viernes, 14 de diciembre de 2012

Capítulos VII, VIII, IX y X



Al ingresar en el lugar perforado, Boutique desactivó los propulsores y comenzó a inspeccionar el terreno. Estaba en un gran salón todo recubierto de una extraña piedra veteada, lisa y brillosa, perfecta, más adelante, en una de las tantas clases que tomaría con el viejo descubriría su nombre: mármol. Los humanos lo usaban mucho. Imponía respeto, 
daba seguridad. Boutique se sentía insignificante delante de aquellos soberbios paredones de mármol, daban miedo. En el medio del salón había unos escritorios altos, para escribir de pie, raro. El techo estaba muy alto, al menos diez metros calculó Boutique. Sobre un costado había un gran mostrador, enorme, larguísimo, que cubría toda una cara de la gran habitación, enfrentado a unos pórticos descomunales que señalaban cuál era la salida. En otra pared vio unos casilleros con puertitas diminutas, cientos de puertitas de bronce con su número y su cerradura. Al lado de los pórticos, dos grandes contenedores, también de mármol con pequeñas aberturas de bronce y unas inscripciones, rezaban:

CARTAS
Ciudad – Buenos Aires – Interior – Exterior


IMPRESOS
Ciudad – Buenos Aires – Interior – Exterior

Ambos contenedores estaban separados por una estatua de bronce de un humano de uniforme y gorra que cargaba una valija o bolso mostrando un papel en la mano. El cielorraso era espléndido, con unas lámparas garrafales que colgaban de gruesas cadenas. Boutique estaba enloquecido. Se había enamorado de ese lugar. Miró hacia arriba y con su linterna-vincha iluminó el hoyo que había hecho la perforadora: un gran marco de vidrio aún dejaba caer sus fragmentos rotos como un gotero que ya no tiene demasiado que verter. La perforación no podría haber sido más exacta, parecía que hubieran calculado penetrar esa lucarna justo en el centro. – ¿Qué era este lugar? – pensó, pero no lo entendía.
Beckenbauer y Bandoneón llegaron al edificio y se unieron a Boutique, que los miraba con la ceja bien alta, señalándoles la soberbia del lugar. Ambos relojearon todo asintiendo con cara de “tenés razón” y se pusieron a recorrer la construcción, absortos. Sus pies levantaban una fina nube de cenizas que había logrado colarse dentro del fastuoso edificio. Sólo papeles y más papeles diseminados en el piso y algunos esqueletos, todos reunidos detrás del mostrador, apretados contra un rincón.
–Estos estaban acá cuando pasó todo – sentenció Bandoneón señalando los esqueletos.
–Y, sí…– lo cargó Beckenbauer y Bandoneón lo miró con desaprobación.
–Me refiero a que no vinieron a resguardarse. El fin del mundo los agarró aquí dentro.
–¿Cómo lo podés saber? – Boutique se encogió de hombros, incrédulo.
–Fijáte como están: abrazados, todos vestidos igual…– señaló – Estos humanos trabajaban en el edificio – Boutique y Beckenbauer se miraron extrañados. Bandoneón tenía razón, no lo habían tenido en cuenta.
–Voy a llamar a Apotheke – dijo Boutique.
–Pará, ¿qué le vas a decir si todavía no recolectamos nada?
–Estamos en Rosario, por primera vez. No creo que importe la recolección en esta primera instancia…– dijo, y comenzó a mandar señales desde su comunicador hacia la base.



Capítulo VIII

Chucrut estaba por ingerir un emparedado de kevlar cuando sonó la alarma del comunicador de Boutique en la sala de comunicaciones. A regañadiente, dejó el emparedado sobre la mesa de control y lo atendió.
–¿Capitán Boutique?
–Necesito hablar con Apotheke.
–Lo comunico – acató Chucrut, siempre lo molestaban cuando se decidía a comer.
–Gracias – contestó Boutique, y la línea comenzó a hacer esos ruiditos indecibles que señalaban que del otro lado aparecería el general.
–¿Si? – preguntó Apotheke.
–General, hice contacto.
–Perfecto, amigo – se contentó Apotheke levantándose enérgico de su sillón, como si quisiera colgar e ir a verlo.
–Es muy extraño todo. Estamos en un vistoso edificio, lleno de raros escritorios con unos contenedores de piedra, también muy extraños, como criptas, con unas rendijas de bronce… Hay una estatua en honor a algún héroe, pero no logro identificarlo. Debe ser el Che Guevara.
Apotheke revisó las coordenadas mientras escuchaba la información que le daba su capitán.
–¿No hay un cartel, nada?
–Nada, señor, por ahora es sólo esto.
–Bueno, lo felicito por haber hecho contacto sin imponderables. Las coordenadas de la ciudad están enclavadas en el Correo Central, y por lo que usted me describe, está parado justo ahí.
–¿Señor? – Boutique no entendió.
–El Correo, capitán. Antes de la evolución de las comunicaciones los humanos se contactaban mediante cartas de papel escritas a mano.
–No comprendo.
–Claro, figúrese que usted quisiera comunicarse con su prometida, en lugar de simplemente llamarla, le escribe una nota, la lleva a ese edificio y los empleados de ese lugar, “los carteros”, se encargaban de entregarla en mano. El monumento de bronce que tiene delante no es del Che Guevara, debe ser un monumento al cartero – Boutique escuchaba y miraba la estatua de arriba abajo, desilusionado –. Lo que no concibo es que hayan hecho contacto en ese lugar exactamente, significa que las coordenadas estaban muy bien calculadas y que usted ha hecho la perforación con una perpendicularidad extrema – lo alentó.
–Bôite fue el encargado, señor. Yo estaba en clases.
–Déle mis felicitaciones.
–Serán dadas, señor – le dijo Boutique –. ¿Cuál es la orden ahora?
–Ya están dentro, deben comenzar a abrir un túnel para salir de ese lugar, debería haber una puerta por donde encarar la perforación.
–No se imagina lo grande que es…
–¿Muy grande?
–Debe medir cinco o seis metros de alto, mi general. Y en el medio tiene una rara protuberancia, como un gran e insólito forúnculo – le informó Boutique –. Este lugar es increíblemente bello…
–Registre todo con sus cámaras y comiencen la extracción de ceniza. Voy a estudiar el lugar viendo sus filmaciones y luego les diré qué hacer, mientras tanto envío el equipo de vaciado. Ya es hora de comenzar con la etapa pesada – comenzó a decir Apotheke pero se frenó y suspiró para relajarse. Estaba eufórico –. Hacer contacto en el Correo de la ciudad nos evitó tener que buscarlo. Eso es muy provechoso y nos adelantó el trabajo varias semanas… Qué digo semanas, ¡meses! – terminó con gran algarabía.
–Gracias, señor – le dijo Boutique. Ya comenzaba a sentirse una pieza importante en la misión.
Boutique informó a sus compañeros las órdenes de Apotheke y comenzaron a trabajar. Bandoneón salió en busca de la manga aspiradora y Beckenbauer y Boutique comenzaron a descubrir, con bastante dificultad, esos increíbles pórticos. La ceniza se había metido en cada rendija, por más pequeña que esta fuera. Y aquellos pórticos estaban llenos de rendijas.
Bandoneón volvió con la manga y la colocaron en posición. Beckenbauer se retiró al exterior para controlarla desde afuera mientras Boutique se encargaba de aspirar en la primera tanda y Bandoneón custodiaba su ingreso en el agujero del techo. Estuvieron todo el día extrayendo ceniza volcánica del pórtico, remplazándose cada dos horas mientras en el exterior las grandes naves de corte marcaban el terreno para seccionar la zona y extraer ceniza desde arriba.
La rara protuberancia, el extraño forúnculo que Boutique le había mencionado al general, era una sofisticada puerta de vidrio en cruz que giraba dentro de un inaudito tubo de vidrio partido. Al principio supusieron que era un vidrio fijo y que deberían romperlo para salir pero, al tocarlo, el cristal se movió hacia delante. Luego advirtieron una especie de manija donde los humanos apoyarían sus manos y empujarían esta fantástica puerta. Boutique se afirmó en el manijón y la puerta, con alguna dificultad, se movió. Boutique caminó dentro y volvió a aparecer en el mismo lugar; intentó una vez más, evitando dar toda una vuelta y logró ingresar al nuevo sector, que tenía ceniza pero se podía transitar. Aún no salían del edificio. Comenzó a preparar la succionadora para vaciar el nuevo salón mientras miraba embelesado esa original puerta.
El nuevo sector tenía escaleras a ambos lados que bajaban y se unían para continuar bajando hacia la izq
uierda, o al menos eso supuso ya que un alud inmenso de ceniza entraba por donde las escaleras señalaban la salida. Sobre una pared había una rara obra de arte, también de bronce y en relieve, con un humano sobre un extraño animal de cuatro patas, el humano llevaba consigo una gran lanza que tenía atada en el extremo superior una tela que se enroscaba sobre ella, luego Vitraux le diría que era una “bandera”. Sobre un lado, varios humanos con extraños sombrerotes lo miraban en fila y sobre el otro, un grupo de humanas también lo observaban y saludaban. En la parte baja de la obra se podía leer:

“Y LA AMÉRICA DEL SUD SERÁ EL TEMPLO DE LA INDEPENDENCIA Y LA LIBERTAD”

Boutique anotaba todo en un cuadernito, para consultar en alguna futura clase con el gran maestro mientras la cámara que tenía colocada en la vincha guardaba registro de cada cosa que presenciaba para deleite del general Apotheke que, desde su despacho, seguía el proceso con gran interés.

Capítulo IX

Una semana después, en la superficie “lunar” de la Tierra, había un inmenso rectángulo de quinientos metros terrestres de lado por dos mil quinientos metros de largo y sesenta metros de profundidad. Trescientos exploradores a cargo del vaciamiento y ciento cincuenta inmensas máquinas de corte trabajaban sin descanso, erosionando y seccionando el suelo. La ceniza extraída era llevada por grandes transportadoras a treinta kilómetros terrestres de la zona, para que el viento no la devolviera a su lugar. El vaciado no terminaba nunca y todos los días, a duras penas, profundizaban ocho o nueve metros. La excavación les iba a llevar bastante tiempo.

Capítulo X

Finalmente Boutique y sus compañeros, luego de varios días de extracción de ceniza en el Correo Central, lograron dar con el exterior. Según imágenes que Apotheke les envió, debían toparse con un revestimiento de suelo dividido en cuadrados pequeños, de diez centímetros de lado, colocados a cuarenta y cinco grados de la línea de construcción denominados “baldosas”. Estas baldosas podían ser como en esa descripción o se podría tratar de “bastoncitos” pequeños, también de diez centímetros de largo pero puestos transversales a la línea de edificación. Apotheke había sido muy preciso y les había recalcado que este tipo de baldosa, a pesar de ser de principios del siglo XX, seguía utilizándose de manera antojadiza hasta los últimos días sin conocimiento lógico de la causa de este capricho humano y, como ese material era utilizado sólo fuera de las construcciones, les serviría de “pista” para saber donde se encontraban. Una vez hecho contacto, Boutique se comunicó con Apotheke.
–Señor, hice contacto con ese suelo que me mencionó.
–Muy bien, capitán, ¿logró salir fácilmente?
–Sí, sin problemas. Costó llegar hasta aquí por la cantidad exasperante de ceniza compactada, pero la manga de extracción funciona a la perfección.
–Perfecto, ahora siga avanzando perpendicular a la línea de edificación del Correo. Debe traspasar unos metros y se va a encontrar inmediatamente con una depresión en el suelo, recta, bien marcada, de unos veinte centímetros de profundidad y un cambio de revestimiento. Será porque se encuentra en la calle.
–¿Señor?
–La calle, el lugar por donde circulaban los vehículos de transporte humano. Usted ahora se encuentra en la vereda. Esas baldositas ridículas las ponían en las veredas, luego las apretaban y separaban de las calles con unos adoquines largos y entonces los humanos de a pie caminaban sobreelevados veinte centímetros por las veredas que rodeaban las edificaciones, y los vehículos circulaban por las calles.
–Entiendo.
–Bien, debe cruzar la calle, caminar esos diez o doce metros y volver a subir a la vereda de la siguiente manzana.
–¿Señor?
–Uy, qué difícil que me la hace…
–Disculpe, pero no lo entiendo.
–Usted no se preocupe y anote todo lo que le digo. Cualquier duda que tenga se la pregunta a Vitraux.
–Cómo no.
–Le decía, sube nuevamente a la vereda y se encontrará con una plaza – Apotheke se dio cuenta que debía explicarle a pesar de todo, de lo contrario Boutique no entendería nada – Las plazas eran lugares de esparcimiento. Los humanos se sentaban en unos bancos al aire libre, en contacto con arboledas plantadas en esos predios que eran los pulmones de la ciudad; al emplear esos combustibles que utilizaban debían tener cada tanto una plaza que absorba y renueve el aire contaminado.
–Entiendo.
–Anote lo que le digo así conseguimos llegar donde le pido.
–Sí, señor.
–En esa plaza se encontrará con senderos diagonales que lo conducen al centro exacto del lugar, donde hay un monolito o algo así. Una vez hecho contacto con el monolito en cuestión, comenzará a perforar de abajo hacia arriba, hasta salir a la superficie. Ya demarcamos la zona, no se preocupe que ninguna excavadora estará en esa sección hasta que ustedes emerjan.
–¿Pero por qué debemos hacer otro agujero, general?
–Porque excavar con grandes vaciadoras sobre una plaza nos evitará chocar con las edificaciones. No tenemos registros de las alturas de las mismas.
–Entiendo – dijo Boutique asintiendo con gesto adusto.
Boutique acató las órdenes del general y, una vez encontrado el centro de la plaza y el monolito, que estaba partido y caído en el piso, comenzaron a perforar hacia arriba, aunque ya terminaba su turno; le dio las nuevas disposiciones a sus compañeros y partió por la lucarna del Correo rumbo a la superficie. Se sentía un poco abombado de tanto estar bajo ceniza. Necesitaba sacarse ese uniforme y ya era hora de ver a Vitraux. Salió a la superficie y miró el inmenso piletón que habían creado las vaciadoras. Era imponente. Su nave parecía un juguete estacionado muy cerca de la descomunal pared que se había generado con el vaciamiento. Voló hacia su nave con sus propulsores individuales y antes de ingresar se regaló un nuevo vistazo. Desde ahí arriba era mucho más impresionante, hipnotizaba quedarse mirando aquel piletón inmenso.

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