Esa noche Boutique no pudo dormir. Dio vueltas y vueltas en la cama tratando de conciliar el sueño pero era al pedo. ¿A quién quería engañar? No se iba a dormir. Se levantó y se puso a revisar los hallazgos que lo exploradores le habían dado en la plaza por la mañana. Las películas estaban en un formato distinto de las que tenían en la nave base; eran como los cedés. Sacó “2001 – Odisea del Espacio” de una gran caja que contenía todas las películas de Stanley Kubrick y la puso en el reproductor de música, pero luego de un instante de espera en el display salió un cartel que decía “Error”. Boutique lo extrajo y lo miró con atención. No tenía ni una raya; estaba inmaculado, incluso vio su imagen reflejada en el disco mejor que en un espejo. Lo dio vuelta y leyó: “DVD”. Miró hacia arriba, pensativo, y recordó que en las tiendas de electrodomésticos había visto decenas de carteles que ofertaban “Reproductor de DVD”. Seguramente era un formato nuevo. Deberían conseguir uno de esos si pretendían verlas. La guardó nuevamente en su caja y apartó las películas a un costado. Abrió el bolso que Bolazo y Bostero habían encontrado con música autóctona. Un disco mostraba a un humano de enorme rostro arrugado, con el gesto serio, tocando una guitarra de caja: “Atahualpa Yupanqui – Soy Libre”, y lo dejó a un costado para ver más opciones. “Historia Musical de Los Visconti – 40 éxitos inolvidables” mostraba a dos humanos vestidos muy parecido a como se vestía Inodoro, aquel personaje de la historieta que los había hecho reír tanto, pero también lo apartó. Luego tomó “Roberto Polaco GOYENECHE – Historia de oro”, en donde un humano con un absurdo bigotito fino pegado a la comisura de su labio, enojado y aferrado a un micrófono, parecía preguntar algo a otro humano que no estaba en la foto, juntando los dedos de su mano y apuntándolos hacia arriba. Por algún incomprensible motivo se sintió atraído por esa opción y puso el disco en el reproductor. Se recostó en la cama, se calzó los auriculares y el tal Roberto comenzó a cantar: “Era más blanda que el agua, que el agua blandaaa…”. A Boutique se le erizó la piel de sólo escuchar aquellas primeras palabras. Era una canción muy bella y ese humano cantaba de una manera… que lastimaba. “…Era más fresca que el río, naraanjo en flooor…”. De golpe, sintió que se le estrujaba el pecho y se le anudaba la garganta, pero lo siguió escuchando, fascinado. Y la canción explotó; y el colorado comenzó a enumerar un montón de cuestiones muy ciertas, casi llorando: “…Primero hay que saber sufrir, después amar, después partir, y al fin andar sin pensamieentos…”, acompañado por un instrumento muy agudo que parecía que iba a morir desangrado en su intento por seguir al cantor. Boutique se apretaba el pecho con dolor, la angustia lo estaba consumiendo, y Roberto seguía torturándolo: “...Después ¡¿Qué importa el después?! ¡Toda mi vida es el ayer que me detiene en el pasaado! Eterna y vieja juventud que me ha dejado acobardado…”, continuó despotricando el cantor mientras Boutique no encontraba consuelo, viéndose reflejado en aquella canción. “…Como un pájaro sin luz” culminó Roberto. Y Boutique rompió a llorar, abrazado a la almohada. Iba a ser una noche larga. Muy larga.
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