domingo, 24 de febrero de 2013

Capítulos XXX y XXXI




“Boutique” – por Juan Pablo Scaiola

Capítulo XXX

Apotheke estaba podrido de la luz artificial. Se estaba poniendo amarillo. Debía dar una recorrida por la zona de exploración para tomar un poco de sol. Se levantó de la cama pensando en Boutique; lo invitaría a desayunar antes de que partiera rumbo al planeta nuevamente. Al salir le dio un beso en la frente a Crayón que, en pelotas, aún dormía como un tronco en su cama.
Llegó al camarote de Boutique y golpeó la puerta, pero no hubo respuesta. Golpeó más fuerte. Nada. Giró la manija y abrió. Boutique dormía como un cadáver. Se acercó y se sentó a su lado en la cama. El coronel tenía la boca abierta y había babeado toda la almohada. El general le puso una mano en el hombro y Boutique despertó, completamente relajado.
–Buen día, coronel – lo saludó – En una hora debería salir rumbo al planeta, ¿quiere que desayunemos juntos? – le ofreció.
–Como no, mi general, déme un segundo y enseguida salgo – dijo Boutique con cara de haber dormido flor de borrachera.
–¿Se encuentra bien? – se preocupó Apotheke, tirándose un poco hacia atrás, como si quisiera enfocarlo mejor –. Parece agotado – le señaló.
–Estoy bien, demasiado descansado, debe ser eso…– relativizó Boutique, esquivando la mirada del general.
–Bien, lo espero afuera – le dijo palmeándole una pierna y yéndose a los pasillos para darle intimidad.
Boutique se levantó y se cepilló el diente bajo la ducha rápida que se propinó. Le temblaban las piernas de tanto sexo y el pito le latía como si fuera a explotarle. Se cambió con algo de dificultad y salió a encontrarse con el general, que lo esperaba fuera del camarote con las manos juntas en la espalda, haciendo un saltito con los talones como quien espera algo mientras silbaba una confusa canción. Apotheke lo vio salir y, con alegría, lo invitó a caminar por el pasillo rumbo al bar. Al llegar, eligieron una mesa a la vera del corredor y se sentaron a charlar.
–¿Y? ¿Cómo le fue? – lo consultó Apotheke. Boutique se tiró para atrás con una indescifrable expresión en su rostro.
–Qué se yo… Bien…– dijo sin encontrar la palabra justa.
–¿Bien? – le preguntó Apotheke tratando de advertir qué le pasaba.
–Bien – repitió, desentendiéndose de dar demasiados detalles a su general cuando por el pasillo la vio pasar con un bolsito en el hombro, caminando ligero, y no pudo dejar de seguirla con la mirada. Apotheke lo vio, miró para afuera y vio a Consomé yendo apurada al gimnasio, y volvió a mirar a Boutique. Y se dio cuenta de todo.
–¿Estuvo con Consomé? – le preguntó asombrado acercando su torso lo más que su panza le permitió a la mesa, señalándola con su dedo pulgar pegado al vidrio del bar y su ceja bien alta. Boutique, sin dejar de mirarla, asintió con la cabeza. Consomé lo vio y le regaló una sonrisa mientras lo saludaba con una mano y aligeraba aún más el paso.
–Sí, general, no me pude contener. Fue terrible…– dijo Boutique con cara de compungido. Apotheke lo miró extrañado.
–¿Y por qué se iba a contener? – le preguntó confundido.
–Es que tuve la ilusión de no tentarme con otra marciana. Estoy en pareja en mi tierra. Nos amamos mucho. Tenemos muchos proyectos juntos. Nunca fui de mirar otras marcianas y supuse que no lo iba a necesitar – se explicó Boutique –. Quizás sea que nunca estuvimos separados tanto tiempo, no lo sé… Aunque francamente… esas sesiones de masajes… son imposibles…– reconoció. Apotheke lo miró pasmado.
–¿Pero usted no lo habló con su pareja?
–Sí, hablamos sobre el tema, y admitimos que no iba a ser posible que tanto ella como yo pudiéramos soportar tanto tiempo sin sexo, pero supuse que me iba a poder contener – dijo Boutique desilusionado –. Qué sé yo…
–Vamos, coronel, no sea iluso, si usted sabe que es inviable pasar tanto tiempo sin contacto sexual, ¿qué pretendía? – se ofuscó Apotheke.
–Qué sé yo…– repitió una vez más Boutique, con la mirada perdida en la mesa mientras hacía circulitos imaginarios sobre el taburete, enajenado.
Apotheke se recostó en el respaldo de la silla y miraba estupefacto a su coronel cuando se acercó Mosaico a tomar el pedido. El general lo vio llegar y volvió a mirar a Boutique, que seguía con el ojo en el nerolite de la mesa como un tarado.
–¡Eh! Está el mozo acá. ¿Qué va a tomar? – le preguntó dándole una patada por debajo de la mesa. Boutique se sobresaltó mirando al mozo, asustado. Mosaico, con un trapo rejilla colgando de su brazo izquierdo, le hizo una reverencia respetuosa.
–Qué sé yo…– dijo Boutique y ya cansaba con su actitud – Café – ordenó sin pensar – Café está bien.
–Naranjada para mí – dijo Apotheke.
–Por supuesto, general. ¿De comer van a pedir algo? – los consultó Mosaico, mirando a ambos con sumisión.
–Sí, no sé… Traé lo que tengas hecho… Me da lo mismo – dijo Boutique, desentendiéndose.
–Tengo unos zopapos calentitos, recién horneados – les ofreció –. Eso sale ya. Si no pueden pedir lo que deseen de la carta, pero va a demorar – se atajó el mozo mostrando la palma de su mano derecha.
–Zopapos – afirmó Apotheke –, zopapos está bien – ordenó mirando a Boutique, que le dio el visto bueno en silencio.
–Con permiso – dijo Mosaico haciendo una reverencia y enfilando para la barra. Apotheke volvió a mirar a Boutique y le tomó la mano con ternura.
–Yo también estoy en pareja, coronel, desde hace más de cuarenta años – lo tranquilizó –. Mi marciana no me acompañó en el viaje y mantengo relaciones sexuales con mi secretaria, que prácticamente duerme en mi camarote todas las noches – se confesó Apotheke –. Mi pareja sabe esto que le digo como también yo sé que mi marciana tiene un sustituto mío en nuestra tierra – continuó –. Es lo más lógico ¿no? – trató de hacerlo entrar en razones.
–Qué sé yo… – dijo Boutique sin levantar la vista de la mesa. Parecía que ese día le hubieran robado todas las otras palabras que conocía.
–Vamos, coronel, no sea gil. Es muy provechoso que haya podido descargar su líbido. No es bueno contener el aluvión sexual tanto tiempo…– lo retó –. Hubo un caso, acá en la Tierra, de un cantante inglés, rubión, que un día, ya de grande, decidió no eyacular más porque no sé quién carajo le había dicho que era bueno para la salud… Y el tipo tenía extrañas relaciones sexuales con su pareja, pero sólo hasta ahí… Nunca consumaba. Y se volvió loco, asistía a sus recitales y entre estrofa y estrofa gritaba “IOOOHOOOHOOO” haciéndo mierda las canciones que perpetraba, que tan lindas eran.
–¿En serio?
–En serio, tenga cuidado porque se puede volver loco como el rubito este. No se jode con esas cosas. Mantenga contacto con Consomé mientras dure la exploración y a su regreso continúe con su vida normal – le dijo Apotheke palmeándole la mano y guiñándole el ojo con una sonrisa. Boutique levantó la cabeza para mirarlo, ya venía el pedido, se alejó de la mesa para dar espacio a que el mozo depositara las tazas y los platos. Y se zampó un zopapo sin demasiado entusiasmo. Estaba apagado y triste.
Desayunaron distendidos, dándose a los zopapos sin parar. Después de tanto trajín sexual Boutique estaba hambriento.





Capítulo XXXI

Durante el descenso a tierra firme Boutique no daba crédito a lo que veía su ojo: el Monumento a la Bandera, la catedral, un edificio morado, la plaza, el correo y una nueva residencia que no había visto aún, con una gran pelota en su cima, se presentaban a cielo abierto en sociedad. Aquellos marcianos habían trabajado sin parar y estaban descubriendo por completo esa bella ciudad, que parecía ocultar cientos de construcciones majestuosas. Boutique hizo sonar la alarma de reunión general y bajó de la nave con su máscara de oxígeno puesta. Una vez todos presentes, caminó delante de ellos, los miró y les dijo:
–Marcianos – comenzó, tomando su máscara con ambas manos –, tengo una noticia importante que darles – continuó mientras desconectaba los cables de oxígeno. Los exploradores se miraron temerosos –. Llegó el resultado de los análisis de suelo, aire y ceniza de este maravilloso lugar – les informó mientras se sacaba la máscara. Algunos exploradores se pararon para impedirle con ademanes que lo hiciera –. Y no tenemos ningún riesgo – culminó con la cara expuesta al aire terrícola –. ¡No hay toxicidad en el ambiente! – remarcó mirando hacia atrás a Vitraux, que lo observaba horrorizado.
Los exploradores se arrancaron las máscaras de las cabezas con alegría y las revolearon por el aire. Algunos hacían estúpidas rondas en grupos de a cuatro o cinco y saltaban y giraban como pavotes; otros extendían sus brazos y, con el ojo cerrado, disfrutaban la brisa en el rostro; otros caminaban en grupos, sin rumbo fijo. Era un cambio sustancial en la labor que tenían. Todo sería mucho más fácil.
El coronel los felicitó por el avance de la exploración admitiendo que no imaginaba llegar y encontrarse con todo el sector del Monumento libre de ceniza e invitó a sus exploradores a dar un paseo por el lugar, y partieron todos juntos rumbo a la plaza de la catedral. Boutique pasó por encima de aquel nuevo edificio circular y se detuvo a verlo. No era tan alto. Tenía cinco o seis pisos, no quedaba claro. Pero era hermoso, con el último nivel constituido por diez columnas que soportaban una enorme esfera con unas pequeñas ventanitas que, a su vez, sostenían una última pelota mucho más pequeña. Bajo la gran esfera, un cinto floreado la sujetaba y proclamaba: “BOLA DE NIEVE”. Boutique estaba extasiado. Aquellos edificios parecían competir entre sí por el título de “belleza absoluta”, y él no se sentía en condiciones de señalar cuál era el más lindo. Y temía que nunca tendría la objetividad necesaria para hacerlo. Bajó al nivel del suelo y caminó hacia la plaza central. Habían despejado todo. Un gran edificio de color morado descansaba al lado de la catedral con una escalinata celosamente custodiada por dos estatuas de unos animales muy parecidos a los peligrosos peugeots que vivían en la jungla, en su planeta. Cruzó la calle y subió algunos pedestales. Apoyó su mano en la melena de un peugeot y contempló la vista. El lugar estaba tan despejado que pudo imaginar humanos caminando, yendo a sus distintas y ajetreadas labores en busca de ese delirante sustento económico. Estaba eufórico. Quería destapar completamente ese lugar cuanto antes. Hizo una última repasada visual y partió hacia el Palacio Minetti. En su vuelo pudo ver grandes porciones de terreno completamente despejados y notó que no había calles ni vehículos estacionados. El camino que unía a las mujeres enchocladas con el Monumento no era como le había descripto el gran maestro. Las manzanas se unían sin vereda, o sin calle. Eso lo desconcertó, y voló rumbo a su carpa para consultar a Vitraux sobre aquella rara anomalía.
El gran maestro comía un kerosén recién cosechado de la huerta de la base. Las provisiones habían llegado hacía dos días en tiempo y forma como le había prometido Muñuelito en su entrevista. Boutique se acercó y se sentó junto a Vitraux, que con un estilete cortaba un trozo de kerosén y se lo ofrecía al coronel. Boutique agarró el gajo y se lo zampó. Estaba bien jugoso, como a él le gustaba.
–Encontré una cosa rara – dijo Boutique con la boca llena de kerosén.
–¿Qué encontró?
–Todo el camino que une el Palacio Minetti con el Monumento no tiene calle central como usted me describió. Es sólo vereda, y no hay vehículos – detalló Boutique.
–En efecto, es que esa zona es “la peatonal” – señaló Vitraux mirando el estilete para no cortarse mientras sacaba la última porción viable de kerosén antes de que quedara sólo el tronco de aquella fruta deliciosa.
–¿La peatonal? – preguntó Boutique –. ¿Qué es eso?
–Era un paseo de compras. Por ahí no circulaban vehículos, sólo humanos de a pie, por eso se la llamaba “peatonal”. Había bancos, comercios, restaurantes, todo tipo de atracciones para el humano consumidor.
–¿Entonces ahí era que los humanos compraban las cosas que necesitaban para subsistir? – preguntó Boutique interesado.
–Sí, durante mucho tiempo fue el lugar destinado a ese fin, pero sobre el final de los días construyeron dos grandes centros comerciales, lejos de esta zona, y este lugar murió para siempre – dijo Vitraux.
–Qué triste…– se quejó Boutique – Con las hermosas edificaciones que contenía este paseo…– señaló – Imagino que aquel otro lugar debe ser muy superior entonces…– se ilusionó.
–Imagina mal, coronel – desestimó Vitraux –, era una real cagada falta del más mínimo buen gusto, llena de lucecitas de colores y cartón pintado que atraía a los humanos como moscas pelotudas – describió Vitraux –. Los humanos abandonaron este paseo inmediatamente cuando se inauguraron aquellos colosos de compras y, para colmo, habían sido concebidos por empresas que no eran rosarinas, por lo que todo el dinero que el humano rosarino depositaba en las compras que hacía en esos centros comerciales se iba para Buenos Aires – sentenció –. Rosario perdió mucho con esos dos “monstruos come dinero”.
–¿Pero el humano rosarino no lo sabía? – se indignó Boutique.
–Sí que lo sabía.
–¿Y con qué cara iban a comprar cosas a esos lugares abandonando los verdaderos centros comerciales rosarinos? – Boutique continuaba enfurecido.
–A nadie le importaba nada, coronel – lo calmó Vitraux –. Recuerde lo de la “quintita” – le apuntó. Boutique se quedó en silencio, azorado, intentando entenderlo.
–¿Podremos verlos?
–¿Qué cosa?
–Aquellos centros comerciales.
–No, coronel, están kilómetros al norte de la última calle que tenemos en nuestro diagrama de trabajo – desechó Vitraux –. Y aparte no vale la pena, créame – Boutique se quedó pensando un instante.
–¿Y compraban muy asiduamente en esos centros comerciales? – le preguntó y  Vitraux lo miró con el ojo bien abierto.
–¿Que si compraban muy asiduamente? – Vitraux repitió la pregunta, sorprendido –. ¡Vivían ahí dentro! No concebían una mejor forma de entretenerse que meterse ahí dentro a mirar vidrieras, aún cuando afuera el sol esté espléndido, brindando un día formidable. Los humanos lo único que hacían era pasear dentro de aquellas moles de plástico y cartón, hipnotizados con las lucecitas de colores y los tonos pastel del piso y las paredes… Se apretaban ahí dentro por horas, respirando todos el mismo aire viciado, y cuando ya no había más nada para mirar, se ponían de acuerdo y se volvían todos juntos para el centro haciendo del viaje un suplicio de congestión vehicular – le contó Vitraux –. Estaban todos locos, coronel – sentenció –. Sobre el final de los días estaban todos realmente locos.
Boutique se levantó y caminó afuera de la carpa. Vitraux, sentado en su banqueta, tomó otro kerosén del plato y se dispuso a pelarlo. El coronel se acercó al borde del piletón y observó la peatonal, que se despejaba cada vez más por la intensa labor de los exploradores. Ya se veían enormes carteles que colgaban de las paredes de los comercios que conformaban aquel fantástico paseo: “Al elegante”, ”Frav…”, ”Óptica Maran…”. Algunos se leían completos, otros estaban rotos. – Qué contradicción – pensó Boutique – Los más rotos parecen los más nuevos…–. En la siguiente manzana podía verse otro cartel que bajaba paralelo al muro: “Escasany” decía, oxidado, olvidado y descolorido casi al punto de no leerse lo que proclamaba. Boutique activó sus propulsores y voló hacia las mujeres enchocladas. Unos metros antes de llegar podían verse dos inmensas cúpulas enfrentadas con sus peligrosos pararrayos. Los exploradores lo habían destapado todo con una rapidez inusitada. En pocos días se podría dar un paseo por allí abajo. Estaba muy ansioso. Quería hacerlo cuanto antes, con el maestro a su lado; incluso invitaría al general.
Descendió en el Palacio Minetti. Ya habían descubierto la puerta y habían logrado abrirla. Los exploradores entraban y salían con objetos de recolección. Giró sobre sus pies y echó un vistazo alrededor, unas mesas con unos inmensos techos redondos de tela clavados en su centro regaban la ancha vereda. Miró hacia el oeste, ya se descubría una segunda plaza. Se elevó y voló hacia el Monumento, en el trayecto se topó con otra majestuosa construcción. Todas las cúpulas eran iguales, parecían hechas por el mismo humano. Unas más ostentosas, otras más altas, unas más gordas, otras más flacas, todas portaban pararrayos, y todas eran de un soberbio gris oscuro. Esta nueva cúpula decía en su base “LA FAVORITA”, y bajo el enorme letrero podía verse un gran ventanal vidriado con las estatuas, siempre descomunales, de un humano adulto ofreciéndole algo con su brazo extendido a un humanito alado. Boutique continuó sobrevolando el lugar a la mínima velocidad posible. Quería recorrer ese paseo sin perderse nada.
En la manzana siguiente pudo observar un edificio moderno, espejado, de líneas rectas. Muy frío y falto de ingenio. Recordó lo que Vitraux le había mencionado en cuanto a la decadencia de la supuesta evolución de las construcciones y no pudo menos que estar de acuerdo con el gran maestro. Aquella edificación era muy inferior a las que ya habían descubierto. En la esquina opuesta podía leerse “Eiffel”, atravesando un pararrayos de mentira que también estaba incrustado en el muro, todo en relieve. – Estos debían fabricar los pararrayos…– pensó.
Siguió sobrevolando la zona y llegó a la catedral, con el edificio morado a su lado y el Monumento detrás, que ya resplandecía agradecido. Bajó y se acercó a su amigo, que continuaba con las tareas como un temerario.
–¿Todo bien? – le preguntó. Bôite levantó la vista, lo miró, y volvió a bajarla.
–Sí – contestó escueto – ¿Vos? ¿Descansado?
–La verdad que sí – reconoció Boutique –. Necesitaba parar un poco.
–Nosotros no, no te preocupes…– ironizó Bôite mientras limpiaba con prestancia la boca succionadora de un aspirador manual.
–Ya terminamos – lo calmó Boutique poniéndole una mano en el hombro – No te enojes… ¿Querés tomarte unos días? – Bôite negó con la cabeza – Dale, tomate unos días. No sabés lo bien que te va a hacer…– le aconsejó.
–No – dijo Bôite, insobornable –, quiero terminar de una vez e irme a casa – culminó mientras limpiaba el aspirador manual.
–Estuve en el gimnasio – confesó Boutique. Bôite dejó lo que estaba haciendo y lo miró.
–¿El gimnasio? – le preguntó sorprendido. Lo único que le faltaba era que a su amigo le diera por hacer deportes.
–Sí, pero no haciendo gimnasia. Hay un salón atrás, muy lindo, muy relajante, con pileta, sauna y sala de masajes…– le describió Boutique. Bôite dejó el aspirador en el piso a medio limpiar y se irguió poniendo su nariz muy cerca de la del coronel, tenía la frente perlada y la piel morada y seca por el sol.
–Sala de masajes…– repitió amenazante. Boutique dio un paso hacia atrás con temor.
–No lo supe hasta que me lo recomendó Apotheke – se disculpó –. No sabía que existía – dijo dando más pasos hacia atrás ya que Bôite no tenía pensado dejar de tenerlo a tiro y continuaba acechándolo, intimidante.
–¿Y cómo es? – preguntó mientras insistía en tener al coronel a unos centímetros.
–No lo vas a poder creer – le dijo Boutique, poniéndole una mano en el hombro para que le deje espacio –. Andáte ahora, haceme caso. Tomáte dos días y después volvé – le ordenó –. Vayan los cuatro. Se lo merecen después de lo que hicieron con este predio.
–¿Y cómo es? – volvió a preguntar Bôite.
–Basta, boludo, andate de una vez – lo cortó Boutique –. Cuando llegues y sortees al profesor trolo que hay en el gimnasio, te vas a encontrar con la pileta, los saunas y las asistentes – culminó Boutique mirando hacia abajo. Bôite lo agarró de los hombros y se agachó un poco para buscarle la mirada, que el coronel insistía en esquivar a toda costa.
–Las asistentes…– le repitió buscando descubrir por qué su amigo evadía mirarlo.
–¡Las asistentes! – le gritó Boutique, enérgico, empujándolo hacia atrás. Tenía vergüenza de contarle su experiencia, pero Bôite no era ningún boludo, y Boutique era su amigo desde la infancia más prematura. Conocía a ese marciano más que a cualquier otro.
–¿Qué hiciste? – le dijo alejándose un poco y tratando de no presionarlo, con una voz más amigable. Boutique lo miró sin levantar la cara del piso y volvió a clavar el ojo en el suelo.
–Nada – le mintió, y Bôite no le creyó.
–¿Nada?
–Basta. No me jodas que estoy un poco confundido – dijo Boutique, mirándolo por fin al ojo, renunciando a seguir ocultando la cuestión. Bôite se acercó y volvió a tomarlo por los hombros, lo miró serio y lo abrazó. Y Boutique rompió en un llanto absurdo, aferrándose a su amigo con fuerza. Bôite lo contuvo con firmeza.
–¿Estaba buena? – le preguntó apretándoselo al pecho. Boutique estalló una risa estentórea – ¡Encima estaba buena! – Bôite se enojó e intentó separarse, pero Boutique se lo impidió, sujetándose aún más a su cuerpo.
–Estoy muy enojado por lo que hice…– se recriminó.
–Es imposible hacer este viaje y evitarlo. ¿No lo habías hablado con Canapé? – lo consoló Bôite. Boutique asintió con la cabeza en el hombro de su amigo –. ¿Y entonces? – lo retó –. ¡Dejate de joder, haceme el favor! – dijo Bôite intentando sacarse a su amigo de encima, molesto. Boutique lo largó. Bôite lo miró sonriendo compasivo y logró arrancarle una sonrisa.
–Andá que te va a hacer bien – le recomendó, limpiándose la nariz que le goteaba por el ataque de lloriqueo.
–¿Cómo se llama? – preguntó Bôite. Boutique lo fulminó con el ojo en llamas – Digo, así no la toco…– se atajó, cargándolo. Boutique tomó aire para decirle el nombre, pero reculó.
–No importa cómo se llama – desestimó –. Andáte de una vez y no me jodas más. Te va a venir bien – le recomendó. Bôite enarcó su ceja como si estuviera escuchando una obviedad. Boutique se dio cuenta y se corrigió –. Todo te va a venir bien, la pileta, el sauna, los masajes. Y lo otro también.
Bôite se descolgó las tiras del morlaco de los hombros y se las anudó a la cintura. Hizo algunos movimientos de elongación mirando la torre del Monumento y enfiló para la nave haciendo señas a sus compañeros con su dedo índice golpeándose repetidas veces la palma de su otra mano puesta como un techito. Todos largaron lo que estaban haciendo y se acercaron presurosos. Boutique los saludó de lejos hasta que avistó a Beckenbauer y le hizo una seña con la mano, preguntando si se sentía bien. Beckenbauer le devolvió el gesto, tranquilizándolo.
Boutique arrancó sus propulsores y volvió para su carpa. Debía preparar al gran maestro si pretendía llevarlo a caminar por la peatonal al día siguiente y llamar al general, no debía olvidarse. Las naves de Bôite y Beckenbauer comenzaron a zumbar en su espalda y Boutique sonrió y negó con la cabeza. Sabía que sus amigos lo disfrutarían más que él.

martes, 19 de febrero de 2013

Capítulos XXVI, XXVII, XXVIII y XXIX




Capítulo XXVI

Beckenbauer llegó a la base con un dolor punzante en su boca. A pesar de que le molestó que su amigo se pusiera en coronel con él, debía admitir que tenía que parar de trabajar, no era un dolor común el que tenía. Cuando ingresó en la zona de aparque pudo ver que lo esperaban dos enfermeros listos para escoltarlo al consultorio del doctor Praliné, que fue lo que hicieron apenas lo tuvieron a tiro, tomándolo del brazo como si se tratara de un marciano con un extraño mal, muy contagioso y peligroso. Beckenbauer se soltó, enérgico, y los enfermeros notaron que habían exagerado la nota y de ahí en más lo acompañaron, sin tocarlo, unos pasos detrás.
El consultorio del doctor Praliné estaba en la otra punta de la base. – ¿No lo podían poner más cerca? – se preguntó Beckenbauer indignado y continuó caminando y renegando; odiaba ir al médico. Al llegar a la puerta del consultorio, el enfermero que tenía a su derecha la golpeó con firmeza y dio un paso atrás, respetuoso. – Adelante – se escuchó desde adentro, y el enfermero de la izquierda abrió la puerta e hizo pasar a Beckenbauer asegurándose de que entrara, acompañándolo con la mano apoyada en su espalda. El capitán, furioso, se dio vuelta y lo increpó, haciendo que el enfermero levantara sus manos indignado, como diciendo “¡Si ni te toqué!”. Beckenbauer negó con la cabeza, desautorizando a ambos, y entró cerrándoles la puerta en la cara. Los enfermeros se quedaron custodiando la entrada del consultorio, uno de cada lado.
–Pase capitán, por favor. Siéntese aquí – lo invitó Praliné, palmeando la butaca de trabajo con un barbijo y un quevedo plástico de seguridad. Beckenbauer lo miró, volvió a negar con la cabeza, y rumbeó hacia el sillón, siempre renegando. – Vamos, capitán, ¿qué le pasa? ¿Me va a decir que tiene miedo al odontólogo? – minimizó el trámite el doctor, tratando de romper el hielo, buscando que su paciente depusiese esa actitud arisca.
–No, doctor, no le tengo miedo, es que me parece un poco exagerado todo esto. Es un dolor de diente, no es la muerte…
–Un dolor de diente puede estar avisando un problema serio, capitán. Debe usted cuidar ese diente – le dijo Praliné en ese tono que tanto enervaba a Beckenbauer –. Es el único que tiene, ¿no le preocupa perderlo?
–No va a pasar nada de eso.
–Aún no lo sabemos – dijo el doctor tomando unas pinzas de apertura –. Abra grande la boca – le ordenó con una sonrisa detrás del barbijo. Beckenbauer accedió sin chistar. Quería salir pronto de ahí. El doctor le trabó la quijada con las pinzas y comenzó a investigar la zona –. Veo mucha suciedad en esta boca, capitán, ¿usted se cepilla el diente seguido?
–¡Há! – afirmó Beckenbauer, complicado para expresarse con ese aparato en la boca. Praliné tomó un dispositivo limpiador de entre sus herramientas de trabajo y comenzó su labor. A Beckenbauer se le complicaba tragar con la boca tan abierta y, aunque la saliva se la llevaba un canulito succionador, necesitaba tragar de vez en cuando, y era muy complicado.
–¿Cuántas veces se cepilla el diente por día, capitán?
–¡Caátra! – contestó, medio a los gritos.
–Mmm, no parece…– dijo Praliné, con una parsimonia envidiable. – Cómo se nota que no estás vos con esta pinza en la boca, si no te apurarías más, la puta que te parió…– pensó Beckenbauer. – ¡Acá está! Mirá qué belleza…– dijo el doctor como si hubiera encontrado un tesoro oculto.
–¡Cá! ¡Cá ás! – preguntó Beckenbauer, preocupado.
–Una caries, capitán, del lado interno, tapada por sarro, por eso no la veía. Le molestaba cuando ingería líquidos, ¿verdad?
–¡Há! – asintió Beckenbauer.
–Mmm… Sí. Vamos a arreglarla, no se preocupe.
–¿¡Áz máy graánda!? – preguntó Beckenbauer a los gritos y con la voz aflautada.
–No lo sé, capitán, el orificio de entrada es pequeño pero es probable que dentro sea más grande. ¿Le duele mucho?
–¡A Vázaz! A vázaz zá, a vázaz ná... ¡Máz a mánaaz! – dijo Beckenbauer, haciendo un avioncito que mueve sus alas con la mano derecha. Parecía un imbécil hablando así.
–Bueno, capitán, quédese tranquilo que ya se lo soluciono – dijo el doctor con seguridad. Y comenzó a trabajar en el diente.
La consulta duró casi dos horas, y estar con la boca abierta tanto tiempo era inmarciano, ya tenía la cara entumecida y le dolían mucho las bisagras de la mandíbula. Pero el doctor no le hizo doler. A pesar de que notó unos gestos de preocupación en Praliné de vez en cuando, que lo hacían asustar con esas caras que ponía. – ¿Qué mierda habría encontrado tan horrible para poner esa cara? ¿Tendrá arreglo? ¿Perderé el diente? – se preguntó. Quería que terminara de una vez, ya no aguantaba más. Pero estar ahí sentado en ese cómodo sillón reclinable le dio sueño, y Praliné no sólo no terminaba sino que recién empezaba. Y se durmió.
–Despierte, capitán – le dijo el doctor. Beckenbauer escuchó esas palabras entrecortadas – ¿Estoy soñando con un odontólogo? – pensó.
–¿Qué? ¿Qué paza? – dijo confundido.
–Terminamos – le informó el doctor –. Puede irse.
–¿Ya eztá? – dijo Beckenbauer agarrándose la quijada. Todavía le dolían las coyunturas y le costaba modular bien las palabras.
–Sí – aseguró Praliné – Va a sentir un gusto feo durante el día, como a zaguán en la boca. Réstele importancia; es la pasta protectora – le informó el doctor de espaldas, mientras se sacaba los guantes, el barbijo y el quevedo plástico de seguridad. Beckenbauer seguía masajeándose la mandíbula con dolor mientras la abría y la cerraba. Praliné lo miró y volvió a mirar el cajón donde guardaba sus herramientas –. Y no haga eso. Si le duele la mandíbula, déjela en paz. Está entumecida por estar tanto tiempo abierta. Relájese, capitán, parece un chico…– le dijo acercándose a Beckenbauer y tomándolo del brazo para acompañarlo a la puerta.
–¿Y con la comida qué hago? – preguntó temeroso.
–Nada de comida hoy, sólo líquido. Agua – ordenó Praliné. Beckenbauer hizo berrinche.
–¿No puedo tomarme un vinito ezta noche? – se alarmó.
–Ni se le ocurra.
–¡Vamoz, doctor! – lo increpó –. ¡No me joda! ¡¿Qué me va a hazer una copa de vino?!
–Nada de vino hasta mañana. Esta noche le va a doler. Tómese estas grageas, una ahora y otra a la noche, así duerme bien. Mañana será otro día y podrá hacer lo que le plazca, aunque por esta semana deberá tener cuidado con alimentos duros. Trate de evitarlos – le recomendó Praliné extendiéndole un blister con dos pastillas que tenían la forma de una cruz ladeada, bastante grandes y de color amarillo: “RIVOTRIL – FORTE”, decía en la parte de atrás del blister. “No consumir alcohol” amenazaba claramente bajo su nombre.
Beckenbauer se resignó y se mandó una tirando la cabeza hacia atrás con brusquedad. Praliné le acercó un vaso para que la tragara y le palmeó la espalda, compasivo, mientras le abría la puerta sonriendo y le extendía su mano. Afuera esperaban los enfermeros, pero el doctor les hizo señas de que ya estaba solucionado el problema y ambos se fueron nuevamente a la guardia.
En el camino hacia la nave Beckenbauer comenzó a sentirse raro, con mucho sueño, y también estaba mareado. El pasillo se alejaba delante suyo como si lo estuviera enfocando con una lente poderosa, pero hizo de cuenta que no le pasaba nada, lo único que le faltaba era que lo mandaran de vuelta con un escolta. Cuando llegó a la zona de despegue, vio varios mecánicos terminando los últimos detalles de su nave, pero se le piantaban del foco. Uno, el de la derecha, se le puso muy brilloso y se le fue para arriba. El otro, el de la izquierda, aparecía y desaparecía con intermitencia. Aquella pastilla era muy eficaz. Juntó fuerzas de donde ya no tenía y subió a su nave poniendo cara de serio, como los borrachos que quieren pasar inadvertidos. Se conectó los cables y encendió los motores, los mecánicos no notaron el engaño y le dieron vía libre para que saliera. Beckenbauer, siempre con cara de recio, ya exageraba, rumbeó hacia el espacio exterior. Una vez fuera puso el piloto automático con algo de dificultad ya que le temblaba la mano. No daba más. Se dormía irrefutablemente. La pastilla esa estaba actuando muy rápido. Se levantó para recostarse en las vainas de descanso pero un fuerte mareo lo tomó por sorpresa y lo desestabilizó haciéndolo caer en el pasillo. Se arrastró como pudo hasta la vaina y se colgó de ella con una mano pero no logró meterse y quedó ahí, en el pasillo de la nave 118, boca abajo durmiendo como un tronco.


Capítulo XXVII

Boutique también dormía en su nave. Iba de regreso a la base para la reunión mensual con Apotheke cuando de pronto la computadora de abordo sonó su alarma avisando el paso de otra nave que, en sentido contrario, volaba hacia el planeta haciéndolo despertar. Se levantó y fue hasta los comandos para tratar de divisarla poniéndose la mano sobre la ceja, como tapando un sol que lo enceguecía cuando no sólo no había sol sino que, aparte, estaba en el oscuro espacio exterior. Se sintió un idiota. Y la vio. Parecía la nave de su amigo y, aunque eran todas iguales, tenía la sensación de que era él. Cuando pasó a su lado corroboró su corazonada. Era la nave 118, con su capitán seguramente durmiendo en las vainas. Beckenbauer no estaba en los controles. – Si ya está volviendo debe haber solucionado el problema dental que tenía… – pensó.
Llegó a la base y descendió un poco acelerado dando algunas instrucciones a los mecánicos para ir inmediatamente a la oficina de repartición de alimentos. Debía dejar la lista de faltantes. La oficina tenía un gran ventanal que daba al pasillo central con un mostrador para recibir las órdenes, atendido generalmente por marcianos jóvenes en franca escalada a futuros puestos más importantes. Se acercó y apoyó sus codos en el mostrador esperando que el joven lo atendiera, o lo mirara aunque más no fuera, ya que parecía bastante concentrado en unas anotaciones que estaba haciendo.
–Dígame, coronel – le dijo el encargado sin mirarlo mientras seguía anotando algo en un cuaderno.
–Necesito que envíen algunas cosas, ya que nos estamos quedando sin provisiones – pidió Boutique.
–Lo escucho – dijo dando vuelta la hoja para anotar lo que le pediría.
–Hay poca agua, debe enviar un contenedor al menos.
–Mhm – anotó el encargado.
–Nescuik no hay más. Se terminó – señaló Boutique.
–Mhm – anotó el encargado.
–Sabañones – dijo Boutique –. Ya quedan pocos.
–Mhm – anotó el encargado.
–Jengibre, virulana, quartirolo, kerosene, papas fritas, gamexane…– detalló Boutique revisando el papelito que le habían dado.
–Mhm – anotó el encargado, y Boutique empezó a mirarlo con impaciencia –¿Lo único que vas a decir es “mhm” mientras estés atendiéndome? – pensó, intentando leer el nombre del susodicho en el morlaco: “Muñue…” algo se leía, pero la tela se doblaba justo y no lograba verlo por completo.
–¿Cómo es su nombre, oficial? – le preguntó, tratando de que no siguiera rumiando. El joven levantó su cabeza del cuaderno como despertando de una larga hibernación.
–Muñuelito, coronel – dijo con una tranquilidad exasperante, mirándolo al ojo un instante, para luego volver a zambullirse en el anotador.
–¿Le gusta su trabajo? Lo noto un poco enajenado…– le señaló Boutique, tratando de descubrir qué le sucedía a ese marciano que, a pesar de verse muy joven, estaba más desconcentrado que lo habitual en esa etapa tan revolucionada de la vida.
–Sí, coronel, mucho. Quiero ser cocinero cuando madure – dijo el muchacho interesándose finalmente por la charla. Boutique hizo una sonrisa aprobatoria.
–Mire usted…– lo alentó.
–Sí, quiero seguir los pasos de mi abuela, que fue una gran cocinera, muy famosa – se agrandó Muñuelito.
–¿Quién era su abuela? – se interesó Boutique.
–Siemenszuck – dijo el muchacho, escueto. Boutique se sorprendió aún más. Estaba delante del nieto de una de las más importantes cocineras de su tierra.
–Disculpe, oficial, es que mientras le detallaba los faltantes lo noté un poco disperso y supuse que estaba disconforme con su labor – le explicó Boutique y Muñuelito lo miró extrañado.
–¿Cómo disconforme?
–Sí, disgustado con lo que le tocó hacer en esta cruzada que encaramos.
–¿Pero cómo podría estar a disgusto si yo elegí esto? – se sorprendió Muñuelito –. ¿Hay marcianos trabajando en labores que no les atraen? – se horrorizó. Boutique se dio cuenta de que estaba demasiado inmerso en las historias humanas y volvió a la realidad.
–No, por supuesto – dijo desestimando esa absurda idea.
–Soy muy joven todavía. Tengo treinta y tres años. Debo pasar por esto antes de comenzar los estudios. Estaba un poco ido pensando en una comida que estoy diseñando… es sólo eso – se explicó.
–¡No me diga! – lo alentó Boutique, mirando discreto con su ojo el cuaderno, tratando de leer algún renglón aunque más no sea.
–Sí, pero soy muy inexperto aún. Sólo la haré para mí, para poder determinar mis cualidades. Tengo una gran experiencia en gustos, por las comidas de mi abuela, eso es innegable, pero de ahí a lanzarme a cocinar…– dijo el joven cerrando y escondiendo el cuaderno en su regazo, desalentado –. Faltan muchos años todavía – terminó. Boutique lo miró con admiración. Se notaba que ese chico haría historia algún día.
–Me parece bárbaro, oficial – le dijo estrechándole su mano con firmeza – Le dejo el listado de cosas. Cuando lo tengan preparado, lo envían al planeta.
–Cómo no, coronel. Saldrá esta misma tarde, no se preocupe – dijo Muñuelito, dando a entender con su mirada que cumpliría esa promesa arriesgando su propia vida en el intento. Boutique quedó admirado con la determinación que había en el ojo de aquel muchacho, y por supuesto se quedó tranquilo de que así sucedería. Le hizo una gentil reverencia con la cabeza y partió rumbo a la oficina de Apotheke.
Pasó por el bar, se pidió una chocolatada y se puso a organizar los papeles y las películas que le llevaría al general. Era la primera vez que tendrían una reunión desde su ascenso y no quería defraudarlo. Cuando llegó a la oficina, el general ya estaba esperándolo apoyado en el marco de la puerta con los brazos cruzados y una descomunal sonrisa. Boutique tenía mucho que contarle: las mujeres enchocladas, el accidente de Champiñón, la catedral, el Monumento a la Bandera, la lesión dental de Beckenbauer. Tendrían para un par de horas. Apotheke lo hizo pasar y Boutique se sentó y puso la carpeta sobre sus piernas. No sabía por dónde empezar.
Hablaron bastante, más de tres horas. Apotheke solicitaba a Crayón naranjadas cada tanto y convidaba al coronel pero Boutique ya se sentía asqueado de tanta naranjada, aunque no le podía decir nada, el gordo era un bebedor compulsivo de ese empalagoso brebaje y no entendía que sólo a él le gustaba, así que después del tercer vaso se limitó a sorber poquito para que le durara toda la reunión.
–¿Y cómo se siente? – le preguntó Apotheke cuando la reunión había terminado.
–Bien, general, muy bien, me gusta mucho mi puesto y creo que todos están conformes conmigo.
–¿Y el viejo?
–Está en la carpa, duerme, me da clases, duerme…– le contó Boutique con una sonrisa –. El otro día, cuando descubrí el Monumento, lo fui a buscar para llevarlo. Quería que lo viera pero me costó convencerlo, no quería venir… Después me lo agradeció.
–Es medio cascarrabias pero es muy buen marciano. Es como un padre para mí – dijo Apotheke, visiblemente emocionado.
–Sí, yo siento lo mismo. Es increíble cómo lleva la clase, cómo maneja las descripciones, los tiempos… Siempre está un paso delante de uno, parece que supiera cómo voy a reaccionar ante cada cosa que me cuenta y que tuviera diseñado un organigrama de cómo decírmelas para mantener un equilibrio justo entre mi ira, mi sorpresa, mi tristeza…– describió Boutique – Ese marciano tiene un don.
–Ya lo creo, coronel – dijo Apotheke, ratificando las palabras de Boutique –. ¿Qué va a hacer ahora? – le preguntó.
–Me voy para el planeta. Ya dejé el listado de faltantes – le contestó.
–Quédese un par de días. Tómese un descanso. Le va a venir bien – le recomendó Apotheke, Boutique hizo cara de sorpresa, indignado.
–Pero, general, ¿y si me necesitan? – se atemorizó –. ¡Mire si pasa algo…!
–Nada que no puedan solucionar ellos mismos. Son dos días… no se alarme demasiado – le ordenó Apotheke, dando a entender que no lo dejaría marcharse.
Crayón golpeó la puerta y entró dejando una estela de perfume cautivante mientras Boutique miraba al general con cara de berrinche, a pesar de que él era marciano de una sola marciana, ya hacía más de un año que no mantenía relaciones sexuales y se estaba empezando a sentir muy necesitado. Extrañaba mucho a Canapé, quería verla y faltaba un montón. El general leyó unos instantes la carpeta que le dejó su secretaria, la cerró y se la extendió a su coronel con cara de aliento. Boutique la abrió con curiosidad y leyó los primeros párrafos. Era el resultado de laboratorio de los estudios hechos al aire y la ceniza: no eran tóxicos, podrían respirar sin máscaras, sentir el viento en sus caras, hacer el trabajo más sueltos de equipaje. Los exploradores se sentirían más a gusto y podrían trabajar mejor y más rápido. Era una gran noticia.
–Debo ir, general. Esta novedad debe comunicarse cuanto antes – suplicó Boutique.
–Coronel, hace mucho que están con las máscaras. Dos días más no hacen la diferencia. Quédese un par de días, despeje su cabeza… Le va a venir bien – dijo Apotheke mientras se paraba y rodeaba el escritorio invitando al coronel a irse.
–¿Y qué hago? – preguntó Boutique, desesperado, caminando hacia la puerta llevado del brazo por su general.
–Nada, no haga nada, descanse. Vaya al gimnasio – le dijo Apotheke apretándole un poco más enérgico el brazo. Boutique asintió con la cabeza, desganado.
Salió al pasillo y miró a la izquierda un instante y luego a la derecha. Se sentía perdido. No podía concebir no tener nada que hacer. Eligió la izquierda, iría a su camarote a darse un baño y luego vería.
El baño le demostró con creces que su cuerpo estaba pidiendo a gritos un descanso. Cuando el agua caliente le dio en la jeta, tuvo que sostenerse de la pared por culpa de un escalofrío que le recorrió todo el cuerpo y lo relajó al punto de casi perder el equilibrio. Apoyó su espalda en la pared y fue deslizándose hacia abajo hasta sentarse en canastita en el piso. El agua lo golpeaba desde lejos y en su viaje perdía algo de temperatura. Boutique se estiró para cerrar un poco la fría y volvió a recostarse, casi muerto, parecía que hubiera estado trasnochando y bebiendo toneladas de alcohol. Necesitaba ese descanso. Se quedó sentado, relajado y masajeado por el agua caliente mucho tiempo, hasta que los dedos se le pusieron arrugados como la piel de un legrand anciano. Cuando ya se estaba por dormir, se levantó con cuidado. Le había bajado la presión. Cerró ambas canillas y corrió la cortina. El baño estaba lleno de vapor. No se veía nada. Salió de la bañera a tientas, tratando de pescar un toallón que colgaba de la pared, se secó y se puso un morlaco nuevo. Ya se sentía mejor.
El gimnasio estaba al final del corredor, sobre el ala izquierda de la base. Nunca había ido a conocerlo, no lo había necesitado y no tendría una mejor oportunidad que esa para hacerlo. Luego de un largo rato de caminata, finalmente llegó. Boutique se detuvo un instante en la entrada y miró el gran letrero, que lo presentaba tentador: “GIMNASIO”.
–¿Qué tal, coronel? ¿Cómo anda usted? ¡Bienvenido! – lo saludó un profesor invitándolo desde la puerta de ingreso. Boutique entró, avergonzado –. ¡Vamos! ¡entre! ¡que no lo vamos a comer! – lo consoló el profesor y a Boutique no le gustó ni medio esa expresión, y comenzó a poner más atención en aquel profesor de dudosa inclinación sexual.
–Permiso, buen día – dijo con voz grave y el gesto adusto.
–¡Ay! ¡Pero por qué esa cara! ¡Relájese, coronel! Vamos a hacerle unos masajes reparadores, ya va a ver, no va a querer volver a su labor, ¡va a querer quedarse todos los días aquí! – le dijo el profesor con ambas manos apretadas en el pecho, guiñándole el ojo y señalándolo con el dedo índice que le salía del pecho que, por cierto, tenía la uña pintada de rojo y un anillito. Boutique ya quería salir rajando.
–Disculpe profesor, pero quiero tomar unas sesiones de sauna, y sólo eso – recalcó Boutique, tratando que entendiera el mensaje y mirando fuertemente al ojo a aquel marciano gay.
–Por supuesto, disculpe, sólo quería atenderlo como corresponde. No me mal interprete – dijo el profesor cambiando su cara por una más seria y respetuosa.
–Perfecto, mejor así – continuó Boutique demostrando que seguía desconfiando de la veracidad de sus palabras.
–Pase por aquí, acompáñeme – el profesor caminaba delante de él, un poco ofendido, y Boutique no pudo evitar mirarle el culo–. ¿Por qué cuando uno se topaba con un marciano gay le miraba el culo? – se preguntó horrorizado aunque no pudo impedirlo, seguía mirándole el culo mientras caminaban hacia la sección de saunas. Era inevitable, inevitable y asqueroso, y encima el profesor no colaboraba con ese pantalón de gimnasia extremadamente pequeño, calzado bien arriba y moviendo el ojete como un poseído. Era imposible no mirarlo.
El profesor se inclinó demasiado para abrir la puerta del sauna, mostrando aún más el pecoso culo al coronel, Boutique ya no lo soportaba. Quería escaparse de esa situación. Se corrió a un costado y metió la panza para dentro, tratando de no hacer contacto físico con el profesor, que no se corría y sostenía la puerta innecesariamente como si fuera a cerrarse sólo para intentar rozar al coronel una vez más. Boutique le agradeció con un vaivén de cabeza y entró ligerito. Y el profesor le guiñó el ojo con un gesto muy comilón. – Qué asco…– pensó Boutique, dándose vuelta una vez que la puerta se cerró y lo libró de seguir en contacto visual con ese marciano intimidante.


Capítulo XXVIII

El salón de relax era hermoso, muy amplio. Tenía una gran pileta de agua salada y caliente en el centro del lugar con reposeras que la rodeaban. Y no había nadie. Alrededor de la pileta, decenas de puertas invitaban a ingresar a las sesiones de calor. Una marciana apareció desde el fondo cargando toallas. La música sonaba despacito. El aroma del lugar era muy agradable, daban ganas de quedarse a vivir para siempre ahí dentro. La asistente lo saludó respetuosa con una leve cadencia corporal y continuó con sus tareas, estaba bastante buena. Boutique se metió en un box, se sacó la ropa y se quedó en malla, le quedaba como el culo esa malla, pero era la única que tenía, no era de meterse mucho en la pileta, y cuando se metió, un escalofrío producido por el cambio brusco de temperatura corporal lo estremeció otra vez. 
Nadó bastante. Hizo varias piletas, como pudo. No era un gran nadador, de pedo si sabía flotar y moverse en el agua como un imbécil con la cabeza afuera, eso era todo. Pero su cabeza descansaba aliviada y su cuerpo se nutría de humedad. Tenía la piel muy seca, cuarteada de tanto bañarse ligero y someterse a muchas horas en contacto con ceniza y viento. Por un momento advirtió que, más que venirle bien el descanso, era indispensable. Se recostó en la escalinata de ingreso a la pileta y apoyó su nuca en el primer escalón, apenas sumergido unos centímetros en el agua, y se quedó quieto y relajado. El agua subía y bajaba el nivel con su movimiento inerte tapando y destapando sus oídos, haciéndole cosquillas. La asistente se acercó y acuclilló a su lado. Boutique se inquietó y trató de correrse pero ella le hizo un ademán con una sonrisa de que no se molestara. La marciana activó unos chorros relajantes que había en las escalinatas dispuestos estratégicamente para masajear la espalda o lo que uno pusiera delante del chorro. Boutique se sentía extasiado, moviendo la espalda a su gusto para recibir los golpeteos de presión de agua justo donde le dolía, disfrutando con pasión ese momento. Luego puso sus manos, el chorro le pegaba fuerte en las palmas haciéndolo sentir en otro mundo. Y ya después la cosa se tergiversó y empezó a poner las plantas de los pies, la panza, las pelotas, la cara, un cachete del culo, el sobaco... Parecía un chico.
–Disculpe, coronel, pero debería ir saliendo – lo interrumpió la asistente con una sonrisa –. No es bueno quedarse tanto tiempo en el agua. Puede sufrir una baja de presión arterial – le indicó. Boutique dejó de hacer monerías frente al chorro y puso inmediata cara de circunstancia, erigiéndose de golpe y tratando de poner sus manos en unos bolsillos inexistentes que supuso tendría su traje de baño.
–Cómo no, señorita – dijo respetuoso –. ¿Podré darme una sesión de sauna? – consultó.
–No es conveniente luego de la terapia bajo el agua que ya hizo – señaló la asistente –. Es mejor que eso lo haga mañana – le aconsejó. Boutique se quedó un instante pensativo – Puedo darle una sesión de masajes, si prefiere – le recomendó.
–¿Masajes? – preguntó Boutique con la cara de un niño al que le acaban de prometer un helado de cachucha. La asistente se sonrió. Era muy bonita. Le indicó con una mano por donde caminar al salir de la pileta para ir por esos masajes. Boutique salió de la pileta con la misma cara de pavote que portaba desde hacía un instante.
Caminaron por el costado largo de la pileta hasta un sector separado en donde había unas camillas todas vacías. La asistente iba delante y Boutique la seguía de atrás. De pronto la marciana se detuvo y, con una mano en el mentón y cara de confusión, recorrió el salón con la mirada buscando sus implementos y continuó caminando. Boutique la siguió. Realmente era muy bonita.
–Recuéstese, coronel – solicitó la joven.
–Boutique, mi nombre es Boutique – le dijo, tratando de sacarla de ese trato pomposo que le estaba dando – Y me podés tutear, que no soy tan viejo…– le ofreció.
–Bueno, recostáte acá. ¿Por donde preferís que empiece?, ¿por la espalda o por adelante?
–¡Por la espalda! – suplicó Boutique dándose vuelta y enchufando su cara en un agujero que tenía la camilla para tal fin. La muchacha se untó las manos con una crema de color verde y comenzó a masajearlo. Boutique no podía creer los escalofríos que su cuerpo continuaba detonando.
–¿Así está bien, o más duro? – consultó la asistente.
–Bien…, así está bien…– dijo Boutique casi durmiéndose, relajado –. Te dije mi nombre pero no me dijiste el tuyo – consultó.
–Consomé – respondió como cantando, con una voz increíblemente bella que daban ganas de oír todo el día. Boutique tenía el labio inferior completamente relajado y se babeaba un poco por el agujero de la camilla.
–¿Trabajás sola acá?
–No, somos cuatro chicas – señaló –. Cuatro chicas más los profes.
–¿Los profes? – preguntó sorprendido –. ¿No les alcanza con el que tienen? – Consomé se rió nerviosa, tapándose la boca y mirando hacia el costado, avergonzada. Boutique se enamoró de su risa.
–No, no nos alcanza. Son dos, pero trabajan en turnos separados. Ahora está Vedette, que lo debes haber conocido en el salón de adelante.
–Sí, tuve el disgusto…– ironizó Boutique.
–¡Es bueno! – dijo Consomé, masajeando la parte baja de su espalda.
–Sí. Bueno y trolo – señaló Boutique.
–Bueno pero, ¿eso qué tiene que ver? – dijo Consomé con esa voz increíble mientras continuaba acariciándole la espalda.
–Nada, mientras se ubique y no suponga que todo el mundo tiene sus preferencias sexuales…– Boutique explicó su exabrupto –. No hay problemas, pero me molesta un poco que se le abalancen a uno así de esa manera porque, una de dos: – detalló – o tengo franca pinta de puto o de soplanucas, y no creo que sea así…
–Es bueno y cariñoso con todos. No seas malo…– dijo Consomé masajeándole los muslos, apretándoselos con sus dedos, como si estuviera comprobando su consistencia.
–Me molesta. No puedo evitarlo. Me enoja mucho la situación porque me parece que se me quiere tirar encima y debe entender que yo respeto su condición sexual pero no la practico. Y debe, sobre todo, entender que somos muchos los que no practicamos esa condición sexual – se explayó Boutique –. Debería tener más cuidado. Conozco varios amigos míos que por la mitad de lo que me hizo cuando entré, le ponían una piña.
–Me parece muy buen gesto el hecho de que te hayas contenido de hacerlo, porque no lo conocés. Y te aseguro que si lo conocieras sabrías que no intentó conquistarte – le explicó Consomé masajeándole las pantorrillas –. Él es así con todos, sean marcianas o marcianos. Ya lo vas a ver… es como una marciana solterona y madura dentro del cuerpo de un macho – señaló, mientras le hundía el dedo pulgar entre los músculos de las pantorrillas para luego apretar sus tobillos.
–Puede ser…– dijo Boutique descreído y completamente relajado –. A todo esto, ¿por qué no hay nadie? ¿por qué estamos solos? – consultó.
–No es la hora pico. Ahora están todos en sus labores. Por la tarde noche vienen más, pero no te creas que vienen muchos – dijo Consomé mientras le masajeaba con los pulgares las plantas de los pies en círculos, apretaba bastante fuerte por ser una marciana tan joven y tan delicada, y tan linda. Boutique se estaba durmiendo –. Entre diez y quince marcianos que vienen fijos por problemas físicos, de postura o con algún golpe y necesitan rehabilitación, y después casos como el tuyo que se toman dos o tres días de descanso y aprovechan para venir, aunque deberían hacer esto en cada visita a la base, pero se ve que no lo necesitan…
–Puede ser. También es factible que no sepan que existe esta sección en la nave – dijo Boutique –. Yo no sabía de este lugar, me enteré ahora. Apotheke me recomendó que viniera.
–El general viene temprano a la mañana, antes de que entremos a nuestros turnos – le contó Consomé mientras lo agarraba de la cadera para que se volcara y pusiera de frente. Boutique comenzó a sentirse incómodo. Consomé era muy tierna en el trato físico, si esa muchacha le hacía adelante lo que le había hecho detrás, seguramente iba a ser inevitable una erección. La joven se dio vuelta para rehumectarse las manos con esa crema maravillosa y Boutique echó un ligero vistazo a sus partes pudendas que, por ahora, no daban señales de vida.
–Quizás le moleste verse tan gordo, o le de vergüenza mostrarse en malla delante de otros, por su jerarquía – dijo Boutique presionándose un poco el pito para corroborar que durmiera plácidamente. Y así lo hacía.
–Puede ser – dijo Consomé mientras se daba vuelta y lo miraba al ojo. Era una marciana muy atractiva, Boutique debía dejar de mirarla si quería mantener la compostura –. La cuestión es que el general se va antes de que lleguemos, me doy cuenta porque deja huellas de que estuvo, pisadas mojadas en los costados de la pileta, el agua siempre está moviéndose… Y es él porque siempre me lo cruzo por los pasillos cuando estoy viniendo. Viene de este sector con el pelo mojado…– describió Consomé mientras le acariciaba el pecho suavemente con la mirada perdida hacia arriba. Boutique sintió una ráfaga incontenible de excitación. Debía pensar urgente en otra cosa.
–¿Y hace mucho que trabajás acá? – le preguntó, y enseguida se retó –. ¿Cómo pretendía dejar de excitarse si le preguntaba cosas?
–Desde que salimos en el viaje, me gusta mucho hacer masajes – le dijo Consomé mientras le acariciaba el abdomen, y subía con sus manos haciendo un recorrido desde el bajo vientre hasta el cuello.
–La ver, ver, verdad, se te da, da muy bien. Te, te, tenes muy bue, bue, buena mano…– dijo Boutique, medio tartamudeándo – ¡Basta, boludo! ¡Pensá en otra cosa! – se dijo por dentro. Estaba por explotar.
–Todos me lo dicen – dijo Consomé mientras le acariciaba la axilas y los hombros –…el profe de gimnasia-el profe de gimnasia-el profe de gimnasia-el profe de gimnasia…– comenzó a repetir Boutique como un poseído por dentro, inmortalizando en su cabeza, con el ojo cerrado, la imagen de aquel desagradable culo masculino que con tanto orgullo mostraba el profesor Vedette –. También me dicen que tengo linda voz – dijo Consomé mientras bajaba con sus manos por los costados del tórax de Boutique para continuar con sus piernas.
–Zeeeeeee…– dijo Boutique, e inmediatamente notó que estaba hablando para la mierda, como un perfecto pelotudo – ¡el profe de gimnasia-el profe de gimnasia-el profe de gimnasia! – continuó repitiendo en su interior, cerrando su ojo con fuerza. Se le había ido la imagen del culo del profe, debía visualizarla de nuevo cuanto antes. Ya temblaba.
–¿Así está bien, o más duro? – le volvió a preguntar Consomé, con esa voz cautivante mientras le acariciaba de arriba abajo sus piernas, desde la ingle hasta las rodillas.
–Está bien, está bien, está bien…– repitió Boutique, completamente incontenible. El pito se le paraba de un momento a otro.
–No me contaste nada de vos – señaló Consomé, mientras le hacía presión con los dedos en la ingle, como haciendo una arañita que caminaba por aquella peligrosa zona. Boutique explotaba inminentemente.
–¡Soy el responsable de la excavación en el lugar elegido! – dijo haciendo mucha fuerza. Parecía que se estaba cagando.
–¿Te sentís bien? ¿Querés que paremos mejor? ¿Te hago mal? – preguntó Consomé, mientras le presionaba y masajeaba alrededor de su fábrica de hacer marcianos.
–Nooooo – dijo Boutique con una voz muy aflautada. Ya parecía un imbécil. O un loquito.
–¿Y ya hicieron contacto? – dijo Consomé, alejándose de aquella zona al advertir una protuberancia más abultada, de golpe, en el lugar donde debía estar descansando el miembro del coronel.
–¡Sí! – dijo Boutique, enérgico. Parecía encolerizado sin aparente motivo –. ¡Ya descubrimos varias edificaciones! – continuó gritando, no podía expresarse de otra manera.
–Estoy acá, no grites… Relajáte… ¿No te relajo? – le preguntó Consomé, tratando de calmarlo mientras le acariciaba los dedos de los pies, pasando sus dedos por entre los del coronel, de arriba abajo. Boutique miró desesperado hacia la camilla de al lado, agarró una toalla gruesa, se la puso sobre el pito y se sentó. Se estiró un poco y tomó del brazo a Consomé, que seguía de espaldas acariciándole los dedos del pie con una sensualidad inadmisible.
–Pará un poco, flaca. No puedo más, me estás volviendo loco. Hace un montón que estoy en esta nave lejos de mi familia. No puedo más…– se sinceró Boutique con el ojo desorbitado y asustado. Consomé se alejó un paso hacia atrás, entendiéndolo.
–No te preocupes, no te toco más – le dijo dándole la espalda mientras limpiaba sus manos con una toalla pequeña. Boutique aprovechó para mirarse ahí abajo, estaba duro como el Monumento a la Bandera. No podría pararse. Se le iba a notar mucho. Y acostarse, menos que menos.
–Disculpáme, Consomé… Realmente hacés un excelente trabajo, pero debo irme. No puedo aguantar esos masajes – le dijo, y aprovechando que la masajista estaba de espaldas se retiró raudamente.
–Te entiendo – le dijo Consomé quedándose de espaldas, sabiendo que Boutique aprovecharía para irse, pero él ni siquiera la escuchó. Ya había salido disparado de aquel salón.
Se metió en un box y se dio una ducha. Estuvo un rato largo petrificado con las manos apoyadas en la pared pensando en lo cerca que había estado. Y el pito no se le bajaba con nada. Seguía con esa fastuosa erección. Podría colgarse todas las toallas mojadas que había en el lugar que no conseguiría doblegarla. Volvió a pensar en el culo del profe, en lo desagradable que había sido el encuentro con aquel marciano maricón. Respiró hondo, tratando de recuperar la compostura, pero no había caso. Estaba francamente excitado. Sabía que a la larga le iba a ocurrir, que no existía posibilidad de mantenerse indemne tanto tiempo alejado de su novia. Incluso lo habían hablado con Canapé, y Canapé lo había entendido y le había prohibido que se contuviera si estaba muy desesperado. Canapé sabía que él la amaba y que sólo mantendría una relación carnal llegado el caso, y que nunca sería por amor. Y el pito no se le relajaba, no había caso. Respiró hondo una vez más, se ató una toalla en la cintura y salió a buscar a Consomé pero cuando abrió la puerta del box su masajista estaba parada en la puerta, esperándolo. Consomé lo tomó de la mano con una sonrisa y se fueron juntos a una habitación de relax. Y cogieron como animales durante varias horas.


Capítulo XXIX

Al día siguiente Boutique se despertó y se sentía otro, parecía que tenía veinte años menos. Se levantó y se cambió para ir a las sesiones de sauna. Salió rápido de su camarote y enfiló en dirección al gimnasio.
Nuevamente lo recibió el profesor Vedette con su caminar coreografiado y su movimiento repugnante de culo, pero no le dio mayor pelota. Cruzó el gimnasio como una exalación en dirección al sauna y entró, otra vez no había nadie, y Consomé no estaba por ningún lado. Se desesperó. Agarró una toalla y unas ojotas y se metió en un sauna para una sesión de cuarenta y cinco minutos. Sin haber avistado aún a su masajista el pito ya le daba señales de vida, estaba completamente desquiciado. Terminada la sesión salió y se dio una ducha rápida. Limpio y pulcro enfiló para el salón de masajes y abrió la puerta desilusionado. Y la vio de espaldas, con el pelo atado tirante en una larga cola que le bailaba en la espalda una danza hipnótica, y le volvió el alma al cuerpo. Por un momento pensó que no la vería más, que ese día no habría ido al gimnasio. En silencio se acercó hasta ella y se recostó boca abajo. Consomé se dio vuelta, lo vio y se sonrió.
–¿Más masajes, coronel? – le preguntó, mientras se untaba las manos con crema.
–Por favor – dijo Boutique completamente predispuesto.
Consomé se subió a la camilla y, sentándose en su culo, comenzó a masajearle la espalda mientras le apoyaba la casatta en las nalgas, adrede. Y el pito de Boutique se disparó como una trampa de ratas. Y volvieron a coger como desesperados.