jueves, 15 de agosto de 2013

Capítulo LXVII





Boutique quería ir con el general a buscar el Torino y de paso le mostraría cómo funcionaba. Bôite y Bufete le habían conseguido más nafta y sólo tenía que pedirle a su amigo que lo acercara donde lo habían dejado, vaciar el bidón dentro del tanque y volver a la tienda manejando MÁS DESPACIO.

En el viaje de regreso, Boutique le contó todo lo que ya había aprendido del Torino, su historia y la increíble proeza que había logrado un grupo de argentinos cuando lo presentaron en una carrera exhaustiva, ganándola y cerrándole la boca al mundo entero que, de manera prejuiciosa, había señalado que con “esa bañadera” no darían una sola de las más de trescientas vueltas que tenía la prueba. El general no se emocionó tanto con la historia, ni con el auto. Hacía caras de “¡Oh!” “¡Qué fantástico!” “¡No lo puedo creer!” pero se notaba que no le interesaba y que sólo lo hacía por mantener al coronel contento en el viaje, o quizás hubiera tenido la cabeza en otro lado. Boutique no lo pudo interpretar. 
Cuando llegaron de vuelta a la tienda el coronel tomó la manija de la puerta e intentó abrirla para salir a continuar con sus tareas, pero Apotheke lo frenó, poniéndole una mano en la rodilla.
–Debemos irnos – le dijo escueto y serio. Boutique no asoció de qué le hablaba.
–¿Quiénes? Si vino solo…– Boutique continuaba intentando abrir la puerta del Torino y Apotheke le apretó una vez más la rodilla, haciéndole doler un poco.
–Debemos irnos a casa, coronel – le ilustró mejor la frase. A Boutique se le cayó la cara, de golpe.
–¿Cómo irnos? ¿Ya? – preguntó horrorizado, con una mueca arrugada de incomprensión y el ojo perdido en el instrumental del Torino, aunque no miraba nada en concreto.
–Sí, coronel, lamentablemente – Apotheke le había soltado la pierna y lo miraba con atención –. Ya casi completamos la lista y…
–¡Pero si faltan ítems todavía! – exclamó asustado.
–Sí, faltan ítems – le reconoció el general –. Y faltan provisiones también.
Boutique volvió a mirar el instrumental del Torino como si este tuviera la clave para revertir aquella situación; pero el instrumental no le dio ninguna ayuda, se limitó a mirarlo, mudo, con sus siete ojos compuestos por agujas y rayitas blancas, sin aportar ninguna idea. Apotheke le dio unas palmadas en la pierna, consolándolo, y salió del vehículo. Boutique se quedó en silencio, pensando sin pensar, con una absurda sensación que le dominaba el cuerpo, mezcla de derrota, conmoción y sorpresa. Todo el viaje pensando en volver a su casa, extrañando a Canapé y a los suyos, aunque el último tramo lo había atrapado, y vaya si lo había atrapado, estaba muy a gusto con lo que hacía. Y no había cómo revertir una situación de escasez de provisiones. Se tendrían que ir. Mal que le pese.
Salió del Torino con desconsuelo y caminó rumbo al borde del piletón. Se sentó con las patas colgando dentro mientras observaba desde lo alto el movimiento de sus dirigidos, que continuaban entrando y saliendo de las tiendas como si fueran parásitos descontrolados. Se quedó un rato largo viéndolos trabajar mientras se le llenaba el ojo de lágrimas. En sus cincuenta y siete años nunca jamás había sido tan útil para su pueblo, nunca se había sentido tan importante y nunca hubiera imaginado que se compenetraría tanto con la historia humana. Era una etapa de su vida que lo tomaba por sorpresa, con gran madurez y la juventud suficiente como para apostar a continuar estudiando esa raza que amaba y respetaba profundamente. Quizás a su regreso a casa podría aprender a diseñar Torinos que funcionaran con la energía de su planeta, o posiblemente pudiera aprender a fabricar aquellas impecables Victorinox; puede también que se llevara material de estudio suficiente para aprender a tocar la guitarra. Los pensamientos le llovían en cataratas y se le mezclaban y lo hacían confundir. Debía relajarse y, sobre todo, debía continuar con su labor.
Se empujó con las manos del borde del piletón y cayó en picada libre mientras el traje comenzaba a estabilizarlo y a mantenerlo en vuelo. Ya abajo caminó por la peatonal con rumbo norte. Era cerca del mediodía y los exploradores se acercaban para mostrarle sus hallazgos. Boutique los dirigió a la plaza Pringles, se sentó en un escenario de cemento que tenía la plaza sobre uno de sus lados y comenzó a recibir de a parejas a los exploradores.
Bobina y Bodrio habían logrado, finalmente, encontrar una tienda de películas sobre la calle Corrientes. A dos cuadras de la peatonal descubrieron una edificación de color azul fuerte que anunciaba en su escaparate “ALTERNATIVA VIDEO CLUB” y habían logrado recolectar las películas solicitadas en el listado. Boutique les ordenó que volvieran al lugar y trajeran todas las que pudieran, de todos los géneros. Bobina le recalcó que en el listado pedían sólo las que habían recogido pero el coronel le recordó el largo viaje que hicieron mirando las películas de cowboys que ponía Banana en el salón de cine y Bodrio tomó del brazo a Bobina y salieron corriendo rumbo a la tienda en busca de más opciones. El viaje de vuelta iba a ser largo y tedioso.
Bolazo y Bostero, en cambio, habían conseguido varios cedés de “Atahualpa Yupanqui” en una tienda de discos especializada en música autóctona, pero habían sido más expeditivos que sus compañeros y habían decidido tomar más opciones. Había de todo en aquel bolso. Boutique lo revisó muy por arriba y vio discos de un tal “Roberto Goyeneche”, “Horacio Guarany”, “Los hermanos Visconti”, “Astor Piazzola”; en fin, tendría para entretenerse. Los felicitó dándoles la mano y dejó el bolso en un costado para recibir a los siguientes exploradores.
Bufarrón y Bufarreta, los mellis, habían recolectado de diversos locales de alimentos: café, amarettis, alfajores y dulce de leche. Boutique tomó el bolso y lo dejó separado del resto. Aquel material debía tratarse con sumo cuidado ya que no estaba en buenas condiciones debido al paso del tiempo. A los bioquímicos les costaría mucho estudiar esos alimentos para conseguir una reproducción fidedigna.
Boutique miraba los hallazgos con el ojo inundado en una de esas pesadas y falderas lágrimas que se le formaban y se le instalaban en el globo ocular sin molestarse por caer de una vez por todas en su regazo. Las múltiples sensaciones que había experimentado cuando Apotheke le informó sobre la partida en breve se habían transformado en una sola: tristeza.
Se enjugó el ojo con la mano y miró a sus capitanes con el gesto adusto. Les ordenó llevar las recolecciones a su tienda y se fue a caminar solo por calle Córdoba. Necesitaba estar solo, o llorar solo sin que lo vieran. No era compatible su tristeza con la alegría que brotaba de los rostros de sus subordinados viendo que ya terminaban el trabajo y se sentía incómodo demostrando tanta emoción. 
Los exploradores volaron con sus hallazgos fuera del piletón para continuar al día siguiente mientras las vaciadoras comenzaban a zumbar en las primeras horas de la tarde rosarina. Boutique envió un mensaje desde su comunicador a todo el equipo para concretar una reunión a las siete de la tarde, hora en que las vaciadoras terminaban su turno del día. 
Fue por Córdoba hasta España recorriendo con la vista el paseo, quería llevarse ese lugar grabado en la memoria para siempre. En España decidió doblar a la derecha. Había una tienda de ropa muy grande y una de medicamentos en frente, siguió caminando por esa nueva calle tratando de descubrir algo especial pero no había nada descollante, así que dobló a la izquierda por Santa Fe y continuó su derrotero.
A unos cincuenta metros avistó un gran local sobre la derecha y se acercó sin entusiasmo a mirar el escaparate, de lejos se lo veía enorme. Mientras se acercaba caminando por la vereda de enfrente para poder ver de lejos lo que ofrecía, la tienda iba sugiriendo que tenía dentro: guitarras. Boutique aceleró el paso con el ojo casi fuera de su cuenca, muy sorprendido. Hacía bastante que las vaciadoras habían liberado aquella cuadra, se notaba por el colchón de ceniza que había en el suelo. – ¿Cómo puede ser que ningún explorador haya visto esta tienda tan grande? – se preguntó mientras arribaba al frente mismo del lugar. Detrás del escaparate esperaban, cansadas pero en valorable posición de “firmes”, dos Fender Stratocaster y una Gibson Les Paul, junto con algunos equipos de sonido y aquellos extraños aparatitos rectangulares con perillas y botones. Boutique sacó de su morlaco el martillo y rompió el cristal, que era inmenso y explotó en miles de pequeños pedazos. Extendió una mano y tomó del mástil un ejemplar de cada uno. La Gibson tenía un color esfumado, mezcla de vino tinto y madera. Y la Fender era negra con el mástil claro. Boutique no entendía su suerte. Se quedaría con ambos modelos; serían parte de su colección personal. Se los merecía.
Volvió a su tienda y dejó los nuevos descubrimientos en su cama. El viejo lo miró sorprendido pero Boutique no le dio tiempo a que dijera nada. Necesitaba darse un baño ya que en poco tiempo comenzarían a llegar todos los integrantes de la exploración para la reunión organizada. Ya eran las seis de la tarde pasadas. 
Acicalado y con los pelos peinados por primera vez en semanas, salió de la tienda con un morlaco nuevo y su gorro de coronel. Los capitanes ya estaban todos sentados en el piso, esperándolo. Boutique se paró frente a ellos, los miró en general y les dijo:
–Hemos hecho un gran trabajo. TODOS. Durante meses estuvimos buscando este lugar y lo encontramos. Y lo destapamos de su pesada y molesta capa de ceniza con gran sacrificio para recolectar lo que se nos solicitaba. Hemos conseguido completar las solicitudes casi en su totalidad –. Los exploradores escuchaban atentos, mientras Apotheke y Vitraux salían de la tienda para ser parte de la reunión parándose uno a cada lado del coronel. – El general Apotheke me informó hoy por la mañana que no tenemos más provisiones y que debemos abandonar la exploración – dijo Boutique mirando a Apotheke mientras se escuchaban algunas expresiones de alivio en el grupo –. Quiero que sepan que han sido un gran equipo, que entre todos hemos logrado grandes cosas y que nunca jamás me voy a olvidar de esta etapa de mi vida – Boutique comenzaba a emocionarse y Vitraux se acercó a abrazarlo –. Estoy muy feliz por todo lo que alcanzamos recolectar, y a pesar de que nos vamos con algunas cosas pendientes, sé que no son tan importantes y que podremos volver a nuestro Marte con esos faltantes sin remordimientos. Mañana será nuestro último día de exploración. Las vaciadoras terminaron hoy sus funciones. Debemos partir. Les pido como último favor que pongan todo de ustedes para recolectar todo lo que puedan en nuestra última jornada en este fabuloso planeta. Nada más – Boutique terminó su discurso y haciendo un leve asentimiento con la cabeza dio a entender a sus exploradores que podían retirarse.
Apotheke lo abrazó y lo contuvo en su pecho un rato largo mientras algunos capitanes, los menos, se acercaban a saludarlo y otros, los más, se iban a sus naves contentos, a dormir incómodos por última vez en las vainas de descanso.


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