viernes, 12 de julio de 2013

Capítulo LXIII





Al día siguiente, Boutique se despertó más tarde. Había desconectado el despertador. Toda la historia del Torino lo había agotado. Ahora podría continuar con su labor sin la ansiedad que le había causado aquel hallazgo. Se levantó de la cama y se dirigió hacia la mesada de la cocina para prepararse el desayuno cuando escuchó el zumbido de una nave aterrizando fuera de su tienda. El viejo dormía como un muerto. Salió a ver quién era y el sol de la mañana le dio una certera trompada en la cara. Estaba muy gordo y fuerte, señalándolo como si fuera culpable de algún terrible crimen. Se cubrió con la mano y corrió la cara hacia un costado, para ver mejor. Era el general Apotheke. Boutique volvió dentro de la tienda y continuó preparando el desayuno, triplicando la cantidad. 
El general entró en la carpa dando patadas contra el suelo para sacudirse el polvo. Boutique lo miró desaprobando su actitud, pero Apotheke ni lo notó.
–¿Cómo le va, coronel? – le dijo acercándose con la mano extendida para saludarlo. Boutique se la estrechó regalándole una sonrisa escueta.
–Bien, general, gracias – le dijo volviendo la mirada a la preparación del desayuno –. Me estoy preparando algo de comer; ¿me acompaña? – le preguntó, sabiendo la respuesta.
–¡Cómo no! – exclamó Apotheke con gran alegría, acariciándose la panza. Boutique se dio vuelta y observó al maestro que seguía en la misma posición de siempre, de costado, abrazado a la almohada.
–¡Maestro! ¡El desayuno! – le gritó y el viejo se sobresaltó. Y largó la almohada de una vez por todas.
Desayunaron los tres juntos, como hacía rato que no lo hacían. Apotheke estaba deslumbrado con la historia del Torino y quería verlo de inmediato, aunque debería esperar que lo trajeran de regreso a la zona de exploración ya que seguía tirado a treinta kilómetros de ahí. Al terminar, los tres se levantaron y salieron rumbo a la peatonal en busca de más objetos; ya les faltaba poco para completar la lista. Boutique dejó al maestro en Ross-Librero y se fue con Apotheke a enseñarle los avances de la exploración. Ya eran las once de la mañana y los exploradores habían comenzado el día pasadas las siete, así que sus dirigidos comenzaron a mostrarle los nuevos hallazgos apenas bajaron a la peatonal. Bagayo y Balurdo habían encontrado en una tienda de música fuera de la peatonal una Fender Stratocaster y se la mostraban a sus superiores, orgullosos. Apotheke tomó en sus manos la guitarra y se quedó un rato largo observándola con una expresión indescifrable. Por su gesto no se entendía si estaba contento, embelesado, triste o devastado. No le interesaba mucho la música; a él le iban más los alfajores.
–Los felicito – les dijo Boutique mientras sacaba de su morlaco el listado para tildar ese ítem.
–Gracias, coronel – le dijo Bagayo, con respeto. Boutique tachó de la lista “Fender Stratocaster”.
–Acá piden otra guitarra…– les señálalo releyendo el nombre para decirlo con exactitud – “Gibson Les Paul”. ¿No había un ejemplar de esos?
–No…
–…Sí – dijeron ambos, interrumpiéndose. Boutique los miró, estupefacto.
–¿No o sí? – les preguntó, inquieto y con los brazos un poco elevados, como sosteniendo una enorme bandeja.
–Es que no es ese nombre exacto – aclaró Balurdo –. Hay varios modelos que dicen “Les Paul”, pero ninguno dice “Gibson”, dicen otra cosa…– trató de recordar con una mano en el mentón y el ojo apuntado arriba – Epipone… Taim… algo así – le informó.
–Faim – lo corrigió Bagayo. Boutique se quedó mirándolos con gran interés.
–¿Me quieren llevar al lugar y lo exploramos juntos? – solicitó mirando al general, mientras sus exploradores afirmaban con la cabeza como dos muñequitos –. ¿Usted viene? – Apotheke asintió con la cabeza.
Dejaron la Fender Stratocaster en custodia del maestro y partieron por Entre Ríos rumbo a la tienda de música. Era una calle bastante despoblada de atracciones. Boutique no entendía qué había hecho que sus exploradores se interesaran por ese camino. Él nunca hubiera tomado aquella calle y nunca hubiera descubierto la tienda de instrumentos musicales. 
El lugar era un gran caserón que abarcaba toda la esquina, pintado de color negro y lleno de escaparates que anunciaba en la puerta de ingreso, en la ochava: “OLIMUSIC”. Balurdo extendió mejor en el suelo, como una marciana que está haciendo la cama, una persiana llena de rectángulos reticulados que habían arrancado de sus guías para poder entrar, así el coronel y el general podían ingresar más cómodos. Boutique se sintió un viejo senil ante esa acción de su dirigido y lo miró enojado.
–Por favor, capitán. No somos tan mayores.
–Disculpe, coronel; sólo quería evitar que se tropiece…
–No se preocupe tanto, y si me tropiezo me levanto solito. No vaya a querer tomarme del brazo – le espetó con tono amenazante –. ¡Me está haciendo sentir un viejo choto! – exclamó, y Apotheke estalló una desagradable carcajada, salpicándolos a todos con baba.
Entraron a la tienda, que estaba muy oscura y no se veía nada. Todos se calzaron las linternas-vincha y comenzaron a iluminar el lugar alumbrando hacia donde miraban, convirtiendo el salón en un local bailable; sólo faltaba la música. Boutique sacó de su morlaco un par de luces de emergencia y las colocó en el mostrador que rodeaba el salón formando una enorme “L” e impidiendo el paso. Bagayo lo trepó para pasar hacia el otro lado con cuidado de no romper el cristal, lleno de extraños aparatos cuadrados de todos colores con perillas que habían estibado los humanos debajo. El general tomó una especie de puerta al revés que había en un sector partido de la vitrina y la levantó como si hubiera sabido que eso estaba ahí y que se abría de esa forma. Boutique aprobó su colaboración y Apotheke le hizo un gesto educado de “pase, por favor”.
El lugar era enorme, lleno de habitaciones que salían en varias direcciones. Parecía un laberinto. Con lo primero que se toparon fue con un cadáver de pelo largo y lacio que sostenía, vehemente, un extraño vasito metálico del que salía un sorbete, también metálico; dentro del vasito había una especie de pasto triturado. El cadáver estaba sentado recostado contra el respaldo de la silla y la cabeza ladeada hacia atrás con la boca desquiciadamente abierta. En el escritorio había un gran ordenador y un botellón plástico que tenía como tapa un gran tazón con asa y una inscripción en el costado decía: “Lumilagro”. Al costado del cadáver había todo un pasillo lleno de guitarras, y era como le habían mencionado sus colegas. Muchos modelos de los que colgaban de los ganchos eran idénticos a la foto de la Gibson, pero ninguno decía “Gibson”. – ¿Habrán escrito bien el nombre? – se preguntó. En el fondo, pasando las guitarras, vieron un montón de enormes instrumentos llenos de teclas blancas y negras, y se terminaba el salón. Retrocedieron sobre sus pasos y volvieron a tomar contacto con el cadáver, que parecía custodiar el lugar alimentándose con aquel extraño brebaje a base de pasto. En la habitación siguiente encontraron sólo equipos de sonido y cajas sonoras, y siguieron adentrándose en el local. Luego había un sector enjaulado con otro cadáver dentro, tirado en el piso en posición fetal, rodeado de estanterías plagadas de diversos aparatos. Nada de guitarras. Bagayo iba delante marcándoles el paso y los instó a que accedieran al nivel siguiente, pero Boutique se detuvo mirando dentro de la jaula; al fondo, sobre un gran estante, había una especie de cofre negro con forma de guitarra y una manija para asirlo, tapado por unas inoportunas cajas que seguramente el humano que ahora dormía su sueño infinito tirado en el piso del jaulón había almacenado delante. Boutique alumbró la pared con su linterna-vincha y pudo ver claramente que el cofre tenía una inscripción en blanco, pero no se leía completa, una de las cajas que tenía delante lo impedía, sólo se leía: 

gib
u

Detuvo con una mano a Balurdo que ya se encaminaba a dejar atrás ese pasillo y le señaló dentro de la jaula. El capitán miró pero no vio nada, encogiéndose de hombros. Boutique se le paró detrás en una pose un poco incómoda; si hubiera sido el profesor Vedette quien le hacía eso a él seguramente se hubiera dado vuelta y le hubiera asestado una trompada en el ojo, así que se corrió para no apoyarle el miembro en el culo, pero se mantuvo detrás, alumbrándole por encima del hombro para que Balurdo pudiera seguir la dirección del as de luz. Y Balurdo vio lo que el coronel le enfocaba. Sacaron unas pinzas y alicates de sus bolsillos y cortaron el candado que tenía condenado a aquel humano dentro de la jaula. La puerta salió disparada girando colgada de sus bisagras y golpeando fuerte contra la pared haciendo ruido a miles de cascabeles. Boutique se acercó a la estantería y comenzó a entregarle a Balurdo las cajas que ocultaban el baúl con forma de guitarra. Una vez liberada y expuesta a la vista, todos pudieron leer lo que el cofre decía:
gibson
usa

El coronel lo tomó de la manija y lo retiró del fondo de la estantería con precaución; era bastante pesado. La inaudita valija tenía cuatro cierres muy simples y prácticos y una cerradura con clave. Boutique destrabó los cierres, que saltaron de sus rutinarias posiciones con alegría y sólo restaba esperar que el cierre central no tuviera la clave puesta para poder despejar el último estorbo hacia la felicidad plena. El coronel miró a Balurdo que se había agachado a ayudarlo, apoyó su pulgar en un cuadrado metálico, idéntico al del mango del paraguas y lo apretó. Nada. No se hundía. Intentó moverlo para los cuatro costados como se prendía la afeitadora nasal y la placa cuadrada se desplazó un poco en una dirección. Muy poco. Al lado de la placa había tres ruedas con números que giraban dándole la posibilidad de cerrar aquel baúl con la seguridad de que no lo abrieran. Boutique se lamentó, miró al cadáver dormilón y lo felicitó. Había hecho un gran trabajo. Ahora no podrían abrirlo.
–¿Alguien sabe la clave? – preguntó con sorna, mirando a sus compañeros. Apotheke se encogió de hombros negando con la cabeza, estupefacto. Se había creído que iba en serio la pregunta.
–¿Está trabado? – Bagayo fue el encargado de hacer la pregunta idiota del mes.
–Sí – le contestó Boutique, haciendo un gran sacrificio por no mandarlo a la mierda mientras movía la primera rueda y asentaba el “1” en la guía delimitada e intentaba de nuevo. Nada. Cerrado.
Balurdo le pidió permiso para probar algo y Boutique accedió, corriéndose para atrás y sentándose más cómodo en el suelo, apoyado contra un estante. El capitán tomó el cofre y lo dio vuelta. En la parte de atrás tenía escrito en grande con un raro polvo blanco que se borraba si uno le pasaba la mano: “713”. Boutique saltó de su posición y comenzó a mover las rueditas llenas de números. Y Balurdo se corrió, dejándolo trabajar más cómodo. El coronel ubicó el “7” en la primera rueda, luego asentó el “1” en la segunda y miró a Balurdo, como disculpándose por el arrebato que le dio y el capitán asintió con la cabeza dándole permiso para continuar. Boutique clavó el “3” en la tercera rueda, apoyó el dedo pulgar en el cuadrado metálico y lo empujó hacia el costado. Nadie respiraba. Todos esperaban, atónitos y en un silencio sobrenatural. El cuadrado siguió el camino predeterminado y ¡PRACK! soltó la última traba. Boutique casi muere de un infarto, al igual que los otros tres, que se tomaron el pecho asustados dando saltitos nerviosos. Y abrieron el cofre.

No hay comentarios:

Publicar un comentario