viernes, 12 de julio de 2013

Capítulo LX




Llegaron a gomería Raulito y Bôite y Boutique sacaron del depósito de la nave los neumáticos viejos del Torino mientras Bufete buscaba en la pared del lugar el tablero eléctrico para conectarle la pastilla de energía. Y la encontró enseguida. Sacó de su morlaco una tijera y cortó los cables lo más al ras posible de unos pocillos de porcelana que alguien había conectado ahí dentro. Muy delirante. Les peló la punta, sacó la pastilla de energía del otro bolsillo de su morlaco y le encajó los cables, que se hundieron fácilmente en el interior del gelatinoso repuesto energético. Luego se dio vuelta y se sentó en el piso cruzándose de brazos y bajándose la gorra; quería dormirse una siesta.
–Eu, no te duermas… Mirá que nos tenés que dar energía – le dijo Boutique, tratando de no retarlo. Bufete se levantó la vicera de la gorra y lo miró.
–Ya conecté la pastilla, ahora hay que esperar media hora para que lea todas las bajadas – le dijo, corto y conciso; y se bajó nuevamente la gorra acomodándose contra la pared –. Cuando esté lista te vas a dar cuenta solo…
Boutique miró por arriba de la cabeza de Bufete y observó la pastilla que, enchufada a unos cables, iba cambiando de color y de textura, como estudiando qué cantidad de potencia debía soltar. Boutique no sabía que las pastillas de energía podían hacer eso. Nunca se había interesado por esas cosas. Se sentó a esperar la inconveniente media hora sobre un enorme neumático de más de un metro de diámetro muy parecido en tamaño a los que usaban las recolectoras de ceniza que había fuera del piletón. Hundió su culo dentro y apoyó su espalda contra el caucho. Se quedó mirando de lejos como la pastilla cambiaba su color de rosa a púrpura, de púrpura a violeta, de violeta a azul oscuro. Y se durmió.
Cuando Bufete lo sacudió, Boutique abrió el ojo de golpe y la luz de los faroles del techo de la gomería le lastimaron la vista. Se cubrió con una mano e intentó levantarse, pero se había atorado. Sus compañeros lo ayudaron a salir de la trampa de goma en que se había encajado y finalmente se paró y contempló el depósito, enaltecido por la luz que ahora lo iluminaba con justicia. Todas las máquinas tenían a sus costados pantallas con extraños datos. Se acercó a la elevadora que mantenía el Chevy 2 suspendido en el aire y le apretó un botón rojo que tenía una flecha que señalaba el suelo. Y el Chevy 2 comenzó a descender despacio, mientras la elevadora hacía un soplido agudo.
–Estamos listos – le señaló Bôite, viendo que su amigo estaba medio lento por la falta de sueño y por la siesta corta pero necesaria que se había regalado dentro del gran neumático. Boutique lo miró con alegría. Estaba encantado con aquel lugar.
–¿Y qué esperamos? – les dijo enfilando hacia donde habían dejado las cubiertas del Torino.
Tomaron una cada uno excepto Bufete, que tuvo que agarrar dos. Boutique se arrimó a la máquina que habían visto el día anterior y le colocó la cubierta en un costado, a nivel del suelo. Bôite lo miraba sorprendido. Bufete dejó en el suelo las dos cubiertas que traía y se fue a la vereda a sentarse sobre uno de los conos de cemento. No le atraía en lo más mínimo el tema de los neumáticos terrestres. 
La máquina tenía una gran espátula de acero sobre un costado. Boutique se la colocó al neumático cerca de la llanta y presionó el pedal. Un brazo hidráulico apretó la cubierta hasta despegarla de la llanta con un violento ¡POF!; luego soltó el pedal y la espátula volvió a su posición tradicional liberando la rueda. Boutique la tomó con ambas manos y la colocó sobre la mesa giratoria, miró en el tablero de mandos y giró una perilla. Luego apretó nuevamente el pedal y el plato metálico comenzó a cerrarse, apretando la llanta. Un instante después un enorme brazo que estaba inclinado hacia atrás se enderezó quedando perpendicular a la mesa de trabajo. Boutique sacó de un costado de la máquina un enorme hierro plateado, lo atravesó entre el brazo y la llanta y presionó hasta hundir la punta dentro del neumático, y luego lo movió, palanqueando hacia atrás. Lo sostuvo con una mano, giró nuevamente la perilla de mandos y volvió a apretar el pedal. La cubierta comenzó a girar despacio sobre el plato y el hierro, sin que Boutique hiciera más fuerza que la de sostenerlo hacia abajo con su propio peso bajo el codo, empezó a extraer el neumático en un solo giro lento pero constante. Una mitad de la cubierta ya estaba fuera de la llanta, la dio vuelta y repitió la labor. Y la goma quedó liberada. Bôite se quedó mirando a Boutique completamente alelado, parecía que su amigo había nacido para gomero.
–Fijate que allá, en la otra punta, hay una máquina igual – Boutique le señaló el fondo del depósito –. ¿No querés ir sacando otra? Así ganamos tiempo…– le pidió. Bôite miró hacia atrás con la cara seria y el ojo desorbitado, tomó otra rueda y se fue hacia el fondo memorizando los pasos que Boutique había dado. No parecía tan difícil.
Terminaron de extraer los cuatro neumáticos y comenzaron a buscarles pareja. Había de todas las medidas, y les costó bastante encontrarlos. Bufete se sumó a la búsqueda y unos minutos más tarde fue él quien encontró algo parecido, aunque nada de lo que decía el nuevo neumático tenía que ver con los datos que Boutique había escrito en el papel, pero tanto el diámetro exterior como el interior como el ancho de la pisada eran idénticos.
Boutique tomó las cuatro cubiertas seleccionadas por Bufete. Las apiló a su lado y volvió a armar los juegos de llanta y goma con la misma máquina que los había desarmado. Luego se acercó a un estante que había sobre la pared de atrás, tomó un frasco negro y un pincel, lo destapó y hundió la punta dentro, revolviéndolo. Dio unos brochazos al aro interno de la goma dejándola de un color negro más brilloso, apoyó el neumático sobre la mesa de trabajo, le enchufó una pistola que tenía un cable con forma de resorte y accionó el gatillo. La cubierta comenzó a inflarse ante la mirada estupefacta de sus compañeros al tiempo en que se sentían varios ¡PAK! ¡POK! ¡PEK! que hacía la goma expandiéndose y acomodándose dentro de la llanta. Boutique le sacó la pistola del pico que salía por el interior de la rueda y esta comenzó a desinflarse con un desagradable ¡FSSSSSSSSSSS! Tomó un diminuto palito que sacó de un cajón y lo enroscó en el interior del pico atenuando el soplido hasta apagarlo por completo, luego volvió a enchufar la pistola y reinfló la cubierta dándole una presión de cuarenta y tres libras.
Repitió los mismos pasos con las otras tres ruedas, se dio vuelta y miró a sus compañeros, que lo observaban preocupados, sin entender cómo había logrado aprender tan rápido aquella labor.
–¿Vamos? Ya terminé acá – les dijo. Bôite seguía mirándolo con miedo.
–¿Estás seguro? ¿No querés revisar si hiciste todo bien? Te vi dudar un instante…– le dijo con ironía. Boutique se rió y salió con una rueda hacia la nave mirando el suelo.
–Vamos que tenemos trabajo arriba – les dijo dándoles la espalda, ya fuera de la gomería. Bôite y Bufete agarraron las demás cubiertas y lo siguieron.
Bufete retiró la pastilla de energía cortando la luz en el depósito. Bôite bajó las persianas y salieron ambos por la puerta que habían violentado. Se subieron a la nave y se fueron. Al remontar vuelo pasaron por una enorme estación de combustibles que había enclavada en Bv. Oroño y aterrizaron sobre el techo, se bajaron y la recorrieron. Extrajeron unas pistolas enormes que tenían una manguera enroscada. Por ahí debía salir el combustible. Bufete buscó el tablero eléctrico del lugar y le enchufó la pastilla de energía. A la media hora estaban cargando un bidón de veinte litros de nafta súper. Boutique había leído en su noche de insomnio que el aceite para el motor debía ser “40”, aunque no sabía qué significaba, y en el lugar había muchas botellas de aceite, y algunas mencionaban ese número en sus etiquetas. Tomó diez botellas, las cargó en la nave y salieron rápido hacia fuera del piletón.

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