“Boutique” – por Juan Pablo Scaiola
Capítulo XXX
Apotheke estaba podrido de la luz
artificial. Se estaba poniendo amarillo. Debía dar una recorrida por la zona de
exploración para tomar un poco de sol. Se levantó de la cama pensando en
Boutique; lo invitaría a desayunar antes de que partiera rumbo al planeta
nuevamente. Al salir le dio un beso en la frente a Crayón que, en pelotas, aún
dormía como un tronco en su cama.
Llegó al camarote de Boutique y
golpeó la puerta, pero no hubo respuesta. Golpeó más fuerte. Nada. Giró la
manija y abrió. Boutique dormía como un cadáver. Se acercó y se sentó a su lado
en la cama. El coronel tenía la boca abierta y había babeado toda la almohada.
El general le puso una mano en el hombro y Boutique despertó, completamente
relajado.
–Buen día, coronel – lo saludó – En
una hora debería salir rumbo al planeta, ¿quiere que desayunemos juntos? – le
ofreció.
–Como no, mi general, déme un
segundo y enseguida salgo – dijo Boutique con cara de haber dormido flor de
borrachera.
–¿Se encuentra bien? – se preocupó
Apotheke, tirándose un poco hacia atrás, como si quisiera enfocarlo mejor –.
Parece agotado – le señaló.
–Estoy bien, demasiado descansado,
debe ser eso…– relativizó Boutique, esquivando la mirada del general.
–Bien, lo espero afuera – le dijo
palmeándole una pierna y yéndose a los pasillos para darle intimidad.
Boutique se levantó y se cepilló el
diente bajo la ducha rápida que se propinó. Le temblaban las piernas de tanto sexo
y el pito le latía como si fuera a explotarle. Se cambió con algo de dificultad
y salió a encontrarse con el general, que lo esperaba fuera del camarote con
las manos juntas en la espalda, haciendo un saltito con los talones como quien
espera algo mientras silbaba una confusa canción. Apotheke lo vio salir y, con
alegría, lo invitó a caminar por el pasillo rumbo al bar. Al llegar, eligieron
una mesa a la vera del corredor y se sentaron a charlar.
–¿Y? ¿Cómo le fue? – lo consultó
Apotheke. Boutique se tiró para atrás con una indescifrable expresión en su
rostro.
–Qué se yo… Bien…– dijo sin
encontrar la palabra justa.
–¿Bien? – le preguntó Apotheke
tratando de advertir qué le pasaba.
–Bien – repitió, desentendiéndose de
dar demasiados detalles a su general cuando por el pasillo la vio pasar con un
bolsito en el hombro, caminando ligero, y no pudo dejar de seguirla con la
mirada. Apotheke lo vio, miró para afuera y vio a Consomé yendo apurada al
gimnasio, y volvió a mirar a Boutique. Y se dio cuenta de todo.
–¿Estuvo con Consomé? – le preguntó asombrado
acercando su torso lo más que su panza le permitió a la mesa, señalándola con
su dedo pulgar pegado al vidrio del bar y su ceja bien alta. Boutique, sin
dejar de mirarla, asintió con la cabeza. Consomé lo vio y le regaló una sonrisa
mientras lo saludaba con una mano y aligeraba aún más el paso.
–Sí, general, no me pude contener.
Fue terrible…– dijo Boutique con cara de compungido. Apotheke lo miró
extrañado.
–¿Y por qué se iba a contener? – le
preguntó confundido.
–Es que tuve la ilusión de no
tentarme con otra marciana. Estoy en pareja en mi tierra. Nos amamos mucho. Tenemos
muchos proyectos juntos. Nunca fui de mirar otras marcianas y supuse que no lo
iba a necesitar – se explicó Boutique –. Quizás sea que nunca estuvimos separados
tanto tiempo, no lo sé… Aunque francamente… esas sesiones de masajes… son
imposibles…– reconoció. Apotheke lo miró pasmado.
–¿Pero usted no lo habló con su
pareja?
–Sí, hablamos sobre el tema, y
admitimos que no iba a ser posible que tanto ella como yo pudiéramos soportar
tanto tiempo sin sexo, pero supuse que me iba a poder contener – dijo Boutique
desilusionado –. Qué sé yo…
–Vamos, coronel, no sea iluso, si
usted sabe que es inviable pasar tanto tiempo sin contacto sexual, ¿qué
pretendía? – se ofuscó Apotheke.
–Qué sé yo…– repitió una vez más
Boutique, con la mirada perdida en la mesa mientras hacía circulitos
imaginarios sobre el taburete, enajenado.
Apotheke se recostó en el respaldo
de la silla y miraba estupefacto a su coronel cuando se acercó Mosaico a tomar
el pedido. El general lo vio llegar y volvió a mirar a Boutique, que seguía con
el ojo en el nerolite de la mesa como un tarado.
–¡Eh! Está el mozo acá. ¿Qué va a
tomar? – le preguntó dándole una patada por debajo de la mesa. Boutique se
sobresaltó mirando al mozo, asustado. Mosaico, con un trapo rejilla colgando de
su brazo izquierdo, le hizo una reverencia respetuosa.
–Qué sé yo…– dijo Boutique y ya
cansaba con su actitud – Café – ordenó sin pensar – Café está bien.
–Naranjada para mí – dijo Apotheke.
–Por supuesto, general. ¿De comer
van a pedir algo? – los consultó Mosaico, mirando a ambos con sumisión.
–Sí, no sé… Traé lo que tengas hecho…
Me da lo mismo – dijo Boutique, desentendiéndose.
–Tengo unos zopapos calentitos,
recién horneados – les ofreció –. Eso sale ya. Si no pueden pedir lo que deseen
de la carta, pero va a demorar – se atajó el mozo mostrando la palma de su mano
derecha.
–Zopapos – afirmó Apotheke –,
zopapos está bien – ordenó mirando a Boutique, que le dio el visto bueno en
silencio.
–Con permiso – dijo Mosaico haciendo
una reverencia y enfilando para la barra. Apotheke volvió a mirar a Boutique y
le tomó la mano con ternura.
–Yo también estoy en pareja,
coronel, desde hace más de cuarenta años – lo tranquilizó –. Mi marciana no me
acompañó en el viaje y mantengo relaciones sexuales con mi secretaria, que
prácticamente duerme en mi camarote todas las noches – se confesó Apotheke –. Mi
pareja sabe esto que le digo como también yo sé que mi marciana tiene un
sustituto mío en nuestra tierra – continuó –. Es lo más lógico ¿no? – trató de
hacerlo entrar en razones.
–Qué sé yo… – dijo Boutique sin
levantar la vista de la mesa. Parecía que ese día le hubieran robado todas las
otras palabras que conocía.
–Vamos, coronel, no sea gil. Es muy
provechoso que haya podido descargar su líbido. No es bueno contener el aluvión
sexual tanto tiempo…– lo retó –. Hubo un caso, acá en la Tierra, de un cantante
inglés, rubión, que un día, ya de grande, decidió no eyacular más porque no sé
quién carajo le había dicho que era bueno para la salud… Y el tipo tenía
extrañas relaciones sexuales con su pareja, pero sólo hasta ahí… Nunca
consumaba. Y se volvió loco, asistía a sus recitales y entre estrofa y estrofa
gritaba “IOOOHOOOHOOO” haciéndo mierda las canciones que perpetraba, que tan
lindas eran.
–¿En serio?
–En serio, tenga cuidado porque se puede
volver loco como el rubito este. No se jode con esas cosas. Mantenga contacto
con Consomé mientras dure la exploración y a su regreso continúe con su vida
normal – le dijo Apotheke palmeándole la mano y guiñándole el ojo con una
sonrisa. Boutique levantó la cabeza para mirarlo, ya venía el pedido, se alejó
de la mesa para dar espacio a que el mozo depositara las tazas y los platos. Y
se zampó un zopapo sin demasiado entusiasmo. Estaba apagado y triste.
Desayunaron distendidos, dándose a
los zopapos sin parar. Después de tanto trajín sexual Boutique estaba
hambriento.
Capítulo XXXI
Durante el descenso a tierra firme
Boutique no daba crédito a lo que veía su ojo: el Monumento a la Bandera, la catedral, un
edificio morado, la plaza, el correo y una nueva residencia que no había visto
aún, con una gran pelota en su cima, se presentaban a cielo abierto en
sociedad. Aquellos marcianos habían trabajado sin parar y estaban descubriendo
por completo esa bella ciudad, que parecía ocultar cientos de construcciones
majestuosas. Boutique hizo sonar la alarma de reunión general y bajó de la nave
con su máscara de oxígeno puesta. Una vez todos presentes, caminó delante de
ellos, los miró y les dijo:
–Marcianos – comenzó, tomando su
máscara con ambas manos –, tengo una noticia importante que darles – continuó
mientras desconectaba los cables de oxígeno. Los exploradores se miraron temerosos
–. Llegó el resultado de los análisis de suelo, aire y ceniza de este
maravilloso lugar – les informó mientras se sacaba la máscara. Algunos
exploradores se pararon para impedirle con ademanes que lo hiciera –. Y no
tenemos ningún riesgo – culminó con la cara expuesta al aire terrícola –. ¡No
hay toxicidad en el ambiente! – remarcó mirando hacia atrás a Vitraux, que lo
observaba horrorizado.
Los exploradores se arrancaron las
máscaras de las cabezas con alegría y las revolearon por el aire. Algunos
hacían estúpidas rondas en grupos de a cuatro o cinco y saltaban y giraban como
pavotes; otros extendían sus brazos y, con el ojo cerrado, disfrutaban la brisa
en el rostro; otros caminaban en grupos, sin rumbo fijo. Era un cambio sustancial
en la labor que tenían. Todo sería mucho más fácil.
El coronel los felicitó por el
avance de la exploración admitiendo que no imaginaba llegar y encontrarse con
todo el sector del Monumento libre de ceniza e invitó a sus exploradores a dar
un paseo por el lugar, y partieron todos juntos rumbo a la plaza de la
catedral. Boutique pasó por encima de aquel nuevo edificio circular y se detuvo
a verlo. No era tan alto. Tenía cinco o seis pisos, no quedaba claro. Pero era
hermoso, con el último nivel constituido por diez columnas que soportaban una
enorme esfera con unas pequeñas ventanitas que, a su vez, sostenían una última
pelota mucho más pequeña. Bajo la gran esfera, un cinto floreado la sujetaba y
proclamaba: “BOLA DE NIEVE”. Boutique
estaba extasiado. Aquellos edificios parecían competir entre sí por el título
de “belleza absoluta”, y él no se
sentía en condiciones de señalar cuál era el más lindo. Y temía que nunca tendría
la objetividad necesaria para hacerlo. Bajó al nivel del suelo y caminó hacia
la plaza central. Habían despejado todo. Un gran edificio de color morado descansaba
al lado de la catedral con una escalinata celosamente custodiada por dos
estatuas de unos animales muy parecidos a los peligrosos peugeots que vivían en la jungla, en su planeta. Cruzó la calle y
subió algunos pedestales. Apoyó su mano en la melena de un peugeot y contempló
la vista. El lugar estaba tan despejado que pudo imaginar humanos caminando,
yendo a sus distintas y ajetreadas labores en busca de ese delirante sustento
económico. Estaba eufórico. Quería destapar completamente ese lugar cuanto
antes. Hizo una última repasada visual y partió hacia el Palacio Minetti. En su
vuelo pudo ver grandes porciones de terreno completamente despejados y notó que
no había calles ni vehículos estacionados. El camino que unía a las mujeres
enchocladas con el Monumento no era como le había descripto el gran maestro. Las
manzanas se unían sin vereda, o sin calle. Eso lo desconcertó, y voló rumbo a
su carpa para consultar a Vitraux sobre aquella rara anomalía.
El gran maestro comía un kerosén
recién cosechado de la huerta de la base. Las provisiones habían llegado hacía
dos días en tiempo y forma como le había prometido Muñuelito en su entrevista.
Boutique se acercó y se sentó junto a Vitraux, que con un estilete cortaba un
trozo de kerosén y se lo ofrecía al coronel. Boutique agarró el gajo y se lo
zampó. Estaba bien jugoso, como a él le gustaba.
–Encontré una cosa rara – dijo Boutique
con la boca llena de kerosén.
–¿Qué encontró?
–Todo el camino que une el Palacio
Minetti con el Monumento no tiene calle central como usted me describió. Es sólo
vereda, y no hay vehículos – detalló Boutique.
–En efecto, es que esa zona es “la peatonal” – señaló Vitraux mirando el
estilete para no cortarse mientras sacaba la última porción viable de kerosén
antes de que quedara sólo el tronco de aquella fruta deliciosa.
–¿La peatonal? – preguntó Boutique –.
¿Qué es eso?
–Era un paseo de compras. Por ahí no
circulaban vehículos, sólo humanos de a pie, por eso se la llamaba “peatonal”. Había bancos, comercios,
restaurantes, todo tipo de atracciones para el humano consumidor.
–¿Entonces ahí era que los humanos
compraban las cosas que necesitaban para subsistir? – preguntó Boutique
interesado.
–Sí, durante mucho tiempo fue el
lugar destinado a ese fin, pero sobre el final de los días construyeron dos
grandes centros comerciales, lejos de esta zona, y este lugar murió para
siempre – dijo Vitraux.
–Qué triste…– se quejó Boutique – Con
las hermosas edificaciones que contenía este paseo…– señaló – Imagino que aquel
otro lugar debe ser muy superior entonces…– se ilusionó.
–Imagina mal, coronel – desestimó Vitraux
–, era una real cagada falta del más mínimo buen gusto, llena de lucecitas de
colores y cartón pintado que atraía a los humanos como moscas pelotudas –
describió Vitraux –. Los humanos abandonaron este paseo inmediatamente cuando
se inauguraron aquellos colosos de compras y, para colmo, habían sido
concebidos por empresas que no eran rosarinas, por lo que todo el dinero que el
humano rosarino depositaba en las compras que hacía en esos centros comerciales
se iba para Buenos Aires – sentenció –. Rosario perdió mucho con esos dos “monstruos come dinero”.
–¿Pero el humano rosarino no lo
sabía? – se indignó Boutique.
–Sí que lo sabía.
–¿Y con qué cara iban a comprar
cosas a esos lugares abandonando los verdaderos centros comerciales rosarinos?
– Boutique continuaba enfurecido.
–A nadie le importaba nada, coronel
– lo calmó Vitraux –. Recuerde lo de la “quintita”
– le apuntó. Boutique se quedó en silencio, azorado, intentando entenderlo.
–¿Podremos verlos?
–¿Qué cosa?
–Aquellos centros comerciales.
–No, coronel, están kilómetros al
norte de la última calle que tenemos en nuestro diagrama de trabajo – desechó Vitraux
–. Y aparte no vale la pena, créame – Boutique se quedó pensando un instante.
–¿Y compraban muy asiduamente en esos
centros comerciales? – le preguntó y Vitraux
lo miró con el ojo bien abierto.
–¿Que si compraban muy asiduamente?
– Vitraux repitió la pregunta, sorprendido –. ¡Vivían ahí dentro! No concebían
una mejor forma de entretenerse que meterse ahí dentro a mirar vidrieras, aún
cuando afuera el sol esté espléndido, brindando un día formidable. Los humanos
lo único que hacían era pasear dentro de aquellas moles de plástico y cartón,
hipnotizados con las lucecitas de colores y los tonos pastel del piso y las
paredes… Se apretaban ahí dentro por horas, respirando todos el mismo aire viciado,
y cuando ya no había más nada para mirar, se ponían de acuerdo y se volvían
todos juntos para el centro haciendo del viaje un suplicio de congestión
vehicular – le contó Vitraux –. Estaban todos locos, coronel – sentenció –.
Sobre el final de los días estaban todos realmente locos.
Boutique se levantó y caminó afuera
de la carpa. Vitraux, sentado en su banqueta, tomó otro kerosén del plato y se
dispuso a pelarlo. El coronel se acercó al borde del piletón y observó la
peatonal, que se despejaba cada vez más por la intensa labor de los
exploradores. Ya se veían enormes carteles que colgaban de las paredes de los
comercios que conformaban aquel fantástico paseo: “Al elegante”, ”Frav…”, ”Óptica Maran…”. Algunos se leían
completos, otros estaban rotos. – Qué
contradicción – pensó Boutique – Los
más rotos parecen los más nuevos…–. En la siguiente manzana podía verse
otro cartel que bajaba paralelo al muro: “Escasany”
decía, oxidado, olvidado y descolorido casi al punto de no leerse lo que
proclamaba. Boutique activó sus propulsores y voló hacia las mujeres
enchocladas. Unos metros antes de llegar podían verse dos inmensas cúpulas
enfrentadas con sus peligrosos pararrayos. Los exploradores lo habían destapado
todo con una rapidez inusitada. En pocos días se podría dar un paseo por allí
abajo. Estaba muy ansioso. Quería hacerlo cuanto antes, con el maestro a su
lado; incluso invitaría al general.
Descendió en el Palacio Minetti. Ya
habían descubierto la puerta y habían logrado abrirla. Los exploradores
entraban y salían con objetos de recolección. Giró sobre sus pies y echó un
vistazo alrededor, unas mesas con unos inmensos techos redondos de tela
clavados en su centro regaban la ancha vereda. Miró hacia el oeste, ya se
descubría una segunda plaza. Se elevó y voló hacia el Monumento, en el trayecto
se topó con otra majestuosa construcción. Todas las cúpulas eran iguales, parecían
hechas por el mismo humano. Unas más ostentosas, otras más altas, unas más
gordas, otras más flacas, todas portaban pararrayos, y todas eran de un soberbio
gris oscuro. Esta nueva cúpula decía en su base “LA FAVORITA”, y bajo el
enorme letrero podía verse un gran ventanal vidriado con las estatuas, siempre
descomunales, de un humano adulto ofreciéndole algo con su brazo extendido a un
humanito alado. Boutique continuó sobrevolando el lugar a la mínima velocidad
posible. Quería recorrer ese paseo sin perderse nada.
En la manzana siguiente pudo
observar un edificio moderno, espejado, de líneas rectas. Muy frío y falto de
ingenio. Recordó lo que Vitraux le había mencionado en cuanto a la decadencia
de la supuesta evolución de las
construcciones y no pudo menos que estar de acuerdo con el gran maestro. Aquella
edificación era muy inferior a las que ya habían descubierto. En la esquina
opuesta podía leerse “Eiffel”,
atravesando un pararrayos de mentira que también estaba incrustado en el muro,
todo en relieve. – Estos debían fabricar
los pararrayos…– pensó.
Siguió sobrevolando la zona y llegó
a la catedral, con el edificio morado a su lado y el Monumento detrás, que ya
resplandecía agradecido. Bajó y se acercó a su amigo, que continuaba con las
tareas como un temerario.
–¿Todo bien? – le preguntó. Bôite
levantó la vista, lo miró, y volvió a bajarla.
–Sí – contestó escueto – ¿Vos?
¿Descansado?
–La verdad que sí – reconoció
Boutique –. Necesitaba parar un poco.
–Nosotros no, no te preocupes…–
ironizó Bôite mientras limpiaba con prestancia la boca succionadora de un
aspirador manual.
–Ya terminamos – lo calmó Boutique
poniéndole una mano en el hombro – No te enojes… ¿Querés tomarte unos días? – Bôite
negó con la cabeza – Dale, tomate unos días. No sabés lo bien que te va a
hacer…– le aconsejó.
–No – dijo Bôite, insobornable –, quiero
terminar de una vez e irme a casa – culminó mientras limpiaba el aspirador
manual.
–Estuve en el gimnasio – confesó
Boutique. Bôite dejó lo que estaba haciendo y lo miró.
–¿El gimnasio? – le preguntó
sorprendido. Lo único que le faltaba era que a su amigo le diera por hacer
deportes.
–Sí, pero no haciendo gimnasia. Hay
un salón atrás, muy lindo, muy relajante, con pileta, sauna y sala de masajes…–
le describió Boutique. Bôite dejó el aspirador en el piso a medio limpiar y se
irguió poniendo su nariz muy cerca de la del coronel, tenía la frente perlada y
la piel morada y seca por el sol.
–Sala de masajes…– repitió
amenazante. Boutique dio un paso hacia atrás con temor.
–No lo supe hasta que me lo
recomendó Apotheke – se disculpó –. No sabía que existía – dijo dando más pasos
hacia atrás ya que Bôite no tenía pensado dejar de tenerlo a tiro y continuaba acechándolo,
intimidante.
–¿Y cómo es? – preguntó mientras
insistía en tener al coronel a unos centímetros.
–No lo vas a poder creer – le dijo
Boutique, poniéndole una mano en el hombro para que le deje espacio –. Andáte
ahora, haceme caso. Tomáte dos días y después volvé – le ordenó –. Vayan los
cuatro. Se lo merecen después de lo que hicieron con este predio.
–¿Y cómo es? – volvió a preguntar Bôite.
–Basta, boludo, andate de una vez –
lo cortó Boutique –. Cuando llegues y sortees al profesor trolo que hay en el
gimnasio, te vas a encontrar con la pileta, los saunas y las asistentes –
culminó Boutique mirando hacia abajo. Bôite lo agarró de los hombros y se agachó
un poco para buscarle la mirada, que el coronel insistía en esquivar a toda
costa.
–Las asistentes…– le repitió buscando
descubrir por qué su amigo evadía mirarlo.
–¡Las asistentes! – le gritó
Boutique, enérgico, empujándolo hacia atrás. Tenía vergüenza de contarle su
experiencia, pero Bôite no era ningún boludo, y Boutique era su amigo desde la
infancia más prematura. Conocía a ese marciano más que a cualquier otro.
–¿Qué hiciste? – le dijo alejándose
un poco y tratando de no presionarlo, con una voz más amigable. Boutique lo
miró sin levantar la cara del piso y volvió a clavar el ojo en el suelo.
–Nada – le mintió, y Bôite no le
creyó.
–¿Nada?
–Basta. No me jodas que estoy un
poco confundido – dijo Boutique, mirándolo por fin al ojo, renunciando a seguir
ocultando la cuestión. Bôite se acercó y volvió a tomarlo por los hombros, lo
miró serio y lo abrazó. Y Boutique rompió en un llanto absurdo, aferrándose a
su amigo con fuerza. Bôite lo contuvo con firmeza.
–¿Estaba buena? – le preguntó apretándoselo
al pecho. Boutique estalló una risa estentórea – ¡Encima estaba buena! – Bôite
se enojó e intentó separarse, pero Boutique se lo impidió, sujetándose aún más
a su cuerpo.
–Estoy muy enojado por lo que hice…–
se recriminó.
–Es imposible hacer este viaje y evitarlo.
¿No lo habías hablado con Canapé? – lo consoló Bôite. Boutique asintió con la
cabeza en el hombro de su amigo –. ¿Y entonces? – lo retó –. ¡Dejate de joder,
haceme el favor! – dijo Bôite intentando sacarse a su amigo de encima, molesto.
Boutique lo largó. Bôite lo miró sonriendo compasivo y logró arrancarle una
sonrisa.
–Andá que te va a hacer bien – le
recomendó, limpiándose la nariz que le goteaba por el ataque de lloriqueo.
–¿Cómo se llama? – preguntó Bôite.
Boutique lo fulminó con el ojo en llamas – Digo, así no la toco…– se atajó,
cargándolo. Boutique tomó aire para decirle el nombre, pero reculó.
–No importa cómo se llama –
desestimó –. Andáte de una vez y no me jodas más. Te va a venir bien – le
recomendó. Bôite enarcó su ceja como si estuviera escuchando una obviedad.
Boutique se dio cuenta y se corrigió –. Todo te va a venir bien, la pileta, el
sauna, los masajes. Y lo otro también.
Bôite se descolgó las tiras del
morlaco de los hombros y se las anudó a la cintura. Hizo algunos movimientos de
elongación mirando la torre del Monumento y enfiló para la nave haciendo señas
a sus compañeros con su dedo índice golpeándose repetidas veces la palma de su
otra mano puesta como un techito. Todos largaron lo que estaban haciendo y se
acercaron presurosos. Boutique los saludó de lejos hasta que avistó a Beckenbauer
y le hizo una seña con la mano, preguntando si se sentía bien. Beckenbauer le
devolvió el gesto, tranquilizándolo.
Boutique arrancó sus propulsores y
volvió para su carpa. Debía preparar al gran maestro si pretendía llevarlo a
caminar por la peatonal al día siguiente y llamar al general, no debía
olvidarse. Las naves de Bôite y Beckenbauer comenzaron a zumbar en su espalda y
Boutique sonrió y negó con la cabeza. Sabía que sus amigos lo disfrutarían más
que él.
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