El blog en donde podemos fraternizar y hablar al pedo sobre el libro. Cosas que gustaron, cosas que no...
jueves, 15 de agosto de 2013
Capítulo LXX
Boutique volvió a su tienda por última vez y se encontró con los pocos que lo estaban esperando. Quiso apoyar las cajas recolectadas en la mesa pero ya no había mesa. No había más nada en aquel lugar; sólo Vitraux, Apotheke, Bôite y Bufete parados en el medio de la carpa con cara de cansados.
–¡Miren lo que traje! – les dijo sin saber dónde apoyar sus cajas, que ya eran bastante molestas y pesadas a esa altura.
–Nos tenemos que ir, coronel…– le dijo Vitraux mirándolo serio.
–Lo sé – se disculpó –, pero sin esto no hubieramos podido ver las películas que recolectamos. El VHS no existe más. En las tiendas de películas sólo hay este formato nuevo – Boutique inclinó un poco las cajas que tenía en sus manos para que puedan leer el nombre del nuevo reproductor. Apotheke se acercó, tomó una caja en silencio y, haciéndole un gesto de impaciencia y ternura a la vez, se fue a su nave. Boutique lo vio irse y advirtió que tenía puestas las botitas de lluvia estampadas que él le había conseguido y negó con la cabeza; parecía un taradito con ese calzado. Bôite tomó otras dos cajas, le extendió una a Bufete y miró a su amigo al ojo. Boutique se sintió más ligero con una sola caja en sus brazos entumecidos.
–¿Estás bien? – le preguntó – Te noto raro…
–Estoy bien – le dijo con una sonrisa plástica y Bôite hizo un gesto de: “Sí, seguro” yéndose a su nave para partir.
–¿Vamos? – le preguntó Vitraux mirándolo desde la puerta de la tienda, Boutique miró el piso de la carpa, recorrió con la vista alrededor y finalmente le dijo:
–Vamos.
Capítulo LXIX
A pesar de que había estado prácticamente despierto toda la noche embrujado por la angustia que le inundaba el cuerpo al escuchar a ese cantor de cutis colorado y bigotito fino, temió dormirse unos minutos antes de que fuera hora de salir a enfrentar el día; que es lo que finalmente ocurrió. Y justo ese día necesitaba salir más temprano, así que no desayunó. Mareado por la falta de sueño, se calzó el morlaco y salió de la tienda. Hacía frío y el sol intentaba con desgano alumbrar el lugar desde un borde remoto. El suelo comenzó a vibrarle debajo de las patas. Ya se acercaban las enormes naves que llevarían de regreso a la base la maquinaria pesada: vaciadoras y cargadoras de ceniza. Boutique saltó dentro del piletón rumbo a la peatonal, aunque esta vez fue hacia el lado del Monumento, quería darle una última visita.
El día pasó con exasperante rapidez. Las vaciadoras fueron agrupadas de a ocho en las naves transportadoras y los exploradores iban dejando objetos diversos en la tienda de Boutique haciendo molestar al maestro, que cada vez tenía menos espacio para moverse. Apotheke envió una señal a la base para que envíen un par de naves-depósito para cargar todo lo recolectado. No podrían llevarlos en sus naves comunes y estaba el Torino y las docenas de bidones de nafta y cubiertas de repuesto.
Sobre el fin del mediodía las naves transportadoras se retiraron y la mayoría de los exploradores comenzaron a partir en tandas para no ahogar el ingreso a la nave base. Por la noche, todos se habían ido. Sólo quedaban Bôite y Beckenbauer junto con sus compañeros registrando por última vez la zona; y Viteraux y Apotheke fuera del piletón, en la tienda, terminando de empacar. Y Boutique, que seguía paseando por el Monumento acompañado por su angustia, que a esa instancia del día se había transformado en un enorme monstruo que pisaba fuerte a su lado, en silencio.
Caminó por la peatonal en busca de alguna tienda para intentar conseguir algún reproductor de DVD. Cruzando Mitre llegó a la cuadra de la peatonal en donde las casas de electrodomésticos parecían retarse por ver cuál era la más exagerada, la más colorida, y la de peor gusto. Pero Boutique no lograba dar con la ganadora del premio; eran desagradables por igual. Entró en una de color lila pateando aparatitos que había diseminados por el piso, se agachó y tomó uno: “MP3” decía. Estaba pisoteado y roto, y lo revoleó lejos del paso. Tomó otro, un poco más grande: “MP4” decía. – ¿Cómo será de grande el MP28? – se preguntó, incapaz de imaginarlo. El lugar estaba devastado y alfombrado por todo tipo de aparatos rotos y pisoteados. Sobre el fondo había un mostrador lila con un cartel sostenido sólo por un lado que colgaba en la pared inclinado hacia abajo y decía: “Entregas”, al lado de dos grandes puertas blancas. – El depósito – pensó Boutique y aceleró el paso. Saltó por encima del mostrador e intentó abrir las puertas. No estaban cerradas pero no las podía abrir. Parecía que alguien del otro lado estuviera impidiéndoselo trabando el paso con algo contundente. Boutique se acostó en el suelo y, apoyando la espalda en el mostrador e intentando empujar hacia dentro ambas puertas con las patas, sólo logró abrirlas unos centímetros más. Se levantó enérgico y sacó de su morlaco la barreta, la insertó en una bisagra y palanqueó hacia el costado. Al principio la bisagra luchó por mantenerse en su puesto pero finalmente aceptó la derrota. Hizo lo mismo con las otras tres y las puertas cayeron inertes hacia su lado como un gigante derrotado, haciendo volar gran cantidad de polvo, como si hubiera habido una pequeña explosión.
Detrás de las puertas vencidas, Boutique se encontró con un cadáver de humano que, aparentemente, se había atrincherado ahí dentro, quizás para proteger el depósito de potenciales saqueos. Estaba de espaldas a la puerta abrazando al revés un enorme escritorio que había trabado contra la entrada y que era el culpable de que Boutique no pudiera acceder al lugar. Trepó el escritorio y saltó del otro lado para ver de cerca aquel humano. Tenía una camisa blanca que sugería haber estado impecable en su momento, con una corbata de color lila anudada floja al cuello y unos pantalones grises. Boutique no terminaba de entender la última expresión en el rostro de ese hombre: por un lado, parecía desesperado, como todo cadáver; pero por el otro, y esto es lo que más lo asustaba, parecía contento. Sí. Parecía estar feliz de haber logrado atrincherarse ahí dentro, protegiendo los electrodomésticos del depósito. Boutique se acercó y le arrancó una tarjeta plástica que tenía pegada en el bolsillo de la ex impecable camisa blanca: “Julio Fernández – Gerente General - Suc. Córdoba”. Se paró a su lado, lo miró con desprecio y le tiró la credencial en la cara. – ¡Bien hecho! ¡Lograste proteger los intereses de la empresa! ¡Te felicito! – le gritó extendiéndole la mano. Pero Julio Fernandez no se la estrechó, seguía impávido, sosteniendo el escritorio como un imbécil.
Boutique dejó atrás al Gerente General de la Suc Córdoba y se internó en el depósito en busca de reproductores de DVD. No le costó mucho encontrarlos. En una estantería cercana había cientos de ellos. Tomó cuatro de diferentes marcas y salió de allí lo más rápido que pudo.
Capítulo LXVIII
Esa noche Boutique no pudo dormir. Dio vueltas y vueltas en la cama tratando de conciliar el sueño pero era al pedo. ¿A quién quería engañar? No se iba a dormir. Se levantó y se puso a revisar los hallazgos que lo exploradores le habían dado en la plaza por la mañana. Las películas estaban en un formato distinto de las que tenían en la nave base; eran como los cedés. Sacó “2001 – Odisea del Espacio” de una gran caja que contenía todas las películas de Stanley Kubrick y la puso en el reproductor de música, pero luego de un instante de espera en el display salió un cartel que decía “Error”. Boutique lo extrajo y lo miró con atención. No tenía ni una raya; estaba inmaculado, incluso vio su imagen reflejada en el disco mejor que en un espejo. Lo dio vuelta y leyó: “DVD”. Miró hacia arriba, pensativo, y recordó que en las tiendas de electrodomésticos había visto decenas de carteles que ofertaban “Reproductor de DVD”. Seguramente era un formato nuevo. Deberían conseguir uno de esos si pretendían verlas. La guardó nuevamente en su caja y apartó las películas a un costado. Abrió el bolso que Bolazo y Bostero habían encontrado con música autóctona. Un disco mostraba a un humano de enorme rostro arrugado, con el gesto serio, tocando una guitarra de caja: “Atahualpa Yupanqui – Soy Libre”, y lo dejó a un costado para ver más opciones. “Historia Musical de Los Visconti – 40 éxitos inolvidables” mostraba a dos humanos vestidos muy parecido a como se vestía Inodoro, aquel personaje de la historieta que los había hecho reír tanto, pero también lo apartó. Luego tomó “Roberto Polaco GOYENECHE – Historia de oro”, en donde un humano con un absurdo bigotito fino pegado a la comisura de su labio, enojado y aferrado a un micrófono, parecía preguntar algo a otro humano que no estaba en la foto, juntando los dedos de su mano y apuntándolos hacia arriba. Por algún incomprensible motivo se sintió atraído por esa opción y puso el disco en el reproductor. Se recostó en la cama, se calzó los auriculares y el tal Roberto comenzó a cantar: “Era más blanda que el agua, que el agua blandaaa…”. A Boutique se le erizó la piel de sólo escuchar aquellas primeras palabras. Era una canción muy bella y ese humano cantaba de una manera… que lastimaba. “…Era más fresca que el río, naraanjo en flooor…”. De golpe, sintió que se le estrujaba el pecho y se le anudaba la garganta, pero lo siguió escuchando, fascinado. Y la canción explotó; y el colorado comenzó a enumerar un montón de cuestiones muy ciertas, casi llorando: “…Primero hay que saber sufrir, después amar, después partir, y al fin andar sin pensamieentos…”, acompañado por un instrumento muy agudo que parecía que iba a morir desangrado en su intento por seguir al cantor. Boutique se apretaba el pecho con dolor, la angustia lo estaba consumiendo, y Roberto seguía torturándolo: “...Después ¡¿Qué importa el después?! ¡Toda mi vida es el ayer que me detiene en el pasaado! Eterna y vieja juventud que me ha dejado acobardado…”, continuó despotricando el cantor mientras Boutique no encontraba consuelo, viéndose reflejado en aquella canción. “…Como un pájaro sin luz” culminó Roberto. Y Boutique rompió a llorar, abrazado a la almohada. Iba a ser una noche larga. Muy larga.
Capítulo LXVII
Boutique quería ir con el general a buscar el Torino y de paso le mostraría cómo funcionaba. Bôite y Bufete le habían conseguido más nafta y sólo tenía que pedirle a su amigo que lo acercara donde lo habían dejado, vaciar el bidón dentro del tanque y volver a la tienda manejando MÁS DESPACIO.
En el viaje de regreso, Boutique le contó todo lo que ya había aprendido del Torino, su historia y la increíble proeza que había logrado un grupo de argentinos cuando lo presentaron en una carrera exhaustiva, ganándola y cerrándole la boca al mundo entero que, de manera prejuiciosa, había señalado que con “esa bañadera” no darían una sola de las más de trescientas vueltas que tenía la prueba. El general no se emocionó tanto con la historia, ni con el auto. Hacía caras de “¡Oh!” “¡Qué fantástico!” “¡No lo puedo creer!” pero se notaba que no le interesaba y que sólo lo hacía por mantener al coronel contento en el viaje, o quizás hubiera tenido la cabeza en otro lado. Boutique no lo pudo interpretar.
Cuando llegaron de vuelta a la tienda el coronel tomó la manija de la puerta e intentó abrirla para salir a continuar con sus tareas, pero Apotheke lo frenó, poniéndole una mano en la rodilla.
–Debemos irnos – le dijo escueto y serio. Boutique no asoció de qué le hablaba.
–¿Quiénes? Si vino solo…– Boutique continuaba intentando abrir la puerta del Torino y Apotheke le apretó una vez más la rodilla, haciéndole doler un poco.
–Debemos irnos a casa, coronel – le ilustró mejor la frase. A Boutique se le cayó la cara, de golpe.
–¿Cómo irnos? ¿Ya? – preguntó horrorizado, con una mueca arrugada de incomprensión y el ojo perdido en el instrumental del Torino, aunque no miraba nada en concreto.
–Sí, coronel, lamentablemente – Apotheke le había soltado la pierna y lo miraba con atención –. Ya casi completamos la lista y…
–¡Pero si faltan ítems todavía! – exclamó asustado.
–Sí, faltan ítems – le reconoció el general –. Y faltan provisiones también.
Boutique volvió a mirar el instrumental del Torino como si este tuviera la clave para revertir aquella situación; pero el instrumental no le dio ninguna ayuda, se limitó a mirarlo, mudo, con sus siete ojos compuestos por agujas y rayitas blancas, sin aportar ninguna idea. Apotheke le dio unas palmadas en la pierna, consolándolo, y salió del vehículo. Boutique se quedó en silencio, pensando sin pensar, con una absurda sensación que le dominaba el cuerpo, mezcla de derrota, conmoción y sorpresa. Todo el viaje pensando en volver a su casa, extrañando a Canapé y a los suyos, aunque el último tramo lo había atrapado, y vaya si lo había atrapado, estaba muy a gusto con lo que hacía. Y no había cómo revertir una situación de escasez de provisiones. Se tendrían que ir. Mal que le pese.
Salió del Torino con desconsuelo y caminó rumbo al borde del piletón. Se sentó con las patas colgando dentro mientras observaba desde lo alto el movimiento de sus dirigidos, que continuaban entrando y saliendo de las tiendas como si fueran parásitos descontrolados. Se quedó un rato largo viéndolos trabajar mientras se le llenaba el ojo de lágrimas. En sus cincuenta y siete años nunca jamás había sido tan útil para su pueblo, nunca se había sentido tan importante y nunca hubiera imaginado que se compenetraría tanto con la historia humana. Era una etapa de su vida que lo tomaba por sorpresa, con gran madurez y la juventud suficiente como para apostar a continuar estudiando esa raza que amaba y respetaba profundamente. Quizás a su regreso a casa podría aprender a diseñar Torinos que funcionaran con la energía de su planeta, o posiblemente pudiera aprender a fabricar aquellas impecables Victorinox; puede también que se llevara material de estudio suficiente para aprender a tocar la guitarra. Los pensamientos le llovían en cataratas y se le mezclaban y lo hacían confundir. Debía relajarse y, sobre todo, debía continuar con su labor.
Se empujó con las manos del borde del piletón y cayó en picada libre mientras el traje comenzaba a estabilizarlo y a mantenerlo en vuelo. Ya abajo caminó por la peatonal con rumbo norte. Era cerca del mediodía y los exploradores se acercaban para mostrarle sus hallazgos. Boutique los dirigió a la plaza Pringles, se sentó en un escenario de cemento que tenía la plaza sobre uno de sus lados y comenzó a recibir de a parejas a los exploradores.
Bobina y Bodrio habían logrado, finalmente, encontrar una tienda de películas sobre la calle Corrientes. A dos cuadras de la peatonal descubrieron una edificación de color azul fuerte que anunciaba en su escaparate “ALTERNATIVA VIDEO CLUB” y habían logrado recolectar las películas solicitadas en el listado. Boutique les ordenó que volvieran al lugar y trajeran todas las que pudieran, de todos los géneros. Bobina le recalcó que en el listado pedían sólo las que habían recogido pero el coronel le recordó el largo viaje que hicieron mirando las películas de cowboys que ponía Banana en el salón de cine y Bodrio tomó del brazo a Bobina y salieron corriendo rumbo a la tienda en busca de más opciones. El viaje de vuelta iba a ser largo y tedioso.
Bolazo y Bostero, en cambio, habían conseguido varios cedés de “Atahualpa Yupanqui” en una tienda de discos especializada en música autóctona, pero habían sido más expeditivos que sus compañeros y habían decidido tomar más opciones. Había de todo en aquel bolso. Boutique lo revisó muy por arriba y vio discos de un tal “Roberto Goyeneche”, “Horacio Guarany”, “Los hermanos Visconti”, “Astor Piazzola”; en fin, tendría para entretenerse. Los felicitó dándoles la mano y dejó el bolso en un costado para recibir a los siguientes exploradores.
Bufarrón y Bufarreta, los mellis, habían recolectado de diversos locales de alimentos: café, amarettis, alfajores y dulce de leche. Boutique tomó el bolso y lo dejó separado del resto. Aquel material debía tratarse con sumo cuidado ya que no estaba en buenas condiciones debido al paso del tiempo. A los bioquímicos les costaría mucho estudiar esos alimentos para conseguir una reproducción fidedigna.
Boutique miraba los hallazgos con el ojo inundado en una de esas pesadas y falderas lágrimas que se le formaban y se le instalaban en el globo ocular sin molestarse por caer de una vez por todas en su regazo. Las múltiples sensaciones que había experimentado cuando Apotheke le informó sobre la partida en breve se habían transformado en una sola: tristeza.
Se enjugó el ojo con la mano y miró a sus capitanes con el gesto adusto. Les ordenó llevar las recolecciones a su tienda y se fue a caminar solo por calle Córdoba. Necesitaba estar solo, o llorar solo sin que lo vieran. No era compatible su tristeza con la alegría que brotaba de los rostros de sus subordinados viendo que ya terminaban el trabajo y se sentía incómodo demostrando tanta emoción.
Los exploradores volaron con sus hallazgos fuera del piletón para continuar al día siguiente mientras las vaciadoras comenzaban a zumbar en las primeras horas de la tarde rosarina. Boutique envió un mensaje desde su comunicador a todo el equipo para concretar una reunión a las siete de la tarde, hora en que las vaciadoras terminaban su turno del día.
Fue por Córdoba hasta España recorriendo con la vista el paseo, quería llevarse ese lugar grabado en la memoria para siempre. En España decidió doblar a la derecha. Había una tienda de ropa muy grande y una de medicamentos en frente, siguió caminando por esa nueva calle tratando de descubrir algo especial pero no había nada descollante, así que dobló a la izquierda por Santa Fe y continuó su derrotero.
A unos cincuenta metros avistó un gran local sobre la derecha y se acercó sin entusiasmo a mirar el escaparate, de lejos se lo veía enorme. Mientras se acercaba caminando por la vereda de enfrente para poder ver de lejos lo que ofrecía, la tienda iba sugiriendo que tenía dentro: guitarras. Boutique aceleró el paso con el ojo casi fuera de su cuenca, muy sorprendido. Hacía bastante que las vaciadoras habían liberado aquella cuadra, se notaba por el colchón de ceniza que había en el suelo. – ¿Cómo puede ser que ningún explorador haya visto esta tienda tan grande? – se preguntó mientras arribaba al frente mismo del lugar. Detrás del escaparate esperaban, cansadas pero en valorable posición de “firmes”, dos Fender Stratocaster y una Gibson Les Paul, junto con algunos equipos de sonido y aquellos extraños aparatitos rectangulares con perillas y botones. Boutique sacó de su morlaco el martillo y rompió el cristal, que era inmenso y explotó en miles de pequeños pedazos. Extendió una mano y tomó del mástil un ejemplar de cada uno. La Gibson tenía un color esfumado, mezcla de vino tinto y madera. Y la Fender era negra con el mástil claro. Boutique no entendía su suerte. Se quedaría con ambos modelos; serían parte de su colección personal. Se los merecía.
Volvió a su tienda y dejó los nuevos descubrimientos en su cama. El viejo lo miró sorprendido pero Boutique no le dio tiempo a que dijera nada. Necesitaba darse un baño ya que en poco tiempo comenzarían a llegar todos los integrantes de la exploración para la reunión organizada. Ya eran las seis de la tarde pasadas.
Acicalado y con los pelos peinados por primera vez en semanas, salió de la tienda con un morlaco nuevo y su gorro de coronel. Los capitanes ya estaban todos sentados en el piso, esperándolo. Boutique se paró frente a ellos, los miró en general y les dijo:
–Hemos hecho un gran trabajo. TODOS. Durante meses estuvimos buscando este lugar y lo encontramos. Y lo destapamos de su pesada y molesta capa de ceniza con gran sacrificio para recolectar lo que se nos solicitaba. Hemos conseguido completar las solicitudes casi en su totalidad –. Los exploradores escuchaban atentos, mientras Apotheke y Vitraux salían de la tienda para ser parte de la reunión parándose uno a cada lado del coronel. – El general Apotheke me informó hoy por la mañana que no tenemos más provisiones y que debemos abandonar la exploración – dijo Boutique mirando a Apotheke mientras se escuchaban algunas expresiones de alivio en el grupo –. Quiero que sepan que han sido un gran equipo, que entre todos hemos logrado grandes cosas y que nunca jamás me voy a olvidar de esta etapa de mi vida – Boutique comenzaba a emocionarse y Vitraux se acercó a abrazarlo –. Estoy muy feliz por todo lo que alcanzamos recolectar, y a pesar de que nos vamos con algunas cosas pendientes, sé que no son tan importantes y que podremos volver a nuestro Marte con esos faltantes sin remordimientos. Mañana será nuestro último día de exploración. Las vaciadoras terminaron hoy sus funciones. Debemos partir. Les pido como último favor que pongan todo de ustedes para recolectar todo lo que puedan en nuestra última jornada en este fabuloso planeta. Nada más – Boutique terminó su discurso y haciendo un leve asentimiento con la cabeza dio a entender a sus exploradores que podían retirarse.
Apotheke lo abrazó y lo contuvo en su pecho un rato largo mientras algunos capitanes, los menos, se acercaban a saludarlo y otros, los más, se iban a sus naves contentos, a dormir incómodos por última vez en las vainas de descanso.
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