El blog en donde podemos fraternizar y hablar al pedo sobre el libro. Cosas que gustaron, cosas que no...
lunes, 18 de marzo de 2013
Capítulo XXXV
Los dos días de recreo se transformaron en una semana entera. Bôite y compañía no volvían de sus masajes, los exploradores no mostraban interés en continuar con el trabajo, Boutique se probaba todos los calzados que podía sin decidirse por ninguno pero enamorándose de todos y Vitraux y Apotheke no volvían de la base. Y los días pasaban sin ningún avance.
Decidió ir a buscar él mismo la lista, e incluso recuperar al maestro, que no daba señales de vida. Dejó a sus exploradores continuar en recreo y subió a su nave, aprovechando su regreso para recostarse en la vaina mientras contemplaba sus espléndidos calzados nuevos, de color blanco brillante con un tilde rojo en sus costados y una burbuja muy atinada en la suela, justo en el lugar donde el talón soportaba el peso del cuerpo. Boutique no podía creer lo cómodos que eran esos zapatos, le daba bronca estar acostado.
La nave 02 – CB= posó sus patas en la base y Boutique bajó saludando a los mecánicos que se acercaban con diversas mangueras para el service. Se acomodó la gorra y enfiló hacia el corredor en busca de su camarote. Los compañeros que lo veían pasar señalaban sorprendidos su calzado, aprobándolos con gestos de asentimiento. Boutique parecía caminar en el aire, incluso se sentía mucho más alto. Entró en su camarote y se dio un baño, debía aprovechar esos momentos en la base ya que el baño de la tienda en tierra firme no tenía la presión de agua adecuada. Se secó, se puso un morlaco nuevo que tenía en el perchero y se volvió a poner ese calzado terrícola. Seguía sorprendiéndose. Sentía los pies protegidos dentro de sus nuevos aparatos para caminar, se paró y se miró al espejo. Sin dudas estaba más alto. Agarró su gorra y partió rumbo a la oficina del general.
Crayón lo recibió muy simpática, como siempre, haciéndolo pasar con una reverencia educada. Boutique entró, regalándole una sonrisa, observándola. Ahora que sabía que el general le entraba debía verla con más detalle. Y Crayón se daba cuenta que la estaba relojeándo así que movía el culo con frenesí, caminando delante de él.
–¿Cómo le va, coronel? – lo saludó Apotheke, levantándose para recibirlo.
–Bien – dijo Boutique, extendiéndole la mano –. Sorprendido.
–¿Y cuál es el motivo de su sorpresa? – le preguntó el general manteniéndole el saludo, con cara de incógnita.
–Hace una semana que se fueron. No me dijeron más nada…– dijo Boutique, escéptico.
–Tranquilo, coronel, ¿cuál es el apuro? – lo calmó Apotheke –. ¿Por qué no disfruta el momento? ¿Qué hizo esta semana? ¿Recorrió la zona? ¿Anduvo investigando? – le preguntó Apotheke, animado.
–Sí, a decir verdad, en nuestro primer paseo quedé sorprendido con los calzados deportivos de los humanos – comenzó Boutique –. Ni bien se vinieron el maestro y usted a la base aproveché para ingresar en alguna tienda grande de deportes. Fue difícil encontrar lo que buscaba, ya que en el salón de venta no quedaba nada; había sido saqueado. Pero luego descubrí una puerta que decía “Depósito”, y dentro me encontré con decenas de estanterías en donde estaban estibadas cajas y cajas de estos magníficos calzados – dijo levantando una pata para que el general pueda observar su elección. Apotheke se estiró desde atrás del escritorio y, asintiendo con la cabeza impresionado, los aprobó.
–Se los ve cómodos…– supuso.
–Muy cómodos, general, usted no se imagina – le confió Boutique –. Iba a traerle un par para que los pruebe, pero no sabía su talle – se disculpó.
–Treinta y cuatro – enunció, escueto. Boutique levantó su ceja, descreído –. Es que tengo pie chico – se atajó, advirtiendo la cara del coronel.
–Bueno, puedo traerle un par en la próxima visita – le ofreció.
–No, amigo, no se moleste, iremos juntos y me los probaré yo mismo – desestimó –. Ahora que ya sabemos dónde está el depósito será más fácil encontrar un par de mi talle. ¿Usted me acompañará?
–Por supuesto – dijo Boutique, halagado –. Será un placer.
–Bien, bien…– dijo el general, pensativo.
Boutique se levantó, estrechó la mano del general y partió rumbo al camarote de Vitraux. En el camino se topó con el bar y entró a tomar algo, aún no había desayunado. Preguntó por Bôite y Beckenbauer pero nadie los había visto. Desayunó rápido y salió a buscar al maestro, no tenía tanto tiempo. En el corredor vio a Brunette que pasaba un lampazo con desgano por el piso de color amarillo fuerte. Brunette lo miró con odio pero Boutique le advirtió señalándolo con el dedo para que se calle y siga trabajando. Siguió caminando por el corredor y dobló a la derecha, la puerta del camarote de Vitraux estaba justo detrás de la curva. Sobre el final se veía a lo lejos el cartel del gimnasio. Boutique lo miró con nostalgia y golpeó la puerta de Vitraux.
–¿Quién es? – preguntó el maestro desde adentro.
–Soy yo – dijo Boutique, acercándose a la puerta. Vitraux le abrió y sin saludarlo se volvió hacia dentro, dándole la espalda. Boutique entró y cerró la puerta.
–¿Qué viene a buscar? – le preguntó mientras revolvía algo en una taza sobre la pequeña mesada de su cocina.
–A usted, debemos partir – dijo Boutique mirando su reloj –, en dos horas aproximadamente – Vitraux se dio vuelta, exaltado.
–¿Dos horas? – exclamó. Boutique asintió con la cabeza – Pero, ¿por qué no avisan? – bramó, volviendo a revolver aquello, pero con más énfasis.
–Hace una semana que se vino, maestro – dijo Boutique haciendo un gesto con las manos como quien acaba de ver una injusticia –. Debemos terminar la exploración. Yo me quiero ir a casa. ¿Usted no? – le preguntó como quien trata de convencer a un chico. Vitraux volvió a mirarlo con recelo.
–Bueno, está bien. Tiene razón – aceptó el maestro –. Alcánceme la valija y póngala sobre la cama, por favor, mientras me tomo un té. ¿Usted me prepararía el equipaje? – Boutique lo miró con cansancio, pero el maestro no lo advirtió. Ya se había dado vuelta para seguir revolviendo ese estúpido té.
–Sí, maestro. Cómo no…– dijo acatando su orden con desgano.
Boutique revoleó la valija en la cama, abrió el placard y sacó las tres pavadas que Vitraux usaba en la tienda: tres batas, tres pares de sandalias, el quevedo, un par de morlacos bastante raídos y el ordenador. Vitraux lo miró desde la cocina y le señaló arriba del escritorio. Boutique vio una carpetita fina, de color verde, con un elástico que la mantenía cerrada.
–¿Y eso qué es? – preguntó señalándolo.
–La lista – dijo Vitraux, apoyándose contra la mesada mientras sorbía el té de milonga con una mano encajada en la axila para mantener el brazo que sostenía la taza un poco separado del cuerpo.
–¿La lista? – preguntó Boutique acercándose con cuidado a tomarla como quien tiene que agarrar por la cola a un peligroso animal salvaje que está durmiendo una siesta.
–La lista – confirmó Vitraux –. ¡Pero no vaya a abrir esa carpeta! – le advirtió, asustándolo. Boutique retrocedió, como si aquel animal salvaje se hubiera despertado y estuviera acechándolo con ira. Y Vitraux se tiró para atrás, con una estruendosa carcajada – ¡Ábrala, ábrala! ¿Por qué no iba a poder abrirla? ¡Lo estaba cachando!
–¡Qué sé yo! – exclamó Boutique, un poco ofendido. Vitraux se tomó el resto de la taza de un sorbo y se acercó al coronel, invitándolo a sentarse para verla juntos.
Boutique imaginaba que sería un listado enorme de cosas, comprendido por varias hojas aunque, de por sí y antes de abrirla, la carpeta era muy fina; no debía tener muchas hojas dentro. Cuando finalmente la abrió no lo podía creer: era una sola carilla. Tomó la hoja de un vértice y la acercó a su cara con ambas manos, la dio vuelta y miró incrédulo al maestro.
–¿Esto es todo? – preguntó, desesperanzado.
–Eso es todo – le confirmó Vitraux.
–¿Tan poco? – insistió Boutique, descreído.
–Es el listado hecho en casa, coronel – se disculpó Vitraux –. Seguramente en la experiencia de la exploración encontraremos más cosas para llevarnos. Como calzado deportivo, por ejemplo, que no figura en la lista – dijo el maestro, señalándole los pies con aprobación a su alumno.
Boutique leía la lista con lentitud y cada renglón hacía que su cara tomara expresiones completamente distintas unas de otras. De sorpresa, de enojo, de pasmo, de incomprensión, de desinformación; al fin y al cabo luego de tanto esperar, de tanto misterio, tenía el listado en la mano. Había esperado mucho este momento y había imaginado cuáles serían las cosas que debía llevarse a Marte, pero muy pocas cosas de las que imaginó estaban incluidas en el papel. Es más, la gran mayoría de los objetos ni siquiera los conocía.
La lista, muy limitada, decía:
MÚSICA
- Discografía completa de “The Beatles”
- Discografía completa de “Pink Floyd”
- Atahualpa Yupanqui / Música argentina variada.
LITERATURA
- Libros sobre la vida de Che Guevara.
- “El libro de Doña Petrona” de Petrona C. de Gandulfo.
FILMS – ENTRETENIMIENTO VISUAL
- “El padrino I, II y III” de Francis Ford Cóppola. “Apocalypse now” del mismo autor.
- Quentin Tarantino, filmografía completa.
- Stanley Kubrik, filmografía completa.
- Martin Scorsesse, filmografía completa.
ACCESORIOS PARA LA VIDA COTIDIANA
- Paraguas, según foto.
- Botas de lluvia, según foto.
- Alicate Victorinox (el más completo), según foto.
- Minipool – entretenimiento, según foto.
- Lápiz – Goma de borrar, según foto.
- Colador de alimentos hervidos, según foto.
- Vaqueros – Jeans, según foto.
- Perfumes, según foto.
- Champú anti caspa, según foto.
- Crema de enjuague, según foto.
TECNOLOGÍA DE EXPLOSIÓN
- Automóvil “Torino 380 W”, según foto.
- Automóvil “Dodge Polara GTX”, según foto.
- Un bidón de nafta súper de 20 litros (combustible para automóviles).
INSTRUMENTOS MUSICALES
- Compactera “Technics SL-PG340” para reproducir música humana, según foto.
- Guitarra Fender “Stratocaster”, según foto.
- Guitarra Gibson “Les Paul”, según foto.
ALIMENTOS
- Café en bolsa hermética, cerrado al vacío.
- “Amarettis”, pequeñas masitas circulares, en bolsa hermética.
- Alfajores, cualquier marca.
- Dulce de leche, en frasco de vidrio, varias marcas, para su posterior degustación.
- Caramelos “Media hora”, según foto.
Boutique miró a Vitraux que leía junto a él con el cuerpo apoyado en su costado y volvió a mirar la lista.
–¿Para qué sirve esto? – preguntó señalando el dibujo al lado del ítem que anunciaba “paraguas”.
–Es para no mojarse cuando llueve – le explicó Vitraux, animado –. Vea, coronel, aparentemente, este inteligente aparato venía todo plegado, se hacía chiquito, chiquito y se metía en una bolsa con forma de tubo – comenzó Vitraux, haciendo ademanes con las manos ejemplificando la pieza de manera imaginaria, como si la tuviera en la mano –. Entonces usted, antes de salir de su casa, se fijaba por la ventana cómo estaba el clima, si iba a llover o no – continuó el maestro con gran emoción –. Si veía que iba a llover, agarraba el aparatito este y lo llevaba colgando de la muñeca por si acaso… ¿Ve que tiene un pequeño lazo en el mango? – Boutique asintió con la cabeza mientras observaba con atención la foto en el listado –. Bien, entonces lo llevaba colgando de la muñeca y, si se largaba a llover, en el mango había un botón plateado, cuadriforme, que usted lo apretaba y se desplegaba esta protección de tela impermeable para que el agua no lo moje. ¡Era fantástico! – dijo eufórico. Boutique se quedó asintiendo con la cabeza como quien acaba de entender una complicada ecuación matemática.
–¿Y este calzado tan alto? – señaló Boutique.
–Botas de lluvia – dijo Vitraux con aires de experto –. Al igual que el paraguas estas botas, de un material blando e impermeable, impedían que los humanos se mojen los pies – remarcó –. ¡Incluso con el agua hasta las pantorrillas no se mojaban! – exclamó Vitraux entusiasmado.
–Increíble…– dijo Boutique desconfiado. Debía ver aquello para creerlo. Luego continuó leyendo más abajo –. ¿Y esta pinza colorada? – preguntó señalando el dibujo siguiente, embelesado.
–La Victorinox – señaló el viejo –, la mejor herramienta fabricada por el humano – apostó –. Hay varios modelos. Deben tratar de conseguir el más completo. Tiene estilete, destornillador, saca-corchos, regla, pinzas, lima, sierra… ¡hasta una lupa trae! – se alegró el gran maestro. Boutique lo miró descreído –. ¡En serio! – recalcó –. ¡Trae todo eso!
–Perdóneme, maestro, pero yo no buscaría sólo la más completa, traería todos los modelos, así los copiamos – aportó Boutique. Vitraux asintió con la cabeza como quien está de acuerdo con algo no previsto.
–Puede ser, puede ser. Anótelo si quiere.
–¿Y esto otro? ¿Qué es?
–Ah, eso es para mí – dijo Vitraux, un poco ruborizado –. Es un mini-pool, un juego de escritorio. Tiene unas pelotitas pequeñas y dos palitos; entonces usted debe tratar de introducir las pelotitas con la punta del palito en las esquinas de esta bandeja verde. Parece muy entretenido…
–¿Pero qué ventaja obtenemos de esta recolección? – preguntó Boutique sin entender qué avances tecnológicos aportaría ese mini-pool a su planeta.
–Nada, ya le dije que es para mí. Si quiere no lo traiga – se ofendió Vitraux.
–No se preocupe, maestro, yo personalmente se lo voy a ubicar – lo calmó y siguió leyendo la lista –. ¿Y esto? – le preguntó señalando el lápiz –. Nosotros tenemos lapicero – advirtió.
–Es un lápiz, no un lapicero – lo corrigió –. No funciona con tinta. Es un palito de madera que tiene dentro otro palito mucho más fino de un material parecido al carbón que ustedes recolectaron de aquel camping en Santa Rosa – le recordó Vitraux. Boutique miró un instante hacia una pared del camarote, buscando en su memoria, y lo recordó –. Bueno, este palito tiene dentro eso negro, ¿ve? – Vitraux le señalaba en la foto el núcleo del lápiz. Boutique entrecerró el ojo como quien trata de enfocar una pequeñez.
–Lo veo…
–No entendemos cómo hacían para meter ese cilindro tan fino y delicado de carbón dentro del palo de madera – explicó Vitraux.
–¿Y para qué querríamos tener lápiz teniendo lapicero? – le preguntó Boutique, confundido.
–Por la goma – advirtió Vitraux, señalando el dibujo que había al lado del lápiz –. Parece que con este artilugio usted podía cometer errores de escritura y después le pasaba el cosito este y se borraba fácilmente lo que había escrito.
–Esto es muy inteligente, maestro – dijo Boutique señalando el colador de alimentos, pasando al siguiente ítem.
–Sí, parece incluso que no se cayeran por las rendijas los alimentos ¿Cómo habrán hecho rendijas tan diminutas? – se preguntó.
–¿Y los vaqueros para qué los quieren?
–Por la tela, que se llama jean. Parece irrompible. Quizás podamos fabricarla y hacer morlacos más resistentes – apuntó Vitraux.
–¿Y los perfumes? – preguntó Boutique – ¿Para qué los llevamos?
–Para nuestras marcianas, para llevarles algo de regalo – dijo Vitraux. Boutique asintió con la cabeza.
–¿Champú anti caspa? ¿Crema de enjuague?
–Eso es perfecto – exclamó el viejo, absorto –. ¡Noventa y cuatro años hace que tengo caspa! ¡Desde que tengo pelo en la cabeza que sufro ese flagelo! – reconoció Vitraux, avergonzado y un poco colérico –. ¿Sabe lo que debe ser rascarse el bocho y que no caiga ese polvo desagradable en los hombros? – le preguntó el maestro, ilusionado. Boutique se encogió de hombros, escéptico; nunca había tenido caspa.
–¿Y el Torino? ¿El Dodge? ¿De dónde los saco? – preguntó ofuscado Boutique.
–Son automóviles terrestres, difíciles de encontrar ya que son antiguos – le aclaró –. Y no debe olvidar el bidón de veinte litros de nafta, de lo contrario no los podremos hacer funcionar – lo alertó Vitraux sobre la importancia de esto último.
–¿Y usted realmente cree que estos automóviles se pondrán en marcha luego de cien años de abandono? – descreyó Boutique juntando los dedos de su mano derecha, con las yemas hacia arriba y apuntadas hacia su gesto arrugado.
–Por eso le pedimos esos modelos puntuales. Sabemos que son los únicos con la capacidad de haber soportado el paso del tiempo – reconoció Vitraux –. Si no le pediríamos cualquier basura brasileña de las que están pobladas las ciudades argentinas, pero esos seguro que no funcionan. Aparte los queremos llevar para investigación, queremos diseñar un automóvil personal distinto, con onda humana – reveló el maestro – ¡Qué mejor que un Torino o un Polara! – exclamó alegre.
–Bien, de acuerdo. Sigamos – dijo Boutique volviendo el ojo a la lista y cruzándose de piernas.
–¿Una compactera? ¿Qué es eso?
–Es para pasar cedés, que son esos platitos plateados que le mostré, los cedés con melodías adentro. Sin ese reproductor no conseguiremos estudiar la música humana – advirtió Vitraux – y ese modelo es el mejor. Los demás saltan o no leen bien los platitos. Debe intentar conseguir esa marca.
–¿Y las guitarras? No vi ninguna tienda de instrumentos musicales en el paseo…
–Quédese tranquilo, coronel, que todavía falta descubrir varias cuadras. El paseo peatonal contiene tiendas en las calles que lo atraviesan. El centro es más grande que la calle Córdoba – lo informó Vitraux –. Ya va a encontrar alguna tienda de ésas – Boutique volvió la vista al listado y siguió repasándolo.
–Nosotros tenemos café – le dijo señalando un ítem para él innecesario.
–Queremos compararlo.
–¿Amarettis?
–Son para mí – reconoció Vitraux, ruborizado, con el ojo hacia abajo. Boutique lo miró un instante pero esta vez no le dijo nada, y continuó leyendo.
–Y me quedan tres: alfajores, dulce de leche y caramelos “media hora” – dijo cerrando la carpeta en su regazo y mirando a Vitraux en busca de explicación en detalle.
–Los alfajores y el dulce de leche los pidió Apotheke. Aparentemente los conoce o le llegó el rumor que son deliciosos.
–¿No comió bastante ya? Me parece que se descompone con la ingesta desesperada de alimento perecido hace al menos un siglo – alertó Boutique – no entiendo cómo se anima a engullir esas cosas como si fueran frescas.
–No es para eso. Es para su estudio, para fabricarlos en casa…– se atajó Vitraux – Y los caramelos “media hora” son para el gran sabio – reconoció Vitraux, inclinando su cabeza hacia abajo con respeto, como si el gran sabio estuviera ahí con ellos. Boutique enarcó su ceja bien alto.
–¿Para Fangote? – preguntó alelado. Vitraux asintió con la cabeza sin mirarlo.
El viejo se levantó ayudándose apoyado con su mano en la rodilla del coronel, tomó su valija y se acercó a la puerta como quien quiere irse. Boutique se quedó un rato vencido en el sofá. Estaba desilusionado. Suponía que el listado iba a requerir otras cosas, aunque no sabía cuáles. Pero confiaba en la pericia del maestro, y si Fangote sólo había agregado una cosa significaba que el resto estaba aprobado. No lo entendía. Y ahora estaba más ansioso que nunca.
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