viernes, 15 de marzo de 2013

Capítulo XXXIV




Al llegar a la tienda, Apotheke se desplomó en el catre del coronel, cayendo derribado como si le hubieran dado un mazazo en la nuca. Boutique se acercó y quiso asistirlo, pero el viejo lo tomó del brazo dándole a entender que el general se recuperaría solo. Y se sentaron a dialogar.
–¡Qué cómodos parecían algunos calzados! – dijo Boutique mientras buscaba unos berretines con queso para acompañar la charla a modo de picada.
–Los que estaban en aquella tienda…– dijo el viejo, pensativo –. Sport algo – afirmó sin recordar bien el nombre.
–Sí, muy tentadores; incluso me pareció ver que algunos modelos tenían como una burbuja de aire en la suela, y otros tenían como unos resortes de goma…– dijo mirando el horizonte, completamente enamorado de aquellos calzados “Sport-algo”. Vitraux asintió con la cabeza mientras se zampaba un berretín en la boca.
–Era la vestimenta que utilizaban para hacer deportes.
–¿Sólo para deportes? ¿Y para trabajar que usaban? – se ilusionó Boutique –. Debían ser prendas muy superiores.
–Depende de la labor, pero no usaban esa ropa para trabajar.
–¿Y hacían mucho deporte?
–No, casi nada – desestimó el maestro.
–Entonces usarían muy poco esas prendas…
–Sí… Los domingos – calculó Vitraux –. La mayor parte del día utilizaban esos calzados de cuero apretado y duro que vimos en algunos escaparates – Boutique hizo cara de dolor y se tomó el tobillo. Y Vitraux asintió con la cabeza.
–¿Usted me dice que durante la semana andaban todo el día con esos zapatos de cuero puntiagudos?
–Exacto, coronel, con esos zapatos puntiagudos y con esas prendas que vimos con corbata – describió Vitraux haciendo morisquetas en su pecho con ambas manos, dibujando una corbata imaginaria.
–¿Ese trapito que ahorcaba a los modelos de yeso de los escaparates se llama corbata?
–Corbata. 
–¿Y para qué servía?
–Nadie lo sabe, pero los humanos se ponían estas corbatas anudadas al cuello para darse importancia. Los humanos jerárquicos debían andar en corbata – dijo Vitraux mostrándole algunas fotos de humanos con corbata en su banco de imágenes. Boutique cazó un berretín y se acercó a observar.
–¿Sólo los humanos importantes podían vestirla? – dijo pasando las fotos con el dedo.
–No, todo aquel que quisiera, pero había humanos que no querían vestirla aunque debían hacerlo, ya que se lo imponían en su lugar de trabajo.
–¿Debían usar corbata? – preguntó indignado.
–Claro.
–¿Por obligación?
–Por obligación – afirmó Vitraux –. Corbata, saco, camisa abotonada hasta el cuello, cinturón.
–¿Cinturón?
–Sí, una lonja de cuero que debían pasar por unos ojales que tenían los pantalones y luego anudarla ceñida para que el pantalón no se caiga.
–Qué manera más incómoda de trabajar…– sentenció Boutique, anonadado.
–Muy incómoda, por cierto – confirmó Vitraux –. Pero esos eran los trabajadores de oficina, de bancos. Los demás no usaban corbata, se vestían como querían. Aunque para trabajar utilizaban ropa de mala calidad, que era más barata que la ropa cómoda, así que tampoco estaban a gusto.
–Y para colmo había para elegir tantos modelos…– dijo Boutique, perplejo. Nunca había contemplado tanta cantidad de opciones para vestirse.
–Sí, pero esa cantidad de modelos y tipos de ropa existía por culpa del capitalismo y de la oferta y la demanda – le aclaró –. No se olvide, coronel, que estos humanos estaban entrenados para consumir cuanta cosa salga al mercado, entonces con las modas los mantenían consumiendo sin cesar.
–¿Las modas?
–Claro, había unos humanos que se autoproclamaban diseñadores – comenzó a explicarle Vitraux mientras se cruzaba de patas y se manducaba otro berretín –. Estos diseñadores vivían en Francia o en Italia y, desde allá, cada año dibujaban los nuevos modelos y así determinaban cuál sería la nueva prenda a vestir, que siempre debía ser muy distinta a la que se había estado utilizando el año anterior – continuó –. Enviaban los modelos al taller de costura, organizaban unos espectáculos con un camino sobreelevado al medio, partiendo al público a la mitad.
–¿Los mataban? – interrumpió Boutique con una mano en el pecho, horrorizado.
–No, partían el predio a la mitad y ponían asientos a cada lado ¡Cómo van a matarlos! ¡No sea salame, coronel! – lo retó –. Entonces las humanas iban a presenciar estos desfiles, que así se llamaban; y los diseñadores les ponían sus vestidos a las humanas más bellas del mundo para que mostraran sus creaciones. Las humanas comunes y corrientes, estafadas y engañadas por la belleza de las que presentaban las nuevas prendas, salían del desfile rumbo a sus hogares para al día siguiente ir de inmediato a comprar los nuevos diseños, desechando los anteriores.
–¿Pero por qué usted las señala como estafadas?
–Porque eran vilmente engañadas, porque aquellas creaciones, como les gustaba decir a los diseñadores, quedaban bien sólo en los cuerpos de las humanas que los presentaban en los desfiles – le explicó –. Como en nuestro caso, coronel, los humanos no eran todos iguales: había altos, petisos, gordos, flacos, retacones, de patas gordas, de patas flacas, con panza, jorobados, chuecos, en fin…– detalló el viejo –. Y los diseñadores, al dibujar las nuevas prendas, sólo las imaginaban en los cuerpos de las humanas que trabajaban para ellos, que eran muy bellas y debían medir una altura determinada y pesar una cierta cantidad de kilos como requisito fundamental para trabajar en la moda, porque era ahí donde el diseño se mostraba espléndido, para luego ser utilizado por humanas no tan bellas, o no tan altas, o medio gordas… Ahora eso sí, humanas con plata, que era lo único que importaba.
–¿Pesar una determinada cantidad de kilos?
–Exacto. Si una humana quería dedicar su vida al modelaje, debía previamente entrenarse para tal labor, haciendo todo tipo de desgastantes dietas para no permitir que su cuerpo supere los cuarenta y ocho kilos de peso. Debían ser muy flacas – le dijo Vitraux mientras buscaba fotos de modelos –. Muy flacas y muy altas – Boutique las observó con una mezcla de asco y asombro.
–Pero esas humanas escuálidas no eran ejemplo de las verdaderas. He visto varias fotos, maestro, y las mujeres no eran así.
–Precisamente.
–¿Y cómo pretendían que les quedaran bien esas prendas si estaban diseñadas para estas mujeres tan distintas? – se indignó Boutique.
–No se daban cuenta, coronel, iban y compraban. Todo el tiempo – le aseguró Vitraux –. Y con el pasar de los días notaban que no estaban tan a gusto como esperaban con la compra y salían a buscar otra prenda, también diseñada para mujeres irreales, y seguían comprando. Como en un círculo vicioso.
–Hubiera sido mucho más fácil vestir como nosotros…– se lamentó Boutique.
–Y verse todos como mecánicos – señaló Vitraux. Boutique no lo entendió.
–¿Por qué como mecánicos? – le preguntó. El viejo buscó en su banco de imágenes y se lo extendió al coronel para que lo viera con su propio ojo. Boutique tomó el ordenador y se quedó alelado: la foto mostraba a un humano vestido exactamente igual que ellos; el coronel miró al maestro, boquiabierto, no lo podía creer – ¡Usaban morlacos! – exclamó.
–Mamelucos le decían ellos – lo corrigió Vitraux.
–¡Pero son iguales a nuestros morlacos! – se alegró Boutique.
–Exacto. Nosotros utilizamos esta prenda. Tengamos la labor que sea, sólo cambia el color – dijo Vitraux –. Los humanos no, vestían de cientos de maneras distintas. Y las marcas de ropa los guiaban por el sendero del consumismo como se les ocurría, manejándolos como títeres, sobre todo por esas marcas de ropa deportiva que tanto le atrajeron – continuó el maestro –. El humano pagaba fortunas por una prenda que dijera bien grande la marca del producto en el pecho, y así le hacía propaganda gratis, mientras que la misma prenda, sin la marca enorme en el pecho costaba mucho menos dinero.
–No entiendo.
–Vea, coronel, sigamos con la ropa deportiva, que es el mejor ejemplo – comenzó Vitraux cambiando la pierna cruzada y mirando el plato de berretines vacíos. Boutique se levantó por más –. Supongamos que hay una marca de ropa deportiva de muy buena calidad y muy pero muy costosa, pongámosle de nombre Mike – Boutique volvió con los berretines, los apoyó en la mesa cerca del maestro y se sentó a escucharlo, atento –. Mike fabrica a nivel mundial cientos de miles de calzados, pantalones, medias, remeras y abrigos. Es una empresa multinacional muy poderosa.
–¿Qué significa multinacional? – preguntó Boutique.
–Que tiene sedes en todo el mundo, fábricas por todos lados – explicó –. Mike debe automatizar la fabricación de sus sus productos para poder elaborar la cantidad que la humanidad demanda. Imagínese que todos quieran un modelo de calzado porque es muy bueno y muy cómodo – ilustró el maestro –. Mike debía tener miles de humanos trabajando en sus fábricas para poder vender todos los productos que el mercado reclamaba – Boutique se cruzó de piernas y apoyó su codo en la rodilla mirando al maestro con gran interés –. Entonces, como era imposible fabricar tan rápido tanta cantidad de calzados, debían tener fábricas en todas partes del mundo.
–Deberían trabajar muchos humanos en esas multinacionales…
–Muchísimos, usted no se imagina, y entonces no era negocio.
–¿Perdían dinero?
–No… ¡Qué van a perder! – se ofuscó Vitraux –. No ganaban lo que pretendían, ganar ganaban siempre, sólo que querían ganar mucho más. Entonces a cambio de instalarse en países pobres en donde los humanos no tenían de qué trabajar, estas multinacionales ponían como condición que no se les cobren impuestos, que les permitan pagar lo que ellos dispongan a sus empleados, y que puedan manejar a estos como ellos quisieran.
–¿En serio?
–Claro. Entonces se instalaban en algún país muy pobre, pongamos como ejemplo India, solicitaban trabajadores con oficio de costureros y los hacían trabajar veinte horas por día dándoles sólo cinco minutos para ir al baño y treinta minutos para comer. Y los hacían dormir en lo que ellos denominaban “camas calientes”.
–¿Cómo es eso?
– “Camas calientes” se les decía a los pequeños hogares en donde los hacinaban. Metían a dos humanos a vivir juntos con una sola cama. Al trabajar en turnos distintos, siempre encontraban la cama vacía y caliente porque cuando uno llegaba para descansar, el otro recién se iba.
–Como nosotros – dijo Boutique con la mirada perdida, haciendo indignar bastante al viejo.
–¡No sea pavote, coronel! – lo retó Vitraux –. ¡Nosotros tenemos una meta que cumplir por amor a nuestro planeta! ¡Todos los exploradores tienen vainas de descanso individuales y, en el caso de que se necesite, pueden dormir juntos, y en el caso que necesiten, pueden irse a la base, y si por algún motivo algún explorador se cansa del trabajo, pide cambio y se vuelve a la base a hacer otras tareas! – Vitraux levantó el tono de voz, iracundo –. Los humanos no se podían quejar de nada. Debían trabajar de manera expeditiva, como máquinas, con un compañero al lado al que no podían dirigirle la palabra en toda la jornada de trabajo si no querían sufrir una reprimenda. Ganaban muy poco dinero, que no les servía para nada porque no tenían tiempo de utilizarlo al vivir esclavizados por el trabajo. Entonces mandaban el sueldo a sus familiares, a los que no veían nunca… ¡Sólo quince días por año les permitían volver a sus hogares!
–Pero, maestro, los humanos que consumían estos productos, ¿sabían de las condiciones laborales desastrosas de esos pobres obreros?
–Por supuesto, y no sólo no les importaba sino que consumían el producto sin culpa, pagando por un calzado entre veinte y treinta veces lo que les costaba a las multinacionales fabricarlo.
–¿Tanto?
–Tanto. Fíjese mañana cuando vaya a aquella tienda, los precios que figuran en los cartelitos de las cajas. Va a ver que los importes de esos calzados rondan los quinientos dineros, cuando fabricarlos le costaba a la multinacional, entre materia prima y sueldo de los operarios, alrededor de veinticinco a treinta dineros.
–Qué barbaridad…
–Y los humanos sabían esto. Sabían el verdadero valor de lo que se estaban comprando, pero lo consumían igual.
–Pero, ¿¡cómo puede ser!?
–Qué sé yo…– dijo Vitraux.
Ambos se quedaron mirando el plato vacío de berretines con una mueca de indignación en la cara. Apotheke se despertó y se sentó en el catre tomándose la frente con una mano, mostrando que seguía descompuesto. Boutique le preguntó si se sentía bien y el general hizo un ademán tranquilizador con su mano sin mirarlo, como con vergüenza, se levantó tambaleante, dando manotazos en el aire intentando pescar algún objeto para agarrarse y enfiló para el baño.
Vitraux se levantó y comenzó a prepararse para volver a la base en busca de la lista. Boutique hizo sonar la alarma para reunir a sus exploradores y salió de la tienda a tomar un poco de aire mientras los esperaba. Luego de su visita al baño, Apotheke salió con el semblante recuperado y saludó en silencio al coronel antes de partir, estrechándole la mano. Boutique ayudó al maestro a subir la maleta a la nave y se quedó a un costado esperando que se fueran, contemplando cómo se remontaban del piso haciendo volar ceniza por doquier. Mientras sus superiores se alejaban, iban llegando los exploradores con el gesto cansado. Boutique sabía que no daban más. El recreo les vendría bien.

No hay comentarios:

Publicar un comentario