiente, y todos se fueron con sus diversas recolecciones. Al salir de la perforación encontraron a Brunette tirado a un costado con el cuerpo todo ampollado y lo asistieron acompañándolo a la nave. Bitte nunca se enteró de lo que había padecido su compañero ya que había decidido recostarse en las vainas de descanso mientras pasaba el turno de Brunette. No sabía qué hacer, ni qué decirle. Abrió la boca para disculparse pero Brunette se la cerró de una trompada, tirándolo debajo de la mesa de control de la nave. A pesar de que merecía esa trompada y varias más, daba lástima verlo humillado. Bitte era un pobre pelotudo, un gordo infeliz e inseguro que necesitaba adular a Brunette sólo por protección. En cualquier otro puesto o con cualquier otro compañero hubiera sido un desastre.
Boutique y Bôite llegaron a su nave y depositaron los objetos recolectados sobre la mesa de exposición. Mientras Bôite se bañaba, Boutique puso el piloto automático rumbo a la base para su service semanal, pero sobre todo para reunirse con el general como había sido pactado. Ambos estaban muy nerviosos con la reunión. Iba a ser la primera vez que en lugar de pasar el día pelotudeando mientras esperaban volver a Tierra tendrían algo que hacer en la base. Y encima ese algo era reunirse con el general. Solos. 
Nueve horas más tarde la nave los despertó informándoles que habían llegado y que tenían unos minutos para prepararse. Bôite y Boutique, con movimientos rutinarios, se bajaron de las vainas de descanso, se cepillaron el diente, se lavaron el ojo y se pusieron el uniforme de capitán que había que tener puesto obligatoriamente mientras deambularan por la base para no ser confundidos de rango. Caminaron los inmensos pasillos en busca de la oficina de Apotheke cruzándose con todo el mundo. Ya todos sabían que Boutique había encontrado Argentina y lo saludaban con una reverencia respetuosa todo el tiempo. Boutique ya estaba hinchado las pelotas de bajar la cabeza amablemente ante tanto saludo cordial. Bôite se reía por dentro; no podía creer que su amigo fuera tan popular y caminaba a su lado haciéndose el guardaespaldas, llevándolo por la espalda con una mano como había visto en las películas de humanos que les proyectaron durante el viaje de ida.
Llegaron a la oficina de Apotheke y los recibió su secretaria, que les sonrió y los hizo pasar con gentileza.
–Pasen, chicos, por acá. Yo soy Crayón – se presentó, apretándose las tetas con una mano. Lindas tetas.
–Gracias, permiso – dijo Boutique.
–Tenemos una entrevista – comenzó Bôite.
–Sí, lo sé; con el general, estoy al tanto – lo interrumpió Crayón tomando un verificador de identidades que tenía en el cajón –. Pongan su dedo aquí para dejar sentada la visita – les ordenó amable.
–Por supuesto – dijo Boutique abriéndose la cremallera del morlaco y dejando al descubierto el dedo índice que salía de su pecho.
Bôite también bajó su cremallera y apoyó el dedo en la pantalla, sin dejar de mirar con hambre a aquella voluptuosa marciana mientras la computadora mostraba dos imágenes de Bôite y Boutique mucho más jóvenes e inexpertos.
–Son más atractivos ahora – les dijo Crayón con una mirada pícara.
–Muchas gracias, vos no te quedás atrás tampoco…– se excitó Bôite. Boutique le dio un codazo en las costillas. Crayón les regaló una risita histérica y caminó hasta la puerta del despacho de Apotheke haciéndoles un ademán con la mano para que esperaran un momento. Dijo algunas cosas en voz baja, indescifrables, con la cara y las tetas metidas en la oficina de su jefe, pero dejando la parte más interesante del lado de Boutique y Bôite que, como dos presidiarios que cumplen una larga condena, no podían dejar de mirarle el culo, poseídos.
–Pueden pasar – dijo Crayón viendo las caras de excitación que había generado en ambos pero haciéndose bien la pelotuda.
–Gracias, con permiso – dijo Boutique agarrando a Bôite del brazo que, como un idiota, seguía mirando a Crayón como si nunca jamás hubiera visto una marciana. Crayón estaba buena pero no era para tanto tampoco; Boutique odiaba que Bôite fuera tan desesperado.
Apotheke los vio entrar y se levantó de su escritorio acercándose a ambos con los brazos abiertos como si quisiera abrazarlos a los dos a la vez. Y casi lo hizo; tomó con sus regordetas manos los antebrazos de sus capitanes y, con una sonrisa descomunal, los acompañó hasta los sillones indicándoles que se sentaran. Boutique y Bôite se sacaron sus gorras y se sentaron mirando para arriba como si fueran dos alumnos que serían amonestados por su superior. Apotheke caminó hacia una pizarra de espaldas a ellos llena de confusas anotaciones, se dio vuelta como en un pase de baile y, enérgico, palmeó sus manos sobresaltándolos un poco.
–Queridos amigos – comenzó.
–Señor – dijeron ambos al unísono, asintiendo con la cabeza.
–No tienen idea la felicidad que me dieron, ¡no puedo describir la sensación de victoria que emana de mis poros! – continuó Apotheke.
–Bueno, muchas gracias, mi general, pero estamos un poco sorprendidos por tanta importancia que se le da a esta exploración – Boutique trató de no pasarse de la raya; Apotheke lo miró sorprendido, como un gordo que acaba de ver un alfajor.
–Caramba, amigo, por las inquietudes que me manifiesta está claro que no sabe por qué estamos aquí…– sentenció el general. Boutique y Bôite se miraron y se encogieron de hombros.
–No, mi general, no tenemos idea de qué estamos buscando…– dijo Bôite, inquieto. Apotheke seguía sorprendiéndose; no lo podía creer.
–Muchachos… ¡No me van a decir que no pasaron la ineludible sesión de historia terrestre! – los increpó Apotheke. Boutique y Bôite apoyaron sus espaldas en los asientos, temerosos, con sus gorras aferradas en sus regazos.
–No, mi general, no teníamos idea de tales sesiones…– aseguró Bôite. Boutique negó con la cabeza, apoyando a su amigo con el ojo muy abierto. 
Apotheke se levantó de su sillón y caminó hacia sus entrevistados, acomodando su gordo culo en el escritorio.
–No lo puedo creer, lisa y llanamente, no lo puedo creer…– comenzó cruzándose de brazos mientras se rascaba la muñeca, pensativo, con el dedo índice que le salía del pecho –. Mañana mismo, sin falta, van a tomar clases resumidas de historia terrestre con el gran maestro Vitraux – continuó, mirando para arriba como quien piensa o divaga algo, acariciándose la barbilla con los dedos de su mano derecha.
–Mi general, disculpe la intromisión, pero ¿no debemos continuar con la exploración? – preguntó Boutique, desconcertado.
–¡Por supuesto! – exclamó alarmado Apotheke –. Ustedes liderarán la nueva exploración – les dijo señalándolos con autoridad.
–Pero entonces no veo cómo podremos tomar esos cursos aquí en la base y a la vez explorar el planeta, va a ser muy difícil, estando una semana en tierra y un solo día aquí…– opinó Boutique. Bôite no entendía nada y miraba a uno y a otro espantado.
–Nada de aquí. Ustedes continuarán con las exploraciones pertinentes y el gran maestro los acompañará, de esta manera en sus ratos libres estudiarán historia terrestre sin tener que ausentarse de sus importantes labores – concluyó Apotheke. Bôite y Boutique hicieron grandes esfuerzos por no demostrar el rompedero de pelotas que les ocasionaba lo que les estaba ofreciendo pero no lo lograron –. ¡Qué! ¡No me vengan con paparruchadas! Ustedes son los líderes de la expedición y no pueden siquiera suponer que continuarán al mando sin esas clases, y yo no me puedo permitir que asuman esa responsabilidad en estas condiciones – Apotheke se levantó del escritorio como invitando a sus subordinados a ponerse de pie y ambos se levantaron enérgicos.
–Mi general, lo que usted proponga estará bien para nosotros – dijo Boutique. Bôite asintió con la cabeza.
–Ahora vayan a descansar, mañana tendrán un día bravo – los despidió Apotheke estrechando sus manos. Bôite y Boutique le hicieron una reverencia respetuosa y se marcharon del despacho caminando hacia atrás con la mirada enjuta en el suelo.
Apotheke los miró fijo mientras se iban con una sonrisa alentadora. Estaba muy eufórico con sus capitanes estrella, aunque seguía sin entender cómo habían llegado al puesto de explorador sin haber hecho el curso obligatorio. Dio media vuelta, agarró su chaqueta y se fue a ver a Vitraux para darle la buena nueva y, sobre todo, para pedirle explicaciones.
El gran maestro dormía una siesta en su sillón preferido cuando golpearon la puerta de su camarote enérgicamente, haciéndolo saltar atemorizado. 
–¿Qué pasa? – preguntó, con el ojo rojo de sueño.
–Nada, te vengo a visitar, ¿no puedo? – se quejó Apotheke abriendo un poco la puerta y metiendo media cara dentro del camarote.
–Sí, gordo, pasá, ¿cómo no vas a poder? Estaba durmiendo una siesta, pasá, ¿qué tomás? – lo invitó Vitraux. Apotheke era como un sobrino para él.
–Nada, te vine a ver porque tengo un trabajito para vos… Un trabajito y una pregunta...– Apotheke enfatizó esa última palabra y Vitraux se dio cuenta de que había algún problema, pero se hizo el pelotudo.
–Preguntá nomás, soy todo oídos – le dijo acomodándose la bata y sentándose nuevamente en su confortable sillón.
–Descubrimos Argentina – comenzó Apotheke y Vitraux se quiso poner de pie, asombrado, pero el gordo le hizo un ademán para que no se levantara y lo dejara continuar –, descubrimos Argentina, un explorador encontró una tabla de asado, ya la vi, te doy la confirmación. Estamos en Santa Rosa de La Pampa, en un camping que había cerca de una laguna, Santo Tomás se llamaba la laguna, creo – continuó Apotheke. Vitraux volvió a acomodarse en su sillón y escuchaba atento.
–Pero, ¿están seguros? – preguntó el viejo, sabía que había preguntado una idiotez, y Apotheke lo miró como quien se aguanta.
–Seguros – dijo –. Pero tenemos un problema: los exploradores que encontraron la pieza son los capitanes Boutique y Bôite, que aparentemente nunca hicieron el curso de historia terrestre. ¿Me podés explicar cómo pasó semejante cosa? – lo interrogó Apotheke y Vitraux empezó a evadirle la mirada, como restándole importancia al asunto; pero el general se la mantuvo en una mueca fija, exigiendo una explicación.
–No sé, gordo… ¿Te pensás que yo me acuerdo de todos los chicos que pasan por mi clase? No me jodas. Deciles que vengan mañana a verme. No hay problema.Yo les hago un lugarcito por la tarde, ¿tipo siete te parece bien? – le dijo consultando un reloj que había en la pared. Apotheke lo miró y le regaló una sonrisa enternecedora, se acercó a su viejo amigo y le puso una mano en la rodilla.
–Mañana vas a darles clases exhaustivas en la nave exploradora. Te vas con ellos tempranito y volvés sólo una vez por semana para retornar a la siguiente – Vitraux se enojó – Ya sabés como son las cosas, no me hagas explicarte todo de vuelta – le imploró. Vitraux miró para un costado como una vieja ofendida. Apotheke se levantó y enfiló para la puerta, se dio vuelta y le dijo – Cuento con vos – señalándolo, pero Vitraux no lo miró. El general, con un gesto sobrador, le guiñó el ojo y se perdió por los pasillos de la nave. El viejo se quedó mirando el reloj en la pared de su camarote, refunfuñando; lo que menos quería era viajar al planeta. Ya no estaba para esos trotes.

Capítulo II




El planeta Tierra estaba tapado por una densa capa de cenizas de alrededor de doscientos metros de espesor desde hacía más de cien años terrestres. Los arqueólogos marcianos no podían determinar con exactitud cuándo había sido la explosión en masa que había cubierto el planeta de cenizas, pero las perforaciones y los estudios de suelo les daban esa información: aproximadamente cien años atrás, los volcanes diseminados en el planeta habían hecho erupción en cadena y habían aparecido nuevos volcanes con las rupturas de placas tectónicas. Y la vida en la Tierra había terminado. 

El primer descenso lo hicieron sobre el océano pacífico y tardaron buen tiempo en entender dónde habían aterrizado ya que la superficie terrestre era una inmensa capa de ceniza compactada sin agua o tierra a la vista. Todo estaba cubierto por ceniza. El planeta se había transformado, al menos visualmente, en el satélite que giraba a su alrededor desde siempre. Parecía la Luna, sólo que más grande.
Cuando aterrizaron supusieron que se encontraban en el desierto de Atacama, Chile, por las coordenadas que tiraba la computadora de a bordo. Y estuvieron varios meses haciendo perforaciones acá y allá buscando no toparse con agua ya que, de haberlo hecho, habrían errado el punto de contacto. Pero una mañana, luego de varias perforaciones, el suelo agrietado vibró. Los capitanes Kunta y Kinte, ejecutores de la perforación 72, ya habían ingresado 318 metros sobre el suelo cuando un estremecimiento seguido de un violento y grave rugido subterráneo los sacó de sus somnolientas rutinas. Ambos se miraron con asombro y empezaron a correr en direcciones opuestas, con sus brazos extendidos hacia delante, su ojo descomunalmente abierto, sus gritos de espanto y el dedo índice que les salía del pecho erecto y acusador mientras el suelo bajo sus patas se movía enojado, pegándoles cachetazos en las plantas de los pies. La perforación se agrietó y la superficie comenzó a temblar más y más fuerte, haciendo un quejido cada vez más violento. Ambos marcianos se encontraban a unos trescientos metros del pozo cuando este explotó, transformándose en un cráter de veinte metros y disparando un chorro de agua de una altura indecible. El súbito geiser se mantuvo constante por unas horas hasta que la grieta se profundizó y el suelo cedió en treinta kilómetros a la redonda sucumbiendo a ambos operarios, sus herramientas y su nave dentro del cráter, que se había convertido en un gigantesco oasis en medio del desierto. 
Luego de este episodio, el general reunió a sus operarios y brindaron un minuto de silencio bautizando el lago con el nombre de los capitanes perecidos: “Lago Kunta-Kinte”. Y enviaron más investigadores con naves submarinas para ingresar e ir al oeste, ya que tenían las coordenadas erradas y suponían encontrarse en el océano atlántico. Esto demoró el descubrimiento un mes ya que, una vez llegado el submarino marciano a las costas descubiertas y habiendo hecho las primeras búsquedas, claramente determinaron encontrarse en China. No fue muy difícil advertirlo: estaba todo escrito en ese idioma extraño y encontraron varios esqueletos vestidos de karatekas.
Desandaron el camino e hicieron caso a los ingenieros yendo esta vez en naves voladoras hacia el este. Luego de unas horas de vuelo partiendo desde el lago Kunta-Kinte se toparon con la cordillera, que mantenía su habitual imponencia aunque cubierta de cenizas. La cordillera estuvo siempre ahí, muy cerca de donde Kunta y Kinte estuvieron haciendo la maldita perforación 72. Pero tanto el viento como las nubes de polvo y el color del suelo hacían imposible visualizarlas. Las naves evadieron las montañas sobrevolándolas y, una vez dejadas atrás, aterrizaron y comenzaron nuevamente las excavaciones.
El primero en encontrar algo fue Brunette, que se topó con un esqueleto humano con un sombrero negro, redondo, de ala corta. Sus superiores lo felicitaron: era el primer contacto con material humano sobre la superficie. Pero las investigaciones devenidas del descubrimiento advirtieron que se trataba de un sombrero coya, y eso determinaba que se encontraban en Perú. Así que se corrieron varios cientos de kilómetros al este y continuaron la búsqueda con Brunette liderando las excursiones, al haber sido el primero en hacer contacto e incrementando su ya detestable pedantería.
Hicieron una nueva parada y comenzaron a excavar nuevamente. Bristol y Brando se encontraban a unos cuatrocientos metros de Brunette cuando el túnel que hacían se desvaneció debajo del láser perforador dejando un vacío y oscuro hoyo por delante. Los exploradores tenían orden de, una vez encontrada una anomalía, dar el parte a Brunette, y Brunette debía continuar con la exploración delante de los descubridores por su vasta experiencia, luego informar el hallazgo a sus superiores y los nombres de los exploradores involucrados. Pero nunca los nombraba, siempre se ponía él como descubridor del objeto que enviaba a la base y su popularidad entre sus superiores se incrementaba, voluptuosa y detestable.
Bristol comunicó la anomalía a Brunette y este se acercó rápidamente, adelantándolo y corriéndolo con un ademán de molestia, sacándoselo de encima con la mirada clavada en el agujero. Bristol miró a Brando indignado, pero su compañero le hizo señas que lo dejara, que no le diera pelota. 
Brunette se puso el casco protector, activó sus propulsores y descendió por el agujero sin mirar a sus colegas y sin dar ninguna directiva. Bristol y Brando no sabían si debían quedarse ahí esperando, si debían correrse a comenzar otra perforación o si debían acompañarlo. Brunette era un pelotudo; todos lo detestaban. Y decidieron seguirlo.
Cuando llegaron al final de la perforación, el agujero se conectaba con un gran espacio lleno de columnas que se mantenía en razonables condiciones a pesar de estar todo cubierto de ceniza fina. Estaban claramente en un edificio; se podían advertir largos pasillos con grandes montículos de ceniza a ambos lados. Brunette ya había elegido un montículo cuando Bristol y Brando dieron con él, y pasaba el cepillo con cuidado de no levantar mucho polvo. Era la primera vez que estaban en contacto con ceniza volátil y no sabían si sus máscaras protectoras podrían evitar que sus nasos la respiraran, y tampoco sabían cuán tóxicas eran. Brunette se dio vuelta y les ordenó a sus compañeros que recolectaran con cuidado ceniza volátil para su estudio en la base y continuó descubriendo el montículo elegido. Luego de unos instantes logró sacar suficiente ceniza y advirtió un vidrio curvo que tenía unas finas líneas transversales de color marrón. Continuó cepillando el objeto hacia abajo sin avisar nada a sus compañeros que, inocentes, recolectaban cenizas como idiotas en bolsitas herméticas. El vidrio curvo dio paso a un burlete de goma y luego llegó el metal, una chapa fina, muy fina de espesor según marcaba el medidor que Brunette le pasó por encima. Se corrió a la derecha con el cepillo aspirador. La ceniza caía inerte al suelo y Brunette seguía descubriendo el objeto, que todavía no daba pistas de qué se trataba hasta que la chapa de color oscuro mostró algo incrustado en el costado derecho. Era un rótulo en relieve en color cromo, pero de plástico, bastante berreta; la primera letra que descubrió era una “F” mayúscula, luego una “o”, una “r”… “Ford K Viral”, decía. Se corrió para atrás. – ¿Qué será esto? – pensó rascándose el esternón con el dedo índice que salía de su pecho. Consultó a sus superiores por radio, que lo felicitaron pomposos y le dieron orden que siguiera descubriéndolo, que era un vehículo de transporte personal humano y que debía encontrar una chapa rectangular que se encontraba en la parte baja, tanto atrás como adelante; esa chapa les señalaría la ubicación exacta y tendrían claro como nunca antes cómo continuar la búsqueda.
Brunette llegó a esa parte baja y luego a la chapa que le dijeron que localizara, de color blanca con un marco celeste anunciaba: MG – 7328 – CUIABÁ – Brasil. La extrajo y se retiró del lugar apresurado, mientras Bristol y Brando continuaban recolectando cenizas. Ambos levantaron sus cabezas y lo vieron pasar, enajenado, con algo en las manos escabulléndose por la perforación, que lanzaba en el lugar una luz tenue. Se miraron asombrados y lo siguieron, pero cuando salieron a la superficie Brunette ya se encontraba en su nave junto con Bitte, su lacayo lamebotas, que lo esperaba con la nave en marcha para llegar primeros a la base. Bristol y Brando se subieron a la suya y los siguieron, inocentes, con su insignificante recolección de ceniza detrás de la imponente chapa patente que cargaba el explorador estrella. Y vaya si era una estrella, como lo saludaban todos en los pasillos rumbo al cuartel general, y el sorete iba con la patente en la mano casi descuidándola, llevándola sin importancia; como quien lleva unos papeles. Revoleaba esa patente al compás de su caminar, muy pintoresco y llamativo, para que todos lo vieran. Y todos lo miraban, embelesados, y él disfrutaba de su momento de gloria sonriendo con el ojo entrecerrado mientras caminaba rumbo a la oficina del general.
Apotheke, con la pista en mano, dio órdenes de bajar dos mil kilómetros terrestres, que no había nada que hacer en ese país, que debían de inmediato viajar con rumbo sur, y Bôite y Boutique eran los que estaban más al sur en la expedición y llegaron primero. Así de sencillo.
Aterrizaron la nave en el vasto desierto que, insufrible, no daba pistas de nada con su rutinario suelo blanco-gris agrietado, su viento desesperante y sus nubarrones de polvo que tanto daño hacían a las turbinas. Ya afuera, Bôite miró a Boutique dudando, señalándole el suelo, preguntándole con la mirada dónde hacer el agujero y Boutique le devolvió la mirada, cansado de que su compañero le preguntara ridiculeces. Bôite se sonrió y comenzó a perforar.
Los exploradores se iban turnando. Hacía cincuenta metros cada uno. No era tan complicado. Al fin y al cabo el láser se encargaba de la perforación; ellos debían estar atentos a que no se atorara la manga extractora de ceniza que expulsaba el material extraído a diez metros del área de trabajo para que el viento lo diseminara nuevamente sobre el suelo. Cuando llegaron a los doscientos metros de perforación, Bôite le dijo a su compañero que se iba a dormir un rato. Boutique le dio el visto bueno y siguió perforando solo. No le molestaba el trabajo y a su amigo no lo divertía demasiado, y a él le gustaba regalarle recreos, se sentía bien haciéndolo. 
Bôite roncaba en la nave cuando el perforador sonó su alarma. Boutique lo retiró y bajó por la perforación a reconocer el terreno encontrado. Debajo del agujero se habría una gran habitación con techo metálico a dos aguas, con varias mesas de exposición alargadas y rarísimos bancos sin respaldo. En el lugar había esqueletos, a Boutique no le gustaba mucho encontrarse con eso. En el medio de la sala había unas calderas extrañas, parecían calderas o extractores, con unos radiadores planos y unas salidas al techo, se notaba que eran quemadores o calderas por la mancha negra que tenían en sus paredes, manchas negras que se afinaban hacia arriba, como señalando la salida.
Boutique miró un rato extrañado esas calderas con el dedo índice que le salía del pecho rascándose la panza, desconcertado; desistió de entenderlas y giró buscando otra cosa. En una de las paredes, sobre un gran pórtico que daba al exterior, vio un cartel que rezaba: Camping Don Tomás. Se acercó a verlo y pisó algo sin querer. Levantó el pie con cuidado y se agachó a ver lo que había pisado: un disco de madera. Lo metió en la mochila y subió a encontrarse con Bôite.

Capítulo I



Eran las tres de la tarde cuando Boutique encontró la pieza. Iba a ser otro día más de tediosa búsqueda al pedo. Pensó en cómo se había desvanecido la ilusión que le generó su nuevo trabajo ni bien lo aceptaron como capitán. Hacía un año que estaba en el cargo y nunca había logrado encontrar un carajo. Quiso renunciar, varias veces, o dedicarse a ot
ra cosa, pero sus superiores siempre le rechazaban sus pedidos de traslado. Él no se quejaba, ¿por qué hacerlo?, ¿por qué faltarles el respeto?; al fin y al cabo no cualquiera accedía a ese cargo; por algún motivo lo habrían seleccionado entre tantos otros, y aunque la falta de resultados lo hacía sentir que traicionaba a su pueblo, notaba el apoyo de sus superiores.
Se acuclilló y tomó el objeto con ambas manos, lo miró, lo dio vuelta, lo hundió en la bolsa recolectora y rumbeó hacia la perforación, subiendo por el agujero los 237 metros que lo separaban de su nave y de su compañero. A Bôite no lo iba a contentar lo que había encontrado, e iba a empezar como siempre con su pesimismo; pero él ya estaba acostumbrado a su mal carácter, y no le iba a dar pelota. Al salir, la luz del sol le lastimó la pupila. Siempre lo mismo, el cristal de la máscara se oscurecía al contacto con el sol pero demoraba un instante casi imperceptible en hacerlo; el instante casi imperceptible necesario para encandilarlo.
Entró en la nave, se sacó la mochila y la dejó tirada en la mesa de trabajo. Se metió en el baño y se sopleteó bien para sacarse el polvo de encima. El aspirador helicoidal se encargó de succionar cada partícula de ceniza tóxica que volaba de su cuerpo. Sus superiores le habían hecho hincapié en que luego de cada jornada de trabajo se sopletease bien hasta que los bioquímicos terminaran de estudiar la ceniza y dieran el ok de “libre de contaminación”. A él le molestaba bastante todo ese ritual pero debía hacerlo, no le quedaba otra. Se dio una ducha y se cambió, pero el baño no logró relajarlo. Estaba enojado. Hacía ya una hora terrestre que había encontrado la pieza y no se había emocionado siquiera un poquito. Todos estos meses explorando el planeta para encontrar esa pavada. No lo podía creer. Se acercó a las vainas de descanso y despertó a Bôite, zamarreándolo por el hombro.
–Encontré algo.
–¿Eh? – dijo Bôite, todavía dormido y con el ojo entrecerrado.
–Encontré algo – repitió Boutique, desganado.
–¿Dónde? – preguntó Bôite sin interesarse demasiado. Ya despertaba.
–Allá abajo. No sé qué es – le contestó y se dio vuelta enfilando para la sala de control dando por sentado que su compañero lo seguiría.
Bôite se estiró, desperezándose con una larga y absurda mueca de sufrimiento. Hubiera preferido seguir durmiendo un par de horitas más, pero hizo cara de “qué le vamos a hacer” y saltó de la vaina, se metió en el baño para cepillarse el diente y se reunió con su compañero en la cabina. Boutique lo vio acercarse y le señaló el objeto con la cabeza.
–¿Qué carajo es eso? – dijo con cara de desconcierto; esperaba que su amigo hubiese encontrado otra cosa.
–No lo sé, pero claramente es un objeto extraño.
–Pero no es lindo…– dijo Bôite, decepcionado con el hallazgo.
–Viste…– Boutique compartió su sentimiento de escepticismo con cara triste; los dos estaban hartos de su trabajo.
–¿Hablaste? – consultó Bôite.
–No – dijo Boutique con la mirada perdida en el objeto.
–¿Qué hago? ¿Los llamo? ¿No nos mandarán a la mierda? ¡Es un cacho de madera! – Bôite estaba desconcertado.
–Tenemos que llamarlos…– recalcó Boutique mientras se apoyaba con los codos en la mesa para sostener su cabeza con las manos, como un chico que no quiere ir a la escuela y está haciendo berrinche.
Bôite enfiló inseguro para la sala de comunicaciones. No quería dar la noticia. Le daba bronca. A veces sentía envidia de sus compañeros, sobre todo de Brunette. Ese hijo de puta tenía un culo a toda prueba, vivía encontrando cosas. Crispaba verlo pasar con el pecho en alto, sobrando a sus compañeros con el dedo índice que le salía del pecho haciendo circulitos imaginarios en el aire… un gran sorete. Y siempre encontraba cosas copadas, todas las semanas. Bôite se calzó los auriculares y, luego de meditar un instante, llamó a la central.
–¿Me comunicás con Apotheke? – pidió, incómodo.
–¿Qué pasó? 
–Nada, ¿qué te importa?, dale que tengo prisa – apuró Bôite. Tenía vergüenza de contar qué había encontrado. Con que se enterase su jefe para él era suficiente.
–¡Uy! ¡Cuidado! ¡Bôite tiene prisa! – se burló Croissant –. Che, tengo que comunicar a Bôite con Apotheke rápido porque…– Croissant hizo un silencio tensionante – ¡Tiene prisa! – continuó, mientras las carcajadas de sus compañeros de turno se escuchaban estentóreas por los parlantes.
–Dale, paspado, cómo te gusta romper las pelotas, ¿eh? – lo retó Bôite – Dale que no tengo todo el día.
–Te comunico, pero después contame para qué querías hablar con él – insistió Croissant.
–Bueno, te prometo – trató de cortarlo Bôite. No le gustaba relacionarse con marcianos más jóvenes, sentía que eran unos imberbes. Sabía que alguna vez él también había tenido treinta y seguramente habría sido igual de pelotudo, o más, pero esa etapa ya la había superado hacía más de veinte años, y no tenía ganas de recordarla. Se sintieron unos ruiditos insignificantes, esos que hacía la línea cuando se conectaba con Apotheke.
–¿Qué pasa? – preguntó el general, escueto y apurado como siempre.
–Encontramos algo, señor – lo informó Bôite, con respeto.
–¿Y? – preguntó Apotheke.
–¿Señor? – Bôite no entendió la pregunta.
–¿¡Qué es!? – se impacientó Apotheke.
–Perdón, señor. No sabemos con exactitud, pero se trata de un objeto de madera, redondo y plano, con un diámetro de unos treinta centímetros terrestres – Bôite se explayó mejor. Apotheke hizo un silencio muy largo. Bôite no sabía si era para tomar carrera y mandarlo a la mierda o si estaba pensando en serio en la pieza que le había descripto.
–¿Tiene marcas? ¿Tajos transversales, como si alguien hubiera estado cortando algo sobre el objeto con un estilete? – se interesó Apotheke. Bôite no tenía idea, no lo había visto tan en detalle; le había parecido tan absurdo el descubrimiento que no supuso que su general le fuera a pedir más datos.
–No lo sé, francamente, señor; recién lo trajimos a la nave…– se disculpó.
–No sea paparulo, querido, ¡pregúntele a su compañero! Espero en línea – lo retó el general.
–¡Sí, señor! – se disculpó Bôite, haciéndole una estúpida e innecesaria reverencia al comunicador ya que su superior no podía verlo, y fue corriendo a ver a Boutique, que seguía mirando el cacho de madera como quien no tiene nada mejor que hacer. Lo inspeccionó rápido y volvió corriendo al comunicador de la nave.
–En efecto, señor, tiene varias marcas rectas, trazadas indistintas sobre uno de sus lados – definió. Apotheke se quedó mudo un instante, conteniendo su euforia.
–Sigan buscando en el mismo lugar – le ordenó – Están muy bien posicionados, pronto tendrán refuerzos.
–Señor, ¿tan importante es? – se asombró Bôite.
–No se imagina, amigo, no se imagina…– lo inquietó Apotheke. Y le cortó.
Bôite volvió a la mesa de exposición con la cara demudada, la ceja bien alta y el ojo exaltado, moviéndose como un fantasma. Se sentó al lado de su compañero y se quedaron mirando la pieza juntos. Boutique lo miró con cara de sueño un instante y le preguntó:
–¿Y?
–Qué se yo… El gordo se interesó en la cosa esta – recalcó Bôite. Boutique lo miró perplejo.
–¿En serio?
–Sí, dice que sigamos buscando en el mismo sector donde lo encontraste, que ya vienen refuerzos. 
Boutique se echó para atrás como midiéndolo, buscando encontrar la broma.
–No me jodas que todavía no dormí y en una hora es mi turno.
–En serio, gil, dice que manda refuerzos, que no me imagino lo importante que es este pedazo de madera ridículo – lo informó Bôite.
Boutique fue a regañadiente hasta la cabina de mando y comenzó a ponerse el traje de explorador para continuar la búsqueda. Bôite lo siguió e hizo lo mismo copiando como en una coreografía cada movimiento de su compañero. Salieron de la nave con desgano y caminaron arrastrando las patas hacia el agujero. Boutique tenía excusas para estar desganado, ya había terminado su turno y ahora tendría que continuar. Pero Bôite había descansado bien, no tenía pretextos para mostrarse tan disconforme. Cuando estaban por entrar en la perforación sintieron la característica vibración en el suelo que señalaba la llegada de la caballería. A los dos les molestaba que interfirieran en su trabajo o en el sector que les había sido trazado. Pero más les molestaba si el refuerzo era ese pedante de Brunette y el chupaculos de Bitte. Eran muy forritos los dos. Brunette porque te miraba sobrador, y tenía con qué; pero el otro estúpido era insufrible, siguiendo a Brunette hasta el baño, riéndose de sus chistes, fueran graciosos o no. Un gran pelotudo. Y eran ellos los que guiaban la cuadrilla de refuerzos; ya no había duda alguna.
Muy canchero, Brunette aparcó su nave a una distancia imperceptible de la de ellos, para demostrar que podía manejar ese aparato como nadie y les guiñó el ojo por la ventanita de la cabina. Bôite y Boutique se miraron agotados y se tiraron parados por la perforación. Tenían un rato largo para disfrutar solos hasta que esos dos idiotas se pusieran los trajes y descendieran a romper las pelotas.
Encontraron más objetos, todos de aparente dudosa calidad: un vaso metálico, un estilete enorme con el mango de madera tallado con la forma de un animal y un tridente con el mismo animal tallado en la empuñadura. No lo podían creer. Nunca habían encontrado nada y ese día ya habían descubierto cuatro objetos. Se sentían eufóricos y emocionados: finalmente les había caído la ficha y comenzaban a sentir orgullo por estar colaborando con la causa. Cuando llegó Brunette y se dispuso a acercarse a preguntar algo, Bôite y Boutique salieron rápido con sus descubrimientos en bolsa para la nave, dejándolo solo.
Afuera, en la superficie, el suelo comenzó a vibrar otra vez y los dos miraron hacia donde estaban aparcadas las naves suponiendo otra maniobra pelotuda de Bitte, que siempre aprovechaba para reacomodarla cuando Brunette lo dejaba solo. Pero no, la que se acercaba esta vez era la nave del general Apotheke. Ambos se miraron asombrados, seguían sin entender nada. Debía tratarse de algo importante si el general se había molestado en viajar hasta allí en persona. 
Apotheke bajó a tierra y se acercó a ambos. Saludó a Bôite con respeto y un poco de admiración pero Bôite enseguida le señaló con el mentón a Boutique. El general levantó su ceja y también lo señaló, descreído, y Bôite asintió con la cabeza. Se arrimó a Boutique y le extendió su mano. Boutique se la estrechó, escéptico; seguía sin entender nada.
–Ha hecho un descubrimiento muy importante, capitán – dijo Apotheke –. Lo felicito.
–Gracias, mi general, realmente estoy sorprendido, no entiendo por qué puede ser tan importante un pedazo de madera…– se disculpó Boutique mientras Bitte hacía movimientos nerviosos con la nave desde su ubicación para tratar de pispear por la ventanita de la cabina qué pasaba ahí abajo.
–Encontró una tabla de asado – le descerrajó Apotheke, sin anestesia. Boutique entendía menos aún.
–¿Una qué?
–Una tabla de asado, amigo – Apotheke no concebía que su capitán no entendiera –. Un recipiente plano en donde se servían las comidas…– hizo un paréntesis para ver si Boutique lograba adivinar –…comidas autóctonas de un lugar…– hizo otro paréntesis tratando de que su subordinado metiera un bocadillo pero Boutique lo miraba como un idiota – Vamos, no sea gil, ¿todavía no entiende lo que encontró? – Apotheke ya se impacientaba.
–Disculpe, mi general, pero sigo sin entender.
–Una tabla para comer asado, hijo; estamos en Argentina – Apotheke le palmeó el hombro y se retiró junto a Bôite para dar las nuevas instrucciones. Boutique se quedó perplejo, acariciándose el hombro que el general le había cacheteado con admiración. No cabía dentro suyo; el general lo había palmeado dedicándole una mirada de respeto, a él, por haber encontrado un cacho de madera que se parecía mucho a un plato. Se quedó un rato largo tocándose ese hombro, pensativo. Nunca imaginó que sería el descubridor del país buscado.