martes, 19 de febrero de 2013

Capítulo XXIII





Vitraux estaba durmiendo una siesta. Se había comido unos tackles que Boutique había preparado antes de partir y se desplomó en el camastro. El coronel lo sacudió un poco para despertarlo, tomándolo del tobillo. El viejo abrió apenas el ojo y por la cara que traía su alumno se dio cuenta de que no podría seguir durmiendo, así que se levantó y se metió en el baño.
–¿Y? – le preguntó Vitraux mientras se ponía el quevedo.
–Impresionante…– dijo Boutique – Un edificio inmenso de diez niveles, muy bien construido, con un monumento enorme en su techo de dos gigantescas humanas que portaban cada una un terrible choclo en su mano – describió Boutique, resumiendo un poco.
–Ah, sí, vi imágenes de eso, pero no sé qué es…– reconoció Vitraux. Boutique se sorprendió, era la primera vez que el viejo no sabía algo.
–Entramos, en varios lugares leímos “Palacio Minetti” – le informó intentando ayudar la memoria del gran maestro.
–Después lo busco entre mis anotaciones. Debe haber información por algún lado.
–Estuve en la catedral.
–¿Entró? ¿Qué le pareció?
–Increíble, muy ostentosa. Pero tengo algunas dudas.
–Lo escucho – dijo Vitraux mientras abría su baúl de anotaciones para buscar referencias del palacio descubierto.
–El lugar era un inmenso salón lleno de extraños banquitos colectivos, bastante insignificantes respecto de todo lo demás que se constituía en el lugar.
–Ahí se sentaban los devotos. Los hacían sentar ahí para que se sintieran inferiores, rodeados de tanto mármol, tanto oro, tanta ostentación… Y el pobre devoto chiquito e infeliz sentado en esos banquitos de morondanga…– dijo Vitraux con la vista perdida en el baúl, tirando cosas hacia atrás de su espalda.
–Entiendo. Una especie de puesta en escena que demarcaba quién mandaba – dijo Boutique. Vitraux se detuvo y lo miró sorprendido.
–Muy bien, coronel. Es usted un sabio.
–Perfecto. Entre medio de los bancos había un sendero que llevaba a un nivel sobreelevado con un impresionante escritorio de piedra, majestuoso, con un extraño librote con sus hojas pintadas de dorado, pero sólo en el borde, y una copa de oro.
–El altar. Desde ese lugar los sacerdotes impartían su verdad a los feligreses. Verdades que brotaban de ese librote con sus hojas pintadas de dorado. El libro se llamaba “La Biblia”, y había que seguir a rajatabla sus preceptos. La copa era “El Cáliz”, donde el sacerdote se servía vino y tomaba delante de los devotos, sin convidarlos – le explicó Vitraux –. Debía ser un lugar intimidador para promover el respeto: los parroquianos sentados en aquellos bancos de cuarta, y el sacerdote con una ropa distinta, luminosa, desde ahí arriba… tomando vino y leyendo un libro de oro… Claramente era el que mandaba – sentenció.
–¿No les convidaba vino? ¡Qué desconsiderado!
–No, se lo tomaba solo. Delante de todos – aseveró Vitraux –. Y nunca ofrecía…– Boutique se indignó.
–Qué mal educado…– dijo el coronel, y prosiguió –. Detrás de este altar había un altísimo monumento custodiado por varios humanitos alados, todos de mármol, y dentro, en una mínima cúpula, se encontraba la imagen de una extraña mujer con un vestido que le nacía de la cabeza y un aura dorada se la rodeaba.
–La virgen María, la madre de Jesús. Es la mujer que le conté, que quedó embarazada por obra de un espíritu bondadoso, no por mantener relaciones sexuales con su marido – dijo Vitraux mientras repasaba con la vista un viejo cuaderno. Parecía haber encontrado lo que buscaba.
–¿Y por qué tenía esa extraña túnica que le nacía desde la cabeza? ¿No podía tener una vestimenta más acorde a su condición de mujer? – preguntó intrigado. Vitraux cerró el baúl de un portazo y lo miró ofendido.
–¿Cómo se le ocurre que una virgen inmaculada como ella iba a vestir las mismas ropas que cualquier mujerzuela común y ordinaria? – lo retó –. ¡Tenga más respeto! – Vitraux se acercó al coronel, muy enojado. Parecía que le iba a dar un cachetazo. Boutique se alejó un poco, avergonzado, pero el respaldo de su silla no le permitió escapar. Y el gran maestro se le seguía acercando, a tal punto que parecía que lo iba a cabecear o a morder y, luego de un tenso instante, se sonrió compasivo –. ¿Ve lo que acaba de ocurrir? – le preguntó.
–No, maestro, ¿qué ocurrió? – dijo Boutique, aliviado.
–Usted hizo una pregunta totalmente inocente sobre la vestimenta de un miembro de esa creencia religiosa y yo me ofusqué y ofendí como un poseído – explicó Vitraux –. Y usted no preguntó más nada, y ni se le ocurriría volver a mencionar el tema – Boutique se sintió un pelotudo –. Eso es lo que ocurría con estos humanos. Los que manejaban las religiones se ofendían iracundos ante cualquier pregunta incómoda o por el simple hecho de no tener una respuesta fehaciente, y se indignaban como locos – continuó Vitraux –. Eso es la religión – Boutique se quedó un instante en silencio, anonadado por haber padecido la incómoda situación a que lo había expuesto el gran maestro. Por un minuto sintió en carne propia lo que experimentaban los humanos respecto de las religiones. Y los entendió.
–La verdad, tiene razón, maestro. Era muy raro todo lo que vi. Me sorprendió esa vestimenta absurda que no la hacía parecer una mujer. Parecía un avión, una porción de torta, qué sé yo… Nunca una mujer…
–Por eso que le dije, porque la virgen María debía ser vista como algo superior, diferente, debía generar respeto – señaló Vitraux. Boutique ya se sentía asqueado de todo eso y negaba con la cabeza de manera constante. Parecía que tenía un tic.
–Luego retomé por los laterales. Vi el cubículo de madera, el de las confesiones. Pero también vi unas estatuas, siempre elevadas del suelo con gestos amenos, que irradiaban paz con sus manos en extrañas poses – describió Boutique –, como pidiendo mesura.
–Exacto, coronel. La gente que iba a misa tenía montones de reclamos por su infelicidad, por la falta de dinero para poder comer, o por la angustia de algún familiar enfermo – explicó Vitraux –. Esos eran santos que custodiaban con sus poses amenas las iglesias y pedían precisamente eso con sus posturas: calma – sentenció el gran maestro – Que tuviesen calma, que todo se iba a solucionar, que serían felices, que lograrían sus objetivos, que irían al cielo.
–Pero eso no ocurría…– atinó Boutique.
–Por supuesto que no – aseguró Vitraux –, pero mientras tanto los mantenían calmados asistiendo a misa y escuchando las palabras sanadoras de los sacerdotes – dijo el maestro. Boutique ya se sentía apabullado de tanta indignación.
–Sobre el costado, antes de salir, encontré una extraña estatua, pero acostada dentro de una vitrina. Era la estatua de un hombre muy flaco, semidesnudo, muy lastimado, con mucha cara de espanto. 
–Ese es Jesús, el hijo de la virgen María y el espíritu bondadoso – dijo Vitraux sentándose nuevamente con un libraco lleno de apuntes en su regazo –. Jesús fue un hombre que, al ser hijo de la virgen María y el espíritu bondadoso, tenía poderes extraños.
–¿Qué poderes tenía?
–Convertía una piedra en pan, multiplicaba los peces, curaba enfermos.
–¿En serio?
–Por supuesto que no. Desde el comienzo la historia está contaminada. El sólo hecho de inventar que ese hombre nació de esa manera absurda lo convierte en una habladuría y sólo en eso.
–¿Y por qué está tan dolorido en la imagen?
–Porque Jesús sufrió mucho daño por parte de los soldados romanos. Lo reventaron a latigazos en la espalda, lo hicieron cargar una pesada cruz de madera en el estado calamitoso que ya se encontraba su cuerpo y, luego de eso, lo clavaron de pies y manos a aquella cruz para que se muera desangrado al rayo del sol.
–¿Y por qué hicieron eso?
–No hicieron eso. Empiece por entender que este es un cuento. Deje de preocuparse e indignarse por cosas que no pasaron. Es un cuento – insistió Vitraux. 
–Bueno, perdón, ¿por qué inventaron eso? – se corrigió Boutique.
–Para hacerles creer al mundo que Jesús murió por ellos, que lo hizo porque amaba a todo el mundo y porque quería un mundo mejor – relató Vitraux –. Un mundo mejor que no sólo nunca vino, sino que se fue haciendo más perverso e hipócrita día a día, sobre todo de la mano de la iglesia.
–Entiendo.
–Entonces, la humanidad creyó este cuento, y los años hicieron el resto.
–¿Pero no hubo testigos de la veracidad de la historia? ¿Cómo hicieron para hacer creer semejante cuento a toda la humanidad?
–Seguramente Jesús existió, y quizás sí murió ajusticiado por los soldados romanos en una cruz. Es probable que eso sea cierto – comenzó a explicarse Vitraux y Boutique puso cara de desconcierto –. Pero era hijo de alguien, un hijo natural de dos personas de carne y hueso, y posiblemente haya sido un humano bondadoso, que luchaba por el bienestar general, porque todos tengan lo mismo, porque no haya diferencias entre los humanos. Entonces al poder le molestó su presencia y lo mataron, y montaron toda esta historia. Imagínese que en aquella época los humanos eran muy primitivos, no tenían tecnología, las historias se contaban de boca en boca.
–Entiendo – dijo Boutique – ¿Puede haber sido una especie de Che Guevara?
–Exactamente, nunca mejor comparado – dijo Vitraux, sorprendiéndose una vez más de la inteligencia de su alumno –. Es lo que suponemos. Un Che Guevara en una época en que se lo podía matar y convertir en otra cosa, favoreciendo oscuros planes que nada tuvieron que ver con su prédica.
–Es fascinante la historia – dijo Boutique, extasiado.
–No crea, coronel, muchos humanos murieron por esta mentira.
–¿Usted dice por las enfermedades, por el hambre?
–Por eso y por los asesinatos que la iglesia perpetró durante siglos a los humanos que se les pusieron en contra o que quisieron investigar el origen de la vida. Durante muchos años la iglesia aniquiló a todos los humanos que quisieron ver las cosas desde otra perspectiva – Boutique se quedó paralizado.
–Pero maestro, disculpe, ¿usted me está diciendo que la iglesia, ese lugar tan blanco y lleno de paz, aparte de mantener a las masas engañadas, asesinaban a los que no aceptaban sus cánones? – se ofuscó Boutique –. ¿Cómo es posible que nadie se haya levantado en defensa de estos mártires?
–Esto ocurrió hace miles de años, en una época en que la iglesia tenía mucho más peso que el que tuvo sobre el fin de los días. Las medidas que tomaba la iglesia no eran cuestionadas. Para que se dé una idea del poder de la iglesia, a los científicos que impulsaban la investigación del origen de la vida los perseguían e incendiaban vivos, delante de los feligreses. Eran muy salvajes…– se lamentó Vitraux –. Luego con el advenimiento de la tecnología tuvieron que recatarse un poco, ya que el mundo todo sería testigo de esas aberraciones y no les convenía tener a la humanidad en contra. La iglesia perdió mucho terreno a medida que pasaron los años, pero siempre fue muy importante y siempre tuvo mucho poder, incluso al final de los días – dijo Vitraux –. Imagínese usted el poder que habrán tenido en la era de las masacres y de las persecusiones. Fue el poder más absoluto y más dominante que tuvo esta raza.
Boutique se quedó rascándose la pantorrilla con la uña del dedo del pie tratando de imaginar lo que el maestro le contaba pero no lo conseguía, y comenzaba a sentirse mal. Vitraux lo miró un instante, midiendo el grado de perturbación del coronel. Debía cambiar de tema si pretendía pasar una buena noche durmiendo a su lado.
–Encontré información sobre ese edificio descubierto…– le dijo abriendo su libro de anotaciones. Boutique volvió de su viaje mental.
–¿El Palacio Minetti?
–El Palacio Minetti – repitió el gran maestro, hojeando su cuaderno – Fue un edificio construido a principios de la década de 1930. Era de una empresa dedicada a la exportación de granos.
–¿De granos? ¿granos de siembra? – descreyó Boutique –. ¿Y por qué tan imponente?
–Porque la Argentina era fuerte en la producción agrícola. Los humanos más ricos de Argentina eran los dueños de los campos en donde se sembraban todo tipo de granos para exportar al mundo – le explicó Vitraux –. Y en la década de 1930 Estados Unidos venía de una violenta crisis económica, producto de estafas de los banqueros que dominaban la escena de la época, y Europa venía de padecer la primera guerra mundial e iba camino a la segunda – continuó Vitraux –. En ese período, Argentina fue uno de los países más fuertes del mundo. Podría haberse convertido en un gran imperio si hubiera aprovechado seriamente la ocasión, como la aprovecharon, en otros ciclos, otros países, logrando su objetivo.
–¿Y qué pasó? – preguntó Boutique, intrigado –. ¿Por qué no lograron dominar el mundo?
–Porque los gobernantes eran siempre tentados con dinero para que las grandes potencias mundiales sigan manejando el país. Los presidentes argentinos fueron muy codiciosos y vivían sus períodos de gobierno haciendo negociados para enriquecerse asquerosamente – explicó Vitraux –. Los pocos gobernantes que velaron realmente por proteger a su pueblo fueron desbancados y obligados a renunciar.
–Pero, ¿quién los hacía renunciar? ¿El pueblo no estaba conforme?
–El pueblo no dirigía las riendas del país, nunca. Siempre fue manejado por los ricos, que eran un puñado, y por las empresas europeas que tenían grandes ambiciones en el mercado local. Entonces si algún gobernante decidía que no iba a permitir más que tal empresa siga robando al pueblo o continúe sometiéndolo a pagar un excesivo costo por algo que no lo tenía tanto, ese presidente, como por arte de magia, comenzaba a tener muchos problemas de gobernabilidad: le hacían paros, le boicoteaban sus órdenes, se le ponía una gran parte de humanos en contra, humanos desechables, que no servían para nada, sólo para entorpecer el buen funcionamiento de los gobiernos. Juntaban a varios miles de estos deshauciados y los sobornaban con un sánguche, una caja de vino y un paquete de tabaco. Y los tipos por ese combo hacían cualquier cosa.
–¿Y el pueblo trabajador no defendía al gobernante asediado por estos grupos?
–No… Qué iba a defender… Un aspecto repugnante del humano argentino era que cada uno cuidaba su quintita, como leí en varias oportunidades y por mucho tiempo no entendí que significaba eso…
–¿Y qué significa?
–Vea, coronel, una quinta es un terreno pequeño en donde los humanos sembraban hortalizas para consumo personal – describió Vitraux –. Una quintita es un terreno mucho más pequeño…– terminó Vitraux, mirando al coronel, para ver si había entendido. 
–No entiendo – dijo Boutique vencido.
–Quiere decir que cada uno cuidaba lo que ocurría dentro de las cuatro paredes de su casa y no le importaba lo que ocurriese de la puerta para afuera.
–¡Pero ese es un pensamiento absurdo…! ¿Cómo no me voy a preocupar si algún marciano en mi tierra tiene un inconveniente? ¿Con qué cara salgo de mi hogar sin resolverlo? ¡Sería muy injusto pensar sólo en mí! – se indignó Boutique –. ¡La vergüenza me abrumaría!
–Ese es nuestro pensamiento, coronel. No se olvide que estos humanos estaban enfermos por el dinero, concíbalo de ese modo y lo entenderá – Vitraux trató de calmarlo pero Boutique estaba furioso.
–Bien – suspiró el coronel a regañadiente, tratando de neutralizar su ira para poder continuar con la clase.
–Entonces a nadie le importaba nada. Si se sospechaba que un gobernante se estaba enriqueciendo salvajemente nadie lo señalaba. Si una zona completa de Argentina estaba pasando hambre, nadie hacia nada por revertirlo. Si se probaba que tal empresa europea estaba robando dinero de los ciudadanos, no sólo nadie hacía nada sino que, aparte, continuaban consumiendo ese servicio – Boutique lo miró mal, ya se empezaba a enojar otra vez, como si Vitraux tuviera algo que ver en todo ese disparate. Necesitaba enojarse con alguien tangible, y sólo estaba el gran maestro.
–¿Usted me dice que seguían consumiendo el producto a sabiendas que los estaban estafando? – preguntó –. Disculpe, maestro, pero es inconcebible lo que me dice. Llevemos el ejemplo a nuestra tierra. Supongamos que voy a los centros de repartición y elijo un vehículo que, con el transcurrir de los días, no me termina de satisfacer – ejemplificó Boutique –. Al tiempo vuelvo y lo cambio por otro explicando cuál fue el inconveniente. Si en un mes ese vehículo es devuelto por una docena de marcianos, se convoca una reunión con los fabricantes para solucionar el problema – terminó –. Que yo recuerde, nunca jamás tuve que ser testigo de una cosa así, pero sé que ha ocurrido. A mi abuela Franela, por ejemplo, una vez le dieron una cocina que no funcionaba y cuando la fue a cambiar se encontró con un grupo de marcianos que iban con el mismo inconveniente al centro de repartición y se las cambiaron por otras de otra procedencia y el fabricante de las cocinas defectuosas pidió perdón y retiró de los centros miles de esas cocinas para desarmarlas y repararlas – dijo Boutique tomándose el mentón, pensativo –. Creo que es el único caso que yo tenga memoria.
–Exacto, coronel, es el único – coincidió Vitraux –. Bah, en mi época de joven, usted no habían nacido, también hubo un caso, muy menor, con cuatro vehículos de transporte. Pero yo tengo noventa y cuatro años… Sólo conozco dos ocasiones en donde alguna vez hubo que cambiar un producto de consumo por defectos de fabricación, ¿y eso por qué? – le preguntó. Boutique se quedó pensando.
–No lo sé, maestro.
–Porque nosotros no comerciamos los productos, los fabricamos con el único fin de autoabastecernos, de ayudarnos mutuamente, entonces todos los productos que fabricamos son de excelente calidad, porque no tenemos que venderlos. Si no hacemos una buena cocina, todos nos las devolverán, y deberemos rehacerlas, ¿entiende?
–Por supuesto…– dijo Boutique con la vista perdida.
–El único motivo por el que estos humanos sufrían estas estafas, estas opresiones, era por el dinero – terminó Vitraux. Boutique se levantó y salió un instante a recibir el sol, hacía bastante que estaba encerrado dentro de la tienda y necesitaba estirar las patas. Se quedó con el ojo cerrado repasando la clase. Seguía sin entender nada. No lo podía concebir.
Se acercó al borde del piletón, tomó su catalejo y enfocó la zona de las mujeres enchocladas. Los exploradores entraban y salían del edificio como insectos y las vaciadoras continuaban descubriendo la zona, era increíble cómo se notaban los avances entre sesión y sesión con el gran maestro. Ya asomaban nuevos edificios en otros sectores. Rosario estaba comenzando a emerger lentamente. Luego de tanta impaciencia por ver de una vez por todas algo distinto que suelo blanco agrietado, daba miedo afrontar la realidad. No estaban en un desierto. Y ahí abajo, durante miles de años, había existido vida.

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