martes, 22 de enero de 2013

Capítulos XVIII y XIX





El nuevo coronel apareció por las puertas de entrada del restaurante y levantó el ojo en busca de su mesa. Apotheke estaba sentado en un sillón debatiendo cosas con el gran maestro cuando vio entrar a Boutique y se levantó de un salto, llamando la atención visual del resto de los comensales.
–Amigos, silencio por favor, quiero darles una noticia – dijo Apotheke tintineando una copita a los demás marcianos que se encontraban en el recinto en sus respectivas reuniones. Todos callaron de golpe – A partir del día de hoy, el capitán Boutique ha sido ascendido a coronel, ha demostrado que ama lo que está haciendo más que cualquier otro, por lo que decidí su ascenso y lo he designado jefe de la exploración en Rosario. Démosle un caluroso aplauso ya que se lo merece – terminó y comenzó a aplaudir aparatosamente para avivar al resto, que lo acompañó de inmediato en el aplauso. Todos se pusieron de pie para vitorear a Boutique, y Boutique sintió que le iba a explotar el pecho de la emoción. El general lo miró y le hizo señas con una mano para que se acercara a su mesa mientras con la otra palmeaba el lugar donde debería sentarse. Boutique saludó con la cabeza al resto de las mesas y enfiló hacia Apotheke. Lo saludó respetuoso y luego le dio un fuerte apretón de manos a Vitraux, que hizo un gesto de dolor.
–Gracias, general, realmente no sé qué decir…– dijo Boutique, abochornado.
–No diga nada. Siéntese y disfrute – le dijo Apotheke, y Boutique se sentó y disfrutó.
–¿Qué va a comer? – le preguntó Apotheke – Acá carótidas no hay…– se disculpó.
–No sé, estoy un poco revolucionado con todo esto. Lo que usted coma para mí estará bien.
–Perfecto – dijo el general levantando su mano derecha para que se acerque el maître.
–Buenas noches – saludó el maître, respetuoso, apretando con ambas manos una carpetita negra contra su abdomen y haciendo una reverencia –. ¿Los marcianos van a pedir? – consultó.
–Sí, tráiganos unos escalopes de rumenigge – dijo Apotheke pensativo, con un dedo en el labio inferior mirando hacia arriba. Vitraux hizo cara de asco. Apotheke le apoyó una mano en la rodilla y lo miró, consultante, pero el maestro hizo un ademán de aceptación, mostrando que había hecho una broma.
–Muy bien – anotó el maître –. ¿Y de tomar? – preguntó.
–No sé…– dudó Apotheke –. ¿Todos toman naranjada? – consultó mirando a sus invitados. Boutique puso cara de disconformidad y Vitraux lo acompañó con el gesto de desagrado –. Pidan ustedes lo que quieran, a mí me da igual – se desentendió el general.
–Con el coronel preferimos tomar una botella de vino…– se disculpó Vitraux, con una mano en el pecho –. Debés entender que no podemos dejar pasar un momento tan importante para el amigo acá presente tomando naranjada…– lo retó. Apotheke hizo una mueca de desentendimiento moviendo sus hombros hacia arriba.
–Si me permite, le puedo ofrecer una sugerencia – se animó el maître, viendo que ambos estaban con ganas de buen vino.
–Cómo no – aceptó Vitraux.
–Tenemos una botella de Telefunken, cosecha 48, que es muy recomendable – ofertó el maître haciéndose el gran conocedor. Vitraux y Boutique se miraron y encogieron de hombros haciendo una U invertida con sus labios.
–De acuerdo, tráiganos una de esas – ordenó Vitraux.
–¿Los escalopes con qué los van a acompañar? – consultó el maître y los tres se miraron, escudriñándose.
–¿Puré? – votó el general. Boutique y el maestro asintieron. El maître se alejó haciendo una reverencia respetuosa.
Apotheke se tiró para atrás, apoyándose cómodo en el respaldo del sillón y se cruzó de piernas a duras penas mientras le seguía dando sin parar a la cazuelita de rodetes que ofrecía el salón como tentempié. Terminó de masticar y miró fijo a Boutique, que estaba observando el lugar con las manos entrelazadas apoyadas en sus rodillas.
–¿Le puedo hacer una pregunta?
–Cómo no – dijo Boutique volviendo de sus inescrutables pensamientos.
–¿Qué conclusión saca de todo esto?
–Es muy prematuro todavía…– lo interrumpió Vitraux, alzándose aparatoso para agarrar un rodete. Apotheke se los estaba devorando.
–¿Por qué? – se indignó el gordo encogiendo los hombros.
–Recién empieza, debe tener un matete en la cabeza…– lo disculpó Vitraux.
–No, maestro, le agradezco su preocupación, pero realmente me gustaría mucho disertar sobre este tema – dijo Boutique utilizando un vocabulario más digno de un coronel.
–Bien, lo escucho – Apotheke lo miró desafiante y Boutique resopló, tomándose un minuto para pensar.
–No entiendo. No entiendo cómo ocurrió lo que ocurrió, en primer lugar – comenzó Boutique – Estos humanos tenían un planeta envidiable, con unos recursos fenomenales y con un clima perfecto – sentenció –. Considero bastante ridículo el final. No me explico… No sólo el tema de la contaminación, sino tampoco entiendo cómo fue que se embarcaron en esa desastrosa forma de vida que los llevó a distanciarse de los valores más indispensables que puede tener un ser vivo – Boutique se explayaba con cuidado –. El tema del dinero es realmente sorprendente, ¿cómo llegaron a eso? ¿cómo lograron…? – no encontraba la palabra correcta – ¿domesticar? a la gran mayoría de los humanos para vivir en las condiciones deplorables en que vivían. Cómo esos humanos, carentes de las más mínimas condiciones de bienestar, permitían que unos pocos vivieran vidas exageradamente cómodas. ¿Para qué necesitaban esos pocos humanos esas vidas cómodas? ¿Cómo podían conciliar el sueño por las noches?, sabiendo que otros humanos, la gran mayoría, pasaban hambre y tenían sus necesidades básicas incompletas – dijo Boutique mirando la cazuelita vacía de rodetes, absorto. Apotheke le echó un vistazo al viejo, que le devolvió una mirada de resignación.
–Eso mismo pensaba yo cuando comencé – le confesó con el gesto serio –. No hay excusas para lo que ocurrió. No puede venir un humano que revivamos a explicarme nada porque no lo voy a entender, y supongo que él tampoco encontrará las palabras justas para defenderse. Es muy descabellado todo. Muy delirante – sentenció Apotheke, relojeando la cazuelita vacía y cabeceando enérgico buscando al maître para pedirle otra.
–Los humanos fueron acorralados, muy lentamente, con mucha inteligencia y mucha constancia – se metió el viejo mirando a su alumno con ternura – “El hábito es el más grande adormecedor”, dijo alguna vez un humano llamado Beckett.
–Como las drogas de las que hablamos, como el cigarrillo – apuntó Boutique. Vitraux se sonrió complaciente mientras Apotheke miraba al maestro, exaltado.
–Padre, este muchacho se las trae…– señaló el general y Vitraux lo retó con la mirada, no quería que Boutique se sintiera superior, su inocencia era la mejor herramienta y su voracidad de conocimientos era óptima; debían dejarlo pensar sin darle demasiada importancia a lo que decía. Apotheke calló. Y el viejo volvió a mirar a su discípulo.
–Interesante pensamiento: como las drogas – repitió apasionado –. Es una teoría que nos ronda desde hace tiempo al no encontrar una respuesta valedera a lo que sucedió. Es probable que hayan supuesto que las cosas eran así, por estar “habituados” a eso y así había que tomarlas, sin ponerse a cuestionar nada de lo que ocurría a su alrededor – señaló Vitraux –. Como si hubieran estado drogados por alcanzar ese bienestar inalcanzable y nunca hubieran advertido que jamás lo conseguirían – Vitraux hizo un silencio y repitió asintiendo con la cabeza – Como las drogas…
La charla continuó por horas mientras comían los escalopes con puré y tomaban vino y naranjada entre debates iracundos sobre la raza humana, luego se despidieron y se fueron cada uno a su camarote. Boutique caminó por los pasillos de la base con la gorra en una mano y la mirada perdida en el piso, estaba medio borracho y la cabeza le iba a mil, no podía parar de pensar en todo lo que estaba aprendiendo. El día siguiente iba a ser muy importante para él, aterrizando en el planeta con el cargo de coronel. Debía descansar.


Capítulo XIX

Boutique no podía seguir un minuto más en esa cama, le dolía la cabeza como si tuviera clavada un hacha en la frente, no había resultado bueno el Telefunken ese al fin y al cabo. Se dio una ducha, se puso su nuevo uniforme y fue al bar a tomar el desayuno, pero aún no había nadie ordenando pedidos, eran las 5:30. Con la ansiedad que tenía por empezar ese nuevo día no había advertido la absurda hora que era. Eligió una mesa junto a la pared de vidrio que daba al pasillo distribuidor de la base y se puso a hojear unas revistas argentinas que habían recolectado en aquel camping de Santa Rosa, todas referidas a la pesca, extraño deporte en donde el humano debía luchar contra un pez con una mínima vara que portaba en uno de sus extremo un hilol secreto estaba en dominar dicho animal con la vara más pequeña y fina posible para luego sacarle una foto y devolverlo al agua con la boca rota por el gancho filoso que se encontraba en el extremo del cordel, que se clavaba destrozándole la trucha al inocente pez que lo mordiese suponiendo un exquisito manjar. Una cosa de locos. En la tapa de la revista había un humano adulto con un gorrito naranja sonriendo como un pavote mientras sostenía un enorme pez con sus antebrazos – Se ve que pesa bastante…– pensó mientras pasaba las hojas con desgano.
Desde la barra, un nuevo marciano que se encargaba del bar se acercaba a su mesa para tomar el pedido.
–Buen día, coronel – lo saludó el reemplazo de Bufete con mucha cara de dormido.
–Buen día, perdón por la hora…– se disculpó Boutique.
–No hay problema, señor. Es mi turno.
–¿Y? ¿Te gusta?
–No me molesta. Es una etapa más antes de poder encarar algo serio – dijo el marciano apoyándose con el codo en una silla, con el repasador en la otra mano mirando con desinterés la ventana que daba al pasillo.
–¿Cómo te llamás?
–Mosaico – dijo escueto.
–Yo soy Boutique.
–Encantado, señor – lo saludó con respeto. Boutique lo miró calculando la edad.
–¿Cuántos años tenés?
–Treinta, señor.
–Ah, sos pibe todavía…
–Sí, todavía me falta…– se lamentó sin tener claro qué iba a hacer en el futuro cuando regresaran a Marte, o cuando madurara, y para ninguna de las dos cosas faltaba mucho.
–¿Y qué te gusta?
–Me llevo bien con la ingeniería. Me siento cómodo con eso. Pero todavía tengo que ver… Ya estoy haciendo algunas cosas… La verdad, siento que es lo mío – le dijo con seguridad.
–Bueno pero no te apresures, tenés tiempo todavía.
–Sí, por supuesto – dijo el joven, pero se notaba que estaba un poco preocupado por su futuro –. ¿Va a desayunar? – le preguntó.
–Sí, por favor – dijo Boutique con las manos entrelazadas, mirando al joven con admiración –, ¿qué hay?
–Hoy le puedo ofrecer panqueques de ardiles o virulanas, hay saladas y dulces – lo convidó moviendo la cabeza hacia ambos lados, separando en el aire las “saladas” de las “dulces”. Boutique hizo cara de saciado.
–Los panqueques están bien – pidió el nuevo coronel, descartando las virulanas, le caían pesadas.
–¿Y de tomar?
–Café con leche – ordenó.
–Con permiso – Mosaico se retiró bajando la cabeza, respetuoso.
–Vaya nomás – Boutique también lo saludó con respeto.
Boutique desayunó despacio, mojando los panqueques en el café y disfrutando cada bocado como si fuera el último con el ojo perdido en la pared del bar, pensando. Pero a las 6:30 ya no tenía más nada que hacer ahí y se le había dormido el culo de tanto estar sentado. Se le ocurrió pasar por la habitación del viejo, quién sabe el maestro ya estaba despierto. Se paró de golpe y las rodillas le demostraron que no es bueno estar sentado en una silla tan incómoda tanto tiempo, y el culo también se quejó, disparando sin rumbo cientos de miles de hormigas enloquecidas. Hizo una mueca de dolor y saludó con una mano a Mosaico, que le devolvió el saludo desde atrás de la barra mientras la limpiaba con un trapo. Caminó por los pasillos con alguna dificultad hasta que se le fue pasando el hormigueo; de a poco las hormiguitas volvían a su hogar. Todavía no andaba nadie por el lugar. Se sintió un idiota despertándose tan temprano. Llegó al camarote del viejo y apoyó su oreja en la puerta, se escuchaba música. Golpeó despacio y volvió a poner la oreja en la puerta, escuchó que Vitraux bajaba el volumen y se retiró un paso hacia atrás, esperando. El maestro abrió la puerta y lo miró fastidiado. Boutique se avergonzó, no imaginó que el viejo podría molestarse.
–¿Qué hace despierto a esta hora, coronel? – le preguntó, iracundo, con las manos abiertas a cada lado de la cintura.
–Disculpe, maestro, es que estoy un poco ansioso con el día de hoy…– se atajó Boutique. Vitraux abrió la puerta de par en par y se corrió para dejarlo pasar – Gracias, perdóneme – dijo mientras atravesaba la puerta.
–Pase, pase…– dijo el viejo, comprensivo.
–Hace más de una hora que estoy despierto, me fui al bar a desayunar pero ya tenía las patas entumecidas de estar ahí – detalló Boutique – ¿Estaba escuchando música? Por eso golpeé. Me tomé el atrevimiento de escuchar tras la puerta si usted estaba haciendo algún ruido – se confesó –, de lo contrario no hubiera golpeado – Vitraux se fue caminando dándole la espalda hacia un aparador en donde tenía un extraño aparato.
–Esto es de lo que le hablé – Vitraux le señaló la máquina con desgano.
–¿Señor? – preguntó su alumno, desconcertado.
–El aparato de música de estos humanos – aclaró Vitraux – Este me lo dio Brunette, lo trajo de su recorrido por tierras brasileñas ¿Recuerda que se lo mencioné?
–Cómo no, maestro, lo recuerdo – Boutique, intrigado, quería ver los discos.
–Pero no hay mucha información, es toda basura…– dijo el viejo, desanimado – Espero que ahora podamos recolectar más música. Esto que consiguió Brunette no es bueno – Vitraux le mostró tres extraños y pequeños platos espejados, Boutique se acercó a verlos: “Os Paralamas do Sucesso – Big Bang” decía uno de los inquietantes platitos, otro decía “Os Mutantes – Mutantes ao vivo”, y el tercero rezaba “Xuxa – Luz no meu caminho”.
–Ese es terrible…– advirtió Vitraux señalando asqueado el platito que decía Xuxa. Los otros dos más o menos zafan, pero muy más o menos – dijo haciendo cara de buena voluntad – Pero ese… Diga usted que no está permitido destruir evidencia, porque sino… ya lo hubiera descartado al espacio exterior.
Boutique se quedó mirando los platitos mientras el viejo puso el de “Os Paralamas” para escucharlos un rato. A Boutique le gustó bastante, aunque Vitraux le señalaba que todavía no había escuchado nada. Se quedaron juntos hasta la hora de partir. Boutique lo ayudó con sus bagajes y caminaron por los pasillos rumbo a la nueva nave. En quince minutos debían reportarse en la zona de despegue para atender las órdenes del general Apotheke.

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