Una vez abajo se encontró con sus compañeros y comenzaron a succionar ceniza con rumbo este. Luego de dos horas más de vaciado terminaron de una vez por todas con la plaza. Ya la odiaba: sólo banquitos, vereda, montículos de tierra; nada interesante para su ojo ávido de descubrimiento. Hacia la derecha del camino que diseñaron desde el correo encontraron una calle, la cruzaron y enseguida se toparon con una columna de mármol negro, mármol negro con vetas de color verde oscuro. La limpiaron y descubrieron por completo. Era muy alta; aproximadamente a la altura de la frente de Boutique nacían dos gordas columnas gemelas de cemento, pegadas una a la otra. Sobre las columnas, que según el reloj del aspirador medían más de seis metros de alto, encontraron las estatuas de dos niños humanos desnudos y con alitas de ave en las espaldas que sostenían enfrentados un gigantesco plato con un escudo en su interior. Boutique le pasó la mano por la cara a una de las estatuas. Tenía los ojos ahuecados y era bastante rechoncho. Miró a su compañero que estaba justo debajo de sus pies observando con dificultad hacia arriba mientras recibía una lluvia constante de ceniza en el ojo y se apresuró a terminar. Arriba de los humanitos alados, un inmenso triángulo de concreto se erigía sobre los niños, albergando a dos humanas adultas en la misma posición que los niños-ave, y sostenían un escrito inmenso de piedra que decía:
RE NA
DEL
S S
ROSARIO
RUEGA POR
NOSOTROS
Ambas mujeres contaban también con extrañas alas en sus espaldas, alas enormes. Boutique bajó por el otro par de columnas continuando con la extracción de ceniza hasta el nivel inicial. Limpiaron todo el interior que custodiaban aquellas columnas y descubrieron una galería enorme que los invitaba a ingresar con ocho grandes escalones que conducían al interior. Sobre un costado, apoyado contra una de las bases de mármol negro, un esqueleto les rogaba algo sentado con su culo en el piso y una mano extendida hacia ellos apoyada en su rodilla, con gesto desesperado. – Todos los esqueletos tienen gesto desesperado – pensó Boutique, aunque este en particular tenía algo raro, parecía más desesperado que el resto de los esqueletos con los que ya se había topado, lo observó un rato y luego negó con la cabeza, desestimando esa estúpida ocurrencia. Y subió los escalones.
La galería a la que no lograban encontrarle el techo les daba la bienvenida con una magnífica puerta de madera, Boutique apoyó su mano en un desproporcionado manijón redondo y lo presionó para entrar pero Beckenbauer lo tomó del brazo haciéndole señas que ya era hora de irse. Boutique lo miró, miró la puerta, la abrió un poco y metió la cabeza dentro. Con su linterna-vincha dio un vistazo apurado. El lugar era inmenso y estaba libre de cenizas, pero había muchos cadáveres. Boutique tenía ganas de seguir pero sabía que no lo iba a disfrutar haciendo una recorrida rápida, así que cerró la puerta y enfiló hacia el ducto para salir a la superficie. Al día siguiente tendrían más tiempo para explorar.
Capítulo XVI
Cuando llegó a la nave y vio a Bôite organizándose para zarpar se quedó duro, fue al camarote y también el viejo estaba acomodando todo. Se había olvidado que les tocaba volver a la base. Salió enfurecido de la cabina, no podía creer que le tocara irse habiendo hecho justo contacto con otro edificio importante. Se acercó a la nave de Beckenbauer y llamó a la puerta. Bandoneón le abrió con un delantal; estaba cocinando. Y parecía un pelotudo.
–¿Qué pasa? – preguntó Bandoneón con cara de ama de casa, batiendo algo en un bol, apoyado en el marco de la puerta.
–Nada, necesito un favor – dijo Boutique serio. Bandoneón lo miró extrañado.
–Pasá.
–Permiso – le dijo Boutique corriéndolo, un poco desconsiderado. Y Bandoneón se corrió, amable, aunque en realidad no le quedó otra. De no apartarse ambos hubieran terminado en el suelo. Beckenbauer estaba tirado en su vaina leyendo un manual de reparación del sistema de refrigeración de la nave.
–¿Qué querés? – le dijo, haciéndose el molesto.
–Nada, mañana me tengo que ir – Boutique tenía la cara desolada.
–¿Y? – no entendió Beckenbauer. Bandoneón batía en el bol ese menjunje con el ojo bien abierto, mirando a uno y a otro.
–Que no quiero perderme lo que encontramos hoy…– le suplicó. Beckenbauer hizo una mueca de incredulidad.
–¡No rompas las pelotas! ¿Qué te vas a perder?
–No lo sé. No quiero perderme nada. Te pido por favor que me esperes, que si debes continuar ahí abajo arranques para otro lado. Estoy seguro de que tiene que ver con un tema que estoy tratando con el viejo ahora y me gustaría ser testigo de las cosas – se explicó Boutique –. La vez anterior me fui a hacer el service y cuando volví ya habían desmantelado todo el camping ese… Me gustaría estar cuando entremos, que entremos todos juntos, ¿puede ser? – Boutique le imploraba con el ojo angustiado a su amigo de una manera imposible de rechazar. Beckenbauer miró a Bandoneón, que seguía batiendo el menjunje y este, advirtiendo que lo hacía partícipe del intríngulis, lo fulminó con la mirada y se dio vuelta encogiéndose de hombros y yéndose a la cocina con cara de “a mí no me metas”. Beckenbauer volvió a mirar a su amigo consintiéndolo y respiró hondo.
–Por favor te lo pido, te lo pido como amigo – concluyó Boutique, visiblemente compungido. Beckenbauer hizo un largo silencio.
–Bueno, bueno, como si me importara tanto… No te preocupes, mañana le hacemos un service a la perforadora.
–Gracias, hermano, ¡te quiero mucho! – le dijo Boutique y se abalanzó sobre él para abrazarlo. Beckenbauer se atajó pero fue inútil, Boutique se le tiró encima y ambos cayeron al suelo.
–¡Bueno, basta! ¡¿Qué van a pensar?! – dijo Beckenbauer sonrojado.
–Tu jermu está en la cocina, no nos ve – lo cargó Boutique, haciéndose el afeminado, le había vuelto la alegría al cuerpo.
–Andá querés, que ya comemos nosotros…– Beckenbauer lo hechó amablemente mientras se levantaba del piso.
Boutique se acercó a Bandoneón que estaba de espaldas y le zampó un beso en el cuello haciendo que casi se le cayera el bol de las manos. Saludó con una sonrisa a Beckenbauer, que ya había retomado su lectura en la vaina, y saltó de la nave. Ahora estaba más tranquilo. Imaginó la misma situación con Brunette colaborando y le subió un frío por la espalda. Había tenido mucha suerte con el grupo de trabajo que le había tocado.
Cuando volvió a su nave, Bôite le reclamó que estaba haciendo todo solo, que qué esperaba para ayudarlo y Boutique se apresuró a asistirlo con ganas. Se sentaron en la sala de mandos, se calzaron los auriculares e iniciaron el despegue. El piloto automático tomó las riendas de la conducción rumbo a la base y ambos se fueron a dormir.
Capítulo XII
6:17 la nave los despertó avisando que debían comandarla para ingresar en la base. Boutique se levantó y se calzó los comandos dejando dormir al viejo y Bôite media hora más. Estacionó acatando las órdenes de los guiadores y se fue al baño mientras Vitraux salía de su camarote arrastrando la valija rumbo a la puerta y en su paso golpeaba a Bôite, que lo miraba enfurecido.
–Dale que tenemos reunión con el general – lo apuró Boutique.
–No me rompas las pelotas. Andá vos, yo me quedo durmiendo un rato más – le dijo Bôite –. Y después me voy a pasear por ahí. Ya estoy cansado de tantos informes y clases y exploraciones – sentenció –. Me tomo el día de service de descanso – Boutique lo miró comprensivo. Sabía que su amigo no estaba tan enganchado con este trabajo.
–Como quieras – le dijo, dándole una palmada en la rodilla.
Boutique bajó de la nave, se tomó de la cintura estirándose para descontracturar sus trabados huesos por el viaje y enfiló raudo para el pasillo rumbo a la oficina del general. No quería llegar tarde. Crayón lo recibió con un beso y lo hizo pasar con gran amabilidad. Era atractiva al fin y al cabo. Quizás no la había visto bien antes, o puede que en realidad se estuviera sintiendo un poco excitado. Hacía un montón que no tenía contacto con su novia. Ahora que la veía bien Crayón no estaba nada mal. No estaba nada mal en absoluto.
Cuando Apotheke lo vio entrar se levantó de inmediato a recibirlo con alegría. Boutique se sentía incómodo con el trato que le estaban dando. Lo hacían sentir más importante de lo que realmente era.
–Pase, capitán, por favor – lo invitó Apotheke, pomposo.
–Permiso – dijo Boutique con pudor. Apotheke lo miró sorprendido –. ¿Por qué será tan tímido este muchacho? – pensó.
–¡Vamos, amigo! – lo retó – ¡Suéltese! – Boutique hizo una sonrisa nerviosa y Apotheke lo agarró del brazo y lo hizo sentarse, acompañándolo como si se tratase de un ciego –. ¿Y? – lo consultó inquieto.
–¿Señor?
–¡¿Qué le pareció Rosario?!
–Linda…– dijo Boutique con cara alegre, como cantando las palabras.
–¿Linda? – se ofuscó Apotheke con una mueca como si hubiera olido algo feo.
–Sí, señor, muy linda ciudad – confirmó Boutique, que seguía con esa cara embelesada de chevalier recién nacido.
–¡Pero si todavía no vio nada! – se indignó Apotheke, haciendo que Boutique se despertase de su estúpida ensoñación.
–Perdón, señor, tiene usted razón – dijo con la cara repuesta y mirando al general al ojo –. Me refiero a lo poco que vi, me gustó mucho. Las construcciones son imponentes, los techos altísimos, los espacios generan eco.
–Capitán, usted ingresó a Rosario por un edificio llamado Correo. Junto con las iglesias, los lugares de enseñanza católicos y los edificios de justicia, son las construcciones más imponentes, antiguas y mejor edificadas de la ciudad. Ya le va a tocar ingresar en una vivienda común y verá que no tiene nada que envidiarle a las nuestras – le explicó Apotheke.
–¿Iglesias? – consultó Boutique.
–Iglesias, ¿Vitraux todavía no le habló de la religión? – preguntó Apotheke temeroso.
–No, mi general. Estábamos por dar precisamente esa materia cuando descubrí otra edificación importante y tuve que regresar a la base por el service semanal – le indicó Boutique, mostrando disconformidad en su cara.
–Y qué… ¿se quería quedar?
–¿La verdad? Sí, mi general, estoy muy entusiasmado con todo esto. No pensé que iba a interesarme tanto la vida de estos seres. Ayer cuando finalmente dejé de rodear unas columnas como un arácnido desconcertado logré dar con otra soberbia construcción y justo en el preciso instante en que consigo descubrir el ingreso se termina el turno y me vuelvo a la nave con la esperanza de continuar al día siguiente…– le explicó Boutique –. Cuando llego y los veo a Bôite y Vitraux organizando la partida…, me quería matar – Apotheke lo miró, reflexivo.
–¿Tanto lo atrapó la historia?
–Sí, mi general, es muy apasionante – se confesó Boutique – En realidad, no sé si apasionante es la palabra correcta para describir lo que siento…
–¿Cuál sería la correcta? – lo indagó Apotheke. Boutique se quedó un instante en silencio intentando encontrarla.
–No lo sé, mi general, es una mezcla de indignación, tristeza, impotencia – señaló Boutique negando con la cabeza con el ojo mirando el piso, jugueteando con las manos aferradas sobre su regazo – Apotheke se levantó y se quedó de espaldas a Boutique, pensando con la mirada perdida en su biblioteca personal. Los dos quedaron en silencio un buen rato, absortos.
–Lástima – dijo el general, escueto, y Boutique levantó su mirada. Apotheke giró y caminó junto a su capitán –. Lástima – repitió –. Hace muchos años que estudiamos el comportamiento de esta extraña raza y hasta ahora jamás hemos entendido por qué razón nunca lograron despegarse del dinero, ese terrible flagelo que los consumió – se confesó Apotheke. Boutique asintió con la cabeza y volvió a mirar el suelo.
–Sí, mi general, es lo que más me perturba – Boutique lo miró con el ojo enrojecido y acuoso.
–Si el tema le interesa tanto como veo puedo subirlo de rango y puede dirigir toda la exploración rosarina – le ofreció Apotheke con cara de pícaro, tratando de sacar a su capitán de esa angustia que se había hecho carne en él. Boutique lo miró entre asustado, extrañado y eufórico. Ya le había cambiado la cara.
–¿De verdad? – preguntó ansioso –. ¿Usted haría eso?
–¿Por qué no? Es muy bueno en su trabajo, está apasionado con el tema, tiene un hambre de conocimientos que pocas veces vi…– hizo un silencio mirándo fijo a Boutique –. ¿Quién sería mejor que usted en el puesto? – Boutique se levantó y lo abrazó con fuerza; el general trató de separarse pero fue en vano, terminó dándole suaves palmadas en la espalda mirando hacia arriba como una abuela que contiene a un nietito que acaba de darse un feo golpe y llora desconsolado en su regazo. Luego Boutique se dio cuenta de que se le había ido la mano y, mirando el piso, se volvió a sentar. Tenía la respiración acelerada. Apotheke se protegió detrás de su escritorio sentándose en su sillón, temeroso de otro ataque de amor y ambos hicieron un tenso y prolongado momento de silencio.
–Sería un honor, mi general. Realmente estoy sorprendido y no quepo dentro mío de la alegría que me da escuchar su propuesta – se confesó Boutique, visiblemente conmocionado por el ofrecimiento. Apotheke se apoyó con sus regordetes codos en el escritorio y entrelazó sus infladas manos inclinándose un poco para adelante.
–Mañana parte con una nueva nave hacia la zona de exploración en compañía del gran maestro. Tomará clases de historia y dirigirá la investigación completa. Cada hallazgo que hagan sus exploradores deberán informárselo a usted, y usted luego me dará el reporte. Tendremos reuniones usted y yo cada quince días; una vez viene usted, una vez voy yo – dijo Apotheke.
–Pero, ¿qué hacemos con mi compañero? – se preocupó Boutique.
–Su colega tiene el mismo interés en descubrir esta ciudad que cualquier otro explorador – señaló Apotheke –. Continuará haciendo sus tareas en la nave 037 junto con un colaborador a designar – dijo el general abriendo la carpeta para buscar algún reemplazo. Boutique se asustó. Bôite no iba a tomar como una gracia su ascenso ya que se quedaría solo. Si encima le encajaban un compañero que no fuera de su agrado, iba a haber problemas.
–¿Me permite elegir, mi general? – preguntó Boutique temiendo propasarse. Apotheke lo miró sorprendido.
–Adelante – le dijo extendiéndole la carpeta con los nombres. Boutique la tomó con sus manos y comenzó a leer el listado señalándo el renglón que iba leyendo con el dedo índice que le salía del pecho.
–¿Y? ¿Encontró algo? – le preguntó. Boutique lo miró, volvió a releer la lista y no le quedaron dudas.
–Bufete me parece el más indicado – le dijo, cerrando la carpeta y depositándola en el escritorio.
–¿Bufete? Ni sé quién es…– dijo Apotheke, escéptico.
–Se llevan bien, eso es lo importante. Como usted bien dice, Bôite está haciendo esto sólo por colaborar con la causa. No está atrapado con la historia. Si no le ubicamos un colaborador con el que tenga una relación de amistad, la labor se convertirá en una molestia para él y para todos los que estemos trabajando – sentenció Boutique. Apotheke lo miró complaciente y se levantó.
–Tiene usted razón, capitán – le dijo, y de inmediato se corrigió – Perdóneme, lo bajé de rango, coronel…– se retractó guiñándole su ojo y extendiéndole la mano. Boutique se levantó extasiado, completamente superado por la situación. Y apretó la mano del general.
–Muchas gracias, mi general. No se va a arrepentir. Lo prometo.
–Lo sé – dijo Apotheke – Ahora vaya a descansar que mañana tiene un gran día. Comuníquele a su compañero la nueva disposición y a la noche se viene a comer conmigo y con Vitraux – le ordenó –. Ya aviso que preparen su nueva nave.
–Gracias, mi general. En verdad estoy un poco abombado con la noticia.
–Por eso, vaya a acostarse un rato, así se recupera del shock.
Boutique se fue de la oficina de Apotheke realmente mareado. No podía creer que hubiese sido ascendido a coronel. – ¿Yo? ¿Coronel? – pensó. Había llegado al planeta Tierra como el más común de todos los exploradores, buscando retribuir a su pueblo como le correspondía a un macho joven. Nunca jamás hubiera imaginado que volvería a Marte ascendido y con todo un abanico de posibilidades de estudio en el que jamás se hubiera interesado de no haber viajado a la Tierra. Se metió en el bar y vio a Bufete de espaldas que, apoyado en la barra, tomaba nota de unos pedidos de las mesas cuatro y treinta y ocho. Se acercó y le apoyó una mano en el hombro, clavándole el dedo índice que le salía del pecho en la espalda.
–Quedate quieto o te rasco – lo amenazó. Bufete levantó ambas manos y se dio vuelta, y ni bien vio a su amigo se fundieron en un abrazo.
–¡¿Cómo estás?! – exclamó, extrañado de ver a Boutique en su lugar de trabajo.
–Bien. Ascendido – dijo Boutique atónito. Bufete lo miró con respeto y se hizo una venia de esas que había visto en las películas terrestres que pasaban en la pantalla gigante de la sala de ocio.
–Pará, boludo, no hagas bardo que no quiero que se entere nadie todavía. No quiero que me rompan las pelotas – le suplicó Boutique – Mañana temprano salís en mi reemplazo con Bôite. Te vas a explorar con él – le ordenó serio. Bufete se lo quedó mirando.
–Como mandes… Ya estaba un poco cansado de esta labor. Me viene bien cambiar un poco de aire…
–Me tengo que ir. Ya lo sabés, mañana te quiero a las tres en la sala de despegue. Salen temprano, así duermen en el viaje – Boutique daba órdenes, impetuoso; le sentaba bien su nuevo rango.
–Cómo no, coronel, ya me voy al camarote – dijo Bufete, haciéndose el grumete lamebotas. Boutique miró el reloj que había en el bar. Ya eran las diez de la noche, hora de Rosario. Debía apresurarse.
Se metió en su camarote y se bañó. Mientras enjuagaba sus partes pudendas, escuchó que la puerta de su habitación se abría y miró por el espejo del baño que le reflejaba la entrada de su cuarto. Era un ordenanza joven que le traía su nuevo uniforme. Le agradeció desde la ducha y salió apurado mojando el piso para ver su nuevo morlaco. Era espléndido, de color negro absoluto con dos líneas transversales blanco fosforescente en el lado izquierdo de su pecho. Y nada más, el resto del equipo era de uso general, todos utilizaban las mismas máscaras, las mismas botas, los mismos guantes y los mismos respiradores. Se lo puso. Le quedaba impecable. Se quedó un rato largo mirándose en el espejo y haciendo poses ridículas cuando la puerta se abrió y entró nuevamente el ordenanza con su flamante gorra. Boutique hizo como que acomodaba algo en su uniforme, temiendo que lo hubiese enganchado haciendo monerías. Y lo había enganchado, sólo que se hacía el pelotudo.
–Acá se la dejo. Está recién bordada – le indicó el maestranza.
–Gracias – le dijo Boutique –. Puede retirarse.
El joven se fue haciendo una reverencia y cerró la puerta. Boutique abrió el paquete y sacó su nueva gorra de coronel, negra, con sus respectivas barras paralelas blanco fosforescente a cada lado y las iniciales CB en el frente: Coronel Boutique. Se la calzó en la cabeza y se miró al espejo poniéndose de costado. Se volvió a inspeccionar el uniforme acariciando hacia abajo ambos lados del morlaco y levantó el mentón. Se veía estupendo.
En los pasillos todos lo miraban extrañados. Boutique caminaba imperturbable a ver a su amigo para luego asistir a la cena con Apotheke y Vitraux, saludando con cortesía a quienes le brindaban una sonrisa. Llegó a su nave, su vieja nave. Los mecánicos que limpiaban las turbinas ni se dieron cuenta que era él y siguieron con su trabajo. Entró y vio a Bôite que estaba buscando algo en la repisa detrás de su vaina.
–Capitán, ¿qué hace? – le dijo Boutique con tono grave y adusto. Bôite, del susto, se pegó la cabeza contra el tirante que sostenía la vaina y se dio vuelta dolorido.
–¿Qué hacés así vestido, paparulo? – lo retó.
–Más respeto, capitán, está hablando con su coronel a cargo – le dijo Boutique haciéndose el poderoso. Bôite se acercó y le olió el traje. Lo miró al ojo, le acarició las bandas blancas de coronel que tenía en el pecho y lo volvió a mirar.
–¿Qué quiere decir esto?
–¡Me ascendieron! – le dijo Boutique con una alegría que le explotaba en la cara. Bôite lo midió con el ojo tratando de enganchar la trampa – ¡En serio! ¡Fui a hablar con el general y el tipo me ascendió!
–¿En serio? – repitió Bôite como un pavote.
–Posta – le confirmó Boutique y Bôite se le tiró encima, abrazándolo fuerte, Boutique intentó separarse, pero fue en vano.
–¡Pará, nabo!, que me vas a arrugar el uniforme – se lamentó Boutique, planchándose el inmaculado morlaco con las manos.
–¡Ay! ¡Cuidado! – lo cargó Bôite amagando abrazarlo nuevamente.
–No, en serio, bobo. Tengo una cena con el general y tengo que estar bien…– le explicó Boutique.
Bôite no entendía nada pero estaba realmente contento por el logro de su amigo. Boutique le contó con lujo de detalles todo lo que pasó en la reunión, de la explicación que le dio Apotheke del por qué de la designación. Bôite lo escuchaba apoyado contra la mesa de observaciones de la nave con los brazos cruzados y una sonrisa enorme. Estaba muy feliz. También le explicó que en adelante debería explorar con Bufete. A Bôite le encantó la idea, y se lo agradeció. Se abrazaron largo. A Boutique se le cayeron un par de lágrimas que quiso ocultar, pero sin conseguirlo. Bôite las sintió en su hombro y lo consolaba acariciándole la nuca. Boutique se despegó de su amigo apretándole los hombros en un gesto de agradecimiento y partió rumbo a la cena con Apotheke. Bôite se quedó mirando un punto fijo en la sala de mandos de la nave, enajenado, muy conforme con la designación de su amigo.
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