Capítulo XXXII
A las siete sonó el despertador, pero Boutique ya estaba despierto mirando el techo de tela de la carpa, pensando en Canapé. Se sentó en la cama y se estiró para apagar la alarma. Vitraux dormía a su lado, de costado, dándole la espalda. Puso los pies en el piso y se refregó la cara con ambas manos. Había dormido poco pero tenía muchas ganas de comenzar el día. Miró al gran maestro, que seguía roncando. Le apoyó una mano en la cadera con ternura y lo sacudió un poco. Vitraux agarró la cobija que lo cubría y la estiró hasta taparse la cara, volcándose aún más en el catre. Boutique se levantó negando con la cabeza y se metió en el baño para acicalarse. Mientras se cepillaba el diente escuchó el zumbido de la nave del general y aceleró el trámite.
Salió de la carpa a recibirlo. Estaba nervioso. El sol salía gigante por el este y la nave de Apotheke apoyaba sus patas en la superficie a unos metros de la del coronel. Boutique se tapó el ojo arrugando la cara para evitar que la ceniza se le colara dentro y se acercó, un poco agachado, a darle la bienvenida al general, que bajóla escalerita extendiéndole la mano sin mirarlo, caminando apurado hacia el piletón con el ojo desorbitado. A Boutique no le quedó otra que acompañarlo guiándolo del brazo como quien marca el camino a un ciego.
Llegaron al borde y el coronel, con una sonrisa de oreja a oreja, hizo un barrido con su mano de izquierda a derecha, como presentando una obra maestra. Apotheke no podía creer lo que veía y, otra vez sin mirarlo, le palmeó la espalda asintiendo en cámara lenta con la boca torcida hacia abajo. Boutique se sonrió satisfecho y fue a preparar el desayuno, y a despertar de una vez al viejo. El general se quedó embobado mirando la ciudad desenterrada sin poder lograr cambiar el rictus de su cara.
Boutique entró en la tienda y le pegó un grito al maestro, que seguía durmiendo debiendo despertarse de una vez por todas. Se les iba a ir la mañana. Vitraux se levantó refunfuñando y se metió en el baño. Boutique abrió la alacena y sacó un tarro de nescuik, una botella de naranjada para el general y preparó unas tarantelas con dulce. Al gran maestro le preparó un té de milonga, que era lo único que tomaba.
El maestro despejó de la mesa sus papeles y anotaciones y el general se sentó en un banquito pequeño que parecía ser engullido por su gordo culo mientras Boutique se acercaba con la bandeja desayunadora. El coronel se sentó en el único lugar que quedaba disponible y repartió las tazas, poniendo el plato de tarantelas como centro de mesa. A las nueve salieron hacia la peatonal.
Capítulo XXXIII
Al principio Boutique quiso arrancar por el Monumento pero luego cambió de idea, prefirió dejarlo para el final ya que era la mejor parte. Encararon por la superficie en dirección oeste hasta pasar las mujeres enchocladas. Apotheke las observó sorprendido, era muy distinto verlas en persona, intimidaban. Hicieron cien metros más y descendieron en una plaza un poco más pequeña que la de la catedral, con dos estatuas sin cabeza enclavadas en línea sobre uno de sus lados. La plaza ya estaba descubierta casi por completo. Se acercaron a la vereda y el general dio un vistazo barriendo la zona. En frente de la plaza se erigía una imponente casona blanca con tres grandes arcadas, en una de ellas, un ventanal roto decía, a duras penas: “WANAM…”; a su lado izquierdo cuatro escaparates con prendas de vestir, extraños zapatos y absurdos aparatitos con botones se repartían por igual una edificación que proclamaba en su dintel: “PASEO PRINGLES”.
Se encaminaron con rumbo este y subieron el escalón que los depositaba en el inicio de la peatonal. A la izquierda, otra tienda enorme de esos extraños zapatos custodiaba el ingreso al paseo. Los tres caminaban mirando a ambos lados con gran interés relojes, ropa, lentes, zapatos, más ropa. Un local se presentaba en sociedad con un raro nombre: “FARMACIA”, mostrando extrañas cajitas de cartón en su vidriera. Enfrente, tapado por una avalancha de mesas, sillas y gigantescos techos de lona redondos, el vidrio roto de otro local anunciaba: “…illy Lomito”. Más ropa, libros, un local con un triángulo pintado en su frente decía: “COLOR”. Apotheke se detuvo a contemplar el espectacular Palacio Minetti recorriéndolo con el ojo. Parecía no terminar nunca. Boutique lo tomó del brazo, obligándolo a continuar el paseo. Enfrente del Minetti, otro fastuoso edificio con una escalinata de mármol negro y una enorme e impactante puerta de bronce proclamaba, dándose merecidos aires: “ROSENTAL”.
En la esquina pudieron ver desde el nivel del suelo la enorme cúpula que se veía desde arriba, a un costado de las mujeres enchocladas, un extraordinario edificio rodeado de deshilachadas banderas argentinas gritaba: “BOLSA DE COMERCIO DE ROSARIO”. Parecían edificaciones con algún raro complejo, como si necesitaran mostrar superioridad entre sí de manera injustificada.
Bajaron a la calle que cruzaba la peatonal. Un cartel azul enchufado a un palo finito del mismo color decía: “Corrientes” y detrás de él, un gran bar con un ilegíble nombre advertía: “AVGVSTVS – desde 1964”. Boutique lo leyó azorado. – ¿Avgvstvs? ¿qué carajos es eso? – se preguntó. Trató de pronunciarlo y el labio inferior se le trababa en el diente, era imposible decir eso sin escupir grandes cantidades de saliva. Se miraron sorprendidos y siguieron caminando. Tiendas de telas, de libros, un gran lugar de venta de zapatos más acordes a la realidad decía en su ajado escaparate: “SPORT…”, y los zapatos que ofrecía en su interior eran más coherentes. En el medio del camino había enclavado un pequeño habitáculo de metal infestado de libros pequeños a color, con fotos de humanas desnudas por doquier y enormes escritos en blanco y negro que se volaban ensuciando todo lo que los exploradores habían limpiado con tanto ahínco. Algunos papelotes vaticinaban: “Se viene el fin del mundo”; otros pregonaban: “Se acerca la ceniza”; o: “Estamos condenados”; u: “Ola de saqueos”. Otro tranquilizaba, más optimista: “Posible cambio del viento”. Vitraux se agachó, tomó varios ejemplares y se los dio a Boutique para que los cargara en el bolso recolector. Boutique leyó el cartel que presentaba aquella curiosa tienda: “Diarios”.
Continuaron su periplo observando más vidrieras. “Mr Otto – Collection” ofrecía ropa bastante incómoda para intentar moverse con soltura. A su lado un pasillo mostraba el reflejo de un local al fondo, pero no ingresaron; era muy oscuro. Más adelante, una tienda de libros decía en un gran cartel que salía del edificio: “ROSS Librero – Galería de arte” y a su lado “LRA – RADIO NACIONAL”. Luego más zapatos incómodos y más ropa.
Otro palito azul con un cartel en la punta anunciaba: “Entre Ríos”. Un cubo pequeño de acero espejado con un humano momificado recostado sobre una mesa llena de bolsitas tubulares con extrañas pelotitas marrones en su interior ofrecía “Praliné”.
–¿Ese no es el nombre del odontólogo que trató a Beckenbauer la semana pasada? – preguntó Boutique, incrédulo. Apotheke asintió con la cabeza, confundido, tomando una de las bolsitas para verlas con más detalle.
Más diarios, más zapatos, “Camisones JORGE ALBERTO” prometía unas túnicas transparentes y unos incómodos armazones, el coronel supuso que eran para alojar los pechos de las humanas. – ¿Para qué usarían eso? – se preguntó, irritado. Apotheke los seguía un poco retrasado, mientras se mandaba de a una las pelotitas marrones de la bolsa de praliné a la boca. “…IKE Rosario” impactaba con unos tentadores zapatos, Boutique ya quería probarse alguno de esos para compararlos con los suyos. “PASEO PEATONAL ANGEL GARCÍA” invitaba a recorrer un pasillo descubierto que se hundía sobre el lado derecho del camino demarcado. Boutique se topó con el fastuoso cartel que había visto el día anterior desde arriba: “Al elegante”, que ofrecía esa ropa incómoda, con esa tela fina de punta triangular que ahorcaba el pescuezo del muñeco que la mostraba en las vidrieras. Luego más lentes, más ropa, tres grandes tiendas de electrodomésticos ofertaban pantallas de visión enormes, y parecían pelear por quedarse con los clientes, ofreciendo desquiciadas promociones de sus productos en los escaparates. Más diarios. Una importante edificación decía escueta: “Standard Bank”. Más adelante, en la otra esquina, el palito azul decía: “Mitre”, e invitaba a ingresar a la nueva manzana, con otro inmenso local de los que ya habían visto al menos cinco en las pocas cuadras que caminaron, que ajado y partido decía, en azul y blanco: “…ERSONAL”.
–¿Por qué hay tantos de estos? – preguntó Boutique al gran maestro señalando el lugar.
–Son celulares – dijo Vitraux sin mirar la tienda, con el gesto adusto.
–¿Celulares? – preguntó – ¿Y eso qué es?
–Eran unos aparatitos para que los humanos se comuniquen entre sí. Había millones de modelos – le explicó Vitraux, irritado.
–¿Tantos?
–Sí, tantos. Sobre el final de los días los humanos se desesperaban por tener el último modelo de ese desgraciado aparato y los compraban para usarlo por seis meses, que era lo que generalmente duraban – le explicó Vitraux mientras tomaba del brazo al coronel y lo acercaba al escaparate. Apotheke se fue enfrente, metiendo hasta el fondo su dedo índice en la bolsita tubular, intentando pescar la última bolita de praliné mientras observaba con gran interés la vidriera de una tienda de ropa femenina denominada: “MAURO SERGIO”.
–¿Cómo por seis meses? ¿Tan poco duraban? – se escandalizó Boutique.
–Eran muy frágiles, se rompían de nada, o se volvían inmediatamente obsoletos – dijo Vitraux mientras le señalaba el escaparate roto y saqueado –. Entonces el humano pagaba por el aparato y en menos de un año debía cambiarlo por otro – le contó señalándole unas fotos gigantes de los celulares que habían dentro de la tienda, a modo de promoción publicitaria.
–¿Y nadie se quejaba de esta estafa?
–No, qué se iban a quejar… No sólo no se quejaban sino que, por el contrario, esperaban ansiosos que se les rompiese el aparato para poder ir a comprar el siguiente modelo – sentenció Vitraux. Boutique volvió a hacer esa cara mientras se alejaba del local para reanudar el paseo.
Siguieron leyendo los nombres de las tiendas: “…PORIO DE LA ZAPATILL…” decía un cartel seccionado, “…NCENZO COLLEZIONE” proclamaba otro, a duras penas. Sobre el final de la cuadra, Boutique aceleró el paso advirtiendo que llegaban a la majestuosa edificación denominada “LA FAVORITA”. Vitraux lo seguía detrás. Apotheke se detuvo en un absurdo cubículo color naranja que había en la entrada de una galería. El stand tenía un cartel que proponía: “CHIPACITOS”, junto al esqueleto con delantal de un humano sentado en un banquito y recostado contra una columna detrás del pequeño mostrador, donde dormían su eterno sueño unas bolitas desparramadas. Apotheke tomó una y la olió. Todavía se sentía el aroma lejano a lo que alguna vez había sido queso. Miró hacia atrás y corroboró que sus compañeros de caminata estuvieran lejos. Y se la mandó.
Entraron a LA FAVORITA por una gran boca de ingreso que tenía la ochava, dentro del hall había una muy llamativa pero pequeña lámpara compuesta por cientos de diminutos vidrios de colores aferrada al techo como si se tratara de un extraño animal de caparazón durmiendo una siesta. Había alrededor de una docena de humanos tirados en el piso, todos en posición de mirar la hora en su muñeca, pero Boutique no lo creyó y optó por suponer que era cuestión de pura casualidad. LA FAVORITA, por dentro, era un lugar enorme, enorme y devastado por los saqueos, con una grandiosa escalera que incitaba a subir y dos grandes jaulas de bronce iguales a las del Palacio Minetti sobre uno de los lados. Boutique le señaló esas curiosas jaulas a Vitraux explicándole que eran como las del Minetti y el maestro le dijo que debían ser los huecos de los ascensores que transportaban humanos de un nivel a otro para no utilizar las escaleras, y Boutique comprendió de inmediato los cables, los malacates en los techos y la oscuridad vertiginosa de aquellos orificios rectangulares. Salieron del lugar en busca de Apotheke, que volvía con los bolsillos llenos, masticando con dolor esos petrificados chipacitos y se detenía a contemplar el escaparate de otra sucursal de “Camisones JORGE ALBERTO”.
El siguiente palo azul estaba derrumbado en el suelo, golpeado y doblado, pero se podía leer que decía “Sarmiento”. Continuaron caminando flanqueados por más zapatos, más anteojos, otra vez el dibujo del triángulo acompañado de la palabra “COLOR”, más ropa, una galería interna invitaba a visitar la tienda “BRUNO PIATTI”, otra decía: “THOMPSON & WILLIAMS”, “LA CUBAN…” decía un cartel roto. Más adelante, dos imponentes bancos se enfrentaban iracundos: de un lado, uno en color azul le mostraba toda su grandeza a otro metálico sobre la esquina, que decía: “BANCO NACIÓN”.
–Fíjese, coronel – Vitraux lo invitó a acercarse a dicho banco. Apotheke venía retrasado, se había metido en “BOMBONERÍA ROYAL” por el escaparate. – Este es un claro ejemplo de la decadencia evolutiva de la construcción, advierta esta edificación metálica, destrozada y derrumbada por el paso de la ceniza y el fin de la vida en el planeta, y note en cambio cómo este extraño portal aguantó estoico el embate del apocalipsis – le señaló. Boutique se distraía mirando a una humana momificada por la ceniza volcánica, tendida a los pies del portal de mármol abrazada a un curioso instrumento musical de gran tamaño.
–¿Qué es esto? – preguntó Boutique señalando el instrumento.
–Un arpa – contestó Vitraux.
La humana tendida sobre el instrumento estaba ataviada con un trajecito negro, su pelo de color amarillo se mantenía intacto y la mueca de su cara mostraba tristeza, abrazando el arpa con pavor. Boutique se acuclilló y acaricio las tres cuerdas que se mantenían acordonadas al instrumento con fiereza “Tín-tón-tún” se escuchó cuando las hizo sonar. Luego advirtió que el arpa tenía docenas de esas cuerdas, todas cortadas, colgando muertas de las clavijas. – Debe haber sido hermoso escucharte…– pensó mirando con ternura los ojos vacíos de la muchacha. Debajo de ella se insinuaba la punta de un papel. Boutique la tomó y la sacó con cuidado de no romperlo, pero le faltaba un pedazo: “Gracias por su colaboración” “Por clases o contrataciones: 156 – 91…”. Viendo que el coronel no iba a prestar atención a lo que decía, Vitraux se acercó y observó de parado lo que Boutique leía.
–Debe haber sido algún humano sin trabajo – atinó el maestro. Boutique se dio vuelta para mirarlo y volvió a poner el ojo en el papel.
–¿Cómo lo sabe?
–Era muy común que los humanos músicos sin trabajo se instalen en alguna esquina transitada a tocar melodías esperando que los ayuden con alguna moneda – dijo Vitraux. Boutique revisó alrededor de la muchacha pero no había ninguna moneda en el piso. Luego descubrió sobre un costado un inmenso cofre con la forma exacta del arpa y se acercó a investigarlo. El baúl se dejó abrir sin poner demasiada resistencia, con un interior revestido en pelo color púrpura y una docena de monedas tiradas dentro, abandonadas a su suerte.
–Tiene razón…– dijo Boutique desconcertado.
–Siempre tengo razón – le espetó Vitraux mientras lo tomaba del brazo para que se concentrara en lo que venía explicándole –. Entonces fíjese lo que le decía – lo interiorizó, señalándole el portal de mármol.
Boutique se alejó un poco para poder observarlo en su totalidad. Un distinguido portal de mármol marrón rojizo con sendas columnas dobles a sus costados sostenía a lo alto un pesado dintel triangular con un reloj y dos humanitos alados de bronce los miraban desde arriba con gesto burlón. En una de las bases podía leerse en una placa de mármol negro: “100 AÑOS DE LA CALLE SAN MARTÍN”. Boutique levantó la vista y buscó el palo azul, que decía por supuesto: “San Martín”, y volvió a leer la placa:
“EN 1889 LA CALLE DEL PUERTO PASÓ A LLAMARSE SAN MARTÍN”
“A UN SIGLO DE ESTE ACONTECIMIENTO NUESTRO HOMENAJE” “ASOCIACIÓN CALLE SAN MARTÍN”.
En la base de la otra columna, otra placa de mármol negro proclamaba:
“En este solar, que ocupara desde 1873 el antiguo Banco Nacional, se inauguró en 1911 el edificio de la sucursal Rosario del BANCO DE LA NACION ARGENTINA, demolido en 1980 para levantar la actual construcción.
El viejo frontispicio (todo un símbolo de la sensibilidad artística y arquitectónica de comienzos del siglo) fue reinstalado, en el mismo lugar, en octubre de 1988 por la Municipalidad de Rosario, como testigo perdurable de una ciudad que crece, pero no olvida ni su pasado ni su historia.
MUNICIPALIDAD DE ROSARIO
Octubre de 1988”
–¿Ve lo que le digo? – señaló Vitraux con un aire picaresco –. Fíjese la majestuosidad de este frontispicio y compárela con la falta de respeto que es aquel cubo metalizado, destruido y opacado, que fue el moderno Banco Nación... Una real cagada – sentenció Vitraux con sus manos aferradas en la parte baja de su espalda. Boutique asentía descreído con la cabeza.
Apotheke volvió de la bombonería eructando con dificultad y tomándose la barriga. Se detuvo en otro cubículo metalizado que ofrecía más Praliné a unos pasos de la muchacha del arpa, se aseguró de que sus compañeros no lo vieran y se metió varias bolsitas tubulares en los bolsillos con gran agilidad. Boutique escuchó el ruido de una bolsita que el general intentaba abrir con recelo y lo miró sin prestarle atención. Apotheke supuso que lo había agarrado in fraganti y se quedó estático un instante esperando que el coronel dejara de observarlo, pero Boutique tenía cosas más importantes en las que pensar. Y sólo lo había visto sin mirar.
En la esquina opuesta al banco se erigía, soberbia, la fábrica de pararrayos: la Eiffel. Boutique se acercó a ver los modelos de pararrayos en las vidrieras y la sorpresa lo invadió, no sólo no había modelos de pararrayos en los escaparates sino que, por el contrario, había telas y vestidos de humanas. Se quedó un rato perplejo, acariciándose el mentón con incredulidad. Luego apoyó sus manos en el vidrio, como haciendo un alero, y metió debajo su cara pegada al cristal buscando encontrar los modelos de pararrayos dentro, pero sólo vio más telas y más vestidos.
–¿Qué busca? – le preguntó Vitraux, acercándose. Boutique se corrió un paso hacia atrás, desilusionado.
–Nada – dijo estupefacto –. No comprendo esta tienda.
–¿Qué le pasa a la tienda?
–Desde arriba vi el letrero con el nombre del lugar atravesando ese pararrayos de mentira y supuse que era la famosa fábrica de esas peligrosas agujas gigantescas, pero sólo hay telas – Boutique le señaló el enorme letrero que había en la ochava, sobre el portal de ingreso. Vitraux se apartó unos metros para contemplarlo y sonrió.
–Esa es una torre que hay en Francia, coronel, una torre muy grande de acero, que se llama Eiffel – le explicó –. Quizás este lugar eligió ese nombre porque al vender telas y ropa de humanas y Francia era el lugar de la moda, decidieron ponerle este nombre de fantasía – culminó. Boutique se quedó decepcionado mirando el letrero mientras Vitraux le palmeaba la espalda. Apotheke se acercaba acariciándose la panza. Ya le empezaba a doler un poco.
–Qué lástima – dijo –. Me hubiera gustado mucho conocer la fábrica de esos pararrayos – se confesó.
–Eso fue hace mucho tiempo, coronel, seguramente sobre el final de los días hacía más de cien años que no se utilizaban más…– lo consoló Vitraux, persuadiéndolo para que continuara con el paseo.
Siguieron caminando y mirando vidrieras. Apotheke se metió por la ventana de un local que decía “HAVANNA” y se perdió en la oscuridad haciendo ruido a vidrios rotos. Boutique y el maestro iban más adelante, tomados del bracete. Más ropa, más zapatos, era increíble la cantidad de casas de ropa y zapatos que había. Una tienda de libros decía “LIBRERÍA TÉCNICA” y en frente se imponía el “BANCO DE SANTA FE”. Otro local con cajitas extrañas y pequeñas en el escaparate anunciaba: “FARMACIA”. Vitraux le contó que esos eran los lugares donde los humanos compraban los remedios para enfrentar las dolencias que les producía la vida desesperante que llevaban. Ropa para bebés, “GALERÍA DEL PASAJE” era un añejo corredor que invitaba a ingresar, con un aire majestuoso y arcaico, como a Boutique le gustaba. Y la galería del Paseo, metalizada e intrigante, con sus temibles recovecos. Ya tendrían tiempo de revisarla.
Continuaron su periplo hacia el Monumento y llegaron a una nueva esquina, en donde el palo azul sentenciaba: “Maipú”. Sobre la izquierda, un bar con predilección por el color negro invitaba a tomar café y, sobre la derecha, otra obra maestra se elevaba haciendo imposible decidir cuál era la mejor edificación del paseo. Con banderas argentinas colgando de cada ventana y columnas y balcones, y un cartel de hormigón infestado de firuletes, como si se tratara de una gran torta de cumpleaños custodiada por dos humanas desnudas a sus costados, proclamaba: “JOCKEY CLUB – 1915”. En frente, un enorme lugar con un raro palo amarillo, engordado y cabezón, decía: “BOWLING 10”. Vitraux se detuvo esperando que Apotheke los alcanzara, el general venía limpiándose la boca con el paso ligero y la tez un poco amarillenta. – ¿Estará descompuesto? – pensó el viejo mientras al fin prestaba atención al caminar vacilante del general y, sobre todo, al preocupante color que había tomado su cara. Una vez reagrupados, siguieron el camino que los llevaba al Monumento. Ya estaban a pocos metros de la catedral. Otra tienda de libros, una casa de comidas con el cartel ajado decía: “…NCHO BOY & BAGUET…”. Apotheke enfiló hacia aquel lugar pero Vitraux logró prenderlo del brazo, negándole la escapada; el general refunfuñó y continuó caminando a su lado, mirando con desesperación como se le escapaba de las manos aquel local que no le permitieron investigar.
En la siguiente cuadra el palo azul decía: “Laprida”. Boutique le señaló el edificio “Bola de nieve” con entusiasmo, pero Vitraux mostraba un poco de agotamiento en su mirada y Apotheke estaba visiblemente descompuesto. El coronel les aseguró que habían llegado, que no deberían caminar mucho más y los invitó a cruzar la calle señalándoles la plaza con la catedral y el edificio púrpura de fondo. Al maestro le volvió el alma al cuerpo, estaba reventado. A lo lejos vio unos bancos de madera y pidió sentarse a descansar. Se quedaron sentados un rato, contemplando el lugar, recuperando fuerzas, viendo cómo los exploradores continuaban ganando terreno. Boutique miraba al general con preocupación. – Ese marciano no está nada bien – pensó, codeando al gran maestro que lo miró haciendo un gesto de impotencia, dándole a entender que el general ya era grande.
–¿Qué hacemos ahora? – preguntó Boutique, intrigado.
–¿Cómo qué hacemos? – no entendió Vitraux.
–Qué hacemos ahora, cuál es la meta, qué orden imparto a los exploradores mañana – se explayó mejor Boutique viendo que el cansancio tenía al maestro un poco desorientado.
–Ah, sí, por supuesto – dijo Vitraux –. Hay un listado de cosas que deben recolectar, pero no lo traje – se disculpó –. Es más, ni siquiera lo tengo en la tienda – recordó advirtiendo con el dedo índice y con cara de preocupación.
–¿Y entonces? – preguntó Boutique –. ¿Qué hacemos mañana? – Vitraux se encogió de hombros y miró al general suponiendo que aportaría algo, pero Apotheke estaba de eructo en eructo, poniendo gran empeño en no sobresalir demasiado. Vitraux volvió la mirada al coronel y se encogió de hombros.
–No hagan nada. Déles un par de días de recreo. Que paseen por la peatonal como nosotros lo hicimos hoy. Mientras tanto yo me vuelvo a la base con el general y busco la lista. La debo tener en mi camarote. Al final, fue todo tan rápido…– dijo Vitraux –. No me imaginé que ya la necesitaríamos…
Boutique se quedó mirando al maestro con satisfacción, él tampoco imaginaba que cumplirían con esa segunda etapa tan rápido. Y ahora quería entrar en cada tienda, en cada una de esas fantásticas construcciones. Estaba exaltado. Esperó unos minutos para darles descanso a sus compañeros de paseo y luego se levantó y los invitó a regresar. Vitraux se erigió con alguna dificultad. El general lo hizo enérgico, y se tambaleó un poco, tomándose del respaldo del banco de madera. Ya tenía mejor semblante.
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