Capítulo XLI
Al anochecer comenzaron a llegar los exploradores con los objetos encontrados. Bacán y Babieca traían orgullosos un ejemplar de “El libro de Doña Petrona” y se lo extendían al coronel con gran alegría. Boutique lo hojeó muy por arriba, asintiendo con la cabeza sorprendido y dejándolo sobre la mesa, al lado de las cajas de los Beatles mientras tachaba de la lista el segundo ítem encontrado.
Bidet y Biscuit habían recolectado varios ejemplares de paraguas encontrados en una galería interna muy cercana a La Favorita mientras, detrás, Budín y Borbón traían las famosas botas de lluvia, aparentemente impermeables al agua. Boutique se sentó en su catre y trató de meter el pie dentro, pero eran muy pequeñas. Iba a necesitar un número más grande. – Quizás estas le sirvan al general…– pensó, aunque tenían florcitas estampadas. Las dio vuelta y en la suela leyó el talle: 34. Felicitó a las parejas que lograron encontrar objetos, alentó al resto para continuar al día siguiente y se fue a dormir.
El aparato reproductor de música estaba bastante lejos de los catres y Vitraux ya dormía. Quería seguir escuchando a los Beatles pero el cansancio lo presionaba. Con mucho cuidado arrastró el camastro lo más que pudo acercándolo al aparato de música mientras las patas chirriaban en el suelo haciendo imposible su traslado en silencio, pero el viejo no escuchaba nada, se había puesto unos tapones en los oídos. Se recostó, muy incómodo, con la mesa pegada a un costado de la cama en su nueva posición y el aparato reproductor un poco más lejos detrás. El cable de los auriculares alcanzaba justo. Puso “Abbey Road”, se calzó los auriculares y “Come together” inició su despegue mental hacia una noche en donde dormir iba a ser distinto.
Capítulo XLII
A las siete sonó el despertador y Boutique dio un respingo, tirando al suelo el reproductor de música terrestre, rompiéndolo. Se había olvidado por completo que aún estaba atado a los auriculares que le tomaban la cabeza. Vitraux también despertó y al ver el estado desmembrado del aparato reproductor desparramado en el suelo retó al coronel que, desesperado, juntaba las piezas para un posterior rearme del objeto, aunque sabía dentro suyo que no iba a poder enmendar el error cometido.
–Déjelo, coronel. No lo va a poder reconstruir – le dijo Vitraux tratando de parecer despreocupado viendo que el coronel estaba muy compungido por el accidente.
–Creo que podré arreglarlo…– lo consoló Boutique mientras trataba de unir dos piezas plásticas partidas que nada tenían que ver una con la otra.
–Déjelo, coronel – insistió –. No vale la pena; es un reproductor de mala calidad, seguramente usted encontrará algo mejor en estos días.
–No se preocupe, maestro, hasta que no encuentre un reproductor no vuelvo – amenazó Boutique.
–No es tan necesario. Puedo esperar unos días si no aparece nada.
–Quiero seguir escuchando música – reconoció –. Es increíble lo que hacían estos Beatles – dijo Boutique, alelado. Vitraux lo miró como un padre que disfruta de los primitivos hallazgos de su hijo.
–Y todavía no escuchó Pink Floyd…– le advirtió el maestro dándose aires de gran conocedor, cuando en realidad, había escuchado poco y nada.
–¿Es para tanto?
–Vea, coronel, como ya le explique ayer, los Beatles fueron los pioneros, y como todo lo que es pionero, queda rezagado por la evolución – señaló Vitraux –. Los Beatles se separaron, y no estuvieron allí como grupo cuando el rock evolucionó.
Boutique se quedó desorientado, intentando imaginar cómo sería una banda de rock mejor que esa. No podía medirlo, no tenía parámetros; y volvió a sentirse inferior a los humanos.
Salió rumbo a la nave de Beckenbauer para invitarlo a que hicieran la exploración juntos. Pero no estaba, aún no habían regresado de la base. Se preguntó si Bôite seguiría convaleciente luego de la sesión exasperante de sexo que había tenido, pero no podía perder más tiempo. Debía ir a buscar más música y, sobre todo, debía encontrar un nuevo reproductor.
Llegó a la peatonal, descendió en la galería y entró con valentía. A pesar de que no veía nada y que su linterna-vincha no alumbraba demasiado, ya había estado ahí y sabía dónde pisar. Ingresó en la tienda de música y comenzó a revisar las góndolas en busca de Pink Floyd. Pasó por la N, con Nat King Cole, Neil Young, Nirvana; la O con Oasis, Ozzy Osbourne y finalmente la P. El corazón comenzó a palpitarle un poco más fuerte. Vitraux le había dado tanta importancia a ese nombre que temía desilusionarse, o tener altas esperanzas sobre aquella banda. Otra vez paseó con los dedos sobre los lomos de las cajas contenedoras: Pat Benatar, Pat Metheny, Pet Shop Boys, Pez, Pibes Chorros. – Ya lo tengo… ¡Estoy en la I! – pensó, y con la emoción sus dedos trastabillaron y tuvo que volver a empezar la letra P. Temía perderse alguno. Otra vez los Pibes Chorros, Piero, Pimpinella…– ¡Estoy muy cerca! – apartó con el dedo índice el cedé de Pimpinella “Marido y Mujer”, en donde un barbeta y una colorada estaban sentados en un piso blanco, vestidos de negro pero en patas, cuando se encontró con una tapa de disco muy colorida, con cuatro jovencitos todos borrosos, o dobles, como si el que estuviera viendo ese disco tuviera una irremediable borrachera, aunque el título estaba bien nítido, y decía: “Pink Floyd – The Piper at the Gates of Dawn”. Boutique intentó sacar el disco de la góndola pero era imposible. La ranura en el vidrio dejaba solamente pasar las cajitas con los dedos, no extraerlos. Rompió la traba, levantó la tapa vidriada y se quedó contemplando el cajón abierto, que contenía alrededor de cuatrocientos discos. Y era sólo una bandeja, todavía le faltaba abrir las otras siete… ¡tenía más de tres mil opciones para escuchar! De a poco iba a llevarse todos esos discos.
The Piper at th Gates of Dawn era el primer disco que había de Pink Floyd en el casillero. Detrás había otro igual, y otro, después apareció “A Saucerful of Secrets”, “Ummagumma”, “Meddle”, “The Dark Side of the Moon”, “Wish you were here”, “Animals”, “The Wall” y “The Final Cut”.
Boutique abrió el bolso recolector, metió los discos de Pink Floyd y volcó dentro todos los discos de otros intérpretes que pudo. Se sentó en una silla alta que había tras el mostrador a descansar mientras observaba unos colgantes que había en un exhibidor sobre el taburete. Ya no se sentía intimidado por la oscuridad opresiva de la tienda. Giró su cuerpo en la silla y miró detrás: toda una pared llena de discos le cuidaba la espalda. Sobre un lado de la pared, había estibados unos aparatos negros. Boutique saltó del sillín, se acuclilló frente a ellos y su linterna-vincha los alumbró: “Techincs” decían todos en dorado. No podía creer la suerte que tenía. Sin esfuerzo alguno había conseguido la discografía completa de los Beatles y suponía que la totalidad de los discos de Pink Floyd; y ahora esto, el aparato reproductor y dos grandes cajas sonoras. – Con este Technics podremos escuchar la música mucho más fuerte…– pensó. Se asomó detrás del equipo y alumbró una absurda madeja de cables que salían de su lado posterior y resopló con agotamiento. No sólo debería desenchufar todo ese cablerío sino que, aparte, por precaución, convendría anotar todas esas conexiones. Salió a la peatonal a buscar ayuda con el bolso infestado de discos, muy pesado, al punto en que le inclinaba el paso. Lo dejó con cuidado en el suelo y dio un pitido de alarma. Cuatro exploradores salieron raudos de Sport-algo cargando montones de cajas de calzado deportivo. Boutique les ordenó que lo asistieran en la desconexión del aparato, que tomaran nota de las conexiones, y que buscaran un recipiente más adecuado para llevarlo.
Capítulo XLIII
Al final del día Boutique llegó a su tienda con el semblante relajado. Se había ido muy preocupado a la mañana por la rotura del equipo que Brunette le había regalado al gran maestro. El viejo se levantó presuroso de la cama y fue a su encuentro con un abrazo mientras aprovechaba que el coronel estaba de espaldas al nuevo equipo, que ya había sido instalado sin complicaciones por los capitanes encomendados mientras Boutique terminaba de recorrer la zona explorada. Apretó un botón del comando a distancia y “The long and Winding Road” comenzó a sonar en el nuevo reproductor. Boutique se separó del maestro, estupefacto, y se dio vuelta enérgico. Ni se imaginaba que ya lo hubieran conectado. Al fin y al cabo había resultado una porquería el aparato anterior. Este era mucho mejor. La calidad de sonido era sublime.
Aún impactado por la potencia y fidelidad del Technics que inundaba toda la tienda, apoyó el bolso en la mesa y lo abrió con dificultad por la gran cantidad de material recolectado que había dentro. Vitraux metió la mano y sacó algunos discos.
–¿Miranda!? – preguntó el viejo, vacilante.
–Miranda, sí, no sé qué es. Traje varios intérpretes para poder escucharlos.
–Pero no vamos a tener todo ese tiempo que usted solicita…
–Son para llevármelos a casa, maestro, no para escucharlos acá…– se disculpó Boutique. Vitraux, despectivo, lo tiró sobre la mesa y continuó sacando discos del bolso con una sola mano como si la otra no la tuviera, oculta en el bolsillo de su bata.
–¡Acá está! – dijo el maestro con gran alegría levantando un sobre más arriba de su propia cabeza, como si quisiera taparse el sol.
–¿Qué es?
–Un disco que hizo historia durante décadas – le dijo extendiéndole la caja. Boutique se acercó para verla y la tomó con sus manos. Era un disco negro, con un prisma en el centro atravesado por un as de luz que entraba blanco por un lado y salía de diversos colores del otro: “Pink Floyd - The Dark Side of the Moon” decía en el lomo.
–¿Es el primer disco?
–No – contestó Vitraux –, pero ahí comenzó la cruzada de Roger Waters por hacerle ver al mundo que estaba todo mal.
–¿Lo pongo? – preguntó Boutique con gran ansiedad.
–Por favor – le indicó el maestro, invitándolo a acercarse al Technics con la palma de la mano apoyada en la espalda del coronel.
Boutique se acuclilló y pulsó “Eject”. Sacó Let it be de los Beatles e introdujo el disco de Pink Floyd. Luego pulsó “Play” y el cronómetro del reproductor comenzó a contar los segundos. Nada. Sólo silencio. Boutique subió el volumen y nada, se notaba que estaba fuerte porque por las cajas de sonido salía un grueso “FFFFFF” y el display seguía contando segundos: nueve, diez, once… De repente, casi inaudible, el latido de un corazón comenzaba a sonar, primero muy bajo y luego se hacía cada vez más fuerte; a esto se interpuso el sonido mecánico de una especie de reloj, también incrementando su volumen de a poco. El latido de corazón ya era imponente: Púm-pum, púm-pum, púm-pum, daba miedo. Boutique se dio vuelta y miró a Vitraux, desconcertado. El maestro le hizo señas para que tuviera paciencia mientras se colocaba unos tapones en los oídos. El corazón inundaba la tienda haciendo vibrar los platitos y cubiertos que había sobre la mesa. Otro reloj, más fuerte y –“…I’ve been mad for fucking years, absolutely years…”– dijo una voz intimidante desde una de las cajas sonoras, la izquierda. Ahora el corazón ya oprimía el pecho. Boutique miraba las cajas sonoras como un estúpido, turbado. Los sonidos iban y venían de una caja hacia la otra; una máquina de escribir entraba en escena y alguien rasgaba un papel –“…I’ve allways been mad, I know I’ve been mad…”– decía otra voz desde la caja derecha. Risas perturbadoras e insanas comenzaban a regar el lugar. El corazón bombeaba como una gigantesca máquina demente. Más risas enloquecedoras, un extraño sonido entrecortado, más papel rasgado, timbres, alarmas, risas. Corazón. Boutique estaba a punto de reventar del miedo. Nunca había escuchado semejante cosa. No terminaba más. Ahora todo sonaba a la vez y al mismo volumen: corazón, risas, relojes, papel rasgado. Ese aparato reproductor iba a explotar por el aire matando a varios marcianos. Boutique volvió a mirar a Vitraux con pánico pero el viejo le ordenó con un reto gestual que siguiera con la cabeza entre las dos cajas de sonido y Boutique acató la orden de inmediato. El corazón se le iba a salir del pecho e iba a quedar flotando en el aire salpicando sangre y latiendo al compás del corazón del disco, pero confiaba en el maestro. Más risas, más latidos ensordecedores, más relojes, más máquinas extrañas, más voces lejanas. Iba a explotar, definitivamente aquello iba a explotar. De repente y a lo lejos, abriéndose paso entre el caos que producían todos esos sonidos juntos emergió un grito desgarrador. Y otro más fuerte. Y otro aún más fuerte. Y otro ensordecedor. Boutique se tiró para atrás, tapándose la cara y tirando al suelo varios discos que había sobre la mesa, atajándose de la violenta explosión que produciría el equipo. Pero no hubo explosión alguna, aquella tensión exasperante sólo dio paso a una bella y envolvente canción, una canción que hipnotizaba.
Confundido y perturbado, se levantó del piso mientras “Breathe” daba los primeros compases. Buscó la caja del disco y la abrió. –“…Breathe, breathe in the air…”– cantaba un humano con una voz increíblemente somnífera. Sacó un librito interno que tenía la caja y lo abrió. La foto en azul de esas extrañas pirámides que había visto en el banco de imágenes del maestro, letras de las canciones que comprendían el disco, fotos de sus cuatro integrantes, más letras y, sobre el final y en la contratapa, el prisma boca abajo. “…And all you touch, and all you see, is all your life will ever be…” seguía cantando aquella poderosa voz.
Escucharon el disco entero sentados a la mesa con un volumen ensordecedor mientras Vitraux revisaba los demás discos que el coronel había recolectado. Boutique estaba completamente desorbitado. No podía creer el sonido de esa banda. Era insuperable.
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